28

Tomé la carretera que seguía paralela a la costa. Desde que habían estado trabajando en ella, era una hermosa línea recta, ancha como un aeródromo y que corría sin fin sobre un suelo polvoriento. Había partes en las que el mar llegaba hasta muy cerca, deslizaba una mano negra entre las dunas, y después dejaba una huella brillante en la arena. Había encendido la radio y un tipo con un acento muy cerrado gritaba para anunciar que Paul Simon y Art Garfunkel acababan de aparecer en escena. Aquellos dos cerdos a punto estuvieron de hacerme llorar hace veinte años cantando At the zoo, en la época en que me tomaba mis primeros ácidos. Ja, ja, sabíamos divertinos en aquellos tiempos, teníamos el culo menos apretado. Estuve con el concierto durante todo el viaje. Pasé un rato excelente, entre dos aguas.

Empecé a fijarme cuando pasé el último punto señalado en el mapa. A continuación tenía que tomar un camino a la derecha. Debía estar atento.

Me encontré prácticamente al borde del agua, en una estrecha carretera que corría paralela a las dunas, y vi algunas luces de casas a lo lejos; parecía una pequeña zona paradisíaca a dos o tres kilómetros de la ciudad.

La casa que Yan me había indicado era la segunda, justamente en la que parecían haberse dado cita todos los coches de los alrededores. No me esperaba nada de eso, no fui capaz de decidir si era bueno o malo presentarme en medio de una fiesta. Pero era un lugar en el que se podía respirar, y las casas estaban situadas a doscientos o trescientos metros la una de la otra. Aparqué lo más cerca posible, corté el contacto y me tomé el tiempo de fumarme un cigarrillo.

Oía gente que charlaba afuera y algunos fragmentos de música, especialmente los bajos. Estaban iluminados la planta baja y el primer piso, y la luz centelleaba a través de las ramas de los tamarindos.

Conozco un truco infalible para colarte en una fiesta a la que no te han invitado. Es un truco que siempre funciona, basta con tener el material mínimo, y es un material que cabe en la guantera. Así que me incliné, cogí las gafas oscuras y un vaso capaz de contener una dosis importante de cualquier cosa.

Evidentemente no veía gran cosa, pero en líneas generales la cosa funcionaba. Con el vaso en la mano avancé hacia los primeros grupos. Inmediatamente noté que el ambiente era muy esnob, pese a que había algunos levis mugrientos y algunas poses relajadas. Pero era fácil comprobar que los tarados estaban en franca mayoría. No me costó nada pasar desapercibido en medio de aquella gente, y tipos que no había visto en mi vida levantaban su copa dirigiéndome un saludo. Yo les contestaba alejándome.

En la sala había una chica que se encargaba de las botellas. Esperé mi turno en un rincón mirando hacia todos lados tratando de ver a Nina, pero no tuve suerte. Tendí mi vaso a la chica. Los tipos habían puesto la música prácticamente a tope.

– Me pregunto dónde se habrá metido Nina -le dije.

Estaba sirviéndome y me indicó que no oía nada.

– ¡¡NINA!! ¡¡¿¿DÓNDE ESTÁ NINA??!! -vociferé.

La chica me miró hinchando los carrillos, lo que no la favorecía en absoluto. Sacudió la cabeza.

– Bueno, no importa -dije.

Cogí mi copa y llegué hasta la salida. Empecé a registrar a fondo la zona, e incluso regresé a la barraca aquella y subí la escalera. Visité todas las habitaciones, aquellas en las que se jodia y las otras, las que aún estaban libres. No encontré el menor rastro de Nina, así que volví a bajar despacio.

Al pasar, le tendí mi vaso a la chica.

– ¿Qué, la has encontrado? -me preguntó.

– No, imposible.

– Unos cuantos se han ido a sacar fotos -añadió-. Quizás haya ido con ellos…

Me sentí cansado y estiré la mano hacia mi vaso.

– Pues dejo de buscar -dije-. Realmente, soy un tipo con suerte, igual se han ido a hacer un reportaje sobre las puestas de sol en Groenlandia.

– Tal vez, pero de momento han ido a la casa de al lado.

– ¿Sí?

– Sí, la primera, un poco más allá, la que tiene los postigos rojos.


Salí a la carreterea con mi vaso en la mano y empecé a caminar en dirección a la casa aquella. Oía simplemente el sonido de mis pasos sobre el asfalto, y sentía una sensación de espacio infinito y de ligereza despreocupada. La luz era soberbia, sólo un rayo de luna azulado que tocaba algunas cosas casi como desnudándolas. Me quité las gafas. Respiraba despacio porque tenía la impresión de que ese aire me embriagaba. Aquel paseo parecía un sueño, no me habría sorprendido que todo ese asunto explotara, y que el gigantesco decorado se convirtiera en polvo tras un ruido infernal.

Pero el asunto se mantenía firme, y me había puesto en camino para vivir aquel famoso coñazo una vez más. Era una casa de madera con ventanales y zonas de pintura descascarillada, y que de plano tenía los pies en el agua. Una especie de galería de tablas la rodeaba por completo, a unos dos metros del suelo, y el conjunto descansaba sobre cuatro pilares de hormigón. Una especie de casa de locos. Había dos coches aparcados delante de la entrada y podía ver que había luz en el interior, pese a que las cortinas estaban cerradas. Me adelanté hacia la puerta pero en el momento en que iba a llamar cambié de idea y me metí en la galería; no se oía nada excepto el chapoteo de las minúsculas olas que chocaban contra los pilares. Recorrí todo un lado de la casa, pasé delante de los postigos cerrados, y cuando giré al final, en la parte que daba al mar, me encontré cara a cara con Nina; casi choqué con ella.

Estaba apoyada en la balaustrada, ligeramente inclinada sobre el agua. Levantó lentamente la cabeza para mirarme y vi que estaba bastante bebida. Sacudió la cabeza y miró hacia otra parte. Me acodé a su lado, y dejé que corriera un poco de silencio antes de soltar algunas palabras.

– Me ha costado mucho encontrarte -le dije-. No conocía en absoluto este lugar. Las casas no están nada mal…

– Bueno, y ahora, ¿qué quieres? -me preguntó.

Era una buena pregunta, me dije, ¿pero cómo encontrar la respuesta?

– No lo sé. No creía encontrarte en este estado.

– ¿Y qué pasa? No me encuentras en plena forma, ¿verdad? ¿Y has hecho todo el viaje hasta aquí para decirme eso…?

Se irguió y hundió las manos en los bolsillos. La encontraba formidable. Todo lo demás me superaba.

– Ya estoy harta de todo este follón contigo. Sería mejor que te fueras.

– La cosa no es tan fácil.

Me miró fijamente y las aletas de su nariz se estrecharon bajo los efectos de la cólera. Su voz me pareció más grave.

– Tienes razón, no es tan fácil. Pero vas y te presentas sin más, en plena noche, sin avisar… Dios santo, ¿qué te has creído…?

No contesté, pensaba así son las cosas, no se puede hacer más. Retiró las manos de los bolsillos y se cogió de la balaustrada con la mirada en el vacío.

– ¡Sí, mierda, ¿qué te has creído?! -me repitió.

Lo más divertido es que no me salía ni una palabra de la boca. No sé,,pero supongo que la habría dejado hacer si hubiese agarrado cualquier cosa para golpearme. La habría dejado hacer, incluso me habría gustado. Pero no tuve tiempo de pensar en el asunto, porque repentinamente se echó a reír de forma bastante brutal:

– Pero, a ver, ¿estás soñando o qué…? Tendría que estar totalmente loca para volver con un tipo como tú. ¡No hay lugar para mí en tu vida, no hay lugar para nadie, no cabéis más que tú y tus malditos libros!

– No, te equivocas -le dije.

– Tú no necesitas a nadie, ¿aún no te has dado cuenta de que no necesitas a nadie?

– Deja ya de decir tonterías -le dije-. Mírame, ¿tengo aspecto de ser un tipo que no necesita a nadie?

– ¡Sí! ¡Eres el mejor representante de esa especie que he visto en mi vida!

– ¡Santo Dios!, óyeme, ¿te crees que estaría haciendo todo este numerito si no te necesitara?

Creo que, por un segundo, todo el alcohol salió de su cuerpo y me clavó una mirada brillante; a lo mejor había tocado un nervio o alguna cosa sensible. Sentí que algo ocurría.

– ¡Guuaauuuu…! -exclamó-. Parece que has progresado, ¿eh? Normalmente, eso se te habría atravesado en plena garganta. ¿Qué te ha pasado?

– Nada -dije.

En aquel momento tenía los músculos totalmente tetanizados, como si tuviera dentro una sobredosis de cualquier cosa, y no lograba saber si lo que corría por mis venas era hielo o fuego, o un poco de cada. Era a la vez delicioso y atroz. Retiré la mano de la baranda antes de que explotara por la presión de mis dedos.

Vaya, Djian, ibas a lanzarte a fondo. Era la gran zambullida, ¿verdad, colega?, yo tenía muy claro que ibas a echar el resto sobre la mesa. Claro, deseabas a esa chica, ¿no?, te habías envenenado el cerebro con su imagen y ahora te tocaba pagar. No me has hecho caso, Djian, te quedaste delante de ella con los ojos bajos, como un pobre tipo.

– Mierda… ¿Qué demonios te pasa…? ¿Por qué te has presentado así? -preguntó ella.

No me miraba, miraba no sé qué a lo lejos, o tal vez la luna. Me hubiera gustado hacer una foto del conjunto, me hubiera gustado conservar algo de aquel momento y pegármelo en el fondo de la cabeza para no olvidarlo.

– Lo que tú quieres es que nos volvamos locos los dos, ¿verdad? -murmuró.

Iba a seguir más o menos con cosas del mismo estilo pero un tipo se interpuso entre nosotros de forma sobrenatural. Lo reconocí, era Paul Newman, y pasó el brazo por el talle de Nina de forma desenvuelta.

– Te presento a Charles -me anunció ella-. Es fotógrafo. El tipo me guiñó un ojo.

– ’nas noches -dije yo.

Empecé a bajar en vuelo planeado y la cosa no terminaba nunca. Tardé un momento en comprender de dónde podía haber salido aquel chorbo. Además, su parecido con Paul Newman era una putada. Yo siempre había visto a aquel tipo en películas en las que volvía locas a todas las mujeres, y lo mismo pasaba en la sala.

En resumen, que el gilipollas aquel lo estropeó todo en una milésima de segundo, y mientras ellos charlaban, yo me dediqué a descomprimirme con toda la tranquilidad que pude reunir.

– ¿Qué? -preguntó ella-. ¿Ya está?

– Sí, Harold está guardando los aparatos. Vamos a poder respirar un poco.

Puta mierda, pensé, ¿quedaba toda una colonia allí adentro o qué? Eh, Djian, vuelve, pasa de esa pequeña isla desierta y olvidada en los mapas, no sueñes, colega, vas a tener que comportarte como un ser humano. No tienes elección, así que sé buen jugador, y tranquilízate un poco, hombre. Aunque la mano de ese cabronazo vaya más allá de lo que te gustaría en el talle de Nina, dedícale una sonrisa, Djian, hazlo por mí.

Hice una mueca mirando a lo lejos y tomé una carta cualquiera, al azar:

– Aún hace buen tiempo, pero ya empieza a notarse el invierno -dije.

No me contestaron. El tipo hacía un buen rato que no me hacía ni caso, devoraba a Nina con los ojos y le decía cosas que yo no llegaba a oír. Lo peor era que ella no parecía molesta, él la apretaba contra su cuerpo bastante descaradamente y ella lo dejaba hacer. Qué cerdo, qué desgraciado, lo tenía fácil con sus ojos claros y sus sienes plateadas, no tenía que esforzarse demasiado para meterse en el morral a una chica un poco borracha… Aunque me hubiera presentado con el premio Nobel de Literatura en el bolsillo, no habría tenido nada que hacer ante un tipo como aquél. Sin embargo, cuando dieron media vuelta para entrar en la casa, los seguí. Si aquel individuo se lo hubiera pensado un poco, habría comprendido que valía más matarme allí mismo que esperar a que soltara la presa. Una extraña paz se instaló en mí, como si bajara por la colina al amanecer después de haberme pasado la vida meditando en una cueva.

En la casa sólo había dos chicas, y un tipo tallado como una montaña y con cara de bebé. Me sentí aliviado al ver que no había demasiada gente. No íbamos a convertirnos en copos en medio de un tornado.

Nadie pareció sorprendido al verme entrar. Claro que no, eran gente guapa, y ésa es una de las primeras reglas que hay que poner en práctica cuando uno quiere estar realmente en el ajo: no sorprenderse por nada, y mirar los golpes que se da el mundo turbulento, desde detrás de los cristales y con ojos indiferentes. Perfecto. Controla tus emociones, baby, el mundo entero tiene los ojos fijos en ti. Yo soy incapaz de hacer cosas así, soy más bien el idiota que lanza exclamaciones del tipo ¡OH! y ¡AH!

Había dos sofás y un sillón, y me encontré sentado en este último, pero en la misma punta y con la espalda bien recta. Justo después vi que salían botellas de todos lados. Increíble, en un segundo todos teníamos una dosis mortal entre los dedos.

Charles parecía estar realmente en forma, no se estaba quieto en el sofá, ni dejaba en paz a Nina sino que atacaba cada vez más. Los otros tres, enfrente, se agitaban silenciosamente. Yo no hacía nada y a veces la vista se me turbaba. Tenía la impresión de que habían disminuido de estatura o que se habían retirado hacia el fondo de la habitación.

Después de este pequeño aperitivo, Charles volvió a llenar las copas, y la de Nina hasta el borde, cuando ella ya ni siquiera podía mantener la cabeza erguida. Que no haga tonterías, me dije, si se toma esa copa, ya estará, no podré impedir nada. Me incliné hacia adelante con una sonrisa y toque él hombro de Charles:

– Oye, no es razonable -le dije-. La conozco y sé que va a ponerse enferma…

Miró a Nina como si estuviera sorprendido:

– ¿De verdad? ¿Vas a ponerte enferma?

Pero Nina no encontró nada mejor que echar la cabeza hacia atrás y lanzar una risita. Charles se creyó autorizado para darme una palmada en el muslo:

– Tranquilo, hombre -me dijo-. Relájate…

Bebió un trago muy largo y luego dejó su copa sobre el brazo del sofá mientras me miraba fijamente. Yo tenía la boca seca. Al otro lado, el gigante sorbía su copa lentamente, con los ojos semicerrados y una chica en cada brazo. Aquellos dos cerdos parecían verdaderos profesionales, tan seguros de sí mismos como todos esos tipos que siguen escribiendo como a principios de siglo, y que son invencibles en el campo de las rimas y los besamanos. Charles acababa de poner una pierna encima de las de Nina, y la besaba furiosamente en el cuello. Aquello me cortó la respiración. Por mucho que mirara al techo al fondo de mi copa, sabía que ella seguía con los ojos fijos en mí. Me parecía insoportable, y aunque ella diera la impresión de estar totalmente ausente, era terrible. Me revolví en mi asiento.

– No es demasiado tarde, ¿verdad, muchachos? ¿Qué tal si fuéramos a dar un paseo por la playa, a tomar un poco el aire?

– Sí, sí, claro que sí, hombre -dijo Charles-, no te preocupes. Te prometo que nadie va a tocar tu copa mientras estés fuera. Tranquilo, hombre…

Encendí un cigarrillo y me hundí en el sillón con las piernas cruzadas. Charles debió de pensar que había demasiada luz o demasiada gente o que faltaba espacio o yo qué sé, pero al final se levantó. Agarró a Nina por un brazo y la arrastró hacia la habitación del fondo. Ella no parecía totalmente decidida, arrastraba un poco las piernas y justo en el momento de pasar la puerta se volvió hacia mí. El otro ni se tomó la molestia de cerrar, avanzaron hasta la cama y vi que Nina caía de espaldas sobre el colchón.

Me froté la nariz antes de levantarme. Los otros me habían eliminado del mundo y el gigante tenía a una chica en cada mano. Cuando llegué a la habitación, Charles estaba también en la cama y coleaba como un pez. Estaba desabrochándose el cinturón y el asunto hacía un ruido como de campanillas. Me acerqué.

– Oye -le dije-, supongo que no vas a hacerlo, ¿verdad? ¿No ves en qué estado se encuentra?

Se volvió lentamente hacia mí. Me miró y luego sonrió. También yo sonreí. Luego se levantó, puso su mano en mi hombro y me empujó con suavidad hasta sacarme de la habitación.

Nos quedamos de pie en un rincón y su mano se deslizó de mi hombro. Me cogió la nuca de forma amistosa e incluso creí que iba a hacerme un masaje relajante, porque hacía cosas con los dedos. Acercó mucho su cara a la mía, conservando la misma sonrisa.

– Oye, mira -dijo-, vamos a ser buenos amigos los dos, ¿eh? ¿Por qué no te sientas en un sillón y te quedas quietecito como un buen chico mientras esperas, eh? Tómate una copa, hombre, acabo rápido y después, si quieres, nos tomamos otra juntos, ¿vale? Pero, ¿entiendes?, necesito que me dejen tranquilo un momento. ¿Entiendes, verdad? Claro que lo entiendes, porque no eres tonto… No, ya veo que no eres tonto. Tranquilo, hombre, puedes empezar a servirme mi copa porque termino rápido, ¿eh?

Dio media vuelta y volvió a entrar en la habitación. Esta vez, cerró la puerta. No oí nada más. Luego la voz de Nina. Abrí la puerta de nuevo. El tipo estaba encima de ella, tenía una mano debajo de su falda y estoy seguro de que ella quería echarlo. Pero él aguantaba firme. Me adelanté sin que me viera, lo agarré por el cinturón y lo hice caer de la cama estirándolo hacia atrás. -Creo que no tiene ganas -le expliqué.

Se apoyó en un codo suspirando y luego llamó a su compañero, como si le contrariara tener que hacer algo semejante. Cuando la especie de armario ropero tapó con su silueta el hueco de la puerta, le habló con voz bastante tranquila.

– Harold -le dijo-, lo siento mucho pero este tipo no quiere entender nada. Sácalo de aquí. Sácalo inmediatamente.

Nina se incorporó en la cama, colocó las piernas debajo del cuerpo y me miró con ojos angustiados, como si saliera de una pesadilla delirante. Aquello me electrizó por completo, sentí que una bocanada de aire caliente me bajaba hasta el estómago y el gigante me levantó sin ninguna dificultad. Pero tendría que buscar alguna otra cosa si quería que yo me interesara en lo que me estaba haciendo. ¡¡NINA!!, grité mientras me sacaba de la habitación. Atravesó la sala llevándome como si fuera una pluma, pero mi alma seguía aferrada a los pies de la cama.

– ¡No te merezco! -vociferé-. ¡Nina, no te merezco!

El otro abrió la puerta y yo sentí el aire fresco que venía del mar. Dudó algunos segundos, luego dio unos pocos pasos y me tiró por la borda.

Sólo tuve tiempo de cerrar los ojos y el agua helada me dejó congelado de pies a cabeza. Estoy muerto, estoy vivo, pensé. Salí de allí abajo como si el propio sol me hubiera arrancado de la noche más profunda, lancé el mismo grito que un recién nacido, y me sentí recorrido por un violento estremecimiento que nada tenía que ver con la temperatura. Nadie me creería si dijera que siento lo mismo cuando deslizo una hoja en el carro de mi máquina, y sin embargo casi es así, esta especie de placer animal que deja entrever el objeto ansiado. Me levanté inmediatamente. El agua me llegaba a la cintura. Levanté la mirada hacia la casa pero no vi a nadie. Todo parecía increíblemente tranquilo, la luna centelleaba a mi alrededor y las olas susurraban ligeramente. Era para transformar a cualquiera en un simple espíritu.

A uno de los lados, vi una especie de escalera de madera que se hundía en el agua y subía hasta la galería. Escalé los peldaños como una locomotora salida de la vía, di un hermoso bandazo y me detuve arriba con la respiración agitada. Goteaba por todos lados y tenía los pies cubiertos de un espeso lodo negro.

Debía de tener un aspecto realmente monstruoso, como el de un tipo que realmente está cerca de su objetivo. Sentía la piel de la cara tensa y a punto de reventar. Como si estuviera remontando el tiempo, noté que llegaba el momento de mi redención.

El gigante me esperaba frente a la puerta. Se rió al verme. No había notado que mis ojos brillaban con un fulgor demencial. No sabía que yo había sido elegido entre todos y se interpuso en mi camino. Pobre tarado. Mi fuerza consistía en que yo tenía el aspecto de candidato al basurero, mojado y debilitado por aquel brazo monstruoso, mientras que el tipo debía pesar veinte o treinta kilos más que yo y me superaba por más de una cabeza. Avanzó hacia mí sin ninguna desconfianza, mientras que yo estaba a punto de salir disparado como una navaja automática lanzando destellos azules.

– No me diviertes nada, ¿sabes, tío?

Extendió despacio una mano hacia mí, y en aquel momento lo levanté del suelo con una patada delirante en pleno vientre. Los dos nos caímos hacia atrás. Pero yo me levanté en seguida, mientras que él se retorcía en el suelo, farfullando. Lancé una breve risa nerviosa y pasé por encima del gigante. Irrumpí en la casa como una máquina demente. Las dos chicas estaban con el culo al aire, pero no alzaron la cabeza hacia mí; fumaban cigarrillos de filtro dorado echadas en los sofás.

De un salto llegué a la habitación y arranqué la puerta. Me quedé deslumhrado porque había una curiosa iluminación. Y al cabo de un instante vi a Charles, que había conseguido quitarse los pantalones. Cabalgaba a Nina, le había arremangado las faldas y tiraba de sus bragas como si fueran un acordeón. Ella se debatía blandamente.

Lancé una especie de chillido y Charles se volvió. Le caía el sudor por ambas mejillas. Antes de que a mí se me ocurriera, comprendió lo que iba a hacerle y miró mi yeso con ojos llenos de temor y repugnancia. Pobre idiota, acababa de darme la cuerda con la que iba a colgarlo. Con la mano libre lo agarré por el cuello, lanzó unos sonidos guturales, y a continuación le rompí el yeso en plena cabeza. Los trozos crepitaron por las paredes. Yo también me hice daño, un pequeño fogonazo al nivel de la rotura, y dejé tirada aquella mierda.

– ¡Vamonos de aquí enseguida! -dije.

Apenas terminada mi frase, empecé a temblar como una hoja muerta, me castañeteaban los dientes. Me pasé una mano por la frente. Tenía la sensación de ser un ratón cogido en la trampa. Corrí hacia la ventana y la abrí de par en par. De momento, no vi más que un agujero negro y sin fondo, y tuve que entornar los ojos para percibir alguna cosa.

Me volví hacia Nina. Estaba sentada al borde de la cama y se miraba los pies sin moverse. La zarandeé:

– ¿Estás esperando a que esos animales se despierten? -le pregunté.

Salimos por la ventana, trotamos por la galería y llegamos a la carretera sin problemas. Empecé a correr pero rápidamente me di cuenta de que ella no lograba seguirme. Zigzagueaba de un lado a otro de la carretera. Me detuve resoplando y la esperé mirando ansiosamente a sus espaldas. Esperaba que los dos tipos, furiosos, aparecieran de un momento a otro.

Cuando llegó a mi altura, se aferró a mí y me zarandeó en todas direciones.

– No te he pedido nada -dijo-. Mierda, no te he pedido nada, ¿entiendes?

Trató de abofetearme pero logré esquivarla, estaba demasiado borracha para cogerme por sorpresa. La tomé de la mano e intenté arrastrarla.

– ¡Eres peor que él! -dijo-. ¡¡¡Suéltame!!!

Los sonidos de su voz se elevaban por los aires como trozos de vidrio «Securit» y quedaban suspendidos en mi cabeza. El menor ruido poseía una nitidez terrorífica, y todo el lugar se estremecía bajo el claro de luna. La solté. Se mordió el dorso de la mano sin dejar de mirarme y respiraba a toda velocidad. Me sentí vaciado.

– Santo Dios, ¿qué querías que hiciera? -le pregunté.

Sacudió la cabeza y su cuerpo empezó a sobresaltarse debido a un sollozo nervioso que no lograba llegar a la garganta. Volvió las palmas de las manos hacia mí y sus ojos trataron de hundirse en mi cabeza.

– Yo no quería nada -dijo-, no quería nada, nada de nada.

Empecé a moverme como si bailara, apoyándome primero en un pie y luego en el otro. Quería explicarle por qué había hecho todo aquello, pero cualquier cosa que pensara se convertía inmediatamente en polvo. Era una sensación infernal, como si me hubiera despertado en medio de un campo de minas.

– No sé qué decirte -expliqué.

Permanecimos en silencio y a continuación resoplé profundamente. Caminamos despacio hacia el coche. No podía decirse que fuéramos juntos, simplemente íbamos en la misma dirección. No sentía ni pena ni alegría. No sentía nada de nada. Sólo oía hasta los menores ruidos que ella producía, y la devoraba viva.

Nos instalamos en el coche sin decirnos nada. Nos miramos, pero no aguantamos ni tres segundos. Giré la llave de contacto.

– Pones una cara… -le dije.

Se inclinó para encender la radio. Luego cogió el retrovisor y lo encaró en mi dirección:

– Pues fíjate en la tuya -dijo.

En el momento en que yo arrancaba, el tipo de la radio puso Sweat Dreams.

Загрузка...