CAPÍTULO 4

El detective Yu se detuvo frente a la puerta delantera negra de roble macizo y utilizó la aldaba de metal brillante, la cual debía de llevar allí desde que construyeron la casa shikumen.

– La casa tiene dos entradas -explicó Oíd Liang-. La puerta delantera se puede cerrar desde dentro. Normalmente, se cierra a partir de las nueve en punto. También hay una puerta trasera a la que se accede por la callejuela posterior.

La explicación no resultó necesaria para el detective Yu, quien no había mencionado el hecho de que hubiera vivido durante muchos años en un edificio similar; sin embargo, escuchó de buena gana. Tras cruzar el patio, llegó a la zona común de la cocina. Se abrió paso entre los hornos de carbón de una docena o más de familias, entre cazuelas y sartenes, entre briquetas de carbón y casilleros colgados en la pared. Yu contó quince hornos en total. Al fondo de la cocina se encontraba la escalera, diferente de la que Yu tenía en casa, ya que en el descansillo se había separado una habitación adicional mediante tabiques. Un tingzijian, situado en el rellano encima de la cocina, entre la primera planta y la segunda. Normalmente, se consideraba una de las peores habitaciones en los edificios shikumen.

– Subamos a la habitación de Yin. Tenga cuidado, detective Yu, la escalera es muy estrecha. ¿No resulta una coincidencia -continuó Oíd Liang-, que un gran número de escritores vivieran en tingzijians en los años treinta? La «Literatura tingzijian», recuerdo, hacía referencia a los escritores que trabajaban en la pobreza. Hubo un «escritor tingzijian» muy conocido en esta zona antes de 1949, pero no me acuerdo de su nombre.

Yu tampoco se acordaba, aunque creía haber escuchado antes ese término. Se preguntó cómo podrían esos escritores concentrarse con gente subiendo y bajando por la escalera todo el tiempo.

– Usted ha leído bastante -repuso Yu, convencido de que al policía experimentado de barrio no sólo le gustaba hablar, sino también desviarse del tema.

La puerta estaba acordonada. Oíd Liang se dispuso a arrancar el cordón policial cuando uno de los huéspedes de la casa se dirigió a él entre gemidos:

– Camarada Oíd Liang, tiene que venir y ayudarnos. Ese desalmado no le ha dado ni un céntimo a su familia desde hace más de dos meses.

Una riña familiar, supuso Yu. Le facilitaría la excusa perfecta.

– No tiene usted que acompañarme, Oíd Liang -señaló Yu-. Tiene muchas cosas de las que ocuparse. Puede que esto me lleve algún tiempo. Después, sería importante que tengamos una reunión con el comité de vecinos. ¿Puede convocarla?

– ¿Qué le parece a las doce en punto en la oficina? -preguntó Oíd Liang-. Antes de irme, detective Yu, aquí tiene un informe más detallado, sobre la escena del crimen. Tres páginas en total.

El detective Yu comenzó a hojear el informe en el rellano, mientras veía a Oíd Liang desaparecer entre los hornos de la cocina común.

En la información que había leído anteriormente, en el autobús, la escena del crimen había sido descrita en una frase como «prácticamente destrozada». Apenas objeto alguno en la habitación de Yin permaneció intacto, debido a las circunstancias en las que el cuerpo había sido descubierto. Un ayudante que trabajaba con el doctor Xia acudió al lugar en busca de pistas, pero dijo que casi ninguna huella o marca sobre la superficie se podía aislar del resto, ya que eran muy numerosas.

El informe decía:

«La mañana del siete de febrero, Lanlan, un residente al final del ala este de la segunda planta, volvía del supermercado a las 6.45 horas aproximadamente. Subió las escaleras y pasó junto a la puerta de la habitación de Yin. Normalmente, la puerta siempre estaba cerrada. Todos en la casa sabían que Yin solía ir a practicar taichi muy temprano, en People's Park, y que no volvía hasta después de las ocho. La puerta estaba ligeramente entreabierta aquella mañana. No es que fuera de su incumbencia, pero, como le resultó extraño, Lanlan se fijó en el detalle. Se inclinó para atarse los cordones de los zapatos, miró por la rendija de la puerta y vio lo que le pareció una silla volcada. Llamó a la puerta, esperó un instante antes de abrir, y encontró a Yin tumbada en el suelo. Junto a su rostro había una almohada blanca. 'Estará enferma, se habrá desmayado o se habrá caído de la cama', pensó Lanlan. Entró rápidamente en la habitación y le presionó en la hendidura sobre el labio superior, y comenzó a pedir ayuda. Enseguida, acudieron siete u ocho personas. Una salpicó a Yin en la cara con agua fría, otra le tomó el pulso y otra corrió a avisar a una ambulancia. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que Yin no respiraba, de que había varios cajones abiertos y de que habían registrado el contenido de éstos. Poco después llegaron más personas a la habitación. Antes de que nadie sospechara que se trataba de un crimen, no quedó nada sin tocar en la habitación.

A continuación Old Lang llegó con los miembros del comité de vecinos, lo que no contribuyó en absoluto a la preservación de la escena del crimen. Un miembro incluso llegó a colocar de nuevo la almohada sobre la cama y cerró los cajones.»


Había una cosa que no se mencionaba en el informe. Según lo que le había contado el secretario del Partido Li, poco después de que Oíd Liang llegara a la escena del crimen también llegó el personal de la Seguridad Nacional. Estos llevaron a cabo un registro minucioso de la habitación. Deberían haber seguido el procedimiento correcto y haber utilizado guantes, pero fue algo que Li no les preguntó. Li no sabía nada sobre el propósito de su búsqueda. Sin embargo, tratándose de una escritora disidente como Yin, la participación de la Seguridad Nacional no era de extrañar. Le habían solicitado al departamento policial que les mantuviese informados sobre el progreso de la investigación.

Yu se frotó la barbilla y volvió a guardar el informe en la carpeta. Rompió el precinto policial y entró en la habitación. Se trataba de un cubículo sombrío y desordenado. Tal y como decía el informe, no había señales de lucha, o mejor dicho, no quedaban señales de ésta. Después de un día, y en vista de la descripción que acababa de leer, el detective Yu en realidad no esperaba encontrar demasiado.

El mobiliario parecía el mismo que Yin había comprado al mudarse de la residencia universitaria; típico de los ochenta, sobrio, marrón oscuro, práctico, pero todavía en buenas condiciones. Consistía en una cama individual, un escritorio, una silla, un armario ropero con un espejo de cuerpo entero, un sofá con una funda roja descolorida y un taburete que podía hacer la función de mesilla de noche.

En un cenicero sobre el escritorio, Yu vio varias colillas. Colillas marrones. De marca americana, More. También había una especie de máquina de escribir sobre el escritorio. No era un ordenador, de eso estaba seguro Yu. Quizás se tratara de una máquina de escribir eléctrica.

En un pequeño armario pegado a la pared, había varios tarros con hojas de té, una botella de café instantáneo Nestlé, algunos cuencos viejos, un puñado de palillos de bambú en una maceta, una taza y un vaso. Al parecer, recibía pocas visitas.

La cama estaba hecha, seguramente por alguno de sus vecinos. Debajo de las sábanas no había colchón; Yin dormía encima de una lámina rígida de madera. El edredón con relleno de algodón debía de tener unos cuatro o cinco años y estaba lleno de remiendos. Yu tocó el edredón y enseguida notó que estaba duro. La almohada, sin funda, estaba bastante blanca en comparación con el edredón.

Se volvió hacia los cajones del escritorio. El cajón superior contenía recibos de varias tiendas, sobres blancos y una revista sobre viajes. En el segundo cajón había cuadernos, un bloc de notas, un montón de papeles y otro de cartas. En algunas de estas últimas figuraban direcciones en inglés. El contenido del tercero parecía más variado: una pequeña colección de bisutería, tal vez recuerdos de su viaje a Hong Kong; un reloj de Shanghai con correa de piel; y un colgante hecho con el hueso de algún animal exótico.

Lo que contenía el armario ropero confirmó las expectativas de Yu. La ropa era poco colorida, de estilo clásico, y la mayoría económica, pasada de moda. También había un vestido nuevo de lana, el cual no debía de ser caro, pero sí de bastante calidad.

En la estantería había diccionarios chinos e ingleses; una colección de La Dinastía Han-, Obras Escogidas de Deng Xiaoping; copias de Muerte de un Profesor Chino-, y copias de Selección de Poemas de Yang Bing. Además, Yu vio una pila de revistas viejas, algunas de los cuarenta y de los cincuenta, con algunas páginas marcadas.

Encontró también un álbum antiguo en cuyas páginas negras había marcos pequeños de aluminio en forma de estrella. En las primeras páginas, la mayoría de las fotografías eran en blanco y negro. Un par de ellas mostraban a Yin de pequeña con una coleta. A continuación, en las fotos en color, aparecía Yin con un pañuelo rojo, vestida de Pionera Joven saludando a la bandera de cinco estrellas en el campus de la escuela. En un retrato en color, Yin aparecía felizmente en People's Square, entre un hombre de pelo canoso y una mujer bajita y delgada: seguramente sus padres.

Yu observó una fotografía grande, que debió ser tomada en 1967 ó 1968, en los primeros años de la Revolución Cultural. Con un brazalete rojo, Yin aparecía sobre un estrado pronunciando un discurso, con representantes de alto rango del Gobierno sentados en fila detrás de ella y delante de un telón de terciopelo. Yin era representante de la Guardia Roja en una conferencia nacional para universitarios. Sin embargo, a pesar de su importante papel político, parecía más una chica sin experiencia. No tenía exactamente un rostro joven, pero poseía la pasión de la juventud. Guardaba un parecido sorprendente con un cartel de la Guardia Roja que Yu había visto anteriormente. Las siguientes páginas del álbum recogían los momentos más gloriosos de su carrera política. Una fotografía mostraba a Yin sentada junto a uno de los líderes más importantes del Partido en una conferencia celebrada en La Ciudad Prohibida.

Después parecía haber un espacio en blanco. No es que faltasen fotos en el álbum, sino que se había producido un cambio brusco entre la joven que formaba parte de la Guardia Roja a la mujer de mediana edad retratada en la entrada de una escuela cadre. Era como si Yin hubiese envejecido veinte años ' de una página a otra.

Mientras cerraba el álbum, el detective Yu se dio cuenta de que era la hora de reunirse con el comité de vecinos.

En el pasado, el comité había funcionado como una extensión del departamento policial del distrito, encargándose así de todo lo que no tuviera que ver con los asuntos laborales de la gente: celebraban reuniones políticas semanales, comprobaban el número de personas que vivían en una casa, montaban guarderías, asignaban cuotas por nacimiento, arbitraban disputas entre vecinos y, lo más importante de todo, los vigilaban de cerca. El comité tenía autorización para informar sobre cada uno y todos los individuos, y tales informes se incluían en los expedientes policiales confidenciales, lo cual permitía que la policía continuara vigilando en secreto a cada individuo.

En los últimos años, el comité de vecinos, al igual que otras instituciones, había experimentado cambios drásticos, pero la seguridad en el vecindario seguía siendo una de sus principales preocupaciones. El comité seguramente vigilaba de cerca a una persona como Yin. Posiblemente también tuviera información sobre algún otro posible sospechoso en la casa.

Para sorpresa del detective Yu, cuando llegó a la oficina, vio que Oíd Liang había preparado un almuerzo de trabajo. En el centro de la mesa alargada había seis recipientes de plástico con pollo al estilo «tres veces amarillo»; además de Yu y Oíd Liang, estaban presentes cuatro miembros del comité, todos con los palillos en la mano.

– El pollo tres veces amarillo no está mal: plumas amarinas, pico amarillo, patas amarillas. Criado en Pudong, casero, completamente diferente de los criados en granjas de pollos modernas -dijo Oíd Liang, levantando los palillos.

El camarada Zhong Hanmin, cabecilla de seguridad del vecindario, presentó su propia teoría sobre el asesinato. Según él, los cajones registrados de la habitación señalaban una posibilidad:

– El criminal debió querer robarle, pero cuando Yin apareció de forma inesperada, el delincuente sufrió un ataque de pánico -repuso Zhong-. No creo que viva en el edificio, ni siquiera en la calle. Seguramente fuese un extraño que escogió al azar robar en su habitación. Como dice un viejo dicho, «Un conejo no fisgonea demasiado cerca de su madriguera».

No hizo tal hipótesis a la ligera. Durante meses habían visto a trabajadores de la provincia rondando por la zona, pero no era algo extraño en la ciudad, ya que cada vez llegaban más obreros de las afueras.

Era comprensible que Zhong intentara evitar que Yu se centrara en los vecinos, pensó el detective. Si el criminal resultara ser uno de residentes de la calle, el comité local sería de algún modo responsable.

El camarada Qiao Lianyun, director general de comité, fue el segundo en hablar. Qiao facilitó una información que parecía contradecir la teoría de Zhong. Se basó en la información obtenida de Peng Ping, apodada la «mujer gamba», ya que se ganaba la vida pelando gambas delante de su puerta, la cual se encontraba justo enfrente de la puerta trasera del edificio shikumen donde vivía Yin, a poco más de un metro. La mujer gamba tenía un acuerdo con el mercado. Debía entregar las gambas peladas antes de las ocho de la mañana. Las mujeres de Shanghai preferían hacer la compra muy temprano. Como regla general, la «mujer gamba» comenzaba a trabajar alrededor de las seis y cuarto. No recordaba haber visto a Yin volver de sus prácticas de taichi aquella mañana, pero sí vio pasar a Lanlan, con quien estuvo charlando un rato sobre las seis y media. Peng insistía en que no se había movido en toda la mañana hasta que escuchó el revuelo en la casa de Yin y entró a ver qué sucedía. Qiao opinaba que la declaración de Peng era fiable, ya que la «mujer gamba» tenía fama de decir siempre la verdad. Además, prácticamente no podía ir a ningún sitio, con las manos llenas de suco de gamba. Qiao concluyó:

– Si alguien hubiese entrado furtivamente por la puerta trasera, por muy rápido y sigiloso que fuera, Peng lo habría visto, especialmente si fuese un desconocido con prisas tan temprano. En cuanto a la puerta delantera, aquella mañana había varias personas en el patio y habrían visto a cualquiera que saliera de la casa.

Oíd Liang apoyó el argumento de Qiao, y comenzó a analizar la seguridad de la calle y del edificio. Debido a casos recientes de robo en el barrio, el comité de vecinos había tomado medidas preventivas. Todas las entradas a la calle se habían protegido con puertas de hierro forjado, las cuales se cerraban a las once y media de la noche y se abrían a las cinco y media de la mañana. Los vecinos debían llevar las llaves encima.

Además, había normas para las puertas de los edificios shikumen. Tanto la puerta delantera como la trasera debían cerrarse con llave durante la noche. La puerta delantera, cerrada desde dentro, no se abría hasta las siete aproximadamente, y después se volvía a cerrar sobre las nueve y media de la noche. En cuanto a la trasera, la gente que entraba y salía por ella, ya fuese pronto por la mañana o tarde por la noche, se suponía que debían cerrarla a continuación.

Yu escuchaba y apuntaba unas cuantas notas en su bloc, sin añadir ningún comentario. Después de una hora y media, los hechos de la mañana anterior se podían reconstruir como sigue:

Yin era una de las primeras personas de la casa en levantarse. Abandonó el edificio la mañana del siete de febrero, a las cinco y cuarto aproximadamente, por la puerta trasera. Fue a People's Park a practicar taichi. Nadie la vio salir aquella mañana, pero no existe razón para pensar que hubiese modificado su rutina. Llevaba practicando taichi cada mañana desde que se había mudado allí, y todo el mundo la consideraba una persona muy puntual.

Esa mañana, Lanlan salió de la casa a las cinco y media, más o menos. Encontró la puerta trasera cerrada con llave. La abrió y volvió a cerrarla con llave de nuevo. Se dirigió al mercado más temprano de lo normal para comprar marisco fresco, ya que esa tarde esperaba la visita de un amigo de Suzhou.

Poco después, otros dos huéspedes del edificio shikumen salieron por la puerta posterior. Uno fue el Sr. Ren, que se dirigía a un restaurante para desayunar. El otro, Wan, que se disponía a practicar taichi en el Bund. Ambos estaban seguros de haber salido de la casa entre las seis menos cuarto y las seis.

Alrededor de las seis y cuarto, Xiong, una vendedora de leche que estaba sentada con sus botellas de leche junto a la entrada delantera, vio a Yin volver. La lechera comprobó la hora, ya que Yin no solía volver tan temprano.

Lanlan volvió de hacer la compra sobre las seis y media. Esta vez no cerró con llave la puerta trasera, ya que se quedó charlando unos minutos con la «mujer gamba» que estaba sentada en la esquina, y cruzó el patio para abrir la puerta delantera, como solía hacer siempre. Sobre esa hora, los demás huéspedes de la casa se levantaron. Algunos salieron al patio para lavarse en la pila. Por lo menos había tres o cuatro personas aquella mañana, según recordaba Lanlan.

Las horas coincidían. Según el doctor Xia, habían asfixiado a Yin con algún objeto blando entre las seis y cuarto y las seis y media En otras palabras, había sido asesinada poco antes de que Lanlan encontrara su cuerpo.

Yu comenzó a enlazar ideas en sus apuntes. Parecía haber dos posibilidades. La primera, y según la teoría de Zhong, el asesino era un desconocido que siguió a Yin hasta su habitación y cometió el asesinato. Pero aquella hipótesis dejaba algunos puntos sin explicar. La vendedora de leche vio volver a Yin sola. Por supuesto, el criminal podría haberla seguido a escondidas por la calle sin que nadie le viera, pero después tendría que haber salido de la casa. Si hubiese salido por la puerta delantera, los huéspedes que estaban en el patio deberían haberse percatado de su presencia, y si hubiese salido por la puerta trasera, alguien que mirara en aquella dirección podría haberle visto, además de la «mujer gamba» que estaba sentada junto a la salida. Pero nadie había informado sobre la presencia de un extraño en aquel período de tiempo.

Y la segunda posibilidad consistía en que Yin hubiera sido asesinada por uno de los residentes de la casa shikumen. Si así fuera, las puertas, al igual que las rejas de la calle, no significaban ningún problema para el asesino. Una vez dentro, el criminal simplemente siguió a Yin hasta su habitación. Siempre y cuando nadie le viera entrar en la habitación de Yin, no sospecharían de él. Esta hipótesis estrechaba el cerco sobre los sospechosos. Yu debía centrarse sólo en quienes vivían en la casa.

– He hecho una lista de posibles sospechosos dentro del edificio -le susurró Oíd Liang al oído-. Y también he empezado a recoger sus huellas dactilares.

Estudiaré la lista -repuso Yu, mirando el reloj cuando la reunión tocaba a su fin-. Gracias, Oíd Liang. Mañana empezaremos a interrogar a la gente.

Si el delincuente vivía en la casa shikumen, Yu debía encontrar un móvil para el crimen. Oíd Liang había insinuado la poca relación entre Yin y sus vecinos, pero eso no parecía suficiente para cometer un asesinato. ¿Cuál sería la causa para que una mujer fuera asesinada por uno de sus compañeros de piso?

Cuando la reunión con el comité de vecinos concluyó, el detective Yu decidió volver andando a la comisaría. Era un paseo largo. Tardaría unos cuarenta y cinco minutos, y mientras tanto quería reflexionar sobre el caso. No tenía prisa por actuar. Antes de centrarse en los residentes del edificio quería descartar otras posibilidades.

Se detuvo cuando vio un teléfono público cerca de una tienda de libros en idioma extranjero. Entró en la cabina y realizó una llamada a la editorial Literatura de Shanghai. Quería averiguar cuánto dinero había ganado Yin con la publicación de su novela. Después de diez minutos intentando localizar al editor del libro, y tras haber agotado prácticamente el cambio que llevaba en los bolsillos, Yu pudo hablar por fin con Wei, editor de Muerte de un Profesor Chino.

– Corrí un gran riesgo aceptando el manuscrito; podríamos haber perdido dinero con su publicación. Por aquel entonces, nadie esperaba que el libro llegara a ser tan controvertido. Yin ganó unos tres mil yuanes -explicó Wei.

No era una gran suma, ni siquiera años atrás. En la actualidad, un vendedor ambulante de rollitos chinos hubiese ganado esa cifra en un par de meses.

Wei no sabía el importe exacto que había ganado Yin por la traducción inglesa, pero, según la información que tenía, tampoco fue demasiado. La novela había atraído el interés de sinólogos, pero no el de la gente corriente.

– Además -explicó Wei-, a principios de los ochenta, China no había entrado a formar parte del acuerdo internacional de la propiedad intelectual. La editorial americana sólo le pagó a Yin una tarifa única y reducida.

Pero Yu recordó aquellas cartas en las que figuraban direcciones en inglés, cuyas fechas eran mucho más recientes.

Marcó el número de teléfono del inspector jefe Chen.

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