Peter Thayer aullaba contra la opresión capitalista corriendo como un loco por los pasillos de Ajax, y Anita se lo miraba sonriente con un piquete en la mano. Ralph Devereux salió de su despacho y le disparó. El disparo retumbaba por los pasillos. Resonaba sin cesar mientras yo intentaba arrancar la pistola de las manos de Ralph, pero el ruido continuaba hasta que me desperté sobresaltada. El timbre sonaba con estridencia. Salí de la cama y me puse unos tejanos y una camiseta mientras oía como golpeaban la puerta con insistencia. La boca seca y la vista poco clara me recordaron los whiskys de más que había tomado la noche anterior. Llegué a trompicones hasta la puerta y cuando puse el ojo en la mirilla, volvieron a golpear la puerta con los puños.
En el rellano había dos hombres corpulentos con el pelo al rape y las mangas de la chaqueta demasiado cortas. No conocía al más joven, pero el otro era Bobby Mallory, teniente de Homicidios del distrito 21. Abrí el cerrojo torpemente e intenté sonreír.
– Hola, Bobby. ¡Qué alegría verte!
– Buenos días, Vicki. Siento haberte despertado -dijo Mallory con un humor de perros.
– No te preocupes, Bobby. Siempre me alegra verte.
Bobby Mallory había sido el mejor amigo de mi padre en el cuerpo de policía. En los años treinta hacían la ronda juntos y Bobby no se había olvidado de Tony cuando lo ascendieron y dejaron de verse a diario. Normalmente paso el día de Acción de Gracias con Bobby y Eileen, su encantadora esposa, y con sus seis hijos y cuatro nietos.
A menudo Bobby finge que no trabajo, o que no trabajo como investigadora. Estaba tan cabreado que no me miraba a la cara. Miraba tras de mí.
– El sargento John McGonnigal -dijo con entusiasmo mientras lo señalaba con el brazo.
– Nos gustaría entrar y hacerte unas cuantas preguntas.
– Por supuesto -dije educadamente con la esperanza de que mi pelo no estuviera muy alborotado-. Encantada de conocerlo, sargento. Me llamo V. I. Warshawski.
Nos dimos la mano y me aparté para dejarlos entrar. El pasillo que teníamos justo detrás daba directamente al baño. A la derecha estaba el dormitorio y la sala de estar, y a la izquierda, el comedor y la cocina. De esta forma, por las mañanas puedo ir directamente del cuarto al baño, y del baño a la cocina.
Les hice pasar a la cocina y preparé café. Con disimulo tiré al suelo las migas que había encima de la mesa. Abrí la nevera y busqué pan integral y queso cheddar. A mis espaldas Bobby dijo:
– ¿Nunca limpias esta pocilga?
Eileen es una ama de casa modélica. Si no le gustara invitar a la gente a comer nunca habría un plato sucio en su casa.
– He estado trabajando -dije con toda la dignidad que pude- y no puedo permitirme una mujer de la limpieza.
Mallory miró a su alrededor con cara de asco.
– Si Tony te hubiera dado unas cuantas zurras en vez de mimarte y consentirte, ahora serías una ama de casa feliz en vez de estar jugando a detectives y hacer nuestro trabajo más complicado.
– Pero ahora soy una detective feliz, Bobby. Y fui una ama de casa patética.
Eso era cierto. Mi breve incursión en el matrimonio ocho años atrás acabó en un divorcio penoso después de 14 meses. Algunos hombres sólo admiran a las mujeres independientes a cierta distancia.
– Ser detective no es un trabajo para ti, Vicki. No es un juego. Te lo he dicho un millón de veces. Y ahora te has metido en un caso de asesinato. Querían mandar a Althans pero usé mis privilegios de teniente para encargarme yo. Aun así, tienes que contármelo todo. ¿Se puede saber qué te llevó hasta el chico de Thayer?
– ¿El chico de Thayer? -repetí.
– No te hagas la inocente, Vicki -me aconsejó Mallory-. El colgado del segundo piso que te vio nos dio una descripción bastante buena. Cuando Drucker le sacó la información pensó que la voz de la mujer que llamó era la tuya. Además, dejaste huellas en la mesa de la cocina.
– Siempre he pensado que no existe crimen sin castigo. ¿Queréis café o huevos?
– Ya hemos desayunado, payasa. Los que trabajamos no podemos quedarnos en la cama como la bella durmiente.
Sólo eran las 8.10, pensé cuando vi el reloj de madera al lado de la puerta. No me extrañaba que me pesara tanto la cabeza. Como un autómata corté el queso, los pimientos verdes y la cebolla, los coloqué encima de un trozo de pan integral y puse la tostada en la parrilla. Estaba de espaldas a Bobby y al sargento mientras se derretía el queso; luego puse la tostada en un plato y me serví una taza de café. Por la forma en que respiraba Bobby, deduje que se le estaba acabando la paciencia. Estaba como un tomate cuando puse el plato en la mesa y me senté a horcajadas en una silla.
– Sé muy pocas cosas del chico de Thayer, Bobby -me disculpé-. Sé que estudiaba en la universidad de Chicago y que ahora está muerto. Y sé que está muerto porque lo leí en el Sun-Times.
– No te pases de lista conmigo, Vicki. Sabes que está muerto porque encontraste el cadáver.
Tragué un bocado de queso fundido y pimientos.
– Después de leer la noticia en el Sun-Times supuse que el chico era Thayer, pero no lo sabía cuando vi el cadáver. Para mí era otro muerto. Sesgado en la flor de la vida -añadí piadosamente.
– Ahórrate las oraciones fúnebres y dime qué te llevó hasta allí -exigió Mallory.
– Ya me conoces, Bobby. Tengo un sexto sentido para el crimen. Cuando huelo el mal, mi misión es erradicarlo.
Mallory enrojeció aún más. McGonnigal tosió tímidamente y cambió de tema antes de que su jefe explotara.
– ¿Tiene algún cliente ahora, Srta. Warshawski? -preguntó.
Me temía esta pregunta desde hacía rato y no sabía qué hacer exactamente. Si quieres ser un buen detective, no puedes dudar. Así que opté por una verdad a medias.
– Me contrataron para que convenciera a Peter Thayer de que debía estudiar empresariales.
Mallory no podía hablar de la rabia.
– Es verdad, Bobby -dije con sinceridad-. Fui al piso del chico para hablar con él, la puerta estaba abierta…
– ¿Cuando llegaste o después de forzar la cerradura? -me interrumpió Mallory.
– Así que entré -continué- aunque creo que no cumplí mi encargo porque Peter nunca estudiará empresariales. Ni siquiera sé si todavía tengo un cliente.
– ¿Quién te contrató, Vicki? -dijo Mallory más calmado-. ¿John Thayer?
– ¿Por qué querría contratarme John Thayer, Bobby?
– Dímelo tú. Tal vez quería que sacaras a relucir algunos trapos sucios para alejar a su hijo de los fumetas con los que anda.
Apuré el café y miré a Mallory a los ojos.
– Anteayer por la noche vino un tipo a mi despacho y me dijo que era John Thayer. Quería que encontrara a la novia de su hijo, Anita Hill.
– No hay ninguna Anita Hill en este caso -dijo McGonnigal-. Hay una Anita McGraw. Parece que Peter compartía habitación con una chica, pero esos jóvenes son tan ambiguos y sin perjuicios que es difícil saber quién está con quién.
– Prejuicios -dije con la mirada perdida. McGonnigal se puso pálido-. Sin prejuicios, sargento -añadí.
Mallory estaba a punto de estallar.
– De todas formas -me apresuré a decir-, cuando vi que no había ninguna Anita Hill en la universidad, imaginé que el tipo sólo quería despistarme. Y después me aseguré.
– ¿Cómo? -preguntó Mallory.
– Conseguí una foto de Thayer en el Banco Dearborn y vi que no era mi cliente.
– Vicki, eres una metomentodo. Tony se revolvería en su tumba si pudiera ver lo que haces. Pero no eres idiota. No me digas que no le pediste ninguna identificación.
– Me dio su tarjeta, el teléfono de su casa y una fianza. Imaginé que podría contactar con él cuando quisiera.
– Déjame ver la tarjeta -inquirió.
Desconfiado de mierda.
– Es su tarjeta -dije.
– Me gustaría verla, por favor -dijo con el tono típico del padre que se contiene ante una hija rebelde.
– No verás nada que yo no viera, Bobby.
– No me creo que te diera una tarjeta -dijo Mallory-. Conocías al tipo y ahora lo estás encubriendo.
Me di por vencida. Fui al dormitorio y saqué la tarjeta del primer cajón. Borré las huellas con una bufanda, volví a la cocina y se la di a Mallory. El logo del banco estaba en la parte inferior izquierda. «John L. Thayer, vicepresidente ejecutivo del Banco Fiduciario Dearborn» en el centro. En el margen derecho, mi garabato con el supuesto número de teléfono de su casa.
Mallory sonrió satisfecho y puso la tarjeta en una bolsa de plástico. No le dije que las únicas huellas que quedaban eran las mías. ¿Para qué estropearle su única ilusión?
Mallory se inclinó hacia delante.
– ¿Y ahora qué vas a hacer?
– No lo sé. Me pagaron para que encontrara a una chica. Creo que mi deber es encontrarla.
– ¿Y vas a esperar una revelación divina, Vicki? -dijo Mallory con malicia-. ¿O tienes alguna pista para encontrarla?
– Supongo que hablaré con algunas personas.
– Vicki, si sabes algo relacionado con el asesinato y no me lo cuentas…
– Serás el primero en saberlo, Bobby -le prometí.
No era exactamente una mentira porque no estaba segura de que Ajax estuviera relacionado con el asesinato, aunque cada cual relaciona cosas en su cabeza.
– Vicki, estamos investigando el caso. No tienes que demostrarme lo lista ni lo inteligente que eres. Pero hazme un favor. O hazlo por Tony. Deja que el sargento McGonnigal y yo encontremos al asesino.
Lo miré fijamente y él se inclinó hacia delante y preguntó con seriedad:
– ¿Qué impresión te dio el cadáver?
– Le dispararon. No le hice una autopsia, Bobby.
– Vicki, por favor, no me provoques más. Has hecho carrera en una profesión que ninguna chica corriente elegiría, y no eres tonta. Sé que cuando entraste en el piso, y pronto averiguaremos cómo lo hiciste, no gritaste ni vomitaste como haría cualquier chica decente. Tú inspeccionaste el piso, y si me dices que no hay nada del cadáver que te llamara la atención, mereces que te revienten la cabeza cuando salgas a la calle.
Suspiré y me repantigué en la silla.
– Está bien, Bobby. Al chico le tendieron una trampa. No lo mató ningún radical fumeta. Pero tenía que estar allí alguien que Peter conociera, alguien a quien invitara a tomar un café. Yo creo que le disparó un profesional porque hizo un trabajo muy limpio: un único disparo y acertó. Pero tenía que ir acompañado de alguien de la confianza del chico. Y si fue un colega suyo, tiene que ser un tirador excepcional. ¿Has interrogado a su familia?
Mallory hizo oídos sordos a mi pregunta.
– Sabía que harías esta interpretación. Precisamente porque eres lista y ves que se trata de algo peligroso, te pido que abandones el caso.
Bostecé. Mallory estaba dispuesto a no perder la compostura.
– Apártate de este follón, Vicki. Huele a crimen organizado, a sindicatos y a asociaciones peligrosas en las que no deberías mezclarte.
– ¡Bobby, por favor! Que el chico tuviera amigos radicales y pegara cuatro pósters no significa que estuviera metido en sindicatos violentos.
Mallory tenía problemas para convencerme de que me apartara del caso y al mismo tiempo no revelar secretos de la policía. Se le notaba en la cara. Pero al final dijo:
– Tenemos pruebas de que los chicos conseguían los pósters a través de la empresa que edita material para los Afiladores de Cuchillos.
Moví la cabeza y puse cara de pena.
– ¡Qué horror!
La Hermandad Internacional de los Afiladores de Cuchillos era conocida por sus contactos con el mundo del hampa. Contrataron a algunos matones en los turbulentos años treinta y nunca más pudieron deshacerse de ellos. Como consecuencia, la mayoría de las elecciones eran fraudulentas y existía mucha corrupción en los fondos. Y de repente adiviné quién era mi escurridizo cliente, por qué el nombre de Anita McGraw me sonaba y por qué el tipo había sacado mi nombre de las Páginas Amarillas. Me acomodé en la silla pero no dije nada.
Mallory se puso morado.
– Vicki, si te entrometes en este caso, ¡te arresto por tu propio bien!
Se levantó de forma tan brusca que tiró la silla al suelo. Hizo un gesto al sargento McGonnigal y se fueron dando un portazo.
Me serví otra taza de café y me la llevé al baño. Sumergida en el agua calentita con sales minerales noté en los huesos los efectos secundarios de las copas de la noche anterior y me acordé de una noche de veinte años atrás. Mi madre me estaba metiendo en la cama cuando llamaron a la puerta y entró tambaleándose el vecino de abajo. Un hombre corpulento de la edad de mi padre; tal vez era más joven pero todos los hombres grandotes parecen mayores bajo la mirada de una niña. Me asomé a la puerta porque oía jaleo y vi que el hombre estaba ensangrentado. Mi madre vino corriendo y me mandó de nuevo a la cama. Desde mi habitación oímos parte de la conversación. Habían disparado a nuestro vecino, seguramente unos matones contratados por la patronal, y tenía miedo de denunciarlo en comisaría porque él también tenía a matones contratados; por eso pedía ayuda a mi padre.
Tony le ayudó: le curó las heridas. Pero le exigió que desapareciera del barrio y que no volviera nunca más, algo inusual en un hombre tan afable como él. Aquel hombre era Andrew McGraw.
No lo había vuelto a ver nunca más ni lo había asociado con el McGraw presidente de la logia 108 y, por lo tanto, de todo el sindicato. Pero él sí que se acordaba de mi padre. Supongo que lo buscó en el cuerpo de policía y cuando le dijeron que había muerto encontró mi nombre en las Páginas Amarillas y creyó que era el hijo de Tony. Pues no: era su hija, y no tan afable como mi padre. Heredé el carácter italiano de mi madre y me gusta llegar al fondo de las cosas, como hacía ella. Pero, dejando a un lado mi carácter, imaginé que McGraw se había metido en un lío del que ni el afable de Tony lo habría sacado.
Bebí un poco de café y flexioné los dedos de los pies. El agua tenía un color turquesa claro. Me miré los pies a través del agua e hice especulaciones. McGraw tenía una hija. Seguramente ella lo apreciaba porque también se dedicaba al movimiento sindicalista. Los niños no abanderan las mismas causas que sus padres si no se llevan bien con ellos. ¿Había desaparecido Anita o su padre la ocultaba? Quizás él sabía quién había matado a Peter y ella huyó por esta razón. O a lo mejor él pensaba que su hija había matado a Peter. Me acordé de que la mayoría de los asesinatos se cometen entre seres queridos, así que Anita se convertía en sospechosa número uno. ¿Qué relaciones tenía McGraw con el matón que se codeaba con la Hermandad de los Afiladores de Cuchillos? ¿Le habría sido fácil contratar a alguien para que asesinara al chico? Tenía que ser alguien que el chico conociera y lo invitara a entrar, tuvieran buena o mala relación porque McGraw era el padre de su novia.
El agua del baño estaba caliente pero sentí un escalofrío al terminar el café.