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El inspector jefe Chen Cao, del Departamento de Policía de Shanghai, se despertó sobresaltado cuando sonó el teléfono a primera hora de la mañana.

Frotándose los ojos mientras descolgaba rápidamente el auricular, Chen vio que el reloj de la mesilla de noche marcaba las siete y media. La noche anterior se había quedado levantado hasta tarde escribiendo una carta a un amigo de Pekín, en la que citaba a un poeta de la dinastía Tang para expresar lo que tanto le costaba decir con sus propias palabras. Después consiguió dormirse y soñar con los despiadados sauces Tang, que bordeaban la desierta orilla bajo una neblina verdosa.

– Hola, soy Zhong Baoguo, del Comité para la Reforma del Sistema Legal de Shanghai. ¿Es usted el camarada inspector jefe Chen?

Chen se incorporó en la cama. Este comité en particular, una nueva institución perteneciente al Congreso del Pueblo de Shanghai, no ejercía autoridad directa sobre él, pero Zhong, que ocupaba un puesto más alto en el escalafón de cuadros del Partido, nunca lo había llamado antes, y menos aún a su casa. Los fragmentos de su sueño a la sombra de los sauces comenzaron a desvanecerse.

Podría ser uno de esos casos «políticamente delicados» que no se solían comentar en el Departamento. Chen notó que la boca se le ponía amarga.

– ¿Ha oído hablar del caso del complejo residencial de la manzana nueve oeste?

– ¿La manzana nueve oeste? Sí, el complejo residencial de Peng Liangxin, en una de las mejores zonas del centro de la ciudad. He leído algún artículo sobre el asunto.

En la reforma que se estaba llevando a cabo en China, algunas de las oportunidades comerciales más increíbles habían surgido en el sector de la construcción. Tiempo atrás, cuando el Estado controlaba toda la tierra, la asignación de viviendas dependía de comités estatales. Al propio Chen le habían asignado una habitación a través de la cuota del Departamento, pero a principios de la década de 1990 el Gobierno empezó a vender terrenos a los empresarios emergentes. Peng -apodado el Bolsillos Llenos Número Uno de Shanghai- era uno de los primeros constructores que más se enriquecieron. Dado que los funcionarios del Partido decidían los precios de los terrenos y su asignación, los corruptos pululaban como moscas en busca de sangre. A través de sus contactos, Peng obtuvo el permiso gubernamental necesario para comenzar a urbanizar la manzana nueve oeste. Tuvieron que derribar los viejos edificios de la zona para poder construir los bloques nuevos, y Peng expulsó a los vecinos que vivían allí. Sin embargo, la gente empezó a quejarse de los «agujeros negros» en la operación comercial, y no tardó en estallar el escándalo.

Pero ¿qué podía hacer Chen? Obviamente, en un proyecto tan descomunal como el de la manzana nueve oeste habría bastantes funcionarios involucrados. Podía convertirse en un caso importante, de consecuencias políticas desastrosas. La minimización de daños, supuso Chen, sería probablemente la tarea que pensaban encomendarle.

– Sí, creemos que usted debería investigar el caso. Especialmente a Jia Ming, el abogado que representa a esos vecinos.

– ¿Jia Ming? -Chen estaba aún más sorprendido. No conocía ningún detalle sobre el caso de corrupción. Había oído decir que Jia era un abogado de éxito, pero ¿por qué tendría que investigar a un abogado?-. ¿Es el abogado que defendió el caso de Hu Ping, el escritor disidente?

– El mismo.

– Director Zhong, lo siento muchísimo. Me temo que no puedo ayudarlo con su caso. -Chen proporcionó de inmediato una excusa, en lugar de negarse abiertamente-. Me acabo de inscribir en un máster especial en la Universidad de Shanghai. Literatura clásica china. Es preciso dedicar las primeras semanas al estudio intensivo, así que no tendré tiempo para nada más.

Más que una mera excusa improvisada, era una posibilidad que Chen contemplaba desde hacía tiempo. En realidad, aún no se había inscrito, pero había acudido a la universidad para hacer algunas consultas preliminares sobre el curso.

– Está de broma, camarada inspector jefe Chen. ¿Y qué hay de su trabajo policial? ¡Literatura china clásica! No tiene nada que ver con su profesión. ¿Acaso quiere cambiar de empleo?

– Estudié literatura en la universidad, literatura inglesa. Para ser un investigador competente en la sociedad actual, es preciso adquirir tantos conocimientos como sea posible. Este curso incluye clases de psicología y de sociología.

– Bien, es aconsejable que amplíe su horizonte intelectual, pero no creo que disponga del tiempo necesario, dado su cargo.

– Es algo así como un arreglo -repuso Chen-, Unas cuantas semanas de estudio intensivo en aulas, como los otros estudiantes, y luego sólo hay que entregar trabajos. Después el plan de estudios se adapta a mi horario laboral.

No era del todo cierto. Según el folleto informativo que había cogido en la universidad, las semanas de estudio intensivo no tenían por qué iniciarse de inmediato.

– Esperaba persuadirlo. Un destacado camarada del Gobierno municipal me sugirió que hablara hoy con usted.

– Prestaré mucha atención al caso en la medida en que me sea posible -afirmó Chen para guardar las apariencias ante Zhong. No quería que éste le hablara del «destacado camarada», fuera quien fuera.

– Estupendo. Pediré que le envíen el expediente del caso -añadió Zhong, tomándose el comentario como una concesión por parte del inspector jefe.

Después, Chen pensó con frustración que debería haberle dicho claramente que no.

Tras colgar el teléfono, Chen cayó en la cuenta de que necesitaba descubrir cuanto le fuera posible sobre el caso de la manzana nueve oeste, así que empezó a hacer llamadas de inmediato. Su corazonada resultó ser cierta: ésta era una investigación que debería haber evitado.

Peng Liangxin, el promotor inmobiliario, se había iniciado en el mundo de los negocios como vendedor ambulante de empanadillas, pero no tardó en exhibir una destreza extraordinaria a la hora de crearse una red de contactos. Supo cuándo y dónde entregar sobres rojos con dinero bajo mano a los altos cargos del Partido y, a cambio, el Partido lo ayudó a convertirse en multimillonario en sólo cuatro o cinco años. Peng adquirió los terrenos de la manzana nueve oeste sirviéndose de numerosos sobornos y de la presentación de un plan económico para mejorar las condiciones de los residentes. Después, gracias al permiso gubernamental que le concedía los terrenos, el promotor obtuvo los créditos bancarios necesarios para empezar a construir sin tener que poner ni un céntimo de su bolsillo. A continuación amedrentó a los vecinos hasta hacerlos abandonar sus viviendas sin apenas compensarlos. A las pocas familias que se resistieron las denominó «familias clavo», y las arrancó por la fuerza, como si de clavos se tratase, tras contratar a un grupo de matones de la Tríada. Varios vecinos fueron agredidos brutalmente en una especie de «campaña de demolición». Asimismo, en lugar de permitir a los vecinos originales que volvieran a instalarse en sus viviendas tal y como había prometido en su propuesta de urbanización, Peng empezó a vender los nuevos pisos a un precio mucho más alto a compradores de Taiwan y Hong Kong. Cuando la gente protestó, el millonario volvió a pedir ayuda a la Tríada local, así como a los funcionarios del Gobierno. Varios vecinos acabaron en la cárcel, tras ser condenados como alborotadores que interferían en el plan de desarrollo urbanístico de la ciudad. No obstante, dado que era cada vez mayor el número de ciudadanos descontentos que se unían a la protesta, el Gobierno se vio obligado a intervenir.

Según se decía, muchos de los problemas de Peng guardaban relación con su apodo. Había muchas personas ricas en la ciudad, algunas posiblemente más ricas que él, pero casi todas se esforzaban por no llamar la atención. Peng se había vuelto engreído a causa de su éxito fulgurante, y le encantaba que lo llamaran el Bolsillos Llenos Número Uno de Shanghai. A medida que la brecha entre ricos y pobres aumentaba, los ciudadanos expresaban con mayor contundencia su frustración contra la corrupción generalizada, y contra Peng en particular por ser uno de sus principales representantes. Como reza un proverbio chino, el pájaro que saque la cabeza recibirá un disparo.

La situación se complicó aún más cuando el ilustre abogado Jia Ming decidió representar a los vecinos. Gracias a su experiencia legal, Jia no tardó en descubrir nuevos abusos en la fraudulenta operación comercial, en la que estaban involucrados de lleno no sólo Peng, sino también sus contactos del Gobierno. El caso empezó a tener una gran repercusión, y a los funcionarios del Gobierno municipal les comenzó a preocupar que se les fuera de las manos. Tras la detención de Peng, las autoridades anunciaron que no tardaría en celebrarse un juicio justo y abierto al público.

Chen frunció el ceño al ver que recibía otro hoja de fax. El fax decía que algunos agentes del Departamento de Seguridad Interna habían estado investigando a Jia en secreto. El caso de corrupción se vendría abajo si lograban crearle problemas, pero sus esfuerzos no habían obtenido el éxito esperado.

Chen arrugó la página y se consideró afortunado por haber dado antes una excusa. Al menos podría alegar que no se quiso comprometer debido al máster especial que pensaba cursar.

Y realmente se le había presentado una oportunidad gracias al curso especial concebido para los cuadros emergentes del Partido, supuestamente demasiado ocupados en asuntos más importantes; por ello se les permitía obtener un título universitario en mucho menos tiempo.

El curso también le interesaba por otras razones. A juzgar por las apariencias, Chen había progresado con suma facilidad en su carrera profesional. Era uno de los inspectores jefe más jóvenes del Cuerpo, y el candidato con más probabilidades de suceder al secretario del Partido Li Guohua como cargo principal del Partido en el Departamento de Policía de Shanghai. Con todo, Chen no había elegido su profesión, no cuando aún estudiaba en la universidad. Pese a su éxito como policía, del que él era el primer sorprendido, y pese a haber resuelto varios casos «de gran importancia política», Chen se sentía cada vez más frustrado con su trabajo. La resolución de varios de estos casos no había satisfecho sus expectativas como policía.

Confucio dice: «Hay cosas que un hombre hará, y cosas que un hombre no hará». Por desgracia, Chen no disponía de directrices claras en una época de transición tan convulsa como la que estaba atravesando su país. En el curso, reflexionó, podría aprender a pensar desde otra perspectiva.

Así, aquella mañana Chen decidió visitar al profesor Bian Longhua, de la Universidad de Shanghai. El curso fue una excusa improvisada cuando habló con Zhong, pero no tenía por qué seguir siéndolo.

Por el camino compró un jamónJinhua envuelto en papel tung especial, según una tradición que se remontaba a los tiempos de Confucio. El sabio no aceptaba dinero de sus alumnos, pero sí los regalos que éstos le traían, como jamones y pollos. Sin embargo, el jamón ocupaba demasiado para llevárselo en autobús, por lo que Chen se vio obligado a llamar a un coche del Departamento. Mientras esperaba en la tienda de jamones el inspector hizo algunas llamadas más en referencia al caso del complejo residencial, que acabaron por convencerlo de que no debía involucrarse.

Pequeño Zhou llegó con el coche antes de lo que Chen esperaba. Zhou, un conductor del Departamento que solía presentarse como «el hombre del inspector jefe Chen», haría correr la noticia de que Chen había visitado a Bian. Puede que sea lo mejor, pensó Chen, y después empezó a ensayar mentalmente su conversación con el profesor.

Bian vivía en un piso de tres dormitorios, ubicado en un nuevo complejo de una zona lujosa que pocos intelectuales se podían permitir. El propio Bian le abrió la puerta. El profesor, un hombre de complexión media de unos setenta años y brillante cabello plateado que contrastaba con su tez rubicunda, parecía muy enérgico pese a su edad y a su experiencia vital. Joven «derechista» en la década de 1950, «contrarrevolucionario histórico» de mediana edad durante la Revolución Cultural, y viejo «modelo intelectual» en los años noventa, Bian se había aferrado a sus estudios sobre literatura como si fueran un chaleco salvavidas durante todos esos años.

– Esto no basta en absoluto para mostrarle mi respeto, profesor Bian -dijo Chen mientras sostenía el jamón. A continuación intentó encontrar algún lugar donde depositarlo, pero los muebles, nuevos y caros, parecían demasiado buenos como para ponerles encima un jamón envuelto en grasiento papeltung.

– Gracias, inspector jefe Chen -contestó Bian-. Nuestro rector me ha hablado de usted. En consideración a sus muchas ocupaciones, hemos decidido que no tiene que acudir a clase como el resto de los alumnos, pero sí que deberá entregar los trabajos dentro del plazo previsto.

– Se lo agradezco. Le entregaré los trabajos cuando lo hagan los otros alumnos, por supuesto.

Una mujer joven entró con paso ligero en el salón. Tendría unos treinta años, y llevaba un vestido mandarín negro y sandalias de tacón alto. Cogió el jamón y lo puso sobre la mesita de centro.

– Fengfeng, mi muy eficiente hija -explicó Bian-. Presidenta de una empresa conjunta sinoamericana.

– Una hija muy poco considerada -añadió Fengfeng-. He estudiado administración de empresas en vez de literatura china. Gracias por elegir a mi padre como profesor, inspector jefe Chen. Tener un alumno famoso le alimenta el ego.

– No, es un honor para mí.

– Le va de maravilla en la policía, inspector jefe Chen. ¿Por qué quiere hacer este curso? -preguntó la joven.

– La literatura no tiene resultados prácticos -interrumpió el anciano, mofándose de sí mismo-. Ella, por el contrario, ha comprado este piso que yo nunca hubiera podido pagar. Así vivimos aquí: un país con dos sistemas.

«Un país con dos sistemas» era el lema político inventado por el camarada Deng Xiaoping para describir la coexistencia de la China continental socialista con el Hong Kong capitalista después de 1997. En este caso, la expresión se refería a una familia cuyos miembros ganaban dinero procedente de dos sistemas distintos. Chen comprendía que la gente cuestionara su decisión, pero intentaba no preocuparse demasiado por ello.

– Es como un camino intransitado, resulta tentador pensar en él durante esas noches en las que nieva sin cesar -explicó-, y también alimenta el ego si lo ves como alternativa profesional.

– Quisiera pedirle un favor -dijo Fengfeng-. Mi padre no va a la universidad cada día porque tiene diabetes y la tensión alta. ¿Le importaría asistir a clase aquí?

– Claro que no, si a él le resulta más cómodo.

– ¿No recuerda la cita de Gao Shi? -preguntó Bian-. «Desgraciadamente, los eruditos son los más inútiles.» Aquí estoy, un viejo que sólo es capaz de «diseccionar insectos» en casa.

– «La importancia de la literatura perdura mil otoños» -afirmó Chen, citando otra frase como respuesta.

– Vaya, su pasión por la literatura es evidente. Como reza el proverbio chino, los que sufren la misma enfermedad se compadecen mutuamente. Claro que usted puede que tenga que preocuparse de su «enfermedad sedienta» particular. Usted es un poeta romántico, según tengo entendido.

Xiaoke zhi ji, o «enfermedad sedienta». Chen había oído la expresión alguna vez en relación a la diabetes, enfermedad que provoca sed y cansancio en quien la sufre. Bian, que se expresaba de forma curiosa, se había referido sutilmente tanto a su diabetes como a su sed de literatura, pero ¿qué tenía eso que ver con el hecho de que Chen fuera un poeta romántico?

Cuando volvió a meterse en el coche que lo esperaba fuera, Chen pilló a Pequeño Zhou examinando a una modelo desnuda en un ejemplar dePlayboy de Hong Kong. La expresión «enfermedad sedienta» en la China antigua, recordó de pronto Chen, podría haberse empleado como metáfora de la pasión romántica no correspondida de un hombre joven.

Por otra parte, no estaba demasiado seguro de ello. Podría haber leído la expresión en algún sitio, y haberla confundido con otras asociaciones irrelevantes. Durante el trayecto en coche, Chen se dio cuenta de que volvía a pensar como un policía, por querer buscar una explicación al uso de la expresión que había hecho el profesor Bian. El inspector jefe hizo un gesto de incredulidad con la cabeza al ver de pronto su expresión de desconcierto en el espejo retrovisor.

A pesar de todo, Chen estaba contento. La perspectiva de empezar el curso de literatura cambiaba mucho las cosas.

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