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Chen se despertó desorientado, como si perdiera pie en un mar de pensamientos.

Tras el descubrimiento del segundo cuerpo en el centro de la ciudad, los medios de comunicación comenzaron a clamar como las cigarras a principios del verano, y Chen pensó que tenía que ayudar de algún modo. Se lo debía a Yu. Y también a Hong, quien lo había mantenido al corriente de los últimos acontecimientos con una sonrisa radiante pese al malhumor de Liao.

Sin embargo, tras evaluar todas las medidas tomadas por sus compañeros, Chen llegó a la conclusión de que poco podía añadir a lo que ya habían hecho, al menos como «consultor externo». Aún estaba muy atareado redactando su trabajo de literatura. Dirigir una investigación podía ser como escribir uno de esos trabajos: las ideas llegaban siempre y cuando la concentracion fuera absoluta.

El inspector jefe volvió a notar un regusto amargo en la boca. Mientras se lavaba los dientes enérgicamente le vino a la cabeza una idea, lo que le había comentado Peiqin. Casualmente, Chen conocía a Shen, una autoridad en la historia de la indumentaria china.

Shen había sido poeta en la década de 1940, época en la que escribía con el estilo imaginista que entonces estaba de moda. Después de 1949 le asignaron un puesto en el Museo de Shanghai, donde calificó su anterior poesía de burguesa y se dedicó con ahínco al estudio de las antiguas prendas de vestir chinas. Una decisión que probablemente le salvó el pellejo en el ambiente político cada vez más enrarecido de mediados de los cincuenta.

Como sucede enTao De Jing, la desdicha conduce a la fortuna. Debido a su abrupta desaparición de la escena literaria, los jóvenes Guardias Rojos de mediados de los sesenta no lo reconocieron como «poeta burgués», y así se evitó las humillaciones y la persecución política. En los años ochenta, Shen reapareció tras publicar una obra en varios volúmenes sobre la historia de las prendas antiguas chinas que fue traducida a varios idiomas, y se convirtió en «una autoridad de prestigio internacional». El mundillo literario estaba poblado de voces y rostros nuevos, por lo que muy pocos lo recordaron como poeta.

Chen tampoco lo habría recordado, de no ser por un encuentro con un sinólogo británico que se mostró entusiasmado con el anterior trabajo literario de Shen. Chen quedó impresionado por un breve poema sobre la juventud de Shen:

Embarazada, feliz por el niño que va a nacer

y que podrá ser un habitante de Shanghai,

su esposa se toca las venas azules que recorren sus pechos

como las cordilleras contra las pálidas nubes el día en que se marchó.

Su abuela, andando a trompicones tras él con los pies vendados,

le puso un trozo de tierra en la mano,

y le dijo: «Esto (una lombriz mutilada salió serpenteando del terrón) te hará regresar».

Como miembro ejecutivo de la Asociación de Escritores, Chen se encargó personalmente de solicitar una reimpresión del poemario de Shen. No fue tarea fácil: el anciano se ponía tan nervioso al oír hablar de poesía como un hombre al que hubiera mordido una serpiente, mientras que el editor, reticente ante las posibles pérdidas económicas, era como un hombre temeroso de una serpiente. Con todo, la colección se publicó y pudo beneficiarse del sentimiento de nostalgia colectiva que invadía la ciudad. Los lectores disfrutaron redescubriendo a un testigo poético de la época dorada anterior a la revolución. Un joven crítico señaló que los poetas imaginistas estadounidenses tenían una deuda con la poesía clásica china, y que Shen, calificado de imaginista, en realidad estaba restaurando la antigua tradición. El artículo despertó el interés de un grupo de «nuevos nacionalistas», y la colección se vendió bastante bien.

Chen sacó su agenda y marcó el número de Shen.

– No puedo rechazar la petición de un caballero -respondió Shen, citando a Confucio-. Pero tengo que echarle un vistazo al vestido mandarín.

– No hay ningún problema. Hoy no estaré en el Departamento, pero puede hablar con el subinspector Yu, o con el inspector Liao. Cualquiera de los dos le enseñará el vestido.

A continuación Chen informó a Yu de la visita de Shen. Como había supuesto, a Yu le complació la ayuda inesperada de su jefe, y prometió mostrarle el vestido al historiador. Antes de colgar Chen añadió:

– ¡Ah!, todo un detalle por parte de Peiqin, me ha hecho llegar el DVD deNiebla en el pasado. Llevo mucho tiempo buscando esa película.

– Sí, ha estado viendo muchos DVD, intentando encontrar pistas en las películas.

– ¿Alguna novedad?

– No, nada por el momento, pero puede que los DVD la ayuden a olvidarse un poco de su trabajo.

– En eso tiene razón -admitió Chen, aunque en realidad no lo pensaba. A él le había pasado algo similar con sus lecturas de las últimas dos semanas: cuando por fin se las tomó en serio, como un objetivo que tenía que alcanzar, no le proporcionaron ningún respiro.

Antes de encaminarse a la biblioteca para continuar con su trabajo, le llegó otro envío urgente. Era un paquete con más información sobre Jia Ming, remitido por el director Zhong.

Eran especulaciones sobre los motivos que podía tener Jia para querer causar problemas al Gobierno. Jia y el resto de su familia fueron maltratados durante la Revolución Cultural; siendo aún un niño, Jia perdió a sus padres. Decidió estudiar Derecho a principios de los años ochenta, cuando la abogacía todavía no era una elección profesional tan común. Durante los años sesenta y setenta apenas había abogados en China, y los pocos que ejercían no defendían a cualquiera. Al igual que las acciones de bolsa, los abogados formaban parte de la sociedad capitalista: eran hipócritas y trabajaban para los ricos. Las autoridades del Partido fijaban de antemano el resultado de los casos importantes, siempre en nombre de la dictadura del proletariado. Liu Shaoqi, presidente de la República Popular China, fue encarcelado sin que se celebrara juicio alguno y murió solo en la cárcel, sin que nadie se molestara en enviar una notificación a su familia durante años. Jia había decidido deliberadamente hacerse abogado en una época en que dicha profesión resultaba muy poco popular: tenía intención de causar problemas al Gobierno desde un principio.

Su temprano inicio en la profesión le permitió alcanzar rápidamente el éxito. Cuando se abogó por la implantación de un sistema legal que después sería reconocido como parte de la reforma china, Jia adquirió renombre por representar a un escritor disidente. Realizó una defensa tan brillante que, en varias ocasiones, el juez no supo qué responder, lo que provocó el aplauso de los espectadores que vieron el juicio por televisión. La «nueva» profesión legal empezó a cobrar impulso y aparecieron bufetes de abogados por todas partes, como brotes de bambú tras un repentino chaparrón primaveral.

Pero Jia era distinto a los demás, y no sólo aceptaba aquellos casos que pudieran resultarle lucrativos. Debido en parte a la herencia que recibió de su familia después de la Revolución Cultural, Jia no tenía que trabajar por dinero. De vez en cuando aceptaba casos controvertidos, por lo que el Gobierno municipal lo incluyó en una lista negra incluso antes de que aceptara el caso del complejo residencial de la manzana nueve oeste.

Chen decidió no seguir leyendo. Durante sus años de universidad a él también lo habían incluido en una lista negra debido a algunas interpretaciones políticas infundadas de su poesía modernista.

El inspector jefe llegó a la biblioteca pasadas las diez. Susu, la bibliotecaria de hoyuelos encantadores, le trajo una taza de café recién hecho, fuerte y reconfortante.

Pese al café, fue incapaz de concentrarse. Puede que el caso de asesinato le atrajera más que las historias de amor, algo que no le sorprendió demasiado.

Sólo después de la segunda taza de café consiguió prestar la debida atención a otro de los cuentos que había seleccionado para su trabajo, «La historia de Yingying».

Yuan Zhen, célebre poeta y estadista, escribió este relatocuanqi de la dinastía Tang. Según estudios posteriores, la narración era en buena parte autobiográfica. En el año 800, Yuan viajó a Puzhou, donde conoció a una muchacha llamada Yingying, y ambos se enamoraron. Yuan se dirigió entonces a la capital, donde acabó casándose con una joven de la familia Wei. Con el tiempo, Yuan escribió un relato basado en el episodio de Puzhou.

Chen leyó la historia con interés. Un intelectual llamado Zhang viajó al Templo de la Salvación Universal, donde la señora Cui, que iba de camino a Zhang'an, se alojaba con su hija Yingying. Cuando las tropas de la guarnición local se amotinaron, Zhang pidió ayuda a un amigo para salvaguardar la seguridad de los habitantes del templo. Como muestra de gratitud, la señora Cui invitó a Zhang a un banquete, en el que conoció a Yingying y se enamoró de ella. No obstante, la joven rechazó sus insinuaciones con sermones moralistas confucianos. Una noche, sin embargo, tras un cambio inesperado de actitud, Yingying entró en la habitación del ala oeste que ocupaba Zhang y se ofreció a él. Poco después, Zhang partió con la intención de presentarse al examen imperial para convertirse en funcionario en la capital, donde recibió una carta de Yingying. Parte de la carta decía así:


Cuando me ofrecí a ti en tu lecho, me tomaste con la más tierna de las pasiones. Era tan ignorante que creí que podría confiar en ti para siempre. ¿Cómo podría haber adivinado que, tras sucumbir al atractivo de un caballero como tú sin cumplir con los ritos matrimoniales, no tendría la ocasión de servirte abiertamente como esposa en el futuro? Me lamentaré por ello hasta el fin de mis días. No pude hacer otra cosa que ahogar mis suspiros y permanecer en silen cío. Si tú, en tu infinita bondad, condescendieras a concederme mi deseo secreto, aunque estuviera muerta sería tan feliz como si estuviera viva. Pero si, como hombre de mundo que eres, reprimes tus sentimientos, sacrificas lo más pequeño en aras de lo más importante y consideras vergonzosa nuestra relación, hasta el punto de romper nuestro voto solemne, mi amor auténtico no desaparecerá, y aunque sople la brisa o caiga el rocío, se arrastrará por el suelo que pisas, incluso cuando mi cuerpo se pudra y se disuelva…


El protagonista del relato de Yuan mostró la carta a sus amigos antes de abandonar a Yingying con un argumento sorprendentemente moralista, que aparece al final de la narración:


Por norma general, las mujeres dotadas de belleza celestial están abocadas a destruirse, o a destruir a los demás. De haber encontrado a un hombre de elevada posición social poseedor de una gran fortuna, esta muchacha de la familia Cui se valdría de su don para aparecerse en forma de nube y de lluvia, o de dragón y de monstruo: no puedo imaginar en qué podría convertirse. En tiempos inmemoriales, el rey Yin de los Shangy el rey You de los Zhou tuvieron un fin aciago a causa de esta clase mujeres; pese al tamaño de sus reinos y a la magnitud de su poder, sus ejércitos fueron destruidos, su pueblo masacrado y, desde entonces, sus nombres se han convertido en objeto de ridículo. Carezco de virtudes interiores que me permitan resistir esta influencia maligna, y por ello he reprimido con firmeza mi amor.


En este punto de la narración el autor, que adopta la identidad del amigo íntimo de Zhang en el texto, interviene para respaldar con sus propias palabras la conducta de Zhang.


Casi todos los coetáneos de Zhang lo alabaron por haber sabido rectificar su error. Suelo mencionar esta historia a mis amigos para que, alertados de antemano, puedan evitar cometer un error semejante, y, de haberlo cometido ya, para impedir que sucumban del todo.


La decisión de Zhang, observó Chen, supuso un cambio radical que atajaba de un golpe el tema romántico. La argumentación esgrimida por el personaje equivalía a afirmar que, si una mujer era irresistiblemente encantadora, debía ser rechazada como «influencia maligna», porque «destruiría» como si fuera un «monstruo» al hombre que tuviera cerca.

En opinión de Chen, podría haberse presentado una defensa propia más convincente. La retórica autojustificante que tachaba de monstruo a Yingying no le pareció más que hipocresía descarada, una endeble excusa para justificar el que Zhang la hubiera seducido antes de abandonarla, lo que volvía el relato tan fascinante como desconcertante. El texto invitaba a especular sobre sus incoherencias: la pasión romántica, por ejemplo, era alabada en la primera parte de la historia y condenada en la segunda.

Sin embargo, las similitudes entre este relato y los otros cuentos que había leído comenzaban a sugerirle un tema para su proyecto de literatura. «La historia de Yingying», al igual que «La historia de Xiangru y Wenjun», daba un giro deconstructivo al relato de la relación romántica. La historia de la dinastía Han atribuía la muerte del héroe por enfermedad sedienta a la heroína, quien, al ser implícitamente malvada debido a su insaciabilidad sexual, mermó sus fuerzas y finalmente lo destruyó. En la historia de la dinastía Tang, el héroe evita su destrucción acusando a la heroína de ser un monstruo que destruye a los que ama. En ambos relatos, el tema romántico es finalmente censurado.

Chen recordó, inesperadamente, un detalle del caso del vestido mandarín rojo: la ambivalencia del asesino, o sus contradicciones. El asesino desnudó y mató a las víctimas, pero luego les puso vestidos caros y elegantes.

Era un paralelismo muy vago, que se le fue de la cabeza antes de que pudiera darle forma. Así que intentó centrarse de nuevo en los libros, con la intención de investigar más los orígenes de Yuan. En la crítica literaria, un enfoque biográfico podía contribuir a 1a la comprensión de un texto difícil.

Pero ¿y en la investigación criminal? Dado que se desconocía la identidad del asesino, el análisis biográfico quedaba descartado, y el significado de las pistas contradictorias parecía in descifrable.

Chen se dio cuenta de que se había vuelto a atascar. No sabía por cuál de los dos proyectos decantarse, lo que le confundía aún más.

Alrededor de la una Shen lo llamó a la biblioteca.

– ¿Algún descubrimiento, Shen?

– Es una historia muy larga, inspector jefe Chen -contestó Shen-. Creo que será mejor que se lo cuente en persona. Le puedo enseñar algunas fotos.

– Estupendo. Permítame que lo invite a comer. ¿Qué le parece el Refugio de las Cinco Fragancias? Está frente a la biblioteca.

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