PERO EL HOMBRE ES ESO.

EN LA MUERTE DE PRIMO LEVI


Primo Levi es (tendría que decir era, después de la terrible noticia que me han comunicado, pero en realidad las personas y los valores simplemente son, y no tiene sentido hablar de ellos en pasado) sobre todo magnanimidad, la fuerza de ser bueno y justo a pesar de haber sufrido las más atroces injusticias. Me dio una lección en ese sentido hace algunos meses, la última vez que hablé con él. Le llamé porque no estaba seguro de haber citado correctamente, en un libro que iba a publicar, el nombre de un profesor francés que había negado la existencia de las cámaras de gas. Primo Levi me confirmó el nombre y yo le pregunté cómo era que no lo había mencionado en su libro Los hundidos y los salvados. "Ah", me respondió, "porque es un tipo que tiene esa idea fija en la cabeza y por esa causa ha perdido la cátedra y ha mandado al traste a su familia, así que no me parecía que fuese el caso de ensañarme."

Corregí la feroz expresión que había utilizado en mi escrito – si Primo Levi hablaba en ese tono de aquel hombre, yo no tenía derecho a ser más duro que él. Fue una de las mayores lecciones que yo haya recibido, una lección que Levi ha dado y nos da a todos nosotros. Estuvo en Auschwitz y no sólo resistió a aquel infierno, sino que ni siquiera permitió que aquel infierno alterase su serenidad de juicio y su bondad, que le instilase un sin embargo legítimo odio, que ofuscase la claridad de su mirada. Si esto es un hombre - un libro que volveremos a encontrar en el Juicio Universal – ofrece una imagen como levemente atenuada de la infamia, porque el testigo Levi cuenta escrupulosamente lo que vio con sus propios ojos y, antes que cargar las tintas sobre el exterminio como habría sido sin embargo lógico y comprensible, alude a ello con pudor, como por respeto a quien fue eliminado en el exterminio del que él, in extremis, se salvó.

Esta es la extraordinaria herencia de Primo Levi, que lo eleva por encima de cualquier prestación literaria: la libertad incluso ante el mal y el horror, la absoluta impenetrabilidad a su violencia, que no sólo destruye sino que también envenena. En esa tranquila soberanía él encarna la majestuosidad sabbática judía, unida a su confianza de científico con la naturaleza y la materia de la que estamos hechos. Esa religiosa autonomía de la contingencia temporal, por terrible que fuera, había hecho de él un hombre y un escritor épico, irónico, desencantado, divertido, cómico, concreto, amoroso; no le entraba en la cabeza ser, como en efecto era, una celebridad mundial y acogía con respetuosa gratitud a cualquier muchachito que se dirigiera a él porque tenía que hacer un trabajo o una redacción escolar.

Su muerte hace pensar en el dicho judío que dice que el mundo puede ser destruido de la noche a la mañana. Pero la muerte no destruye el valor y la de Levi no destruye a Levi; nada sería menos sensato, ante el misterio incontrovertible de su elección final, que preguntarse el porqué o comparar la vitalidad que demostró en Auschwitz con su decisión de hoy. Estupefactos y compungidos, más por nosotros que por él mismo, que nos deja más solos, únicamente podemos abrazar a Primo Levi y darle las gracias por habernos mostrado, con su vida, aquello de lo que puede ser capaz un hombre, y por habernos enseñado a reír hasta de la monstruosidad y a no tener miedo.


1987

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