CAPÍTULO 10

El detective Yu llegó temprano a la oficina del comité de vecinos. Quería leer un poco, aunque Peiqin ya le hubiera explicado el argumento de la novela de Yin. Peiqin también había subrayado algunos parágrafos para que Yu los analizase en profundidad. Las primeras páginas que leyó describían a Yang leyendo de noche para Yin, detrás de la pocilga, con los gruñidos de los lechones como coro.

«Las nubes parecen cambiar de forma. / Insustanciales, suaves, arropándose las unas con las otras, / acurrucándose. Luego llega la lluvia…». Yu tardó un minuto en descifrar la metáfora. Yin demostró haber sido lista al utilizar ese lenguaje tan sugerente, no demasiado explícito. No obstante, Yu se preguntó si Yin y Yang realmente podrían haber hecho algo durante su estancia en la escuela cadre. Ambos vivían en la residencia de estudiantes, con muchos compañeros en sus respectivas habitaciones. Aunque sus compañeros hubiesen salido de los dormitorios durante una hora o dos, habría sido demasiado arriesgado intentar cualquier cosa. Por entonces, si se descubría a alguien practicando sexo extramarital se le sentenciaba a años de prisión. Yu leyó los versos una vez más. Tras analizarlos detenidamente, resultaban incluso más sugerentes. El inspector jefe Chen, que escribía poesía más o menos similar, podría apreciar el significado.

Las demás partes subrayadas hacían referencia principalmente a la política. Había un párrafo largo que trataba sobre el responsable de la escuela cadre, y otro sobre el Equipo Obrero de Propaganda. Yu pudo comprender por qué a algunas personas podía incomodarles aquel libro, ya que resultaba fácil pensar que los personajes del mismo se basaban en ellas.

Yu no sabía por qué Peiqin querría que leyese esas partes en especial. Tampoco fue capaz de leer durante tanto tiempo. Recibió una llamada del secretario del Partido, Li, que le había localizado en la oficina del comité de vecinos. La llamada había sido consecuencia de un artículo bastante largo aparecido en el último número de una conocida revista, publicada con el pretexto de la conmemoración de la muerte de Yin, pero que en realidad hablaba más sobre la muerte de Yang. Incluía también varios fragmentos largos de Muerte de un Profesor Chino. Uno era una cita que aparecía al final del libro, cuando el profesor se encontraba en su lecho de muerte: «A partir de este momento, ella viviría por él, y también moriría por él».

Se trataba de una insinuación sutil de que la muerte de Yin podría tener implicaciones políticas.

La revista se agotó pronto, lo cual demostraba el enorme interés que estaba adquiriendo el caso entre la gente. Tal interés resultaba de todo menos agradable para las autoridades del Partido.

– El caso ha de estar resuelto cuanto antes -ordenó una vez más el secretario del Partido Li.

De haber sido un caso sin implicaciones políticas no hubiese importado demasiado que se alargase unas cuantas semanas más. Algunos casos se encontraban en punto muerto, sin pistas ni soluciones a la vista, durante meses o incluso más tiempo, y a veces nunca se resolvían. Pero éste en particular requería una resolución inmediata. Como miembro de la patrulla de casos especiales, el detective Yu ya estaba familiarizado con los razonamientos habituales.

– Si no se resuelve las especulaciones podrían aumentar -continuó hablando Li en tono áspero-, y eso generaría una presión enorme sobre el Gobierno municipal, y también sobre el departamento policial.

– Entiendo, camarada secretario del Partido -repuso Yu-. Haré todo lo que pueda.

– ¿Y qué hace el inspector jefe Chen? No lo entiendo. Insiste en seguir de vacaciones pese a la urgencia de un caso tan importante. Y no sé cuándo piensa volver al trabajo.

– Yo tampoco -respondió Yu, consciente de que Chen no le había contado al jefe nada acerca de su proyecto de traducción. Además no le gustaba lo que estaba insinuando el secretario del Partido Li, fuese intencionadamente o no, sobre que Yu no fuera capaz de investigar un «caso especial» sin la supervisión del inspector jefe Chen.

En la patrulla de casos especial, Chen solía ser el centro de atención, de modo que el mérito acababa siendo suyo. No era de extrañar, ya que Chen se estaba convirtiendo en un miembro importante para el Partido, con conexiones incluso en Pekín. Resultaba evidente que le estaban preparando para que sucediera al secretario del Partido Li. Para el departamento también sería bueno contar con un secretario del Partido que realmente supiera algo sobre el trabajo policial, aunque no le hubieran instruido para ello. Y para ser justos, Chen hacía un buen trabajo. A Yu le traía sin cuidado que no reconocieran su mérito en una investigación llevada a cabo con Chen. El resultado era fruto del trabajo realizado por la brigada para casos especiales. Yu nunca había protestado por permanecer a la sombra de Chen. No había demasiados jefes como él an las fuerzas policiales. En ocasiones Yu se consideraba afortunado por ser su compañero. No obstante, eso no significaba que sólo el inspector jefe Chen estuviese a la altura de la misión.

A Yu no le importaba demasiado lo que otras personas pensaran o dijeran a sus espaldas, pero no podía evitar sentirse molesto cuando sus colegas, o el secretario del Partido Li, sacaban a relucir el tema, como si la brigada de casos especiales no fuera nada sin Chen, como si Yu no mereciera ningún tipo de reconocimiento.

Yu recordaba que incluso Peiqin había mencionado en una ocasión algo al respecto.

Yu se dio cuenta, apesadumbrado, de que las palabras de Li le habían ofendido. Era como si la Tierra dejase de girar en ausencia del inspector jefe Chen.

Pero, ¿qué más podría haber hecho Chen si estuviese participando en la investigación? De hecho Yu y Chen habían analizado todos los aspectos del caso.

– No se preocupe, secretario del Partido Li, me ocuparé de ello -dijo Yu-. Resolveré el caso pronto.

– Le he dado mi junlingzhuang al Gobierno municipal, camarada detective Yu -junlingzhuang era una promesa que hizo un general chino en la antigüedad: haría algo o, si no, dimitiría.

– Entonces yo también se la doy, secretario del Partido Li.

Más tarde, Yu se arrepintió de su respuesta impulsiva. Quizás algo le rondaba por el subconsciente desde hacía mucho tiempo. Quizás era hora de pensar en un nuevo rumbo en su carrera profesional. Para él, el caso de Yin Lige estaba tomando una nueva dimensión. Ya no sólo estaba decidido a resolver la investigación solo, mientras el inspector jefe Chen estaba de vacaciones. Se trataba también de una investigación con la que podía demostrar su valía profesional en su carrera como policía. Yu pensaba que, aunque sólo fuera un policía de rango bajo, si resolvía el caso la sociedad le prestaría atención. Además, aquella misión era importante porque también lo era para Peiqin, pues el trabajo de Yang significaba mucho para ella.

El punto de vista político de la investigación no le concernía. Si había algo claro era que en China nada se libraba de las garras de la política, algo que Yu había aprendido hacía mucho tiempo. El problema era cómo hacer progresos en la casa shikumen. En lugar de continuar con las entrevistas a inquilinos del edificio, Yu decidió revisar antes la estrategia con Oíd Liang.

Se habían centrado en la posibilidad de que el asesino fuera alguien que vivía en la casa. Parecían haber excluido la posibilidad de que un extraño hubiese cometido el crimen, puesto que ningún desconocido había sido visto entrando o saliendo del edificio, ya fuera por la puerta delantera o por la trasera. Pero, ¿y si se trataba de un encubrimiento? ¿Y si un testigo, o más de uno, no estuviesen diciendo la verdad?

Inmediatamente después se les presentó un problema. Había tres personas en el patio que pertenecían a tres familias distintas. Aunque la relación entre vecinos -exceptuando la de Yin- fuera tan maravillosa como Oíd Liang afirmaba, resultaba difícil imaginar que tres familias diferentes estuvieran implicadas en un complot para cometer un asesinato o para encubrirlo. Así pues, era prácticamente imposible que alguien hubiese salido por la puerta delantera. En cuanto a la trasera, la «mujer gamba» estaba segura de lo que había declarado: en ningún momento se había movido de su puesto. Pero, ¿estaba diciendo la verdad?

Mientras el detective Yu analizaba todas las posibilidades, Old Liang seguía fiel a su teoría de que el asesino vivía en la casa.

– Debería seguir interrogando a los residentes de la casa shikumen -insistió Oíd Liang-. Si quiere que le ayude con las entrevistas, por mí de acuerdo, pero creo que merece más la pena que yo continúe comprobando el pasado de los sospechosos.

– Los antecedentes son importantes, pero debemos acelerar la investigación. Hay más de quince familias en el edificio, el secretario del Partido Li me está presionando para obtener resultados.

– Así que vamos mal de tiempo.

– Tenemos que ser más selectivos a la hora de elegir a quién interrogamos. Veamos a quién le toca de la lista.

Lei Xueguang era el quinto sospechoso de la lista.

– ¡Ah, Lei! Lo crea o no, Yin le ayudó a su manera -exclamó Oíd Liang en un tono dramático que hizo que Yu pensara en su padre, Oíd Hunter-. Pero ya sabe lo que dicen, «Ninguna buena acción queda impune».

A principios de los setenta habían descubierto a Lei, por entonces estudiante de instituto, robando en una furgoneta gubernamental del distrito, y le habían condenado a diez años de prisión. Fue mala suerte que precisamente aquel año se estuviera llevando a cabo una campaña de «mano dura contra la delincuencia». Por consiguiente, castigaban a los delincuentes con mucha más severidad que otros años. Cuando Lei salió de la cárcel no tenía trabajo. No cabía la posibilidad de asignarle un trabajo en una compañía estatal. En aquella época se estaba empezando a permitir la aparición de empresas privadas, pero sólo a escala muy limitada, como un «complemento secundario de la economía socialista». Si Lei hubiera tenido una habitación en un primer piso con una puerta que diese acceso a la calle, podría haber convertido su casa en una tienda pequeña o en un restaurante. Algunas personas en la zona lo habían hecho, convirtiendo así la mayor parte de su vivienda en un negocio. Pero Lei no disponía de ese tipo de habitación. Y tampoco poseía contactos. Sus intentos por conseguir una licencia empresarial fueron en vano.

Para sorpresa de todos los que vivían en la calle, Yin mencionó a Lei en un artículo publicado en el Wenhui Daily como ejemplo de la falta de sensibilidad por parte de los comités de vecinos. «Un hombre joven debe encontrar la manera de ganarse la vida, de otro modo puede que vuelva a delinquir», escribió. Los miembros del comité local debieron leer el artículo; concedieron a Lei una licencia empresarial para dirigir un puesto de pasteles de cebolla a la entrada de la calle. Nadie mostró ninguna objeción, excepto los ciclistas temerarios que entraban y salían constantemente de la zona. El dueño del nuevo puesto de pasteles de cebolla debió haber oído hablar del artículo, ya que la primera vez que Yin quiso pagarle éste se negó a aceptar el dinero.

El negocio no fue mal. Lei pronto contrató a una chica del barrio, la cual se convirtió en su novia. No tardó mucho en extender el negocio. Además de los pasteles de cebolla, empezó a vender almuerzos preparados que incluían una variedad de especialidades populares como filetes de cerdo, ternera con salsa de ostras, fajas de pescado frito, o tofu picante de la Tía Ma. Cada plato se servía encima de una ración de arroz cocido, y se acompañaba con una taza pequeña de sopa agria caliente. Dado que su tienda estaba exenta de alquiler, Lei consiguió vender comida bastante buena a bajo precio. Las cajas de plástico y los palillos de usar y tirar atrajeron principalmente a oficinistas que trabajaban en los edificios nuevos de las inmediaciones. La fama de los almuerzos que Lei vendía se extendió, y los clientes hacían largas colas para comprar. Estableció un segundo gran horno de carbón a la entrada de la calle y contrató a dos chicas de provincia para que le ayudaran.

– «En la desgracia, está la fortuna; en la fortuna, está la desgracia». Esas son las palabras exactas que escribió Laozi en Tao Te Ching hace cientos de años -repuso Oíd Liang-. Qué razón tenía, incluso hoy en día, en referencia a Lei y a esta calle.

– Es poco probable que alguien que acababa de echarse novia y tenía un proyecto empresarial nuevo -intervino Yu interrumpiendo a Oíd Liang-, asesinara a una vecina.

Oíd Liang no estuvo de acuerdo:

– Pero Lei necesita ahora más que nunca dinero para su expansión empresarial. ¿De dónde podría obtener capital? A juzgar por su declaración de la renta apenas llegaba a cubrir los gastos.

– Vaya, su declaración de la renta. ¿Has hablado con él sobre eso?

– Sí, lo he hecho. Negó tener algo que ver con el asesinato, desde luego, pero no me dio ninguna explicación cuando le pregunté cómo tiene planeado conseguir capital para la expansión.

– ¿Qué hay de su coartada?

– Lei enciende la lumbre del horno sobre las cinco y media cada mañana. Varias personas recuerdan haberle visto en su puesto esa mañana.

– De modo que su coartada está confirmada.

– Sin embargo no creo que debamos descartarle. Pudo haber entrado corriendo a casa en un instante. Nadie lo habría notado. Guarda la mayor parte de las existencias en el patio, o en su habitación, así que suele entrar y salir de la casa.

– Es posible -opinó Yu-. Aún así, pienso que debería estar agradecido a Yin por su ayuda. Su artículo cambió el rumbo de su vida.

– ¿Gratitud por parte de un hombre como ése? No, de ninguna manera -Oíd Liang sacudió enérgicamente la cabeza-. De hecho sé algo más sobre él. De todos los vecinos, Lei fue el único que entró en un par de ocasiones en la habitación de Yin

para entregarle paquetes con el almuerzo. Sólo Dios sabe qué podría haber visto en el interior.

– Tiene razón, Oíd Liang. Hablaré con él -dijo Yu-. Y bien, ¿el siguiente?

– El siguiente se llama Cai. No es exactamente un inquilino, al menos no está inscrito como residente. Pero, bueno, no he querido descartarlo como sospechoso.

– De acuerdo, ¿entonces por qué lo ha escogido?

– Es otra larga historia -Oíd Liang encendió un cigarrillo y se lo ofreció a Yu; luego encendió otro para él-. Cai es el marido de Xiuzhen. Ella, su madre Lindi y su hermano Zhengming viven en la habitación situada al final del ala norte. Cuando Cai y Xiuzhen se casaron, él dirigía uno de los pocos hoteles privados en el distrito Jinan y solía hablar acerca de comprar un apartamento de lujo.

– Así que estaba «montado en el dólar» -repuso Yu.

– Tal vez, en aquella época. Por entonces Xiuzhen sólo tenía diecinueve años. La mayoría de la gente pensaba que había elegido bien a su marido, aunque Cai fuese dieciocho años mayor que ella y hubiese pasado varios años en prisión por temas de apuestas. Pasaron la luna de miel en la suite del hotel, ya que Cai vivía con su madre en los suburbios del distrito Yangpu. Cai no tenía tiempo para buscar un apartamento nuevo, o eso era lo que Xiuzhen explicaba a sus vecinos. Pero las cosas no eran tan bonitas como Cai las pintaba, y Xiuzhen pronto se dio cuenta. El negocio hotelero estaba pasando por una mala racha, a punto de entrar en bancarrota, y además Xiuzhen se quedó embarazada. «Una vez listo el arroz, no se puede deshacer lo que ya está hecho». Cuando nació el bebé, los planes de mudarse a un apartamento nuevo se esfumaron por completo. Poco después, el hotel quebró. La casucha de Cai estaba situada en una zona designada para la construcción de un nuevo proyecto de viviendas, así que la mayoría de 4os edificios habían sido derruidos. Una cuantas familias se negaron a mudarse a menos que sus demandas fueran escuchadas, por lo que aún continúan viviendo allí. Se denominan familias «clavo», pues deben sacarlas de allí a la fuerza, como a los clavos. Las autoridades del distrito les han puesto multitud de impedimentos para que permanezcan allí, cortándoles de vez en cuando el agua o la electricidad, y cuando esto sucede Cai se queda con Xiuzhen en la calle Treasure Carden.

– Parece una historia de amor diferente -dijo Yu, ansioso porque Oíd Liang se centrara en el tema en cuestión-. ¿Y a qué se dedica ahora Cai?

– A nada. En verano hace dinero con los grillos. Apostando en peleas de grillos, para ser exactos. La gente dice que mantiene contactos con las tríadas, lo cual debe servirle de gran ayuda en ese tipo de negocios. Durante el resto del año sólo Dios sabe lo que hace. Al parecer no está desempleado, como su cuñado Zhengming, que se pasa el día entero en la calle. En cuanto a Xiuzhen, todavía joven y guapa, es como una bella flor que crece en un estercolero.

– Entiendo -repuso Yu, preguntándose si ese antiguo proverbio resultaba apropiado, pues el estiércol puede servir de alimento para las flores-. ¿Cai apuesta en las peleas de grillos de esta calle?

– No, no apuesta en las peleas del barrio. Para vivir de ello necesitaba mezclarse con esos nuevos ricos que apuestan miles de yuanes en cada pelea -contestó Oíd Liang-. Tras haber estado «montado en el dólar», pretende seguir en él. La gente que vive en esta calle cree que gana más dinero que ningún otro vecino.

– ¿Qué hay de Zhengming?

– No sirve para nada. No ha tenido ningún trabajo de verdad desde que iba al instituto. No sé cómo consigue apañárselas. Precisamente ahora vive con su novia, y ella tampoco trabaja.

– ¿Depende económicamente de su madre?

– Sí. No logro comprender a esta gente joven. El mundo se está yendo a pique -añadió Oíd Liang-. Pero no debemos preocuparnos por él. Se rompió la pierna hace diez días, por lo que apenas puede bajar del desván.

– ¿Y qué hay de Cai? Aparte de su historia personal.

– «La historia es como un espejo, capaz de mostrar la esencia de un hombre». Un delincuente es siempre un delincuente.

– Esa es otra cita del presidente Mao -señaló Yu con total naturalidad.

– Cai afirma que no estuvo aquí esa mañana, sino que estuvo con su madre en su casa «clavo». Claro que eso es sólo lo que él dice.

– Sí, lo comprobaremos.

Pero Yu no estaba seguro de si la entrevista con esos dos sospechosos llevaría a algún lado. Cuando Oíd Liang se marchó para continuar investigando sus antecedentes, Yu decidió hacer algo diferente. Llamó por teléfono a Qiao Ming, el ex decano de la escuela cadre, a quien Yin había escupido en el acto en memoria de Yang.

Peiqin y él habían hablado sobre la posibilidad de que Qiao pudiera haber tenido motivos para matar a Yin. Dado que la novela de Yin era de naturaleza autobiográfica, aunque no aparecieran nombres, mucha gente podría haberse preocupado o enfadado. Wan, el vecino del piso superior, era sólo un ejemplo. Quienes hubiesen asistido a la misma escuela cadre que Yin, posiblemente habrían sido presas del pánico. Además, nadie podía adivinar si Yin pretendía escribir un segundo libro, explicando todavía más detalles realistas y comprometidos. Todo era posible.

– No se crea nada de lo que lea en Muerte de un Profesor Chino-comenzó Qiao-. Sólo es un puñado de mentiras.

– Muerte de un Profesor Chino es una novela, lo sé. Pero yo estoy investigando un caso de homicidio, camarada Qiao, así que debo tratar todos los aspectos.

– Camarada detective Yu, sé porqué quiere hablar conmigo, pero deje que antes le diga algo. Con respecto a lo que sucedió durante la Revolución Cultural, debemos mantener una perspectiva histórica. Nadie era vidente para predecir todos los cambios que sucederían en el futuro. Por entonces, ¡simplemente creíamos en el presidente Mao!

– Sí, todo el mundo creía en el presidente Mao, es algo que no cuestiono, camarada Qiao.

– El libro se centra en la persecución que sufrieron en la escuela cadre. Sin embargo, ese no era lugar para que alguien se enamorara, no en aquella época. La prioridad número uno era, según el presidente Mao, que la gente se reformara a sí misma. A partir de la llamada desde Pekín en relación con los poemas de Mao, la escuela cadre hizo una excepción permitiendo que Yang pudiera conservar sus libros y diccionarios. En aquellos días se trataba de un auténtico privilegio. Alguien nos informó de que estaba escribiendo un libro, y al principio ni siquiera quisimos interferir. Como ve, Yang no desperdició por completo esos años.

– ¿Averiguó qué tipo de libro estaba escribiendo?

– Más tarde, cuando le trasladamos a la sala de aislamiento, registramos su habitación en la residencia, pero no encontramos nada. Quizás se tratara de un manuscrito en inglés.

– Por favor, explíqueme las circunstancias de la muerte de Yang.

– Sucedió un verano en que hacía un calor sofocante. Todos trabajábamos en el arrozal, igual que los agricultores de la localidad. No sólo Yang tenía que trabajar allí. De hecho, mucha gente enfermó. En cuanto a una posible negligencia, analizándolo en retrospectiva, si hubiésemos sabido que se trataba de algo serio… Pero quizás ni él se dio cuenta. La escuela cadre estaba situada en Qingpu. Por aquel entonces, los medios de transporte no eran como los de ahora. No había ningún taxi en la zona. ¿Cómo podía la escuela cadre responsabilizarse de su trágica muerte?

– Se podría discutir sobre el hecho de que Yang fuera perseguido hasta el día de su muerte. Fuese como fuese, la reacción de Yin es comprensible. Sufrió mucho durante esos años.

– ¡Y yo también! -protestó Qiao-. Todos esos años permanecí en la escuela cadre, trabajando allí. ¿Y acaso he ganado algo? No, nada. Cuando la Revolución Cultural terminó, fui sometido a un «reconocimiento político» durante dos años. Mi mujer me pidió el divorcio, se deshizo de mí igual que de un calcetín sucio.

– Sólo una pregunta más. ¿Dónde estuvo la mañana del siete de febrero?

– En Anhui, cobrando pagos pendientes para la empresa donde trabajo. Unas cuantas personas, entre ellas el personal del hotel, pueden corroborarlo.

– Gracias, camarada Qiao. Creo que por hoy ya no tengo más preguntas. Mire hacia el futuro, que es lo que siempre dice el People's Daily.

La charla telefónica había resultado de poca ayuda, aunque no una pérdida total de tiempo. En primer lugar, Yu se había enterado de que durante los últimos años de su vida, Yang había seguido trabajando, quizás en la traducción de poemas de amor clásicos chinos que habían encontrado en la caja de seguridad de Yin. Y en segundo lugar, se había demostrado la máxima de Oíd Hunter: el pasado sigue siempre presente. Casi veinte años después, la gente continuaba opinando sobre la Revolución Cultural desde la misma perspectiva forjada en aquel entonces.

Yu detuvo la cinta en la que había grabado la conversación telefónica. Pensó que al inspector jefe Chen podría interesarle. Marcó el número del domicilio de su jefe.

– Puedes sospechar de todos los que viven en el edificio -dijo Chen tras haber escuchado el resumen que le hizo Yu-, pero cuando todo el mundo resulta sospechoso, nadie es sospechoso.

– Exacto -repuso Yu-. Oíd Liang ve sólo lo que quiere ver.

– Oíd Liang ha sido policía del distrito durante demasiados años. El trabajo de un policía residente, a pesar de haber sido importante durante los años de lucha de clases, en la actualidad apenas es relevante. Pero no puede evitar ver el mundo desde su punto de vista anticuado -continuó Chen-. Su Dongpu lo describió muy bien: «No puedes verla cara auténtica de las montañas Lu, / cuando todavía estás dentro de ellas».

Así era su jefe. Solía citar a algún poeta fallecido hacía mucho tiempo en mitad de una investigación. Tal hábito en ocasiones resultaba irritante.

A continuación, el detective Yu volvió a dirigirse a la casa shikumen.

Cai no estaba en casa. Lindi, una mujer de facciones delgadas que tenía casi cincuenta años, se encontraba en el patio, abriendo un montón de caracolas de río con unas tijeras oxidadas. Wan también estaba allí, sentado en un taburete de bambú, bebiendo de una tetera morada de piedra. En esta época del año, la gente no solía sentarse al aire libre. Cuando Wan vio al detective Yu, masculló unas palabras y se marchó.

Después de que Yu se le presentara, Lindi le condujo escaleras arriba, en dirección a una habitación pequeña. Sin duda, era difícil que una familia de tamaño medio cupiera en este tipo de habitaciones multiusos, así que aún peor si se trataba de tres familias. Sin embargo, Lindi vivía allí con su hijo y la «mujer» de éste, su hija, un bebé que no dejaba de llorar, y también con Cai, su yerno, la mayor parte del tiempo. Por suerte, era una habitación con techo relativamente alto, lo cual posibilitó la construcción de dos desvanes improvisados, con una escalera común que daba acceso a ambos espacios. En comparación, pensó el detective Yu lleno de sarcasmo, sus condiciones de vida podrían considerarse una maravilla.

Según Lindi, Cai no estaba en casa esa mañana. Y tampoco había estado la mañana del siete de febrero.

– Nadie sabe realmente a qué se dedica -dijo Lindi suspirando-. Advertí a Xiuzhen sobre su elección, pero no me hizo caso.

– Algo he oído. ¿Y su hijo Zhenming?

– La casa para él es como un hotel gratis, y también como un restaurante gratis. Viene cuando quiere. Ahora también se trae a otra persona.

– Por favor, cuénteme lo que sepa sobre Yin, camarada Lindi.

– Era diferente.

– ¿Por qué?

– Tenía una habitación para ella sola, mientras que en nuestra única habitación conviven tres familias. ¿Que sufrió durante la Revolución Cultural? ¿Y quién no? Mamando murió en la «lucha armada» entre las organizaciones de obreros, sacrificando hasta la última gota de sangre por el presidente Mao. Después de su muerte, ni siquiera le dedicaron un funeral en su memoria -continuó tras hacer una pausa-. Una de las razones por las que Xiuzhen se casó con Cai no fue su dinero, porque para empezar no tenía tanto, sino porque mi hija había perdido a su padre cuando ella sólo tenía cuatro años.

– Comprendo -repuso Yu. Le sorprendió el razonamiento que Lindi utilizó para justificar el hecho de que su hija se casara con un hombre mucho mayor que ella.

– Lo siento, no puedo contarle mucho sobre Yin. La Revolución Cultural dejó numerosas tragedias a su paso. Yin era escritora, y publicó un libro sobre la revolución, pero no quería hablar de ello con nosotros.

El detective Yu le dio las gracias al final de la conversación. A medida que bajaba las escaleras, se sintió totalmente deprimido. La gente de aquel lugar parecía cargar todavía con el polvo del pasado, y lo mismo le sucedía al edificio shikumen. Para ser más exactos, seguían viviendo a la sombra de la Revolución Cultural. El Gobierno había hecho un llamamiento para que miraran hacia el futuro, para que no volvieran nunca la vista atrás, pero eso resultaba extremadamente difícil para algunas personas, entre ellas Yin, Lindi, Wan y casi todos a los que había entrevistado, exceptuando al Sr. Ren. Así pues, Yu se preguntó si realmente el Sr. Ren era capaz de olvidar, ahogando sus penas en un cuenco de tallarines humeantes.

Cuando salió de la casa shikumen, Yu divisó el puesto de Lei en la entrada delantera de la calle. No tenía prisa por hablar con Lei. Miró el reloj y decidió comprar el almuerzo. Había una cola de clientes esperando su turno, de modo que Yu aguardó pacientemente. Observó. A pesar de haber contratado personal recientemente, Lei estaba ocupado, removiendo constantemente el contenido de una cazuela pesada. Apiñadas alrededor de la entrada de la calle, había unas cuantas mesas y bancos de madera áspera y sin pintar. Algunos clientes marchaban con los almuerzos en la mano, pero otros escogían sentarse allí para comer. Yu también tomó asiento.

La comida estaba bastante buena. Una»porción generosa de arroz y rodajas de anguila frita con cebolla verde. El arroz blanco estaba aderezado con un chorrito de aceite de sésamo. Además, una sopa de verduras en vinagre y cerdo triturado. Todo por solo cinco yuanes.

Después de comer, Yu llamó a Peiqin para hacerle una pregunta:

– ¿Crees que podemos fiarnos del modelo fiscal que elaboró Yu?

– No, no lo creo -contestó Peiqin-. Los restaurantes privados ganan cantidad de beneficios por no pagar impuestos. Es un secreto a voces. Todos los negocios utilizan dinero negro. Nadie pide un recibo por cuatro o cinco yuanes. El modelo fiscal que elaboró Yu no es fiable. Además, tampoco ingresan todo el dinero en los bancos. Es una práctica común entre los dueños de restaurantes.

– Es cierto -dijo Yu-. Yo no he pedido ningún recibo este mediodía.

– Confecciono hojas de cálculo para Geng. Sé de lo que hablo.

Yu creyó a Peiqin.

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