24

ME CAGO EN LA PUTA!! -exclamé yo- ¡¡¿¿Y ÉSTE??!! ¡¡¿¿NO TE PARECE QUE ÉSTE ES UN HERMOSO LUGAR, EH??!! ¡¡¡¿¿QUÉ MÁS QUIERES??!!!

El guía me había tomado ojeriza desde el principio y trataba de hacerme morir de hambre. Caminábamos desde las cinco de la madrugada y yo sólo llevaba un café y dos cervezas en el estómago. Hacia mediodía, yo había empezado a hacer algunas propuestas razonables, pero cada vez él movía negativamente la cabeza: no, sígame, decía, vamos a elegir un lugar realmente agradable para detenernos, estos días tienen que estar dominados por el signo de la Belleza. Toda la pandilla de tarados que iban con nosotros estaban en el séptimo cielo.

Ahora habíamos llegado a una especie de claro, con una alfombra de hojas rojas, que dominaba todo el valle. El guía se había detenido, y al ver que yo ya había tirado mi bolsa al suelo y que un gordo con gafas había tomado una coloración azulada, asintió con la cabeza.

– Bien -dijo-, pero nos quedaremos poco rato. Tenemos que llegar al refugio antes de que se haga de noche.

Me derrumbé en la hierba seca al lado de Lucie, que parecía es-ar en plena forma. El sol había ido subiendo por el cielo, rápidamente nos habíamos quedado en camiseta y yo no podía despegar mis ojos de sus pechos. Hacía tres días que corría tras ella con la lengua afuera. Eché un vistazo entre sus piernas aparentando que miraba al vacío, y la cosa me afectó en serio: su short era excesivamente pequeño. Tuve que apretar las mandíbulas para no hacer una burrada, y esperé a que se me pasara preparando bocadillos de jamón.

– ¿Qué, te gusta? ¿Estás contento…?

– Es magnífico -le dije-. Me siento renacer.

– La Humanidad se encuentra tan alejada de la Naturaleza… -comentó.

– Me pone los pelos de punta.

Me parecía extraordinariamente lejana la última vez que había pegado un polvo. Desde hacía varios días, me sentaba para contemplar a aquella chica correr en chandal por la playa, justo a la hora en que yo me levantaba. Se me ponía tiesa y suspiraba, y los días pasaban tristemente. Me dedicaba a pasar en limpio mi novela, pero la imagen de aquella chica corriendo por la playa me perseguía. Se iba convirtiendo en una idea fija. Una mañana le lancé un breve saludo con la mano y ella me sonrió. Al cabo de unos cuantos días se detuvo delante de mi ventana, y nos dijimos dos o tres frases relacionadas con el tiempo y con los efectos beneficiosos del deporte.

Tres días antes de aquella excursión por la montaña, ella había sugerido la idea enloquecida de bañarnos en aquel mar helado. Logré escabullirme, pero me encontré con su chandal en las manos mientras ella se marcaba un largo crawl. Cuando volvió hacia mí, meneando las cadera en un bikini rojo sangre, yo ya no era el mismo hombre.

Y al día siguiente me había bañado con ella en aquella agua mortal y fría. Estaba medio majara, y por la noche la había acompa nado a una conferencia sobre el tema «Domine su cuerpo». Hat intentado no fumar excesivamente durante los debates.

Finalmente, el día anterior me había propuesto este paseíto de dos días en plena Naturaleza y yo me mostré muy entusiasta. De todos modos, no podía dejar de seguirla. Era como un tipo que se ha caído del caballo y va siendo arrastrado por los estribos.

Me había comprado una bolsa amarillo limón y la había llenado de cervezas. También llevaba un anorak barato. Lo puse en el suelo y me estiré encima. Los otros trotaban a mi alrededor, se preparaban rebanadas de pan integral y bebían agua de manantial. Pero yo tenía la mente demasiado ocupada para unirme a ellos y para extasiarme ante la belleza sin nombre de una hoja muerta. Lucie jugaba con su pelo al sol.

– Qué increíble suerte la de tener un tiempo así, ¿verdad? -comentó.

– Sí, es formidable. Si no me reprimiera, dejaría a los demás, y me pasaría el resto del día estirado, de espaldas, respirando el aire puro, y durmiendo bajo las estrellas. ¿Qué te parece?

– Oh, no -dijo-. Vas a ver el refugio, está en un lugar fantástico… Pero hay que merecerlo. No estarás cansado, ¿verdad?

– ¿Estás de broma? Este paseo me ha puesto en forma.

Ya ni lo sé, pero quizás hacía dos meses que no había tocado una mujer con mis manos. Lucie tenía la piel muy lisa y lo mínimo que puede decirse de ella es que respiraba salud por todos los poros; el tipo de chica que cualquiera habría elegido para un anuncio de agua mineral. Me la comía con los ojos y me parecía que hasta el menor de sus gestos tenía una prolongación sexual y, cuando por casualidad la rozaba, me veía en las puertas del Paraíso. Pero aún no había intentado nada concreto, quería tener todas las bazas conmigo. La verdad es que me encontraba en un estado tan febril, que me sentía incapaz de hacerme una idea precisa de lo que ella pensaba de mí. De momento, jugábamos a los magníficos compañeros, y estábamos por encima de todo eso. Éramos dos angelitos animados por la pasión común de la Naturaleza, la Verdad y la Belleza.

Justo antes de salir, una mujer repartió unos pastelitos melosos que había preparado A PROPÓSITO para el viaje. Cono, toda aquella mierda estaba pringosa, pero formábamos un buen equipo, nos Queríamos mucho, y me metí el pastelito entero en la boca para no ensuciarme las manos. No debía de haber sido fácil hacer una cosa an pegajosa, tenía los dientes llenos de porquería y me costó un buen rato deshacerme de ella. Todo el mundo elevaba los ojos al cielo y comentaba la sutileza de esa delicia pura. Me acerqué discretamente a Lucie.

– Oye -le pregunté-, ¿tienes un cuchillo?

– Claro que sí.

– Tengo que hacerme un palillo para limpiarme los dientes.

– Pues yo tengo las manos sucias -me dijo-. Cógelo tú, está en mi bolsillo…

Se volvió y vi el cuchillo. El cacharro sobresalía de su nalga izquierda, bastante abajo. Era el tipo de detalles que te hacían dar cuenta de que llevaba un short. Santo Dios, pensé, si metes la mano ahí dentro, eres hombre muerto.

– ¿Qué pasa? -me preguntó-. ¿No lo ves?

– Sí, sí -le contesté.

– Pues bueno, cógelo.

Fui a buscar el bendito cuchillo y mi mano se deslizó por su nalga. Lucie efectuó un pequeño movimiento nervioso al sentir que me eternizaba y, cuando finalmente saqué el cacharro, me miró sonriendo.

Agarré mis cosas y me las eché a la espalda.

– Bueno, venga -dije-, ¿vamos a ese refugio o no?

Volvimos a emprender la marcha. Hacía una temperatura agradable. Los demás avanzaban en grupos de dos o tres y charlaban, pero yo prefería quedarme atrás para dar prisa a los retrasados; estaba en avanzado estado de excitación.

Era la primera vez que sentía algo un poco intenso desde que había terminado mi novela. Me sentaba bien y creo que me lo merecía, que no lo había robado. Pese a lo que pueda pensarse, terminar un libro no significa una liberación, para mí más bien era lo contrario, me sentía inútil y abandonado, y estaba de un humor di perros. Me había lanzado a esa historia con Lucie para respirar un poco, hacía más de quince días que trabajaba sobre el original y ya sentía una sensación agradable. Era como el tipo vencido que ayuda a la mujer amada a preparar las maletas porque ya no queda nada más que hacer.

El sol desapareció detrás de una colina y todo el mundo coi deró que era muy bonito, y yo el primero. Era una luz amarilla temblorosa que se deslizaba entre las hojas muertas y hacía que desprendiera un olor de tierra almibarada. Lucie estaba exa mente delante de mí y yo la miraba mientras sus muslos rozaba uno contra el otro. Me habría gustado tener un puñal en las manos para hundirlo hasta la empuñadura en el tronco de un árbol. El cansancio de la caminata me llenaba de energía.

Llegamos al refugio cuando caía la tarde. Me pareció formidable, en serio, era un lugar realmente maravilloso y yo estaba de excelente humor, la menor cosa me parecía auténticamente divina. Había una cabana grande y un torrente, y un lugar para el fuego de leña. Todo era perfecto hasta en sus menores detalles, y por un momento creí que iba a recibir la llamada de la selva.

Colocamos las bolsas en la cabana y me las arreglé para quedarme un poco retrasado con Lucie, simulando que comprobaba el cierre de mi saco de dormir. La miré mientras se ponía un jersey a la luz de una lámpara de seguridad. Luego se revolvió para quitarse el short y entonces creí morir; no habría desviado la mirada ni aunque un oso gris hubiera surgido a mi espalda. El mundo acababa de hundirse y yo me encontraba a solas con unas pequeñas bragas de seda azul, tensas como un globo de chicle y que centelleaban a la luz.

El guía asomó la cabeza por el marco de la puerta.

– ¡Sevicio de leña! -anunció.

– De acuerdo -dijo ella.

Se puso unos téjanos a toda velocidad y yo tiré mi anorak al suelo como un salvaje.

– Venga, vamos… Coge tu linterna, ¿eh? -dijo ella.

– Ya sabía que me había olvidado algo -me excusé.

– Bueno, no es grave, sólo tienes que venir conmigo.

– Sí, claro, pero de todas maneras es molesto.

Salimos y vi que toda la pandilla se iba hacia la derecha con sus lucecitas en la mano; era casi de noche y en el cielo se estiraban targas nubes moradas. Llevé a Lucie hacia la izquierda.

– Van a rastrear toda la zona -dije-. Tendremos mejores oportunidades por aquí.

– Sí, vamos a hacer un fuego de todos los diablos. ¡Me encanta!

Nos adentramos un poco en el bosque y yo estaba tan nervioso que no necesitaba la linterna para ver con toda claridad. Era un fenómeno muy raro pero que no me preocupaba, me sentía como na lechuza sobrevolando su territorio de caza.

– Ilumíname, voy a recoger ramitas.

Su voz hizo que me sobresaltara. Cogí la linterna y enfoqué la luz sobre ella, me puse a silvar I’ll be your baby tonight para huir del silencio, pero me sentía cada vez más aturdido. Tenía la garganta seca. Me acerqué a ella, que estaba quebrando unas ramas muertas, y me detuve cuando pude notar su olor. Tenía la impresión de estar al borde del abismo.

Se volvió hacía mí con los brazos cargados de ramitas y rne miró sonriendo.

– ¿Que hay? Pones una cara…

Me sentí recorrido por una draga de profundidad y caí de rodillas.

– Oh, Lucie -articulé-. Mierda, Lucie…

Cerré mis brazos en torno a ella y hundí la cara entre sus piernas. Los botones del tejano me hacían daño en la frente.

– ¡Oh, Señor! -exclamó ella.

En aquel momento, soltó el montón de palos encima de mi cabeza y se apoyó en un árbol. Yo froté mis mejillas en sus muslos.

– Mierda de mierda de mierda -iba diciendo yo.

Con mis manos recorría a toda velocidad sus muslos y le apretaba las nalgas. Parecía un tipo dando vueltas sobre sí mismo en medio de un incendio.

– Oh, desabrocha eso -dijo-. ¡Desabróchame eso!

Empuñaba mi cabeza con sus manos y la aplastaba entre sus piernas. Un olor enloquecedor atravesaba la tela y yo ya estaba medio nocaut. Sólo medio. Hice saltar todos los botones.

– ¡Oh, que aire tan puro! ¡Esta noche me vuelve loca! -suspiró ella.

Yo no hablo en momentos así, trato de no dispersarme excesivamente. Pero sé reconocer la Gracia cuando se encuentra a mi lado y, de haber tenido tiempo, me habría estirado en el suelo con los brazos en cruz y habría hundido la nariz entre las hojas muertas para besar la tierra. Tiré del tejano hacia abajo y también bajaron las bragas. Dejé el conjunto en la mitad de sus piernas.

– ¡Jesús, qué bien se está! -murmuró-. Soy una hierba acariciada por el viento.

Levanté los brazos para atraparle las tetas y metí la lengua en su raja. Me soltó la cabeza con un breve suspiro y se agarró al árbol colocando las manos hacia atrás, ligeramente por encima de la cabeza. No tenía celos del árbol y antes de proseguir me separé un poco para mirarla. Era una visión milagrosa la de aquella chica temblorosa amarrada al poste del suplicio, con las piernas cubiertas hasta las rodillas. ¡Qué imagen tan serena! Atrapé su paquete de pelos como si fuera una cabellera aún humeante, me lo acerqué a los labios y me hizo recordar los buenos tiempos pasados. Durante un segundo, se me llenó el cerebro de viejos recuerdos marchitos. Estábamos a punto de dejarnos ir cuando oímos unos chasquidos muy cerca y vi que una lucecita se acercaba peligrosamente. Lancé una especie de aullido interior mientras Lucie se subía las bragas a todo gas. Un pájaro nocturno elevó el vuelo por encima de nuestras cabezas, batiendo las alas. Había creído que iba a tocar la meta, pero cerraba las manos sobre el vacío. ¿Qué vida era esta que te rompía a pedradas los vasos de agua, cuando acababas de atravesar un desierto infernal? Y el otro, ¿qué cono debía de querer ahora? Estaba seguro de que era él. Lo sabía. Era el puto guía, el tipo con sus shorts y su gorrito de lana en la cabeza. Llegó hasta donde estábamos.

– Ah, os estaba buscando -dijo-. Ya tenemos suficiente leña.

– Nos hemos especializado en las ramitas y la leña pequeña -dije yo-. Estábamos haciendo un buen montón.

– No, podéis dejarlo, los otros han hecho un buen trabajo. Mejor haced el servicio de agua.

– Claro que sí, Vincent… Con mucho gusto -dijo Lucie.

– Como gustes, chico -comenté.

Conservé en la boca el sabor de Lucie hasta que volvimos al campamento, y me convencí de que sólo era cuestión de tiempo; ya casi lo tenía. Mientras los demás preparaban el fuego, Lucie y yo cogimos aquellas especies de ridículos cubos de lona y nos dirigidos hacia el torrente. El agua corría entre las piedras con un silbido nervioso. Nos pusimos de rodillas y hundimos los cubos en la corriente helada. Aproveché para deslizar una mano bajo su jersey, Pero ella me la retiró.

– No -dijo-, desde aquí pueden vernos…

– No estamos atracando un Banco, me parece…

– No, pero vamos a excitarnos y total para nada. Además, no es desagradable esperar un poco… La noche es tan hermosa, tenemos todo el tiempo…

Hicimos varios viajes de ida y vuelta con los cubos y, cuando regresamos la última vez, el fuego se puso a crepitar e inundó los alrededores con una luz bastante infernal. Los demás habían preparado la comida y yo repartí unas cuantas cervezas. Todo el mundo parecía contento.

Al cabo de un momento, Vincent me llevó aparte. Parecía un poco enfadado.

– Tienes que saber que eso no termina de gustarme -me dijo.

– ¿Tienes miedo de que le peguemos fuego a la montaña?

– No, no es eso. Pero tú eres nuevo y seguro que hay algo que no has entendido bien.

– A ver, te estoy escuchando.

– Bueno. ¿Sabes?, esta excursión en plena Naturaleza tiene la finalidad de purificarnos, debe ayudarnos a recuperar la relación con una pureza olvidada, tenemos que tomar conciencia de nuestros cuerpo. Me parece que expliqué a fondo todas estas cosas antes de salir, pero tengo la impresión de que no estabas atento.

– No es más que una impresión, te lo aseguro.

– Oye, no me parece que se necesite un esfuerzo espantoso para olvidar la civilización durante cuarenta y ocho horas, ¿no crees?

– Claro, nada más fácil, chico.

Se rascó la cabeza y levantó la vista hacia la luna creciente que acababa de salir por encima de los árboles.

– Entoces, explícame una cosa -dijo-, ¿de dónde salen esas porquerías de cervezas? ¿De dónde viene todo ese condenado alcohol? ¿Eh, a ver?

– Oye, estás de broma. ¡Eso no es realmente alcohol!

– No, claro, y dentro de un momento sacarás unos cuantos porros o alguna otra porquería así de ese estilo…

– Ahí, muchacho, me das pena…

Se quedó un momento pensando y después me miró de pies cabeza.

– Bueno -dijo al fin-, creo que voy a olvidar este incidente per en el futuro trata de integrarte mejor en el grupo. Sólo puede hacerte bien.

– No sé que me ha pasado -dije.

Nos reunimos con los demás y comimos un bocado sentados alrededor del fuego. Me perdí en la contemplación de las llamas hasta el final de la comida. Apenas oía su charla, y de plano cerré jos oídos cuando el tal Vincent nos lanzó su memez de discurso sobre la Naturaleza. Hay tipos que pueden convertir en ridicula cualquier cosa, tipos capaces de cargárselo todo. Apasionarse por algo pe» te hace forzosamente más inteligente, contra lo que pueda creerse.

Creí que no iba a terminar nunca pero, en el momento en que perdía toda esperanza, fui designado, junto a algunos otros, para apagar el fuego. No nos hicimos de rogar. Entretanto, unos tipos valerosos plantaron tiendas en un tiempo récord, lo que hizo que sólo unos pocos tuviéramos que compartir la cabana. En mi opinión aún éramos demasiados, pero era aquello o nada. Era aquello o dejarse devorar por los mosquitos y hacerse duchar por el rocío de la madrugada.

La cabaña era bastante grande y además tenía una especie de buhardilla a la que se llegaba mediante una escalera de mano. Inmeditamente supe lo que tenía que hacer. Mientras los otros lo tergiversaban todo y se hacían cumplidos, cogí a Lucie por un brazo y lancé nuestras cosas allí arriba.

– Es nuestra única oportunidad -le dije.

Una vez llegados arriba, me froté las manos. El lugar era encantador, con una ventana pequeña que enmarcaba perfectamente a la luna. Lucie estaba arreglando los sacos de dormir cuando vi que emergía una cabeza a ras de suelo, una cabeza de cincuenta años con gafas y una coleta a cada lada. Estuve a punto de estrangularla pero ya era demasiado tarde, la buena mujer subió los últimos escalones y se plantó con su pijama y su saco enrollado bajo el brazo.

– Creo que estaremos mucho mejor aquí arriba -dijo.

– Estaremos apretados -gruñí yo.

Otra sorda. Pero no tuve tiempo para insistir porque vi que la escalera volvía a temblar. Me lancé hacia delante y empecé a zarandear el asunto hasta que el tipo que estaba abajo abandonó. Está completo, vaya una locura, dije, y retiré la escalera con el corazón rebosando odio.

A continuación me estiré al lado de Lucie. La buena mujer no estaba demasiado lejos de nosotros, nos sonreía y yo le dirigí una mirada asesina.

Tal como me temía, Lucie se negó a hacer nada hasta que nuestra vecina se hubiera dormido. Era un suplicio. Los de abajo habían apagado la lámpara, pero nosotros, allí arriba, conservabamos un rayo de luna, y yo veía que la buena mujer luchaba tontamente contra el sueño, con la boca medio abierta y manoseándose una coleta.

Ese cuento duró más de media hora, y luego su cabeza se cayó hacia un lado. Le hice una seña a Lucie indicándole que la plasta aquélla acababa de dormirse y que íbamos a estar tranquilos hasta el amanecer.

Se quitó la camiseta. Pude jugar con sus tetas y mordisquearle los pezones.

Se quitó aquella cosa apretada y pude jugar con sus piernas, sobre todo con el interior de sus muslos.

Quiso quitarse sus bragas de seda azul pero ahí dije basta. También quería jugar con aquello, Y DE QUÉ MODO. Aquel pequeño pedazo de tela era una pura maravilla que iba directa al corazón; su materia parecía realmente viva. Hice que Lucie se pusiera de rodillas. Apoyó la cabeza en mis brazos y me quedé un momento inmóvil. Estaba verdaderamente fascinado. Un rayo de luna daba directamente allí y resbalaba sobre la seda, yo me mordía los labios. Carajo, aquella condenada cosa iba a engullirme de un momento a otro pero quería verlo, era como un arco voltaico, y quería estar consciente tanto como pudiera. Qué piel tan magnífica tenía. Coloqué una mano sudorosa sobre las bragas y empecé a cerrar lentamente los dedos. La seda se puso tensa como una vela hinchada por el viento. Oía la respiración de Lucie y a continuación cerré el puño y estiré de forma que la tela le entrara entre las nalgas. Era realmente fantástico, su raja empezó a rezumar y rápidamente me ocupé del asunto. Empecé a ver puntitos luminosos por todos lados.

Yo hacía como si las bragas no existieran, Lucie lanzaba pequeños gruñidos. Estaba volviéndome medio loco cuando la buena mujer que estaba ahí al lado se despertó. Se quedó mirando lo que yo estaba haciendo con los ojos abiertos como platos. Me erguí con un hilo de saliva luminosa colgando de mi boca; menos mal que Lucie no se había dado cuenta de nada. Le indiqué a la vieja que se callara aplastándome un dedo en los labios. Gimió y a continuación se puso el anorak sobre la cabeza mientras yo volvía a mi himno a la Naturaleza iluminado por un rayo de luna plateado.


De madrugada, sentí que una mano me zarandeaba. Abrí un Ojo. Vi que las coletas se balanceaban encima de mi nariz y me volví hacia otro lado. Ella me zarandeó con más fuerza.

– Santo Dios -dije-, estoy reventado. ¿Qué quiere?

– Tengo que bajar -dijo.

– Bueno, haga lo que quiera. No se lo estoy impidiendo, ¿verdad?

– No puedo poner la escalera yo sola. Es demasiado pesada para mí…

– Sí, sí, claro, ¿pero por qué no se pone a dormir, eh? Va a despertar a todo el mundo.

– Tengo que hacer pipí… Inmediatamente.

Lancé un suspiro que no acababa nunca y me levanté. No me sentía en forma, tenía las piernas un poco flojas y los ojos hinchados, no había podido dormir ni dos horas y era una sombra de mí mismo. Levanté la escalera, me pareció más pesada que la noche anterior, me acerqué al vacío y la dejé rebalar hasta abajo. La mujer me dio las gracias y luego me obsequió con una extraña sonrisa antes de poner un pie sobre el primer escalón. No sé cómo se las apañó pero le resbaló el pie y estuvo a punto de caer hacia atrás. La pesqué por un brazo en el último momento.

– ¡Santo Dios! Tenga un poco de cuidado, mujer, me ha hecho pasar un miedo espantoso -dije.

– Ay, muchas gracias… Es usted muy amable.

– No es nada -dije.

– Qué ridículo, ¿no? La escalera ha resbalado…

– No, la escalera no ha resbalado. Venga, baje despacito…

– Se lo aseguro, he notado que se iba hacia un lado.

– Que no, que no hay ningún peligro.

Ella no estaba segura y yo casi me estaba durmiendo de pie. Se movió un poco para ver si estaba firme y, efectivamente, la puta escalera resbaló hacia un lado. Mi pie descalzo estaba presamente allí.

Fue como si lo hubiera puesto encima de un raíl y una locomotora le hubiera pasado por encima pitando. El dolor zigzagueó por mi cerebro. Sentí como un desvanecimiento. Me desequilibré hacia delante, bajé directamente y fui a dar sobre la mesa.

Así fue cómo me rompí el brazo.

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