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Cuando Chen entró en el restaurante, un camarero que lo conocía desde hacía años lo saludó calurosamente.

– Lleva mucho tiempo sin venir, Chen. ¿Qué le gustaría comer hoy?

– Cualquier cosa que me recomiende, pero que no sean raciones muy grandes. Sólo para dos personas.

– ¿Qué le parece la Combinación Especial del Chef para dos?

– Estupendo. Y una tetera de té verde fuerte, por favor.

Mientras esperaba, Chen pensó de nuevo en su trabajo de literatura. Quizá no bastara con analizar uno o dos relatos. Si conseguía demostrar que la contradicción temática era una característica común en las historias de amor clásicas, el proyecto sería original y merecería la pena. Así que tenía que elegir uno o dos relatos más. Lo anotó en su cuaderno.

Tras cerrar el cuaderno, levantó la vista y vio a Shen entrar en el restaurante arrastrando los pies y apoyándose en un bastón de bambú con el mango en forma de cabeza de dragón. Shen, un anciano de unos ochenta años con el pelo blanco y la frente surcada de arrugas, parecía un hombre muy enérgico. Vestía un traje tradicional Tang de algodón guateado, y zapatos negros de tela. El inspector jefe se levantó y lo ayudó a tomar asiento.

Al parecer, la visita de Shen al Departamento no había ido todo lo bien que cabía esperar. Yu salió a toda prisa para encargarse de una cuestión urgente, por lo que fue el inspector Liao quien recibió al anciano. Liao le comunicó que ya había consultado a varios sastres de cierta edad, y mostró poco interés en lo que le decía Shen.

La actitud de Liao, sospechó Chen, podría deberse a otra razón. El que Shen fuera al Departamento a petición de Chen podría haberlo molestado. No parecía necesario, sin embargo, explicarle las intrigas del Departamento al viejo erudito.

– No se preocupe por lo sucedido con Liao. A veces puede ser más terco que una mula, e igualmente estúpido -explicó Chen, sirviéndole a Shen una taza de té mientras el camarero empezaba a traer algunos platos fríos-. Por favor, hágame una introducción a la historia del vestido mandarín. Soy todo oídos.

Shen se sirvió una cucharada de tofu de jade blanco aderezado con cebolleta y aceite de sésamo y, asintiendo en señal de aprobación, comenzó a hablar.

– Veamos, ¿por qué se le llama vestido mandarín? Existen varias teorías al respecto. En primer lugar, los manchúes, tanto los varones como las mujeres, llevaban trajes de colores muy vivos. También se dice que, en el periodo inicial de la dinastía Qing, los manchúes dividieron a su pueblo en ocho grupos, oqi, y cada uno de ellos lucía un estandarte de un diseño y un color particulares. La palabra Qi es la misma que compone Qipao, vestido mandarín. Sin embargo, hasta los años veinte y treinta el vestido no se puso de moda a escala nacional, dejando atrás sus connotaciones étnicas. Disfrutó de una gran popularidad hasta los inicios de la Revolución Cultural. A mediados de la década de los ochenta volvió a ponerse de moda, y ahora es popular en todo el mundo. Las estrellas de Hollywood llevan vestidos mandarines a las ceremonias de los Oscar. Dicen que ciñe sutilmente el cuerpo de la mujer, destacando sus curvas como ningún otro vestido…

La introducción había sido larga, pero Chen la escuchó con gran interés. Dado que el vestido mandarín constituía una firma inequívoca del asesino, un policía tenía que conocer bien su historia y sus características.

– En cuanto al vestido mandarín que me enseñó Liao, lo confeccionaron hace varios años, quizá más de diez -explicó Shen, mientras le mostraba varias fotografías al inspector jefe-. Me baso en el color del hilo, que se ha puesto amarillento con el tiempo. Si nos fijamos en la tela, un damasco singular de exquisito estampado, diría que el vestido es incluso más antiguo. De los sesenta, tal vez. Lo mismo puede decirse de los minúsculos cierres de acero. Los sastres sólo los usaron durante ese periodo, o antes incluso. Desde principios de los ochenta han usado cremalleras de plástico, que son más cómodas y quedan mejor. El estilo del vestido también corresponde a esa época. Fíjese en las mangas de una sola pieza. Hoy en día los que siguen la moda prefieren las mangas cosidas al cuerpo del vestido, porque destacan las curvas con más elocuencia. Y también son mucho más fáciles de confeccionar…

La explicación de Shen fue interrumpida por la llegada de los segundos platos. Uno de ellos era un cuenco de vidrio que contenía gambas vivas, sumergidas en un licor blanco. Las gambas, borrachas, continuaban saltando, aunque de forma cada vez menos enérgica.

– Un plato que ahora está de moda -comentó Shen-. En cierto modo, también lo han redescubierto.

Para un hombre de su edad, Shen demostró tener muy buen apetito. Cogió con los palillos una gamba que aún se movía y se la metió en la boca. Chen hizo lo mismo. La gamba tenía un sabor ligeramente dulce, pero no le gustó la sensación cosquilleante que le dejó en la lengua.

– También quería explicarle algo sobre la confección del vestido -siguió diciendo Shen con los labios fruncidos-. Está hecho totalmente a mano. Sólo un sastre de Ningbo, viejo y experimentado, podría haber confeccionado un vestido como éste. Le debió llevar al menos una semana acabarlo. Hoy pueden verse vestidos mandarines expuestos en las tiendas más caras. Parecen magníficos y tienen unos precios prohibitivos, pero su calidad es risible. Están hechos enteramente a máquina, y no son en absoluto comparables al que Liao me enseñó.

– Entonces lo confeccionaron hace al menos diez años, y tanto la tela como el estilo son incluso más antiguos, de los cincuenta o los sesenta -resumió Chen, apuntando los datos en su cuaderno-. Dicho de otro modo, el criminal tuvo que encargar especialmente un corte de tela de una época anterior, y pedir que le hicieran el vestido a medida según sus indicaciones.

– Eso ya no lo puedo saber -repuso Shen-. Pero hay que destacar otro detalle, la forma en que la víctima llevaba puesto el vestido. Esencialmente, la estética de un vestido mandarín refleja una sutil provocación. Las aberturas laterales, por ejemplo, revelan las piernas de la mujer, pero no demasiado. Basta con que se vean parcialmente los muslos para estimular la imaginación.

– Así que es como la poesía clásica china -interrumpió Chen-. La imaginación surge de lo que el poeta no dice, o no dice directamente.

– Exacto. Ya conoce la diferencia. Por ejemplo, una estrella de cine americana alta y con mucho pecho puede que lleve lo que denominaríamos vestido mandarín modificado, con la espalda al descubierto y la falda sumamente corta. Creo que ver una espalda desnuda cubierta de pecas, y unas pantorrillas y unos muslos afeitados como colmillos de mamut, no estimula la imaginación, precisamente.

– Su enfoque imaginista continúa siendo muy bueno, maestro Shen.

– Por decirlo de otra manera, es un vestido que resalta la armonía interior de quien lo lleve puesto. Está pensado para una mujer sensual, sutil, esbelta. No es un traje que le siente bien a cualquiera.

– Sí, sus palabras están cargadas de sabiduría -asintió Chen.

– La longitud de las aberturas laterales también denota sutileza. Las mujeres de buena familia suelen llevar aberturas recatadas, que indican su sentido refinado del decoro. En rigor, cuando lleva puesto un vestido mandarín, una mujer anda con pasos pequeños, sin hacer movimientos exagerados. Sin embargo, puede que una muchacha moderna necesite aberturas más altas para bailar, o para contonearse. Mientras que una muchacha que trabaje en el mundo del espectáculo elegirá un vestido con aberturas tan profundas como sea posible, que muestren sus muslos de forma seductora y a veces también sus nalgas. Es algo así como la semiótica del vestido mandarín. En los años treinta, un cliente potencial de la calle Cuatro habría abordado a una chica que vistiera de ese modo.

– Sí, la etiqueta en el vestir lo dice todo -añadió Chen tragándose otra gamba viva sin masticarla, un error que le produjo irritación en la garganta y le dejó un desagradable regusto en la boca. La calle Cuatro era la zona en que se congregaban las prostitutas antes de 1949.

– Además, una dama elegante lleva medias y zapatos de tacón alto como requiere este tipo de vestido, aunque en casa vista de manera más informal. Fíjese en la foto: la víctima no lleva sostenes, bragas ni zapatos, y el vestido se le ha subido por encima de la ingle. Quienquiera que cometiera el asesinato asesinó también el vestido. -Shen hizo una pausa y luego agregó-: Se trata de una víctima sexual, según creo, pero este vestido es demasiado antiguo y poco común como para haber sido adquirido por casualidad. Además, es un vestido bastante conservador: ninguna mujer tendría relaciones llevándolo puesto. No tiene sentido.

– Hay muchos detalles en este caso que no tienen sentido comentó Chen, carraspeando.

– No sé nada sobre el caso, inspector jefe Chen -aseguró Shen, algo turbado-. Sólo puedo hablar acerca del vestido.

– Gracias, Shen. Sus conocimientos han arrojado mucha luz sobre la investigación.

Chen no mencionó, sin embargo, que también planteaban más preguntas de las que resolvían. De ser tan antiguo como creía Shen, el vestido mandarín no era popular cuando lo confeccionaron. Quienquiera que lo hubiera confeccionado, lo hizo sin tener en cuenta la moda de la época. Esto sugería una posible causa que se remontaba aún más atrás en el tiempo, lo que a su vez planteaba nuevos interrogantes.

Shen sostenía la última gamba viva entre los palillos cuando sonó con estridencia el teléfono móvil de Chen. Shen se sobresaltó y la gamba volvió a caer dentro del cuenco, salpicando y saltando como si hubiera escapado a su sino.

La llamada era de un periodista delWenhui que quería conocer la teoría de Chen sobre el caso del vestido mandarín rojo.

– Lo siento, no puedo darle ninguna teoría. Estoy de permiso, escribiendo un trabajo de literatura.

Nada más colgar, Chen lamentó haber hecho tal afirmación. Pese a ser cierta, podría dar pie a todo tipo de especulaciones.

– ¿Es verdad eso que ha dicho? -inquirió Shen, levantándose lentamente-. «El más inútil es un erudito», como yo, pero puede que no haya demasiados policías competentes como usted.

Chen se levantó para ayudar a Shen a salir del restaurante sin hacer ningún comentario.

Cerca de la salida, vieron un par de peceras grandes de cristal con gambas y peces vivos. Todos nadaban a ritmo pausado, sin saber que su destino cambiaría cuando le tomaran nota al próximo cliente.

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