13

Trato con lo que es legítimo y

justo… y aborrezco toda práctica

falsa.

Salmo 119, asignado para el vigésimo sexto día


– Decretos y proyectos de ley, 1950. -Wexford cogió el libro y leyó el título en voz alta-. ¿Es un libro blanco? -Archery tuvo que confesar un tanto avergonzado que no lo sabía-. ¿Contiene algo que le gustaría que viera?

Charles buscó la página.

– Aquí está -dijo. Wexford empezó a leer. El silencio era tenso, casi exasperante. Archery miró subrepticiamente a los demás: Charles estaba impaciente, Kershaw intentaba mantener un aire despreocupado, pero su mirada viva y nerviosa traicionaba su inquietud, y Tess parecía confiada y serena. ¿Era en su madre en la que confiaba tanto o en Charles? Este último había perdido gran parte de su aplomo al entrar en el despacho cinco minutos antes, cuando había tenido que presentar a Tess al inspector jefe.

– Quiero presentarle a la señorita Kershaw -había dicho-, mi… la chica con la que voy a casarme. Yo…

– Ah, sí. -Wexford había sido muy cortés-. Buenas tardes, señorita Kershaw, señor Kershaw. Siéntense, por favor. Me temo que el buen tiempo no va a durar mucho.

En efecto, el brillante cielo azul, tan poco habitual en Inglaterra, había cambiado. Justo después del almuerzo, apareció una nube diminuta, no más grande que la mano de un hombre, y a ésta le siguieron otras, empujadas por un viento repentino. Ahora, mientras Wexford leía con expresión ceñuda, Archery contempló la densa masa gris de cúmulos a través de la ventana, cuya persiana amarilla estaba alzada.

– Muy interesante -dijo Wexford-, no lo sabía. Desconocía que las hermanas Primero fuesen adoptadas. Muy conveniente para Primero.

– ¿Conveniente? -dijo Charles. Archery suspiró para sus adentros. Podía predecir cuándo su hijo iba a mostrarse grosero o, como él decía, «directo»-. ¿Es todo lo que se le ocurre?

– No -dijo Wexford. Pocas personas tienen la suficiente moderación y seguridad en sí mismas como para decir «sí» o «no» sin reservas. Wexford era corpulento, pesado y feo, su traje había conocido tiempos mejores, demasiados días de lluvia y de calor y polvo, pero irradiaba fortaleza. Mirando a Charles, continuó-: Antes de ir más lejos con este tema, señor Archery, me gustaría decirle que el señor Primero ha presentado una demanda contra usted.

– ¡Oh, eso!

– Sí, eso. Hace unos días, me enteré de que su padre había conocido a los Primero. Quizá no fuese mala idea y estoy seguro de que fue muy agradable servirse para ello de la señora Primero. -Archery se percató de la repentina palidez de su rostro. Sentía náuseas-. Y, para ser justo con él, por lo que a mí se refiere, tenía autorización para ponerse en contacto con las personas relacionadas con el caso Primero. -Echó una mirada a Tess, que no reaccionó-. «Hable con ellas -le dije-, pero no se meta en problemas.» Su pequeña aventura del viernes es, a mi parecer, meterse en problemas y ¡no pienso consentirlo!

Con resentimiento. Charles dijo:

– De acuerdo, lo siento. -Archery se dio cuenta de que su hijo tenía que justificarse ante Tess-. Pero no va a decirme que sus agentes no inventan ocasionalmente algún pretexto para conseguir información.

– Mis agentes -repuso Wexford- pertenecen a las fuerzas del orden. -Con grandilocuencia, añadió-: Son la ley. -Su mirada severa se ablandó-. Ahora que ya les he soltado el sermón, más vale que me cuenten lo que usted y su padre han descubierto.

Charles se lo explicó. El inspector jefe escuchó pacientemente, pero mientras las pruebas contra Primero se amontonaban, el rostro de Wexford, en vez de mostrar sorpresa, permanecía extrañamente impasible. Sus pesados rasgos adoptaron una expresión animal, como los de un toro viejo.

– Me dirá que Primero tenía una coartada, por supuesto -dijo Charles-. Y supongo que sus agentes la comprobaron y que después de tantos años será difícil echarla abajo, pero…

– No se comprobó su coartada -dijo Wexford.

– ¿Cómo ha dicho?

– No se comprobó su coartada.

– No entiendo.

– Señor Archery… -Wexford se puso en pie y apoyó sus enormes manos sobre la mesa, pero no se movió de su sitio-. Estoy dispuesto a discutir este asunto con usted y a responder a cualquier pregunta que quiera hacerme. -Hizo una pausa-. Pero no en presencia de la señorita Kershaw. Si me permite decirlo, creo que ha sido una insensatez traerla aquí.

Ahora, le tocó a Charles ponerse en pie.

– La señorita Kershaw va a ser mi esposa -dijo acalorado-. Cualquier cosa que tenga que decirme a mí, puede decírsela a ella también. No quiero secretos sobre este asunto.

Impasible, Wexford volvió a sentarse. Sacó un fajo de papeles de un cajón de su mesa y empezó a examinarlos. Luego, levantó los ojos y dijo:

– Siento que la entrevista haya sido infructuosa para ustedes. Con un poco de cooperación, creo que podía haberles ahorrado muchas indagaciones inútiles. Pero si me disculpan, soy un hombre muy ocupado, así que buenas tardes.

– No -dijo Tess de repente-. Me iré. Os esperaré en el coche.

– ¡Tess!

– No hay nada que discutir, cariño, me iré. ¿No comprendes? No puede hablar de mi padre delante de mí. ¡Oh, querido, no seas niño!

«Eso es exactamente lo que es», pensó Archery con desdicha. Wexford sabía algo, algo seguramente terrible, pero ¿por qué había estado jugando con ellos al gato y al ratón?, ¿por qué había jugado sucio con Archery desde el principio? La confianza en sí mismo y su poder ¿ocultaban tal vez su pedantería y su temor a que los Archery hiciesen mella en su autoridad y removiesen las tranquilas aguas de su distrito? Y, no obstante, Wexford era un hombre influyente y, sin lugar a dudas, bueno y justo. No mentiría nunca, ni manipularía la verdad para encubrir un error. «No se comprobó su coartada…» ¡Si dejase de contestar con evasivas!

Wexford interrumpió sus pensamientos:

– No tiene por qué salir del edificio, señorita Kershaw -dijo-. Si su… su padre es tan amable de acompañarla arriba… Sigan recto por el pasillo y luego tuerzan a la izquierda, cuando lleguen a las puertas dobles encontrarán una cafetería que no está nada mal, incluso para una dama. Les sugiero que tomen una buena taza de té y un pastel.

– Gracias. -Tess dio media vuelta y se limitó a tocar el hombro de Kershaw. Éste se levantó de inmediato. Una vez fuera, Wexford cerró la puerta tras ellos.

Charles respiró hondo y se acomodó en su silla, intentando parecer indiferente.

– Pues, muy bien, ¿cuál es esa coartada que, por algún motivo misterioso, no fue comprobada? -preguntó.

– El motivo -dijo Wexford- no es ningún misterio. La señora Primero fue asesinada entre las seis y veinticinco y las siete de la tarde del domingo, 24 de septiembre de 1950. -Hizo una pausa para permitir que Charles le interrumpiese con el inevitable «Sí, sí», mascullado con virulenta impaciencia-. Fue asesinada en Kingsmarkham y, a las seis y media, alguien vio a Roger Primero en Sewingbury, a ocho kilómetros de distancia.

– ¡Oh!, ¿así que alguien lo vio? -se burló Charles, mientras cruzaba las piernas-. ¿Qué te parece, papá? ¿A usted no le parece remotamente posible que Roger Primero pudo haber convenido de antemano que alguien le «viera»? Siempre hay algún tipo sin escrúpulos dispuesto a cometer perjurio y decir que te ha visto por veinte libras.

– Algún tipo sin escrúpulos, ¿eh? -Wexford no se molestó en disimular su regocijo.

– Alguien lo vio. De acuerdo. ¿Quién fue?

Wexford suspiró y su sonrisa desapareció.

– Yo lo vi -contestó.


Fue como una bofetada. El amor que Archery sentía por su hijo, un sentimiento adormecido durante los últimos días, le inundó el pecho. Charles permanecía callado y Archery, que se había visto en esta misma situación demasiado a menudo últimamente, intentó reprimir su odio hacia Wexford. El inspector se había tomado un tiempo considerable para ir al grano, pero, desde luego, aquella confesión había sido su venganza.

Apoyaba sus grandes codos sobre la mesa y sus dedos se juntaban en una implacable pirámide de carne y hueso. La encarnación de la ley. Si Wexford decía que había visto a Primero aquella noche, nadie se atrevería a contradecirle, porque aquel hombre era incorruptible. Era como si Dios lo hubiese visto. Horrorizado, Archery se incorporó en su silla y una tos seca y dolorosa lo sacudió.

– ¿Usted? -dijo Charles, por fin.

– Yo -dijo Wexford-, con mis propios ojos.

– ¡Podría habérnoslo dicho antes!

– Lo hubiese hecho -dijo Wexford con calma y, por extraño que pareciese, con sinceridad-, si hubiese tenido la más remota idea de que ustedes sospechaban de Roger Primero. Charlar con él acerca de su abuela es una cosa, pero acusarle de asesinato es otra muy diferente.

En tono cortés y ceremonioso. Charles preguntó:

– ¿Le importaría contarnos los detalles? Wexford correspondió a su cortesía:

– En absoluto. Pensaba hacerlo. Pero antes, sin embargo, más vale que les diga que no fue una apreciación retrospectiva. Yo conocía a Roger Primero. Lo había visto en el juzgado con su jefe en muchas ocasiones. Él solía acompañarle para seguir la evolución de los casos.

Charles asintió con el rostro rígido. Archery creía saber lo que pasaba por su mente. También sabía lo que significaba perder.

– Yo estaba trabajando en Sewingbury -continuó Wexford- y tenía una cita con un hombre que a veces nos pasaba información. Era lo que usted llamaría un tipo sin escrúpulos, pero nunca le sacamos nada que valiese veinte libras. La cita era a las seis, en un bar llamado Black Swan. Así, pues, fui allí, hablé con mi… mi amigo y como a las siete tenía que estar de vuelta en Kingsmarkham, salí del local a las seis y media, y entonces me encontré cara a cara con Primero.

»Me saludó y me dio la sensación de que estaba un poco perdido. Y efectivamente así era. Después, me enteré de que Primero esperaba encontrarse con unos amigos suyos, pero se había equivocado de bar. Le estaban esperando en el Black Bull. «¿Está usted de servicio? -me preguntó-. ¿O puedo invitarle a una copichuela?»

Archery estuvo a punto de sonreír. Wexford imitaba bastante bien la absurda jerga que Roger Primero empleaba, a pesar de sus dieciséis años de opulencia.

– «Gracias, de todos modos -dije-, pero tengo mucha prisa.» «Entonces, buenas noches», me dijo y se acercó él solo a la barra. Solamente llevaba diez minutos en Kingsmarkham, cuando me llamaron para que acudiera a Victor’s Piece.

Charles se levantó lentamente y le tendió la mano con gesto mecánico.

– Muchísimas gracias, inspector. Creo que ya no hay nada más que decir, ¿no es así? -Wexford se inclinó por encima de la mesa y le estrechó la mano. Un imperceptible resquicio de compasión suavizó sus rasgos y luego desapareció. Charles añadió-: Lamento mi anterior descortesía.

– No tiene importancia -dijo Wexford-. Esto es una comisaría, no un festival de la parroquia. -Vaciló y añadió-: Lo siento. -Archery comprendió que no se refería a los malos modales de su hijo.


Tess y Charles empezaron a discutir antes incluso de subir al coche. Archery les escuchó indiferente, seguro de que todo aquello ya lo habían hablado antes. Llevaba en silencio más de media hora y seguía sin encontrar nada que decir.

– Tenemos que ser realistas -decía Charles-. Si a mí no me importa y a mis padres no les importa, ¿por qué no podemos casarnos y olvidarnos de tu padre?

– ¿Quién dice que no les importa? Eso no es ser realista, yo sí que lo soy. En cierta forma, he sido muy afortunada… -Tess obsequió a Kershaw con una melosa sonrisa-. He tenido más suerte de la que nadie hubiera augurado, pero esto tendré que dejarlo correr.

– ¿Qué quieres decir exactamente?

– Sólo que… bueno, fue absurdo pensar que tú y yo podíamos casarnos.

– ¿Tú y yo? ¿Qué me dices de los demás que vendrán a cortejarte? ¿Acaso pretendes hacerles pasar por el mismo melodrama o cuando llegues a los treinta y se te echen los años encima, cambiarás de parecer?

Ella hizo una mueca. A Archery le pareció que Charles había olvidado que no estaban solos. A empujones, su hijo metió a Tess en el asiento trasero y cerró la puerta de un portazo.

– Sólo por curiosidad -continuó Charles, con amargo sarcasmo-, me gustaría saber si has hecho voto de castidad perpetuo. ¡Dios mío!, esto parece un artículo del Sunday Planet: «¡Condenada a la soltería por el crimen de su padre!» A ver si me puedes aclarar una cosa, puesto que se supone que estoy muy por encima de ti en el plano moral, me gustaría saber cuáles son las cualidades que debe poseer el afortunado. ¿Serías tan amable de enumerarme los requisitos?

Tess siempre se había sentido fortalecida por la fe de su madre en la inocencia de su padre, pero los Archery con sus dudas habían acabado con esa fe; no obstante, la llama de la esperanza había seguido ardiendo, hasta que Wexford la había apagado para siempre. Ella miró fijamente a Kershaw, el hombre que le había enseñado a enfrentarse con la realidad. Archery no se sorprendió cuando dijo histéricamente:

– Supongo que tendría que tener un padre asesino. -Tomó aliento, porque estaba admitiéndolo por primera vez-. ¡Como yo!

Charles dio un golpecito en la espalda de su padre y preguntó provocativo:

– ¿Por qué no te cargas a alguien, por favor?

– ¡Cállate! -dijo Kershaw-. Déjalo, Charlie, ¿quieres?

Archery le tocó el brazo, y dijo:

– Voy a bajar, si no os importa. Necesito un poco de aire.

– Yo, también -dijo Tess-. No aguanto más encerrada aquí dentro y tengo un espantoso dolor de cabeza. Necesito una aspirina.

– No puedo aparcar aquí.

– Volveremos andando al hotel, papá. Si no salgo de aquí me voy a desmayar, -dijo Tess.

Los tres se apearon. Charles con el semblante sombrío. Tess se tambaleó un poco y Archery la sujetó con su brazo. Varios transeúntes les observaron curiosos.

– Dijiste que querías aspirinas -dijo Charles.

La farmacia más cercana estaba a sólo unos metros, pero Tess, que iba vestida con ropa ligera, empezó a tiritar. El aire era denso y húmedo. Archery advirtió que los comerciantes habían recogido sus toldos.

Charles pareció a punto de reanudar la discusión, pero ella le miró suplicante:

– No hablemos más del asunto. Ya no tenemos nada más que decirnos. Con un poco de suerte, no nos volveremos a ver hasta octubre e incluso entonces podemos evitar encontrarnos…

Él frunció el ceño en silencio e hizo un gesto de rechazo. Archery abrió la puerta y Tess entró en el establecimiento.

En el interior, sólo estaban la ayudante y Elizabeth Crilling, que al parecer, no estaba comprando, sino que sólo se limitaba a charlar mientras esperaba. Era media tarde de un día laborable y, sin embargo, la muchacha estaba de compras. ¿Qué habría pasado con su trabajo en el establecimiento de ropa para «señoras»? Archery se preguntó si lo reconocería y cómo podía evitar que eso ocurriese, porque no quería tener que presentarle a Tess. Se estremeció ante la idea de lo que estaba sucediendo en aquella tienda de un pueblo provinciano: el encuentro, después de dieciséis años, entre la hija de Painter y la muchacha que había descubierto el crimen que éste cometió.

Se quedó junto a la puerta mientras Tess se acercaba al mostrador. Las dos estaban tan cerca que casi se tocaban. Entonces, Tess se inclinó por delante de Liz Crilling para coger un frasco de aspirinas y al hacerlo rozó la manga de su blusa.

– Disculpe.

– No se preocupe.

Archery observó que Tess no tenía más que un billete de diez chelines. En ese momento, su inquietud y su temor a que Tess reconociese a la muchacha que estaba a su lado eran tan abrumadores que estuvo a punto de gritar: «¡Da igual. Déjalo! ¡Por el amor de Dios, salgamos de aquí y ocultémonos!».

– ¿No tiene nada más pequeño?

– Me temo que no.

– Espere un momento, iré a ver si tenemos cambio.

Las dos jóvenes permanecían una junto a la otra, en silencio. Tess miraba fijamente al frente, pero Liz Crilling jugueteaba nerviosamente con dos frascos de perfume que había en un estante de cristal, moviéndolos como si fuesen piezas de ajedrez.

El farmacéutico, vestido con una bata blanca, salió de la parte trasera.

– ¿Está aquí la señorita Crilling esperando una receta? -preguntó.

Tess se volvió y su rostro se ruborizó.

– Ésta es una receta múltiple, pero temo que ya no es válida…

– ¿Qué quiere decir con que ya no es válida?

– Quiero decir que sólo se puede utilizar seis veces. No puedo darle más pastillas si no trae una receta nueva. Si su madre…

– La vieja foca -dijo Liz Crilling lentamente.

La repentina expresividad del rostro de Tess se desvaneció como si alguien le hubiese abofeteado. Sin abrir su monedero, metió el cambio en su bolso y salió apresuradamente de la farmacia.


La vieja foca. Todo es culpa suya, todo lo malo que te ha ocurrido en la vida es por su culpa, empezando por el precioso vestido rosa.

Durante todo el día de aquel lluvioso domingo, estuvo sentada ante la máquina de coser, haciendo tu vestido. Cuando estuvo listo, mamá te lo puso y te peinó con una cinta en el pelo.

– Voy a salir un momento, quiero que la abuela Rose te vea con tu vestido nuevo -dijo mamá y entonces salió, pero cuando regresó estaba enfadada porque la abuela Rose estaba durmiendo y no la había oído cuando había llamado por la ventana.

– Espera media hora -dijo papá-, quizá para entonces esté despierta. -Él estaba medio dormido también, tumbado en la cama, pálido y flaco, con la cabeza apoyada en las almohadas. Así que mamá subió a su cuarto para darle la medicina y leerle algo, porque estaba demasiado débil para sostener un libro.

– Quédate en el salón, nena, y ten cuidado de no ensuciarte el vestido.

La obedeciste, sin embargo, te echaste a llorar. Por supuesto no era por no ir a ver a la abuela Rose, sino porque sabías que mientras mamá y ella hablaban, tú podrías haberte escabullido hasta el pasillo y luego llegar al jardín para enseñar a Tessie tu vestido, ahora que estaba recién estrenado.

Bueno, ¿y por qué no? ¿Por qué no ponerte un abrigo y cruzar corriendo la carretera? Pero tendrías que darte prisa, porque Tess se iba a la cama a las seis y media. La tía Rene era muy estricta en eso.

«Son pobres, pero decentes», decía mamá, aunque no sabías lo que significaba. Pero sabías que tía Rene no te permitiría despertarla aunque te dejase entrar en su habitación.

Pero ¿por qué demonios habías ido? ¿Por qué? Elizabeth Crilling salió de la farmacia y anduvo a ciegas hacia la esquina de Glebe Road, tropezando con los transeúntes. Quedaba mucho camino y tendría que pasar por delante de las detestables casitas arenosas que, bajo la luz espectral, parecían tumbas del desierto, y todavía estaba muy lejos… Y cuando llegase al final sólo le quedaba una cosa por hacer.

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