CAPITULO XIII

Dejaron el coche en un aparcamiento y se dirigieron en taxi al bar Kikuhiko. Estaban agotados y necesitaban dormir, pero tenían la boca seca y, secretamente, les inquietaba regresar solos a la casa.

El taxi se detuvo frente a un farol de gas que tenía la palabra KIKUHIKO pintada en azul sobre el globo de cristal. Bird empujó una precaria puerta de madera y accedió a una habitación desolada y estrecha como un cobertizo para ganado. No había más que una barra corta y al otro lado dos grupos de sillas rústicas con respaldos excesivamente altos. El bar estaba vacío, a excepción de un hombrecillo detrás de la barra. Sus labios parecían de jovenzuela y sus ojos de oveja los observaban con cautela. Bird permaneció de pie junto a la puerta y a su vez miró al hombrecillo. Poco a poco, la imagen de su joven amigo Kikuhiko se sobrepuso a la ambigua cara tras la barra.

– ¡Increíble! ¡Pero si es Himi! -Habló con los labios fruncidos, sin apartar la mirada de Bird-. A éste lo conozco. Ha pasado mucho tiempo, pero ¿no es Bird?

– Será mejor que nos sentemos -dijo Himiko.

El dramatismo de este reencuentro no lograba despertar las emociones internas de ninguno de ellos. Bird se sentó un poco alejado de Himiko.

– ¿Cómo le llaman ahora, Himi?

– Bird.

– No me lo creo. ¿Todavía? Han pasado siete años. ¿Qué bebes, Bird? -preguntó Kikuhiko.

– Whisky solo.

– ¿Y tú, Himi?

– Lo mismo.

– Tenéis aspecto cansado. Aún es temprano, la noche acaba de comenzar.

– Venga, Kikuhiko, no hay nada sexual. Sólo hemos estado por ahí en el coche… -dijo Himiko.

Bird se acercó el vaso de whisky y vaciló. Kikuhiko… no puede tener más de veintidós años y parece tan mayor, aunque conserva mucho de lo que tenía a los quince… Kikuhiko, un híbrido navegando entre dos edades.

Kikuhiko también bebía whisky solo. Sirvió más para él e Himiko, que se había bebido el primer vaso de un trago. Bird y Kikuhiko se miraban de vez en cuando. Por último, le dijo:

– Bird, ¿me recuerdas?

– Por supuesto.

Le resultaba extraño, pero le parecía estar hablando con el propietario de un bar gay y no con un antiguo amigo al que no veía desde hacía años.

– Han pasado siglos, ¿no es cierto, Bird? Desde aquel día en que fuimos al pueblo vecino y vimos aquel soldado americano asomado a la ventanilla de un tren, con la mitad de la cara destrozada.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Himiko.

– Fue durante la guerra de Corea. Volvían a Japón tras haber sido heridos como obedientes soldaditos. Los trenes pasaban repletos de heridos, y ese día vimos uno de ellos. Bird, ¿crees que pasarían a menudo por nuestra provincia?

– No lo creo.

– Corrían rumores acerca de unos mañosos que cogían estudiantes japoneses y los vendían como soldados. Incluso se rumoreó que el gobierno pensaba embarcarnos rumbo a Corea… En esa época vivía aterrado.

Kikuhiko había sentido un miedo demencial. La noche en que riñeron y se separaron, le había gritado: «Bird, ¡tenía miedo!». Pensó en su bebé y supuso que era incapaz de sentir miedo. Sintió alivio, un alivio poco claro y frágil.

– Sin duda eran rumores infundados -dijo, intentando olvidarse del bebé.

– Eso te lo crees tú, pero yo hice toda clase de cosas a causa de esos rumores. Ahora que lo pienso, Bird, ¿atrapaste finalmente al loco que perseguíamos?

– Lo encontré ahorcado en Shiroyama… Fue en vano. -Sintió en la punta de la lengua el sabor agrio de aquel recuerdo-. Lo hallamos al amanecer, los perros y yo al mismo tiempo. Fue una de las cosas más absurdas que he hecho en mi vida.

– Yo no diría eso. Tú continuaste la búsqueda hasta el amanecer y yo deserté en medio de la noche. Desde entonces nuestras vidas han sido completamente diferentes. Dejaste de relacionarte conmigo y con la gente como yo y marchaste a la universidad de Tokio. En cambio yo caí sin interrupción. Mírame ahora…, oculto en este antro de maricas. Bird, si no me hubieras abandonado aquella noche… tal vez estaría mejor de lo que estoy.

– Si Bird no te hubiese abandonado, ¿no te habrías vuelto homosexual? -preguntó Himiko con audacia.

Incómodo, Bird eludió la mirada de Kikuhiko.

– Homosexual es alguien que ha escogido atreverse a amar a una persona de su mismo sexo -repuso Kikuhiko-. Yo tomé esa decisión por mi cuenta y riesgo. La responsabilidad es sólo mía.

– Veo que conoces la terminología existencialista francesa -dijo Himiko.

– Cuando manejas un bar de maricas tienes que enterarte de todo. -Mirando a Bird, añadió-: Estoy seguro de que desde aquella noche tú has ido hacia arriba y yo hacia abajo. ¿Qué haces ahora, Bird?

– He dado algunas clases en una academia preuniversitaria, pero resulta que me han despedido. De modo que «ir hacia arriba» no me parece la expresión adecuada. Y eso no es todo: continuamente me meto en líos de todas clases.

– Comprendo. El Bird que conocí a los veinte años no se mostraba tan deprimido… Parece como si huyeras de algo que te aterroriza.

Kikuhiko se había vuelto sagaz y observador. Ya no era el muchacho sencillo que conociera Bird. Su vida de descenso a los infiernos debía de haberle resultado muy difícil.

– Así es -reconoció Bird-. Estoy acabado. Estoy aterrorizado, intento escapar.

– A los veinte años, Bird era inmune al miedo -dijo Kikuhiko a Himiko. Y volviéndose hacia Bird-: Esta noche pareces especialmente aquejado. ¡Si tuvieras rabo echarías a correr con él entre las piernas!

– Ya no tengo veinte años.

La expresión de Kikuhiko se congeló inexpresiva.

– La vieja yegua gris ya no es lo que era -dijo, y se sentó junto a Himiko.

Después ambos comenzaron una partida de dados y Bird quedó en libertad. Aliviado, alzó su vaso de whisky. Tras siete años sin verse, apenas habían tardado siete minutos en ponerse al día. ¡Ya no tengo veinte años! Y de todo lo que tenía en aquella época sólo he conseguido conservar el apodo… Bird bebió su primer whisky de un día interminable. Enseguida sintió una convulsión interior y vomitó. Kikuhiko limpió el mostrador y le dio un vaso con agua. Bird permaneció con la mirada perdida y expresión aturdida. ¿Qué cosa intentaba defender del peligro que representaba el bebé monstruo? ¿Qué había de valioso en su propio interior para defender con tanto ahínco? La respuesta que halló lo dejó estupefacto: nada, menos que nada. Cero.

Bird se incorporó lentamente de la silla. Le dijo a Himiko:

– He decidido llevar al bebé nuevamente al hospital para que lo operen. No volveré a intentar huir por todos los resquicios.

– ¿Qué dices? -dijo Himiko con recelo-. Bird, ¿qué te sucede? Ya no hay tiempo para eso.

– Desde que nació el bebé estoy intentando huir.

– Pero ahora resulta que has encargado que acaben con el bebé. Somos cómplices, ¿no lo recuerdas? No estamos huyendo. Además, piensa en el viaje a África.

– He dejado al bebé en manos de ese carnicero abortista y he escapado. He estado huyendo todo el tiempo, huyendo y huyendo. He imaginado África como el final de toda la fuga, el punto límite… ¿Sabes?, tú también huyes. No eres más que una cabaretera que huye con un estafador.

– Yo participo. Estoy contigo en esto, soy tu cómplice. ¡No digas que estoy huyendo! -El grito de Himiko sonó histérico.

– Hoy te has metido en un bache por no atropellar a un gorrión muerto. ¿Te parece ése el comportamiento de alguien que luego participa en que le corten el cuello a un bebé?

Himiko se ruborizó y le invadió la rabia y la desesperación. Miró indignada a Bird. Quería rebatirlo pero no le salían las palabras.

– Si quiero enfrentar mi responsabilidad, sólo tengo dos caminos: o le estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío. Lo sé desde el principio, pero no he tenido valor para aceptarlo…

– Bird -lo interrumpió Himiko-, ¡el bebé ha cogido pulmonía! Si intentaras llevarlo al hospital se moriría a medio camino. Entonces sería mucho peor…

– Eso significaría que lo he matado con mis propias manos. Y merecería el castigo que me impusieran. Lo asumiré.

Habló con calma. Sentía que se estaba liberando de la última trampa del engaño. Eso le daba confianza en sí mismo. Himiko le miró encolerizada, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Se le ocurrió una nueva estrategia:

– Supongamos que lo operan y le salvan la vida, ¿Qué tendrías, entonces? Sólo un vegetal. No sólo fomentarás tu propia desgracia sino que alimentarás una vida inservible. ¿Crees que es justo? Dímelo.

– Es por mi propio bien. Para dejar de huir de una vez.

Himiko se negaba a comprender. Le miraba desconfiada. Por fin pudo sobreponerse a su abatimiento y dijo con sorna:

– De manera que forzarás a un bebé vegetal a seguir viviendo para tranquilizar tu propia conciencia… ¿Es parte de tu reciente humanismo?

– Lo único que deseo es dejar de ser alguien que huye de todas sus responsabilidades.

– Pero, Bird… -sollozó Himiko-. ¿Y nuestro viaje a África? ¿Qué hay de nuestra promesa?

– ¡Por Dios, Himi! Contrólate. Una vez que Bird empieza a preocuparse por sí mismo ya no oye a nadie más -dijo Kikuhiko.

Bird atisbo en los ojos de Kikuhiko algo similar a un odio reconcentrado. Pero Himiko se repuso y volvió a ser la misma que días antes acogiera a Bird con su botella de Johnny Walker, una chica ya no tan joven pero sí infinitamente generosa: la tierna y plácida Himiko.

– De acuerdo, Bird. Aun sin ti, me iré a África. Lo venderé todo y me llevaré como compañía al joven que robó el neumático. Ahora que lo pienso, lo he hecho sufrir bastante.

– La señorita Himi se pondrá bien enseguida -distendió la atmósfera Kikuhiko.

– Gracias -dijo Bird sinceramente, dirigiéndose a ambos.

– Bird, tendrás que soportar muchos sufrimientos -dijo Himiko con la intención de alentarlo-. Adiós, Bird. Cuídate.

Bird hizo un gesto afirmativo con la cabeza y salió del bar.

El taxi se precipitaba por las calles húmedas a toda velocidad. Si muriera ahora en un accidente, antes de salvar al bebé, mis veintisiete años de vida no habrían servido de nada. Bird sintió el terror más profundo que jamas había experimentado.

Загрузка...