Dificultades y gratificaciones

Traducir textos holmesianos resulta siempre un placer. Y tener que recrearlos, como ha sido el caso en esta ocasión, es un trabajo fascinante. Seguro que muchos pensarán que no soy el más adecuado o el mejor capacitado para esa tarea y que otros escritores más aptos habrían logrado un resultado más satisfactorio. Sin duda es así; pero como quiera que el azar ha querido que sea yo y no otro el depositario de estas historias, me temo que los lectores tendrán que contentarse con mis pobres habilidades.

He de reconocer, por otro lado, que en cierto modo convertir estos textos tan dispares en una historia coherente con entidad propia y una cierta unidad dramática y narrativa me ha resultado de enorme utilidad.

Cuando estas historias llegaron a mis manos yo llevaba un buen tiempo embarcado en la traducción de lo que esperaba que fuese mi tercera historia holmesiana, Sherlock Holmes y el heredero de nadie, y confieso que me encontraba desorientado ante la tarea que tenía ante mí. Aunque esa historia tenía un origen claro y casi único (la mano de William Hudson, sobre todo, y la del propio Sherlock Holmes en su parte central), distaba mucho de ser una narración acabada. Lo narrado por Holmes no requería trabajo editorial alguno, más allá de traducirlo, pero el cuerpo principal de la novela se encontraba en estadios de composición muy diversos: desde borradores casi definitivos a simples apuntes y esquemas, pasando por informes internos de lo que sin duda era el MI6 o fragmentos de un interrogatorio en cuya transcripción no siempre todo estaba claro.

No sabía muy bien cómo enfrentarme a algo así, ni qué enfoque adoptar para convertir aquello en una única narración coherente y acabada. Así que, en cierto modo, aparcar momentáneamente Sherlock Holmes y el heredero de nadie y dedicarme a editar y recomponer los textos que acaban de leer me sirvió como entrenamiento para la tarea posterior y ahora, mientras escribo estas líneas, puedo anunciar que mi siguiente trabajo holmesiano avanza bien y con un enfoque que, creo, es el más adecuado. Como es de rigor, explicaré ese enfoque y cómo y por qué decidí adoptarlo en las notas del próximo libro.

Entre tanto, enfrentarme a una nueva historia de Sherlock Holmes y prepararla para el público en lengua española ha sido una vez más un verdadero placer. Sé que hay lectores que consideran que esta tarea es una pérdida de tiempo, y que en realidad estoy robando horas de mi propia obra para dedicárselas a la de otro. Puede que sea así, y pido disculpas por ello, pero mientras siga teniendo la oportunidad y las fuerzas me alcancen para dedicarme a ello seguiré embarcado en esta tarea.

No sólo porque me gratifica, aunque sin duda es así en buena medida, sino porque en un modo que me temo que aún no puedo explicar es mi responsabilidad. Desde el momento, hace casi quince años, en que me senté a traducir "La sabiduría de los muertos", asumí un compromiso que no puedo abandonar sin traicionarme a mí mismo.

Algún día, queridos lectores, espero poder detallarles la naturaleza y las circunstancias de ese compromiso. Hasta entonces, tendrá que bastarles con saber que, mientras mi benefactor siga poniendo estas historias en mis manos, yo seguiré dedicándoles mi tiempo.

Y espero que ustedes encuentren un hueco para dedicarles el suyo.

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