EPILOGO I

El jueves 11 de octubre de 1962, el Papa Juan XXIII inauguró en Roma el Concilio Vaticano Segundo. De 3.044 padres conciliares invitados, estaban presentes 2.540, de ellos 115 miembros de la curia. De estos 115 sólo unos 30 conocían el verdadero motivo de esta reunión universal de la Iglesia, que no se había celebrado en casi cien años.

Los concilios, según nos indica la historia, tenían siempre un motivo acuciante y resultados importantes. Los concilios sacaron a relucir la llamada homeostasia, la identidad en el ser del Hijo con el Padre (Nicea), acabaron con el cisma eclesiástico (Constanza) o impusieron a los cristianos el dogma del pecado original (Trento) y de la infalibilidad del Papa (Vaticano I). Por el contrario, los resultados del Concilio Vaticano Segundo parecen pobres.

Sin embargo, el Concilio Vaticano Segundo pasará a la historia como un concilio de reforma, y naturalmente lo que se narra en este libro no habrá sucedido nunca.

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