16

Cuando un alma impura

abandona a un hombre, vaga por

lugares yermos en busca de descanso,

sin encontrarlo. Dice: «Regresaré a la

casa de la que he salido.»

Evangelio del cuarto domingo de Cuaresma


Elizabeth Crilling se lo contó en segunda persona: «Tú hiciste esto y después hiciste aquello.» Asombrado, Archery fue consciente de que estaba escuchando algo que ningún padre ni psiquiatra había oído anteriormente. El extraño uso del pronombre parecía introducir su mente dentro del cuerpo de una niña para que él pudiese ver con sus ojos y sentir su terror.

Ahora ella estaba sentada, completamente inmóvil, en el mismo lugar donde todo había comenzado, bajo la luz descendente del húmedo atardecer. Sólo se movían sus párpados. A veces, en los momentos más angustiosos de su relato, ella cerraba los ojos y luego volvía a abrirlos con un suspiro. Archery nunca había asistido a una sesión de espiritismo y de hecho desaprobaba este tipo de cosas teológicamente insostenibles; pero había leído sobre el tema. El clérigo pensó que el monótono relato de los espeluznantes acontecimientos contado por Elizabeth Crilling tenía el cariz de la revelación de una médium. Ella estaba llegando al final, y en su rostro se reflejaba el alivio y el cansancio, como si acabara de quitarse un gran peso de encima.

«…Te pusiste el abrigo, el mejor que tenías porque también llevabas tu mejor vestido, cruzaste corriendo la carretera y recorriste el callejón del invernadero. No te vio nadie, así que nadie se enteraría. ¿O quizá sí? Seguramente aquel ruido lo hizo la puerta trasera al cerrarse suavemente.

»Rodeaste la casa con sigilo y entonces descubriste que era tío Bert que había salido al jardín.

»-¡Tío Bert, tío Bert! Tengo puesto mi vestido de fiesta. ¿Puedo ir a enseñárselo a Tessie?

»De repente tuviste miedo, un miedo que nunca habías sentido antes, porque el tío Bert respiraba de una manera extraña, jadeaba y tosía como papá cuando sufría uno de sus ataques. Entonces se volvió hacia ti, tenía manchas rojas por todas partes, en las manos y en la parte delantera de su abrigo.

»-Me he cortado -dijo-. No mires Lizzie. Acabo de cortarme.

»-¡Quiero ver a Tessie! ¡Quiero ver a Tessie!

»-¡No vayas allí!

»-No me toques. Llevo mi vestido nuevo. Si lo haces se lo diré a mamá.

»Él se quedó allí en medio, lleno de aquella cosa roja, con aquella cara que se parecía a la de un león, una boca y una nariz enormes y el pelo rizado y rojizo. Sí, se parecía al león de ese libro de dibujos que mamá no te dejaba mirar…

»La cosa roja le había salpicado el rostro y le había manchado los labios. Él aproximó su terrible cara a la tuya y te gritó:

»-Sí se lo dices, Lizzie Crilling, renacuajo presumido y repipi, ¿sabes lo que te haré? Estés dónde estés, ¿me oyes?, te encontraré y te haré lo mismo que a la vieja.»

Archery advirtió que el relato había acabado porque ella salió del trance, se incorporó en su silla y dejó escapar un gemido.

– ¿Pero usted volvió otra vez a Victor’s Piece? -murmuró Archery-, ¿no es cierto que regresó a la casa con su madre?

– ¡Mi madre! -Él no se habría sorprendido si ella hubiese empezado a llorar, pero lo que, desde luego, no esperaba era aquella violenta y amarga carcajada, aguda y discorde. De repente ella dejó de reírse y se apresuró a responderle-: Yo sólo tenía cinco años, era una niña. En aquel momento no sabía lo que Painter me quería decir. Me daba mucho más miedo que ella se enterase de que yo había ido allí sola. -Archery notó que ya utilizaba el «ella» y, por intuición, supo que no volvería a mencionar a su madre por su nombre-. Verá, ni siquiera sabía que aquello era sangre y creo que pensé que se trataba de pintura.

»Después volví con ella. La casa no me daba miedo y no sabía a quién se había referido Painter al decir “la vieja”. Cuando él dijo que me haría lo que le había hecho a la vieja, pensé que se refería a su mujer, la señora Painter. Él sabía que yo le había visto pegarla. Fui yo quien encontró el cadáver. ¿Lo sabía usted? ¡Dios, fue espantoso! Verá, yo no entendía nada. ¿Sabe lo que pensé al principio? Creí que, por algún motivo, ella había reventado.

– ¡No! -dijo Archery.

– Si a usted le resulta difícil de asimilar, ¿cómo cree que fue para mí? Yo tenía cinco años. ¡Cinco años, por Dios! Me metieron en la cama y estuve enferma durante semanas. Arrestaron a Painter, por supuesto, pero nadie me lo dijo. Esas cosas no se cuentan a los niños. Yo no sabía qué había pasado, sólo que la abuela Rose había reventado por su culpa. Y que si yo contaba lo que había visto me haría lo mismo que a ella.

– Pero ¿qué pasó después? ¿No se lo contó usted a nadie?

Ella le había explicado cómo había descubierto un cadáver y le había dicho que fue espantoso, pero él percibió una cierta afectación en su voz. «Una niña encuentra una mujer asesinada», pensó. Sí, todo el mundo debió coincidir en afirmar que era un hecho traumatizante para ella, sin embargo, para Liz, eso no había sido lo peor. Ahora, tras contar lo que le había pasado, Archery observó que la muchacha volvía a entrar en trance, mientras el espíritu de Painter, allí presente, en el mismo sitio donde ocurrió todo, aparecía ante sus ojos.

– Te encontraría -masculló ella-. Te escondieses donde te escondieses, estuvieses donde estuvieses, él te encontraría. Querías contárselo a ella, pero no quiso escucharte. «No pienses en ello, nena, tienes que quitártelo de la cabeza.» Pero aquello no quería irse… -Sus facciones se movían y sus ojos vidriosos parpadeaban.

– Señorita Crilling, permítame llevarla a su casa.

Entonces ella se levantó y caminó mecánicamente hacia la pared de la casa, como un robot cuyo programa se hubiera desbaratado. Al tocar los ladrillos con las manos se detuvo y volvió a hablar, dirigiéndose no a él sino al interior de la casa.

– No quería irse. Y se metió cada vez más adentro, hasta convertirse en la rueda de una cajita de música que giraba y giraba, tocando la misma canción una y otra vez.

¿Es que ella era consciente de que estaba hablando metafóricamente? Antes la muchacha le había hecho pensar a Archery en una médium, pero ahora le parecía más bien un disco rayado que reproducía el mismo horror cada vez que la aguja llegaba al surco del recuerdo. Tocó su brazo y le sorprendió la docilidad y laxitud con que ella se dejó conducir de nuevo a la silla. Durante unos minutos los dos se sentaron en silencio. Ella habló primero, recuperada casi por completo:

– Conoce a Tessie, ¿verdad? ¿Se va a casar con su hijo? -Él se encogió de hombros. En voz queda, prosiguió-: Creo que es la única amiga que he tenido nunca. Su cumpleaños iba a ser la semana siguiente, iba a cumplir cinco años y yo pensé en regalarle uno de mis vestidos viejos. Dárselo a escondidas mientras ella estuviera con la vieja. Era una mocosa generosa, ¿a que sí? Pero no volví a verla.

Archery dijo con delicadeza:

– La ha visto usted en la farmacia, esta misma tarde.

Su estado de cordura, recién recuperado, era bastante frágil. Archery pensó que quizá había sido demasiado imprudente.

– ¿La de la blusa blanca? -dijo ella con un hilo de voz tan queda que él tuvo que inclinarse para oírla-. ¿La que no tenía cambio?

– Sí.

– Estaba a mi lado y yo sin saberlo. -Hubo un largo silencio. Sólo se oía el susurro sordo de los arbustos y las relucientes hojas cargadas de agua que trepaban por las paredes de la cochera. Ella inclinó la cabeza. -Reconozco que no me fijo mucho en las mujeres. Pero le vi a usted y al chico que iba con usted, desde luego. Recuerdo que pensé que por fin se veía algún tío bueno en este poblacho.

– El tío bueno al que se refiere -dijo Archery- es mi hijo.

– ¿El novio de Tess? ¡No tenía que haberle contado nada! -exclamó con exasperación-. Y, ¡Dios!, tampoco se lo habría dicho nunca a ella, si usted no me hubiera pillado así.

– Fue una coincidencia. Quizá es mejor que yo lo sepa.

– ¡Usted! -espetó-. Usted y su querido hijo no piensan en otra cosa. ¿Y yo qué? -Se levantó, le miró y se dirigió hacia la puerta con el cristal roto.

«Tiene razón», pensó avergonzado. Él había estado dispuesto a sacrificar a cualquiera, a las Crilling, a Primero, incluso a Imogen, por salvar a Charles; pero su búsqueda estaba condenada al fracaso desde el principio porque no se podía cambiar la historia.

– ¿Qué me van a hacer? -Liz no le miraba a la cara y hablaba con voz queda. Pero había tal apremio y tanto miedo en esa breve frase que produjo el mismo efecto que si la hubiese pronunciado a gritos.

– ¿A usted? -Archery se levantó y se colocó detrás de ella, impotente-. No tienen por qué hacerle nada. -Recordó al hombre muerto en el paso de peatones y los pinchazos que ella tenía en sus piernas, pero se limitó a añadir-: Es más grande el sufrimiento que usted ha padecido por los pecados ajenos que el daño que ha causado a otros.

– ¡La Biblia! -gritó-. ¡No me cite la Biblia! -Él no dijo nada, pues no lo había hecho. Ella añadió de repente-: Me voy arriba. ¿Sería tan amable de darle recuerdos a Tess cuando la vea? ¡Me hubiera gustado hacerle un regalo de cumpleaños!


Cuando Archery llegó a la casa del médico, el punzante dolor de su mano, que palpitaba como un segundo corazón, sofocaba cualquier otro tipo de sensación. Reconoció inmediatamente al doctor Crocker, y éste también se acordaba de él.

– Se está divirtiendo mucho estas vacaciones -dijo Crocker. Tuvo que hacer una sutura en el dedo y ponerle la vacuna antitetánica-, Primero el muchacho muerto y ahora esto… Lo siento, pero puede que le duela. Tiene usted una piel muy gruesa.

– ¿De veras? -Mientras se remangaba la camisa, Archery no pudo evitar una sonrisa-. Quisiera preguntarle algo. -Sin perder el tiempo con explicaciones, le expuso la duda que le venía atormentando desde que abandonó Victor’s Piece-. ¿Es posible?

– ¿A principios de octubre? -Crocker le miró con simpatía-. Mire, ¿es una cuestión personal?

Archery leyó sus pensamientos y sonrió.

– No exactamente -dijo-. Es, como se suele decir, en interés de un amigo.

– Bueno, es muy improbable. -Crocker sonrió-. Se conocen muy pocos casos, son contadísimos. Se puede decir que se registran para la historia médica.

Archery asintió y se levantó para irse.

– Tendré que volver a ver ese dedo -le dijo el doctor-. O si no, vaya a hacerle una visita a su médico de cabecera. Tiene que ponerse otras dos inyecciones. Vaya a verle cuando regrese a casa, ¿de acuerdo?

A casa… sí, mañana estaría en casa. Su estancia en Kingsmarkham no había sido precisamente muy tranquila, no obstante, Archery sentía esa curiosa sensación que se experimenta cuando se está a punto de abandonar un lugar de veraneo que acaba por resultar más familiar que el propio hogar.

Había paseado por High Street todos los días, algo que no hacía con mucha frecuencia por la calle principal de Thringford. Para él, eran tan conocidas la farmacia, la tienda de ultramarinos, la pañería como para las amas de casa de Kingsmarkham. Además, el lugar era francamente bonito. De repente le entristeció no haber prestado apenas atención a su belleza, pero pensó que siempre asociaría esa ciudad con un amor perdido y una búsqueda fracasada.

Las farolas, algunas de ellas antiguas, con fanales de hierro forjado, iluminaban los callejones que serpenteaban entre los muros de piedra, los patios de las cocheras y los jardines de los cottages. La débil luz amarillenta amortiguaba el color de las flores, confiriéndoles una luminosa palidez. Media hora antes quedaba suficiente luz para leer; ahora la oscuridad se adueñaba del lugar y desde la calle podían verse las luces de las lámparas a través de las ventanas. El cielo amenazaba lluvia y se veían algunas estrellas a través de los escasos claros que se abrían entre las nubes algodonosas. La luna no había salido aún.

El Olive and Dove estaba brillantemente iluminado y el aparcamiento, lleno de coches. A través de las puertas de cristal que separaban el vestíbulo del bar Archery vio que estaba atestado de gente. Había grupos y parejas de jóvenes sentados en taburetes y alrededor de pequeñas mesas de roble negro. Archery habría dado cualquier cosa para ver a Charles entre ellos, echando la cabeza hacia atrás para reírse y posando la mano encima del hombro de alguna muchacha bonita. No una muchacha bella, intelectual y con un pasado que la marcaba para siempre sino mona, aburrida y complicada. Pero Charles no estaba allí. Archery lo encontró en el salón, a solas, escribiendo una carta. Apenas había transcurrido unas horas desde que el muchacho se despidió de Tess, y ya le estaba escribiendo…

– ¿Dónde has estado…? ¿Qué te ha pasado en la mano?

– Haciendo trizas el pasado.

– No te hagas el misterioso, papá. Eso no te va. -Hablaba con amargura y resentimiento. Archery se preguntó por qué la gente dice que el sufrimiento templa el carácter y por qué él mismo se lo había dicho a sus propios feligreses en varias ocasiones. Escuchó la voz reprobadora, quejumbrosa y egoísta de su hijo-. Hace dos horas que quiero escribir la dirección en este sobre, pero no he podido porque no sé dónde vive la tía de Tess. -Charles le lanzó una mirada amarga y acusadora-. Tú la apuntaste. No me digas que la has perdido.

– Aquí la tienes. -Archery sacó la tarjeta de su bolsillo y la dejó caer encima de la mesa-. Voy a telefonear a tu madre para decirle que mañana estaremos en casa.

– Subiré contigo. Este sitio está muerto por la noche.

¿Muerto? El bar estaba lleno de gente, muchos de ellos seguramente eran tan exigentes como Charles. Si Tess hubiese estado entre ellos no habría estado «muerto». De pronto, Archery decidió que Charles tenía derecho a ser feliz, y si su felicidad dependía de Tess, él tenía que conseguirla. Por lo tanto, era imprescindible que la hipótesis que estaba formulando no resultase errónea.

Al llegar al umbral de su habitación, el clérigo se detuvo y puso la mano hacia el interruptor de la luz pero no lo apretó. Allí en la oscuridad con Charles a sus espaldas, le vinieron a la mente las imágenes de Wexford, aquel primer día en la comisaría. Se había mostrado inflexible: «Me opongo totalmente a la boda», le había dicho al inspector jefe. ¡Qué diferentes veía ahora las cosas! Pero entonces él desconocía lo que era suspirar por una voz y una sonrisa. Comprender de verdad no significaba simplemente perdonar algo, era sentirlo en tu propio espíritu y tu propia carne.

Por encima de su hombro. Charles dijo:

– ¿No encuentras el interruptor? -Levantó la mano y tocó la de su padre que descansaba sobre la fría y seca pared. La habitación se llenó de luz-. ¿Te encuentras bien? Pareces agotado.

Acaso fue la inhabitual suavidad de su voz lo que le conmovió. Archery sabía lo fácil que era ser amable cuando uno se siente feliz y lo imposible que resulta preocuparse por algo que no sea la propia pena cuando uno se halla inmerso en ella. De repente su corazón rebosó de amor, un amor difuso que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía un objeto específico aunque en él estaban incluidos su hijo y su mujer. Con la dudosa esperanza de que su voz sonase dulce y amable, se dirigió al teléfono.

– Bueno, casi no te reconozco. -Fueron las primeras palabras que escuchó, llenas de resentimiento-. Pensaba que te había pasado algo. Empezaba a creer que te habías fugado con una amante.

– Nunca haría eso, cariño -dijo, con el corazón oprimido. Se sintió obligado a poner su fidelidad fuera de dudas y adoptando el grotesco lenguaje de la calle, añadió-: Kingsmarkham no destaca por sus tías buenas. Te he echado de menos. -No era sincero y lo que dijo a continuación también era mentira-. Estoy deseando volver a casa contigo. -Tendría que conseguir que se convirtiese en una verdad. Apretó la mano hasta el que dedo herido le empezó a doler, y mientras lo hacía pensó que con voluntad y tiempo llegaría a ser cierto…

– Utilizas unas expresiones muy raras -dijo Charles cuando Archery colgó-. ¡Tías buenas! ¡Me sorprendes, papá! -todavía sostenía la tarjeta postal, contemplándola absorto. Una semana antes, a Archery le habría maravillado que la dirección de una mujer y su caligrafía pudiesen fascinarle tanto.

– El sábado me preguntaste si había visto esto antes, si me sonaba. Bueno, sí que lo he visto. Es un extracto de una larga obra de teatro religiosa en verso. Una parte está escrita en prosa pero contiene canciones (himnos, en realidad) y ésta es la última estrofa de una de ellas.

– ¿Dónde lo has visto? ¿En Oxford? ¿En una biblioteca?

Pero Charles no le escuchaba. Como si estuviese esperando el momento desde hacía tiempo, le preguntó:

– ¿Dónde has estado esta noche? ¿Tiene algo que ver conmigo y con Tess?

¿Debía decírselo? ¿Estaba obligado a destruir los últimos vestigios de esperanza antes de tener algo real y probado para sustituirlos?

– Sólo fui a echar un último vistazo a Victor’s Piece. -Charles asintió con la cabeza. Parecía aceptarlo con toda naturalidad-. Me encontré a Elizabeth Crilling allí, escondida. -Le habló de las drogas y de los lamentables intentos de la muchacha para conseguir más pastillas, pero no se lo contó todo.

La reacción de Charles fue inesperada:

– ¿De qué se esconde?

– De la policía, supongo, o de su madre.

– ¿Quieres decir que la has dejado allí sola? -preguntó Charles indignado-. ¿A una desequilibrada como ella? Es capaz de hacer cualquier cosa. No sabes cuántas pastillas tendría que tomar para intoxicarse. Puede que se tome una sobredosis deliberadamente. ¿Se te ha ocurrido pensar en eso?

Ella le había acusado de desconsiderado, pero ni siquiera ese reproche le movió a hacer alguna cosa por ella. No pensó en que dejar a una joven sola en una casa vacía era una irresponsabilidad.

– Creo que debemos ir a Victor’s Piece e intentar convencerla de que regrese a su casa -dijo Charles. Al observar la repentina animación reflejada en el rostro de su hijo, Archery se cuestionó si era sincero o aquel arrebato de resolución era debido al deseo de hacer algo, lo que fuera, porque sabía que si se metía en la cama, no podría conciliar el sueño. Charles guardó la tarjeta postal en su bolsillo y dijo-: No te va a gustar la idea, pero creo que su madre debe acompañarnos.

– Se ha peleado con ella. Se comporta como si la odiase.

– No te preocupes. ¿Las has visto juntas alguna vez?

Sólo una mirada a través de una sala de audiencias, una mirada llena de un indescifrable e intenso sentimiento. No, nunca las había visto juntas. Pero sabía que si Charles estuviese solo y triste en algún lugar, y quizá al borde de quitarse la vida, a él, Archery, no le gustaría que fueran unos extraños los que le auxiliaran.

– Conduce tú -dijo dándole las llaves.

El reloj de la iglesia dio las once. Archery se preguntó si la señora Crilling se habría acostado ya. Por primera vez, pensó que tal vez estuviese preocupada por su hija. No se le había ocurrido pensar que estas dos mujeres sintieran emociones normales. Eran diferentes al resto de la gente, la madre era una enferma mental y la hija, una delincuente. Se preguntó si ésta era la razón por la que, en vez de mostrarse compasivo con ellas, se había limitado a utilizarlas. Al entrar en Glebe Road un reconfortante sentimiento brotó en su interior. Ahora que Elizabeth Crilling había podido deshacerse de sus fantasmas, no era demasiado tarde para salvarla, curar su vieja herida y rescatarla del caos en el que se hallaba.

Archery tenía frío y no llevaba nada para abrigarse. «En una noche de invierno es normal que haga frío -pensó-, pero hay algo deprimente e impropio en una noche de verano fría.» Noviembre con flores, un viento de noviembre que agitaba las hojas lozanas del verano. Era mejor no buscar presagios en la naturaleza.

– Charles, ¿cuál es la creencia religiosa que atribuye alma a todos los seres de la naturaleza? -preguntó.

– Animismo -dijo Charles. Archery tiritó.

– Ésta es la casa -dijo. Se apearon del coche. El número 23 estaba a oscuras.

– Estará en la cama.

– Pues tendrá que levantarse -dijo Charles, y pulsó el timbre. Volvió a llamar varias veces-. Es inútil. ¿Se puede entrar por detrás?

– Por aquí -dijo Archery y condujo a Charles bajo el arco arenoso. «Es como una cueva», pensó al tocar las paredes. Esperaba que estuviesen frías y húmedas pero, al tacto, resultaban secas y rugosas. Salieron a un callejón oscuro, apenas iluminado por la exigua luz procedente de los ventanales de la parte trasera de las casas. Un rectángulo amarillento, dividido por barras negras, se proyectaba en cada uno de los sombríos jardines, pero ninguno emergía de la ventana de la señorita Crilling.

– Debe haber salido -dijo Archery, mientras abrían la portilla de la reja de alambre-. No sabemos apenas nada sobre ellas. Ignoramos dónde puede haber ido o quiénes son sus amigos.

A través de la ventana vieron que la cocina y el vestíbulo estaban oscuros y vacíos. Para llegar a los ventanales tuvieron que abrirse paso entre una maraña de ortigas mojadas que les produjeron urticaria en las manos.

– Es una lástima que no hayamos traído una linterna.

– No tenemos ninguna linterna -objetó Archery. Miró dentro-. Tengo unas cerillas.

A la luz de la primera cerilla pudo apreciar que la habitación no había cambiado desde su primera visita, seguía llena de ropa tirada por el suelo y periódicos apilados contra la pared. La cerilla se apagó y la tiró al suelo. Al encender la segunda vio que había restos de comida sobre la mesa, un pan en rebanadas todavía envuelto en papel, una taza y un platillo, un bote de mermelada y un solo plato con una sustancia amarilla solidificada.

– Vale más que nos marchemos. No está aquí.

– La puerta no está cerrada -dijo Charles. Levantó la aldaba y la abrió sigilosamente. De golpe les envolvió un extraño olor a fruta y alcohol que no pudieron identificar.

– No podemos entrar. No tenemos ninguna justificación para forzar la entrada.

– No he forzado nada. -Charles tenía un pie al otro lado del umbral, pero se detuvo y, por encima del hombro, añadió-: ¿No te parece que hay algo raro aquí? ¿No lo sientes?

Archery se encogió de hombros. Ambos se hallaban ya dentro de la habitación. El olor era muy penetrante, pero no se distinguía nada más que los borrosos contornos de los muebles.

– El interruptor de la luz está a la izquierda, al lado de la puerta -dijo. Yo lo buscaré. -Se había olvidado de que su hijo era un hombre, de que era su sentido adulto de la responsabilidad lo que les había traído allí. En ese oscuro y maloliente lugar, eran sólo padre e hijo. El no debía hacer lo mismo que la señora Crilling y dejar que su hijo entrase primero-. Quédate aquí. -Pasó a tientas al lado de la mesa, apartó un pequeño sillón de su camino, se deslizó por detrás del sofá y buscó el interruptor-. ¡Quédate ahí! -Su voz cobró un tono más apremiante, agudizado por el miedo. En su recorrido, sus pies había tropezado con los desperdicios esparcidos por el suelo, un zapato y algo que le pareció un libro abierto, pero ahora el obstáculo era más grande y más sólido. Se le erizaron los cabellos. Era ropa, sí, pero entre ella había algo pesado e inerte. Cayó de rodillas y extendió sus manos para poder palpar aquel bulto-. ¡Dios mío…!

– ¿Qué ocurre? ¿Qué diablos está pasando? ¿No encuentras la luz?

Archery no pudo articular palabra. Había retirado sus manos, que estaban mojadas y pringosas. Charles había cruzado la habitación. Al encender la luz, la oscuridad se desvaneció hiriéndole la vista. Archery cerró los ojos. Por encima de él, oyó a su hijo gritar una exclamación ininteligible.

Abrió los ojos y la primera cosa que vio fueron sus manos teñidas de rojo.

– ¡No mires! -exclamó Charles, adelantándose a las propias palabras de su padre. Ellos no eran policías y, por lo tanto, no estaban acostumbrados a ese tipo de escenas; cada uno de ellos intentaba evitarle al otro el horror.

Pero ya era tarde. La señora Crilling yacía muerta en el suelo entre el sofá y la pared. La frialdad de su cuerpo llegó hasta las manos de Archery a través de los volantes rosas que cubrían a la mujer desde el cuello hasta los tobillos. Al ver su cuello apartó inmediatamente la vista, en él había una media atada.

– ¡Está cubierta de sangre! -dijo Charles-, es como si, ¡Dios mío! como si alguien la hubiese rociado con ella.

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