9

Al salir del restaurante, Shen caminó lentamente hasta el bordillo y luego se agachó para entrar en un taxi, con el cuerpo doblado como el de una gamba.

Mientras despedía al taxi agitando la mano, Chen se reprochó a sí mismo el haber concebido semejante imagen. Shen era original como poeta, y también como erudito. Quizá su éxito académico se debiera a su poética imaginista. Para Shen, un vestido no era un mero trozo de tela, sino una imagen llena de significados y de asociaciones.

Una imagen orgánica con vida propia, que podía ser más elocuente que muchas páginas escritas.

Chen recordó una imagen similar enNiebla en el pasado, la novela que había leído muchos años atrás en el Parque Bund. Se trataba de la primera aparición de la heroína, tocada con «un pequeño gorro de piel, como un fez». Era un detalle simbólico en el texto, porque la sobrina de la protagonista también aparecía con un gorro de piel parecido a un fez en otra ocasión. Una insinuación sutil, tal y como la interpretó Chen, sobre las similitudes entre ambas. Cuando leyó la novela por primera vez, «fez» era un vocablo que no conocía, así que lo buscó en un diccionario. Lo definía como un «tocado de fieltro rojo, en forma de maceta invertida».

Dada su predilección casi sentimental por la novela, Chen no creía que una película pudiera hacerle justicia a la obra original, por lo que se propuso no esperar demasiado de la que Peiqin le había enviado. Con todo, no pudo evitar sentirse decepcionado. Era una película en blanco y negro, y el tocado que le había vuelto a la memoria no destacaba en absoluto.

En cuanto al vestido mandarín rojo, ¿qué podía simbolizar?

Chen, aún absorto en sus pensamientos, continuaba saludando con la mano en plena calle pese a que el taxi había desaparecido hacía rato.

Una imagen acertada podría tener significado tanto para el autor como para los lectores. En el poema de Shen, el apego al hogar se reflejaba vividamente en la frase «lombriz mutilada». Por otra parte, una imagen desacertada, aunque tuviera sentido para su autor, podía resultar incomprensible para los lectores.

El asesino no era un escritor preocupado por si sus lectores podían entenderlo. Cuanto más sorprendentes resultaran sus actos, más satisfecho se sentiría él, y mayor sería su triunfo.

De pronto Chen notó que algo vibraba en el bolsillo de su pantalón. El móvil. Vio en la pantalla del teléfono que esta vez lo llamaba el secretario del Partido Li.

– Quiero que reduzca sus semanas de permiso. No se preocupe por su trabajo de literatura, camarada inspector jefe Chen. Hay que encontrar al asesino antes de que vuelva a matar. No hace falta que se lo diga.

– Estoy siguiendo el caso muy de cerca, secretario del Partido Li.

Al menos eso era cierto, aunque Chen no mencionó las pesquisas que estaba realizando por su cuenta. Tenía la impresión de que el asesino no sólo era sumamente inteligente, sino que además tenía contactos importantes. Por una vez, Chen contaba con la ventaja de permanecer entre bastidores, y quería aprovecharla.

– El Gobierno municipal está preocupado por el caso. Un destacado camarada ha vuelto a mencionar su nombre esta mañana.

– Lo sé. Lo hablaré con el subinspector Yu.

– Entonces vuelva al Departamento esta tarde.

– Esta tarde… -A Chen no le gustaba recibir órdenes de Li, y tampoco estaba listo para volver-. Tal vez no sepa que he estado revisando el caso del complejo residencial de la manzana nueve oeste. El director Zhong del Comité para la Reforma del Sistema Legal de Shanghai me ha pedido que…

– Así que su trabajo sobre literatura china es sólo una excusa -lo interrumpió Li bruscamente-. Podría habérmelo dicho antes.

Otro comentario imprudente. Chen había dado por sentado que, con aquel argumento, se sacaría de encima a Li durante algún tiempo. No se le ocurrió que Li se molestara por no haberle informado de que colaboraba en otro caso. Ahora Li pensaría que Chen no respetaba su autoridad.

– No, no es una excusa. Me refiero al trabajo de literatura. Es cierto que lo tengo que entregar a tiempo. En cuanto al asunto del complejo residencial, supongo que habrá oído que es un caso políticamente delicado. Por el momento no he hecho ninguna aportación, no había nada de que informar.

De hecho, Chen se había enterado de que se estaba librando una lucha de poder en la Ciudad Prohibida. Ahora que varios altos cuadros de Shanghai estaban implicados en el escándalo, algún mandamás de Pekín quería explotar el caso por motivos aún no desvelados.

– Usted es una figura de arcilla demasiado grande para nuestro pequeño templo, inspector jefe Chen.

– No diga eso, secretario Li. Voy a hablar del caso del vestido mandarín rojo con el subinspector Yu, le doy mi palabra.

Tras hablar con Li, en lugar de volver a la biblioteca, Chen llamó a Yu.

– Lo siento, jefe. Tuve que salir deprisa esta mañana y no vi al señor Shen.

– No se preocupe por eso. Acabamos de comer juntos y Shen me ha dado toda una conferencia sobre el vestido mandarín.

– ¿Dónde está ahora?

– Cerca de la Biblioteca de Shanghai.

– ¿Tiene algo de tiempo esta tarde? Me gustaría hablar con usted.

– Sí, y a mí con usted.

– Estupendo. ¿Dónde podemos quedar?

– Bueno…

No parecía muy apropiado hablar de un caso de asesinato en la biblioteca. Miró a su alrededor, y vio un bar-alfarería a la vuelta de la esquina en el que sólo había una pareja joven.

¿Qué le parece el bar-alfarería en la esquina de la calle Fengyang, frente a la biblioteca?

– Ah, ese sitio está muy de moda. Estaré ahí en veinte minutos.

Chen entró en el bar, cuyo interior tenía forma de ele. La parte más alargada parecía una cafetería convencional, pero la parte más corta era una especie de taller de alfarería, con grandes tableros, montones de arcilla y un horno en un extremo. Los clientes podían modelar algún objeto de cerámica mientras disfrutaban de una taza de café. Quizá por la hora, el taller estaba vacío a excepción de la pareja joven, mientras que Chen era el único cliente de la cafetería. O quizás había poca gente por el precio. Aquí un café costaba mucho más que en una cafetería normal y corriente.

Mientras tomaba un sorbo de café caliente, la pareja inclinada sobre la arcilla le trajo a la memoria la escena de una película de Hollywood, y también una imagen de un cantoci en chino clásico de una poetisa del siglo XIII, Guan Daoshen.

Tú y yo estamos tan locos

el uno por el otro,

como si nos envolviera el fuego del alfarero.

De un trozo

de arcilla, moldea tu efigie,

moldea la mía. Aplástanos

a los dos de nuevo para volvernos arcilla, mézclala

con agua, vuelve a moldear tu efigie,

vuelve a moldear la mía.

Así, te tendré en mi cuerpo, y tú me tendrás también en el tuyo.

En el taller, la muchacha empezó a embadurnar el rostro del chico con la mano cubierta de arcilla. Sus risas sonaban como campanillas de plata, aunque Chen no pudo distinguir las palabras cariñosas que se susurraban al oído. Una imagen conmovedora, como la del poema. Se contentó con su café solo, mientras intentaba procesar toda la información que le había proporcionado Shen.

Pensó en el enfoque imaginista que empleó Shen para analizar el vestido mandarín. Tal vez el significado del vestido no fuera comprensible sólo para el «autor», pero puede que a la policía le costara descifrarlo porque se había confeccionado según un modelo, o una imagen original, de tiempo atrás.

Peiqin había estado viendo varias películas en busca de una especie de arquetipo. Quizás él tuviera más éxito. No porque fuera más hábil que ella, sino gracias a sus contactos.

Chen sacó su cuaderno de direcciones y buscó el número del presidente Wang de la Asociación de Escritores Chinos, que también ocupaba el cargo de primer secretario adjunto del Partido en la Asociación de Artistas Chinos, entre cuyos miembros había diseñadores de moda, fotógrafos y directores. No hacía mucho, Chen había ayudado a Wang a su manera.

– ¿Ha oído o leído algo sobre el caso del vestido mandarín rojo en Shanghai, presidente Wang? -preguntó Chen sin rodeos nada más contestar Wang la llamada de larga distancia.

– Sí, lo he leído aquí en un periódico de Pekín.

– Tengo que pedirle un favor. Suponiendo que el vestido sea una imagen que quizás alguna gente haya visto, ¿puede preguntarles a los miembros de la asociación si tienen información al respecto? Envíe un fax del vestido mandarín a las delegaciones de todo el país. Cualquier tipo de información nos será de gran ayuda.

– Me pondré en contacto con todas las personas que conozco, inspector jefe Chen, pero ¿quién no ha visto algún que otro vestido mandarín, en fotografías, en el cine o en la vida real? No tiene nada de especial.

– Hay tres detalles inusuales en el vestido. Primero, como puede que haya leído en el periódico, el vestido mandarín rojo está muy bien confeccionado pero tiene un estilo bastante anticuado, posiblemente de los cincuenta o los sesenta. En segundo lugar, la mujer que llevaba el vestido mandarín iba descalza, y, finalmente, es posible que dicha mujer estuviera relacionada de alguna manera con un parterre de flores o con un parque.

– Eso podría reducir las hipótesis -observó Wang-. Le pediré a mi secretaria que se ponga en contacto con todas las delegaciones provinciales, pero no puedo prometerle nada.

– Le agradezco mucho su colaboración, presidente Wang. Sé que hará todo lo posible por ayudarme.

– Usted haría lo mismo por mí -respondió Wang-, como la última vez.

No como la última vez, refunfuñó Chen para sus adentros. Sólo de pensar en ello se echaba a temblar.

Después de apagar el teléfono, Chen estaba a punto de encender un cigarrillo cuando vio que Yu entraba en el bar con paso enérgico.

– Un sitio tranquilo, jefe -comentó Yu al ver que estaban solos en la parte de la ele destinada a cafetería.

– ¿Alguna novedad? -preguntó Chen, acercando la carta a su compañero-. ¿Le han dicho algo más en los comités vecinales?

– No, nada útil ni importante.

Una camarera se acercó a la mesa y los observó con curiosidad. Embutido en su uniforme de algodón acolchado, con el pelo revuelto y los zapatos polvorientos, Yu contrastaba ostensiblemente con Chen, quien vestía como cualquier cliente habitual en una cafetería como ésa: blazer negro, pantalones color caqui y cartera de piel. Los jóvenes amantes que modelaban arcilla en el taller de alfarería se habían levantado para irse, probablemente al ver llegar a un policía.

– Un té -pidió Yu a la camarera antes de dirigirse a Chen-. Aún no puedo beber café, jefe.

– Lo de los comités vecinales no me sorprende demasiado -comentó Chen después de que se fuera la camarera-. Si el asesino consiguió abandonar dos cuerpos en aquellos lugares sin que nadie lo viera, no sería realista esperar que sus vecinos hubieran visto algo.

– Liao cree que debe de tener un garaje, pero Li se niega a registrar todos y cada uno de los garajes de la ciudad.

– No, no necesariamente el asesino tiene que tener un garaje.

– ¡Ah! Han establecido la identidad de la segunda víctima. Qiao Chunyan. Una acompañante para comidas que solía trabajar en un restaurante llamado Río Ming.

– ¿Una chica de triple alterne?

– Sí, así es como vivía, y también como murió.

Yu no tuvo que entrar en detalles. Las chicas de triple alterne -que acompañaban a los clientes en el restaurante, el club de karaoke o la sala de baile- era una nueva profesión, así como un término nuevo en el idioma chino. El negocio del sexo continuaba prohibido oficialmente, pero era posible dedicarse a él bajo todo tipo de nombres. Por esta razón el negocio del «triple alterne» estaba prosperando. No existía ninguna ley que prohibiera a las chicas comer, cantar y bailar con los clientes. En cuanto al posible servicio posterior, las autoridades municipales hacían la vista gorda. Las chicas tenían que enfrentarse a todo tipo de riesgos propios de la profesión, claro está, incluyendo a un asesino sexual.

– Así que ambas tenían empleos de baja categoría -observó Chen.

– En opinión de Liao, eso abre una nueva vía. Liao piensa que, por alguna razón, el asesino podía guardarles rencor a esas dos chicas, y eso lo llevó a cometer los asesinatos, aunque no veo qué conexión puede haber entre las dos víctimas. En cuanto a la segunda, es posible que cayera en manos del asesino a causa de su trabajo, pero eso no puede decirse de la primera.

– Sí, ya veo que ha investigado su vida a fondo.

– Una empleada de hotel no es una chica de triple alterne. Por lo que sé, Jazmín era una chica decente y trabajadora. También ayudaba en el restaurante del hotel, pero es demasiado pequeño para atraer a «bolsillos llenos» o a acompañantes para comidas. Si hubiera sido una cazafortunas sin escrúpulos, no habría decidido trabajar en un pequeño hotel.

– Creo que tiene razón -dijo Chen-. Entonces, ¿qué conexión cree que hay entre las dos?

– Aquí tiene una lista de lo que ambas tienen en común -respondió Yu, sacando una hoja arrancada de un cuaderno-. Liao ha comprobado la mayoría de los puntos.

– Revisemos la lista -propuso Chen mientras cogía la hoja.


1. Chicas jóvenes y guapas de veintipocos años, solteras, sin estudios superiores, de familias pobres, con empleos de escaso prestigio, posiblemente involucradas en algún asunto turbio.

2. Ambas llevaban un vestido mandarín rojo. Aberturas laterales desgarradas, varios botones de la pechera desabrochados, muslos y senos visibles con efecto erótico u obsceno, aunque el vestido parecía exquisito y de estilo conservador. Sin bragas ni sostenes, en contradicción con la forma habitual de llevar ese tipo de vestido.

3. Descalzas, Qiao con las uñas de los pies pintadas de rojo, las de Jazmín sin pintar.

4. Ninguna de las dos sufrió abusos sexuales. La primera presentaba magulladuras, posiblemente había tratado de defenderse, pero no se hallaron indicios de penetración ni de eyaculación. En cuanto a la segunda víctima, no presentaba magulladuras que indicaran violencia sexual. El cadáver de la primera había sido lavado, pero no el segundo.

5. Los cuerpos aparecieron en lugares públicos. Sumamente difícil y peligroso abandonarlos allí sin ser visto.


– ¿Tiene alguna fotografía más que nos proporcione nuevos datos sobre quiénes eran y cómo vivían?

– Sí, casi todas son fotos de Qiao. Le apasionaba la fotografía.

– Pues veámoslas.

Lu colocó las fotografías en una hilera sobre la mesa.

Chen las estudió, como un hombre que examina posibles novias propuestas por una casamentera. Podría ser pura coincidencia, observó, que las dos chicas aparecieran en sendas fotografías tomadas en la Plaza del Pueblo en verano. Jazmín llevaba un vestido veraniego de algodón blanco, mientras que Qiao vestía una camiseta amarilla sin mangas y vaqueros. Chen colocó una foto al lado de la otra. Jazmín parecía más delgada que Qiao, y tal vez más alta.

– ¿Se ha fijado en sus distintas complexiones, Yu? -preguntó Chen mientras contemplaba las fotografías.

Yu asintió sin decir nada.

– Según Shen, un buen vestido mandarín tiene que estar hecho a medida y ser ajustado, para que marque bien las curvas de una mujer. Mire las fotos de las dos víctimas. En ambas, el vestido se ciñe mucho al cuerpo. Tendríamos que comprobar las tallas de los dos vestidos. Fíjese en si son distintas.

– Lo comprobaré -añadió Yu-, pero si es tan…

– Esto significa que el asesino dispone de varios vestidos mandarines antiguos y caros, idénticos de color, tela y diseño, pero en distintas tallas entre las que poder elegir.

– Podría haberlos mandado confeccionar para alguien a quien amara o a quien odiara -sugirió Yu-, pero ¿por qué en tallas distintas?

– Es algo que me desconcierta -admitió Chen. Era una contradicción más, como las que había descubierto en las historias de amor que estaba analizando.

– ¿Qué más le ha dicho Shen?

Chen le explicó su conversación con el anciano erudito.

– A la luz del análisis de Shen -apuntó Chen-, el asesino podría haber mandado confeccionar los vestidos en los ochenta, pero en un estilo de una época anterior, y haberlos guardado en un armario todos estos años hasta el primer asesinato de hace dos semanas.

– ¿Y a qué se debe la larga espera?

– No lo sé, pero eso podría explicar que usted no encuentre ninguna pista sobre el vestido mandarín. Hace tanto tiempo de todo esto… A principios de los ochenta el vestido mandarín aún no había vuelto a ponerse de moda, por lo que no lo fabricaban en serie. Puede que los confeccionara algún sastre en particular, que quizá ya haya muerto, se haya retirado o haya vuelto al campo.

– Sí, eso es lo que piensa Peiqin -asintió Yu-. Pero si los hicieron en los sesenta o los setenta, durante la Revolución Cultural, dudo que nadie quisiera ponérselos en aquella época. Peiqin sólo recuerda un ejemplo de aquellos años: la fotografía de Wang Guangmei expuesta a la crítica de las masas, vestida con un qipao desgarrado.

– Igual que en la letra escarlata. Peiqin tiene razón -dijo Chen-, ¿Circula alguna teoría nueva por el Departamento?

– Liao todavía defiende su perfil material. Y ya le he hablado de Pequeño Zhou, ¿no? Se le ha ocurrido una rebuscada teoría sobre un mensaje antimanchú. Aún la sigue pregonando.

– Esa teoría no resulta creíble. Por otra parte, nos lleva a una interpretación orgánica de las contradicciones. Para empezar, en la ciudad de Shanghai es imposible que una mujer que lleve un elegante vestido mandarín vaya descalza. Esta contradicción podría formar parte de algún ritual que tenga significado para el asesino sexual.

– Pero sea cual sea la contradicción de la que estamos hablando -replicó Yu-, no creo que la primera víctima sea el tipo de chica de triple alterne en la que piensa Liao.

– ¿Cuál es la teoría de Liao sobre la relación entre el vestido mandarín rojo y el negocio sexual?

– Según Liao, una chica de triple alterne vestida con un qipao podría haber abandonado y traicionado al asesino, quien justifica ahora sus acciones poniéndoles este tipo de vestido a sus víctimas.

– Pero eso no explica la exquisita confección del vestido, ni su estilo conservador. No creo que una chica de triple alterne hubiera podido permitirse llevar un vestido así. Y ya que el asesino se tomó tantas molestias para conseguirlo, no creo que pensara que sus víctimas fueran gentuza.

– ¿Usted qué opina sobre el vestido, jefe?

– El vestido podría formar parte de un ritual psicológico, o de una fantasía sexual con un significado especial para el asesino.

– Entonces, ¿cómo podemos saber lo que supuestamente significa, si el tipo está tan chalado?

– El perfil material de Liao puede ayudar, pero tratándose de un asesino en serie, también necesitamos un perfil psicológico.

– Le mencioné a Li que usted traduce novelas de suspense psicológico, pero no quiso escucharme.

– Según la lógica de Li, los asesinatos en serie sólo pueden ocurrir en sociedades capitalistas occidentales, y no en la China socialista.

– He leído algunas novelas de suspense, pero no las he estudiado de manera sistémica. Me pregunto cómo podría ayudar un enfoque psicológico a resolver este caso.

– ¿Aquí en China? No lo sé. En Occidente sí que podría resultar útil, dado que el psicoanálisis es muy común. Las personas con problemas psicológicos podrían tener un historial medico.

Los médicos pueden realizar una evaluación psicológica del sospechoso. O puede que los policías hayan recibido algún tipo de formación especial. Durante mis años de universidad no hice ningún curso de psicología, sólo leí un par de artículos sobre psicoanálisis para mis trabajos de literatura. En cuanto a las teorías y las prácticas de las novelas de suspense, no podemos tomárnoslas en serio.

– Aun así, explíqueme los enfoques psicológicos que aparecen en esos libros. Podrían ayudar a reducir la lista de posibilidades, como el método de Liao.

– Bueno -aceptó Chen-, déjeme intentar recordar algunos puntos. Los examinaremos en el contexto de este caso.

– Soy todo oídos, jefe.

– Veamos, la identidad de la segunda víctima nos indica algo que se lee con frecuencia en esos libros. Un asesino en serie caracterizado por una mentalidad obsesivo-compulsiva y con un objetivo en mente. Tiene problemas psicosexuales profundamente arraigados, y es psicótico, pero no sufre delirios. Está obsesionado con el deseo de librar al mundo de aquellos individuos que considera indeseables e indignos. Las chicas de triple alterne podrían categorizarse así. Su objetivo consiste en asestar un golpe demoledor a la industria del sexo, y sus víctimas resultan ser las mujeres más vulnerables y fáciles de conseguir. Cuando finalmente se captura a un asesino de este tipo, a menudo resulta ser un ciudadano íntegro que encaja en el perfil material de Liao.

– Entonces el enfoque de Liao no está tan equivocado -afirmó Yu, asintiendo con la cabeza.

La camarera volvió a la mesa con una bandeja con raros postres para elegir. Chen pidió un trozo de tarta de limón, y Yu escogió un bollo al vapor con cerdo a la parrilla. El bar era una mezcla de Oriente y Occidente, al menos en la bandeja de postres.

– Ahora bien, aunque parezca mentira -continuó diciendo Chen-, en esas novelas de suspense los asesinos sexuales suelen ser impotentes. Experimentan un orgasmo mental sin la eyaculación fìsica, por lo que es posible que el forense no encuentre semen en la víctima.

– Sí, nuestros forenses ya han descartado que el agresor usara condones. Las víctimas no tenían restos de lubricante procedente de un condón. De momento, el asesino encaja en ese perfil. Desnudó a las dos víctimas, pero no las violó, por lo que podría ser un psicópata. -Luego añadió con aire pensativo-: En uno de los libros que usted tradujo, la forma de actuar del asesino se debía a los abusos sexuales que sufrió en su niñez. Después se volvió un hombre muy retorcido. Impotente.

– Según Freud, no podemos subestimar la importancia de nuestras experiencias infantiles. En la mayoría de casos, un asesino de estas características ha experimentado algún tipo de abuso sexual que ha influido en su comportamiento posterior.

– ¿De qué nos sirve eso para nuestra investigación? -preguntó Yu-. En China nadie habla sobre abusos sexuales en la niñez. El hecho de admitirlo es peor que los abusos en sí. Siempre hay que mantener las apariencias.

– Sí, es un tabú, cultural además de político. Una humillación demasiado grande -observó Chen, preguntándose si habría un término para explicar ese tabú en concreto en la psicología occidental-. En los últimos años se ha vuelto bastante común que los occidentales hablen de su niñez traumática, pero eso aún es inimaginable en China. Además, aquí ciertas experiencias traumáticas de la infancia pueden considerarse normales: en una familia de Shanghai, con tres generaciones apretujadas en la misma habitación, el que un niño esté expuesto a las relaciones sexuales de sus padres, por ejemplo, puede ser algo habitual. Nadie habla de ello.

– Sí, me recuerda una historia de mi antiguo barrio. Un joven recién casado no podía consumar el matrimonio por miedo a que sus padres oyeran los crujidos de la cama. Sus padres dormían en el otro extremo de la habitación, que estaba dividida por un biombo de bambú. En su infancia, había oído cómo crujía la cama de sus padres, pero no se lo había dicho a nadie. Sin embargo, no se convirtió en un asesino. Al cabo de dos o tres años se trasladó con su mujer a otra habitación, y resolvió así sus problemas.

– Si lo hubiera consultado con un médico podría haber recibido ayuda de inmediato.

– Bueno, da la casualidad de que lo conozco, por lo que puedo adivinar algunas de las causas de su problema. Pero seguimos sin tener ninguna pista sobre la identidad del asesino.

– Por el momento sabemos que cuando mata a sus víctimas y se deshace de los cuerpos sigue más o menos las mismas pautas. Y que no se detendrá hasta que lo capturen.

– ¿Y eso en qué nos ayuda, jefe?

– Si no estamos seguros de cómo elige a sus víctimas, creo que al menos podemos suponer que abandonará el cadáver de su siguiente víctima en un lugar público el jueves por la noche. Así que el próximo jueves tenemos que intensificar las patrullas en esos lugares.

– Pero en una ciudad como Shanghai no podemos apostar a nuestros agentes en todas las esquinas.

– Puede que a nosotros nos falten hombres, pero a los comités vecinales no. Hoy en día están despidiendo a mucha gente, por no mencionar a todos los trabajadores jubilados. Podríamos pagarles diez o quince yuanes por trabajar sólo una noche, la noche del jueves. Ordéneles que no dejen de moverse y que inspeccionen todos los coches que les parezcan sospechosos, en los que pueda haber un hombre y una mujer inconsciente en su interior. Sobre todo si los coches se detienen, o si aparcan en esos lugares públicos.

– Sí, es algo que podemos hacer -asintió Yu-. Volveré al Departamento y lo hablaré con Liao. Puede que reniegue de usted, pero aceptará una buena sugerencia.

– No, a mí no me meta -replicó Chen, apurando su café-. Tengo que acabar mi trabajo de literatura dentro del plazo previsto. Se lo he prometido al profesor Bian.

Загрузка...