5

A primera hora de la mañana, el subinspector Yu ya estaba en su despacho.

Sentado detrás de su escritorio, Yu tamborileaba sobre la mesa con el nudillo del dedo corazón, como si contara los asuntos de los que se habían ocupado sus compañeros hasta el momento: los innumerables sermones políticos del secretario del Partido Li; las fotografías de los lugares en los que aparecieron los cuerpos, estudiadas cientos de veces; las miles de pistas aportadas por la gente, clasificadas e investigadas; los escasos indicios biológicos, analizados una y otra vez en el laboratorio forense; los dos nuevos ordenadores destinados a la brigada; los numerosos pervertidos sexuales fichados, investigados una y otra vez, y algunos de ellos detenidos e interrogados acerca de sus actividades durante las horas en que se cometieron los dos asesinatos…

Pese a todo el trabajo realizado, la investigación apenas había avanzado, y continuaban especulando y planteándose numerosas teorías tanto en el Departamento como fuera de él.

Pequeño Zhou, el conductor del Departamento que acababa de empezar un curso policial por las noches, entró en el despacho de Yu sin llamar.

– ¿Qué tienen los dos casos en común, subinspector Yu? -preguntó Pequeño Zhou con tono teatral-. El vestido mandarín rojo. Un vestido conocido por su origen manchú en la dinastía Qing. ¿Qué más? Los pies descalzos. Ninguna de las dos víctimas llevaba medias ni zapatos. Una mujer puede parecer sexy cuando anda descalza envuelta en un albornoz, pero si se pone un vestido mandarín tiene que llevar medias y tacones altos según las normas básicas del buen vestir. Si no se los pone, hará el ridículo.

– Eso es cierto -admitió Yu, asintiendo con la cabeza-. Continúa.

– El asesino pudo permitirse adquirir un vestido mandarín muy caro y tuvo tiempo de ponérselo al cadáver. ¿Por qué no le puso las medias ni los zapatos?

– ¿Qué opinas tú? -preguntó Yu, empezando a sentirse intrigado por los argumentos del aspirante a policía.

– Ayer por la noche vi una serie por la tele,El emperador Qianlong en su visita al sur del río Yangtze. Fue uno de los emperadores más románticos e inteligentes de la dinastía Qing. Circulan distintas versiones sobre su auténtico origen, posiblemente era han en lugar de manchú, ¿sabe?

– Venga -dijo Yu, interrumpiéndolo-. No intentes hablar como una cantante de ópera Suzhou.

– Veamos, ¿qué diferenciaba a los manchúes del grupo étnico han? Las mujeres manchúes no se vendaban los pies y podían andar descalzas. Sin embargo, aunque sus pies vendados inspiraran comparaciones eróticas con lotos dorados de ocho centímetros, las mujeres han de la dinastía Qing apenas podían andar, y mucho menos descalzas. Y, claro está, sólo las mujeres manchúes se podían poner un vestido mandarín, al menos en aquella época.

– ¿Quieres decir que al ponerles el vestido mandarín pero dejarlas descalzas pretende transmitirnos algún mensaje?

– Sí. Piense en la obscenidad de la postura, se trata de un mensaje contra la cultura manchú.

– Pequeño Zhou, has visto demasiados programas sobre las conspiraciones de los han contra los manchúes, o sobre las artimañas de los manchúes contra los han. Antes de la revolución de 1911, un mensaje de este tipo podría haber tenido sentido, ya que buena parte de los han eran contrarios al emperador manchú. Pero hoy en día es un mito del que sólo se habla en la televisión.

– Actualmente hay muchísimos programas televisivos sobre los grandes emperadores manchúes y sus concubinas, tan bellas e inteligentes. Tal vez alguien creyera necesario volver a enviar un mensaje contra los manchúes.

– Déjame decirte algo, Pequeño Zhou. Los manchúes han desaparecido, los asimilaron los han. El mes pasado me enteré de que un viejo amigo mío era manchú. ¿Por qué reveló su origen manchú? Sólo porque le ofrecieron un buen puesto que exigía pertenecer a una minoría étnica. Y, claro está, le dieron el trabajo. Sin embargo, durante todos estos años, jamás fue consciente de poseer ningún rasgo étnico distinto. Su familia se había cambiado el apellido manchú por un apellido han.

– Entonces, ¿cómo explica el exquisito vestido y los pies descalzos de ambas víctimas?

– Quizás una mujer vestida de forma similar maltrató al asesino.

– ¿Con un vestido como ése con las aberturas laterales desgarradas y algunos botones sueltos? -inquirió Pequeño Zhou-. Si era una maltratadora en lugar de una víctima, ¿cómo podía tener un aspecto así?

Pequeño Zhou no era el único en proponer teorías descabelladas.

Aquella mañana, durante la reunión habitual en el despacho del secretario del Partido Li, el inspector Liao propuso otra vía para la investigación.

– Aparte de lo que ya hemos comentado, el criminal debe de tener un garaje. En Shanghai, sólo unas cien familias tienen garaje privado -explicó Liao-. Podríamos empezar a registrarlos uno a uno.

Pero Li se opuso.

– ¿Qué van a hacer, llamar a una puerta tras otra sin una orden judicial? No. Si hacemos eso todavía provocaremos más pánico.

– Los propietarios de garajes privados podían ser «bolsillos llenos» con buenos contactos o altos cuadros del Partido, observó Yu. La sugerencia de Liao equivalía a matar una mosca en la líenle de un tigre, y sin duda Li no daría su aprobación.

Después de la reunión, Yu decidió ir al barrio de Jazmín sin mencionárselo a Liao. Había algo en Jazmín por lo que valía la pena esforzarse, se dijo Yu mientras salía del Departamento. Además, entre Jazmín y la segunda víctima había ciertas diferencias que no podían pasarse por alto. El hecho de que Jazmín tuviera magulladuras en distintas partes del cuerpo y de que después lavaran su cadáver indicaba una posible agresión sexual y un intento posterior por ocultarla. Por otra parte, la segunda víctima, un blanco más fácil para un asesino sexual, no parecía haber tenido relaciones sexuales antes de su muerte. Ni habían lavado su cuerpo después.

Poco antes del mediodía, Yu llegó a la calle en la que había vivido Jazmín: un callejón largo y mugriento, aparentemente olvidado por la reforma, que daba a la calle Shantou, cerca de la Ciudad Antigua.

Resultó ser casi como una visita a su antiguo barrio. A la entrada del callejón vio varios orinales de madera con bocas como sonrisas satisfechas puestos a ventilar, en medio del chischás de dos mujeres que barrían con escobas de bambú. Era una escena que aún tenía fresca en la memoria.

El local del comité de vecinos estaba situado al final del callejón. El tío Fong, presidente del comité, recibió a Yu en un minúsculo despacho y le sirvió una taza de té.

– Era buena chica -empezó a explicar el tío Fong, sacudiendo la cabeza-, pese a todos los problemas que tenía en casa.

– Hábleme de esos problemas -dijo Yu. Aunque ya sabía algo, Liao no había entrado en detalles.

– Una represalia. Seguro que ha sido una represalia. Su padre se lo merece, pero no es justo que la sufriera ella.

– ¿Puede explicarse mejor, tío Fong?

– Bueno, su padre, Tian, fue alguien importante durante la Revolución Cultural, aunque después cayó en desgracia. Lo despidieron, fue a la cárcel y acabó paralítico, así que se convirtió en una carga terrible para ella.

– ¿Qué hizo durante la Revolución Cultural?

– Perteneció a la organización de los Rebeldes Obreros. Llevaba un brazalete, se metía con la gente y pegaba palizas a diestro y siniestro. Luego formó parte de una escuadra obrera para la propaganda del pensamiento de Mao Zedong destinada a una escuela. En aquella época, sus miembros tenían mucho poder y eran muy agresivos.

Yu lo sabía de sobras. Aquellas escuadras obreras, llamadas a veces de forma abreviada «Escuadras de Mao», eran un producto de la Revolución Cultural. En los inicios de la campaña Mao movilizó a los Guardias Rojos, una organización compuesta por lóvenes estudiantes, para que recuperaran el poder que ahora detentaban sus rivales en el Partido. Sin embargo, los Guardias Rojos, que no tardaron en descontrolarse, suponían una amenaza para el propio poder del presidente. Por ello Mao declaró que los mismos trabajadores deberían liderar la Revolución Cultural, y envió Escuadras de Mao a las escuelas como fuerzas incuestionables, capaces de reprimir tanto a alumnos como a profesores. Un miembro de una Escuadra de Mao dejó inválido de una paliza a un profesor de la escuela secundaria de Yu.

– Así que Tian fue castigado -continuó diciendo el tío Fong-. Pero había millones de rebeldes como él en aquellos años. Tian tuvo la mala suerte de convertirse en chivo expiatorio. Lo sentenciaron a dos o tres años de cárcel. ¡Menudo karma!

– ¿Jazmín era aún muy pequeña?

– Sí, entonces tendría sólo cuatro o cinco años. Vivió con su madre durante algún tiempo y luego, después de la muerte de ésta, volvió con su padre. Tian nunca la cuidó bien, y hace cinco o seis años quedó paralítico -explicó el tío Fong, tomando un largo sorbo de té con expresión pensativa-. Ella, por el contrario, sí que cuidó bien de su padre. No fue nada fácil, y tuvo que ahorrar hasta el último céntimo. Tian no tenía pensión, ni seguro médico. Jazmín nunca tuvo novio por culpa de su padre.

– ¿Por culpa del viejo? ¿Y cómo es eso?

– No quería dejarlo solo. Cualquier posible pretendiente habría tenido que aceptar esa carga. Y muy pocos estaban dispuestos a hacerlo.

– Muy pocos, desde luego -observó Yu asintiendo con la cabeza. ¿Tenía amigos en el barrio?

– No, la verdad es que no. No se relacionaba con las chicas de su edad. Estaba demasiado ocupada trabajando y llevando la casa. Creo que también hacía otros trabajillos -añadió el tío Fong, depositando la taza sobre la mesa-. Déjeme que le lleve hasta allí, y así lo podrá comprobar usted mismo.

El tío Fong condujo a Yu hasta una vieja casashikumen situada en la parte central del callejón, y abrió una puerta que daba directamente a una habitación que parecía construida en un rincón del antiguo patio. Era una habitación con varias funciones, había una cama deshecha en el centro, una escalera de mano que llevaba a un desván de construcción posterior, una estufa de briquetas de carbón apagada colocada junto a la cama, un viejo orinal sin tapa y casi ningún otro mueble. Durante los últimos años, esta pequeña habitación debió de constituir todo el mundo de Tian, que ahora yacía despatarrado en la cama.

Puede que Jazmín tuviera sus razones para no quedarse demasiado tiempo en casa, empezó a comprender Yu, mientras saludaba con la cabeza al padre de la muchacha.

– Este es Tian -dijo el tío Fong, señalándolo. El hombre parecía tan consumido como un esqueleto salvo por sus ojos, que seguían a los visitantes por toda la habitación-. Tian, éste es el camarada subinspector Yu, del Departamento de Policía de Shanghai.

Tian susurró una respuesta ininteligible.

– Sólo ella entendía a Tian -comentó el tío Fong-. No sé quién vendrá a ayudarlo ahora. Ya no estamos en la época del camarada Lei Feng, y nadie quiere seguir el desinteresado modelo comunista.

Yu se preguntó si Tian estaba lo bastante lúcido como para entender lo que estaban diciendo. Quizá sería mejor que no lo estuviera. Mejor tener la mente en blanco que llorar la muerte de su hija y enfrentarse a su inevitable final. Hiciera lo que hiciera durante la Revolución Cultural, su castigo era más que suficiente.

Yu cogió la escalera de mano y subió con cuidado al desván,

– Sí, ahí es donde vivía.

El tío Fong permaneció de pie junto a la cama de Tian, mirando hacia arriba. A él le hubiera costado demasiado esfuerzo subir.

Ni siquiera era un desván, sino un «segundo piso» añadido de forma provisional sobre la cama de Tian, la cual ocupaba casi toda la primera planta. Jazmín ya era adulta, y necesitaba su propio espacio. Yu no consiguió ponerse de pie allí dentro sin rozar el techo con la cabeza. Y no había ni una sola ventana. En la oscuridad, Yu tardó uno o dos minutos en encontrar el interruptor de una lámpara, y la encendió. No había somier, sólo un colchón. A su lado reposaba una escupidera de plástico, posiblemente el orinal de Jazmín. También había una caja de madera sin pintar. Yu abrió la tapa y vio algunas prendas en su interior,casi todas baratas y pasadas de moda.

No tenía sentido permanecer allí más tiempo. El subinspector bajó de nuevo por la escalera de mano, sin hacer ninguna pregunta. ¿Cómo iba a saber algo Fong sobre el caso? Yu se despidió del tío Fong y salió del callejón, deprimido por la visita.

Si una muchacha que estaba en la flor de la vida había escogido vivir así, no parecía un blanco fácil para un asesino con un móvil sexual, ni que su conducta hubiera provocado el siguiente asesinato.

En lugar de volver al Departamento, Yu se dirigió al hotel donde había trabajado Jazmín, situado en la Ciudad Antigua. La Gaviota no era un hotel lujoso, aunque, debido a su buena ubicación y a su precio razonable, se había convertido en una «opción excelente para los viajeros con poco presupuesto». En el atestado vestíbulo, Yu vio a un grupo de estudiantes extranjeros cargados con enormes mochilas. El jefe de recepción, que parecía muy profesional con su uniforme escarlata, les habló en un inglés fluido. Sin embargo, no pudo evitar tartamudear al ver la placa policial que le mostró Yu. El jefe de recepción lo condujo hasta un despacho y cerró la puerta tras de sí.

Sea lo que sea lo que hablemos aquí, por favor, no permita que ningún periodista se entere de la conexión entre el hotel y los asesinatos del vestido mandarín rojo, o nuestro negocio se irá a pique. La gente suele ser supersticiosa, y no se hospedaría en este hotel si creyera que alguien ha fallecido aquí de muerte violenta.

– Lo comprendo -respondió Yu-. Ahora dígame lo que sabe acerca de ella.

– Era una buena chica, muy trabajadora, de trato fácil. Su muerte nos ha horrorizado a todos. Podría decirse incluso que trabaiaba demasiado.

– He hablado con el comité vecinal de su barrio. También me han dicho que trabajaba muchísimo, y que no pasaba demasiado tiempo en casa. ¿Es posible que tuviera otro trabajo?

– Eso no lo sé. Aquí hacía horas extra, por las que le pagábamos un cincuenta por ciento más. Por la mañana limpiaba las habitaciones y ayudaba en la cafetería del hotel. También trabajaba algunas noches. Tenía que pagar las facturas médicas de su padre. Nuestro hotel tiene permiso para alojar a turistas extranjeros, por lo que preferíamos contar con empleados de confianza. Nuestro gerente le proporcionaba todas las horas que quisiera trabajar. A los clientes les gustan las chicas jóvenes y guapas.

– A los clientes les gustan las chicas jóvenes y guapas. ¿Qué quiere decir con eso?

– No me malinterprete. Aquí no toleramos ningún servicio indecoroso. Una chica de su edad podría haber elegido trabajar en otro sitio. En un club nocturno, pongamos, por mucho más dinero, pero se quedó aquí, trabajando muchas más horas.

– ¿Sabe algo sobre su vida personal? Por ejemplo, ¿tenía novio?

– No lo sé -respondió el jefe de recepción, tartamudeando de nuevo-. Eso pertenecía a su vida privada. Trabajaba mucho, como le he dicho, y no hablaba demasiado con sus compañeros de trabajo.

– ¿Es posible que hubiera algo entre ella y algún cliente del hotel?

– Camarada subinspector Yu, nuestro hotel no es de lujo. Y los clientes que se alojan aquí no son «bolsillos llenos». Vienen en busca de un sitio céntrico a un precio razonable, no buscan… compañía.

– Tenemos que hacer todo tipo de preguntas, camarada jefe de recepción -replicó Yu-. Aquí tiene mi tarjeta. Si se le ocurre alguna cosa más, póngase en contacto conmigo, por favor.

La visita al hotel apenas le proporcionó información nueva. En todo caso, sólo confirmó su impresión de que una chica como Jazmín nunca habría provocado a un asesino lascivo que casualmente se cruzara en su camino, ni en el mugriento callejón ni en el hotel destartalado.

Загрузка...