25

Fuera la noche era fría.

Mientras torcía por la calle Hengshan, Chen volvió a mirar el reloj. Casi las nueve y media.

La calle Hengshan era como una cinta interminable de luces de neón que se extendía a lo lejos, iluminando los restaurantes y los clubes nocturnos. No hacía mucho que Chen había estado con Nube Blanca en uno de los bares nostálgicos de esa zona.

¿Dónde estaría ella ahora? En otro bar, o en compañía de otro hombre, posiblemente.

Chen no tenía prisa por volver a casa.

Algunas de las piezas del rompecabezas parecían encajar. Tenía que asegurarse de que convergieran en un todo antes de que sus pensamientos inconexos se desvanecieran en la fría noche.

La Antigua Mansión quedaba cerca de allí. Estaba magníficamente iluminada a esa hora avanzada de la noche, como si quisiera evocar el recuerdo de la ciudad insomne. Chen se preguntó si habría sido tan ostentosa en la época de Mei.

El inspector jefe entró en la mansión, y esperó en un espacioso vestíbulo a que una camarera lo condujera hasta una mesa. Era evidente que el restaurante gozaba de éxito.

De las paredes colgaban varias fotografías antiguas. En una de ellas aparecía un hombre de mediana edad, posando junto a varios extranjeros frente a la mansión recién construida. La habrían sacado en los años treinta. La imagen llevaba un breve pie de foto: el señor Ming Zhengzhang, primer propietario de la mansión.Chen no encontró ninguna foto de Mei. No parecía buena idea evocar el recuerdo de la Revolución Cultural, tema que en la actualidad despertaba escaso interés.

El propietario del restaurante había reformado con gusto el local. Los paneles de roble de color oscuro, el piano de cola -una pieza de anticuario-, los cuadros al óleo en las paredes y el clavel en un jarrón de cristal tallado, por no mencionar la reluciente cubertería de plata en las mesas, contribuían a evocar un ambiente de época. Los clientes podían imaginarse que estaban en los años treinta en lugar de en los noventa.

Pero ¿y qué había del periodo transcurrido entre ambas décadas?

La historia no es como una mancha de salsa de soja, fácil de limpiar con la servilleta rosa que llevaba en la mano la bonita camarera que lo conducía a una mesa junto a una cristalera. Chen le preguntó si sabía cómo había llegado a convertirse la mansión en un restaurante.

– Nuestro director general pagó una gran cantidad de dinero a los inquilinos antiguos, más de diez familias, y después reformó la casa entera. Es todo lo que sé -respondió la camarera con una sonrisa de disculpa.

Chen abrió la carta, que era casi tan gruesa como un libro. Al llegar a las dos últimas páginas, que incluían las «Especialidades de la Mansión», se fijó en un plato llamado «Sesos de mono vivo», probablemente similar al que quisieron servirle en el complejo de vacaciones. También había un plato denominado «Ratas blancas vivas». No podía creer que Mei hubiera servido jamás esos platos vestida con su elegante qipao.

La camarera esperó junto a su mesa, observándolo con una atenta sonrisa.

– ¿Puedo pedir una taza de café?

– El café sólo se sirve después de la cena. Aquí el gasto mínimo son doscientos yuanes -explicó la camarera-. ¿No le parece que es un poco tarde para tomar café?

La camarera tenía razón. Después de aquella terrible mañana, tendría que ser más precavido con el café.

– Una tetera, entonces. Y un par de platos fríos para cubrir el gasto mínimo. Veamos: lengua de cerdo en vino Shaoxin, raíz de loto rellena de arroz glutinoso, pies de ganso deshuesados en salsa especial de la casa y tofu frío mezclado con cebolleta troceada y aceite de sésamo. No traiga los platos enseguida, de momento sólo el té.

– Como usted prefiera -respondió la camarera-. Aquí tiene el té.

Chen se dio cuenta de que aquí lo verían como a uno de esos clientes de poca monta que eligen los platos más baratos. Le pareció detectar un deje de esnobismo en la voz de la camarera.

Se sirvió una taza de té. No era demasiado fuerte. Empezó a mascar una hoja de té, pensando en la información que había recopilado a lo largo del día.

Según la tía Kong, el viejo fotógrafo se metió en problemas a causa de la fotografía, así que lo mismo podría haberle sucedido a Mei. El vestido mandarín que llevaba en la foto parecía ser idéntico a los de las víctimas del caso. Según el profesor Xiang, el camarada Actividad Revolucionaria, posible responsable de la muerte de Mei, no era otro que Tian, cuya hija Jazmín había sido la primera víctima. Y según la camarada Weng, Mei murió en circunstancias sospechosas, en las que posiblemente un hombre estuvo involucrado.

Ahora al menos comprendía mejor la conexión entre el vestido mandarín original de Mei y los vestidos mandarines rojos de las víctimas. Como le dijo a Yu, Jazmín, la primera víctima, podría haber sido el auténtico objetivo, mientras que las demás posiblemente fueran elegidas por alguna otra razón. El asesino podría ser alguien relacionado con Mei, alguien que conociera las circunstancias de su muerte y la implicación de Tian.

También tenía respuestas parciales para algunas de sus otras preguntas, como el porqué de la prolongada espera entre la muerte de Mei y la de Jazmín: puede que el asesino quisiera disfrutar de los largos años de sufrimiento de Tian en lugar de acabar con él de un solo golpe.

Por todo ello, hablar con el policía de barrio podría ser crucial para la investigación. Probablemente era la única persona que conocía las circunstancias exactas de la muerte de Mei, así como la relación entre esta muerte y las actividades revolucionarias de Tian.

Sólo tras resolver esta cuestión podría continuar formulando nuevas hipótesis.

La camarera empezó a colocar los platos fríos en la mesa.

– También tenemos platos especiales para la noche de Dongzhi -explicó-. ¿Le gustaría probar alguno?

– Ah, platos para la noche de Dongzhi -dijo Chen-. Ahora no, gracias.

No tenía apetito, aunque la combinación de colores del tofu blanco y la cebolleta verde parecía muy apetecible. Probó una cucharada sin saborearla, y a continuación volvió a sacar su cuaderno.

Era demasiado tarde para llamar a Yu a su casa, de modo que marcó el número de su móvil. Nadie contestó.

Tampoco había llamado a su madre desde el día en que se fue al complejo de vacaciones. Su madre solía acostarse tarde, así que marcó su número.

– Sabía que llamarías. Tu compañero Yu ya se ha puesto en contacto conmigo -le explicó su madre-. No te preocupes por mí, pero tú cuídate mucho. Para mí sigues siendo el Pequeño Cao.

«Pequeño Cao» era un nombre que no había oído en mucho tiempo. Ella también se volvía sentimental en la víspera de la festividad de Dongzhi.

Chen era vagamente consciente de una idea que iba cobrando forma en los recovecos de su mente.

– Intentaré ir a verte lo antes posible, madre.

– Mañana será la noche de Dongzhi. Sería estupendo que pudieras venir -dijo al final de la conversación-, pero no importa si no puedes.

Chen se acabó el té y le hizo un gesto a la camarera para que añadiera más agua caliente. La chica trajo una bandeja con la cuenta también.

– ¿Podría pagar la cuenta ahora, señor? Es muy tarde ya.

Chen sacó doscientos cincuenta yuanes.

– Quédese con el cambio.

En principio, la gente no tenía que dar propina en la China socialista, pero el restaurante era propiedad de un «capitalista».

Chen intentó elaborar un plan de trabajo para el día siguiente. Sólo le quedaba un día, y debía estar preparado para cualquier imprevisto.

Cuando volvió a levantar la vista, Chen observó que la camarera estaba recogiendo las otras mesas del comedor. Era el último cliente en el restaurante. A causa de la propina, quizá, la camarera no intentó meterle prisa.

Le vino a la cabeza el estribillo de un poema que había leído hacía mucho tiempo. «Date prisa. Por favor, es la hora.»

Chen se levantó, sin haber probado la mayoría de los platos.

– Buenas noches, señor -saludó otra camarera en la puerta, temblando un poco.

– Buenas noches.

Una vez más, Chen dudó si volver a su casa.

Tenía que estar ahí a primera hora del día siguiente. Al fin y al cabo, con tanto ir y venir no podría dormir demasiado. Tampoco sabía si encontraría un taxi a las cinco de la madrugada para acudir a un encuentro que no podía perderse de ningún modo.

Quizás alguno de esos cafés que abren toda la noche fuera una buena alternativa: le permitiría ir andando hasta el mercado hacia las cinco y media.

Las luces de neón centelleaban en el cielo azul metálico de la noche. Chen sacó un cigarrillo, consciente de que una mujer surgida de entre las sombras del restaurante se dirigía hacia él.

– Soy una madama del club nocturno Hengshan -dijo en un dialecto pequinés-. Venga conmigo, señor, allí hay cientos de chicas para usted. Sólo cien yuanes por la habitación. Sin gasto mínimo obligatorio.

Chen la miró desconcertado. Parecía como si lo hubieran arrastrado hasta una escena de una película sobre los prostíbulos del antiguo Shanghai. Nunca se hubiera imaginado que algo así pudiera sucederle a él.

Por una vez, Chen no rechazó la oferta de inmediato.

Los servicios de las chicas de triple alterne no le resultaban desconocidos. En compañía de algunos «bolsillos llenos», sin embargo, Chen nunca había «llegado hasta el final», sintiéndose obligado a mantener la imagen de policía decente ante hombres como Gu, que se empeñaban en pagarlo todo.

Pero esta noche era distinto. No pensaba llegar hasta el final, pero conocer más a fondo la profesión de las víctimas podría ser útil para la investigación.

Y podría pasar el resto de la noche cómodamente en el club nocturno en compañía de una chica, en lugar de deambular como una mofeta sin hogar, corriendo de aquí para allá en una noche tan fría.

– Por favor, jefe -siguió insistiendo ella con una sonrisa suplicante-. Usted es un hombre distinguido, no le tomaría el pelo.

Probablemente atribuía su distinción al hecho de haber salido del restaurante Antigua Mansión, uno de los más lujosos de la ciudad. Con todo, Chen pensó que aún le quedaban algo más de mil yuanes en la cartera, sin contar las monedas que llevaba en los bolsillos. Lo suficiente para pasar una noche en el club.

– Nuestras chicas son muy bellas, y además tienen un enorme talento. No hará falta que cante si no le apetece. Algunas son muy cultas, tienen licenciaturas o másters. Hablan como flores comprensivas.

– Lléveme hasta allí entonces -ordenó Chen en el dialecto de Shanghai. Puede que alguna de esas chicas le explicara cosas que nunca se hubiera atrevido a preguntar a Nube Blanca.

Varios hombres con aspecto de tipos duros aguardaban de pie frente a la entrada del club. Algunos bostezaban y otros miraban con desconfianza a Chen, quien no tenía aspecto de cliente habitual.

La mujer lo condujo hasta una habitación de la segunda planta. Acababa de sentarse en un sofá funcional de cuero negro cuando varias muchachas, en combinación o en bikini, irrumpieron en la habitación. Sus hombros y sus muslos, desnudos, resaltaban contra la pared que tenían a sus espaldas, como si fuera una pantalla de jade de cuerpos femeninos.

– Elija a una -sugirió la madama con una amplia sonrisa.

Chen señaló con la cabeza a una chica que llevaba una combinación negra muy corta. La muchacha, de ojos almendrados y labios color cereza, le dirigió una dulce sonrisa. Tendría probablemente unos veinticinco o veintiséis años, por lo que era un poco mayor que las demás. Se sentó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro con naturalidad, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo.

Después de que las otras chicas salieran de la habitación entró un camarero, depositó una bandeja con fruta sobre la mesita baja y le entregó la carta. Con la chica acurrucada a su lado, Chen se sentía demasiado turbado para examinar la carta detenidamente, por lo que pidió una taza de té, y ella un vaso de zumo de fruta. Un zumo no sería demasiado costoso, pensó Chen, quien había oído rumores de cómo se forraban estas chicas pidiendo siempre el vino más caro.

– Esta noche estoy reventado -dijo Chen-. Hablemos.

– Está bien. Podemos hablar sobre cualquier tema que le guste: sobre la aparición de las nubes y de la lluvia, para luego mezclarse entre sí; sobre las flores de melocotón riéndose del viento de primavera; o sobre los amantes que hacen agujeros en una pared para poder verse. Usted debe de haber visto el mundo. Por cierto, me llamo Jade Verde.

Nubes y lluvia de nuevo, tan frecuentes en las historias de amor clásicas, y hacer agujeros para verse el uno al otro, una metáfora negativa de Mencio. La chica era inteligente y quizá, como en el poema de Liu Guo, capaz de enjugar las lágrimas de un héroe con un pañuelo rojo sacado de sus mangas verdes.

Pero su combinación no tenía mangas, y dejaba la espalda al descubierto. Jade Verde se sacó los zapatos de tacón alto de una patada, se sentó sobre los talones y se le arrimó más en el sofá.

– Por favor, cuéntame algo sobre lo que haces aquí -le pidió Chen.

– Si eso es lo que desea, señor -respondió ella tras dar un sorbo a su zumo-. Con este trabajo no se gana dinero tan fácilmente como la gente cree. Recibo propinas de los clientes generosos como usted, claro, doscientos o trescientos yuanes. Si tengo una buena racha, puede que consiga dos clientes en una noche. Sin embargo, con tanta competencia es posible no tener ningún cliente en varios días. El club no me paga ni un céntimo. Todo lo contrario, yo tengo que pagarle al club una tarifa por la mesa.

– ¿Por qué? Eso no tiene sentido. Tú eres la que hace el trabajo y no el club.

– Según el propietario, él tiene que pagar el alquiler, a los que gestionan el club y también a los que lo protegen, tanto a los gángsteres como a la policía.

– ¿Y qué hay de los otros servicios, aparte del karaoke?

– Depende de lo que necesite el cliente, y de dónde y cuándo lo necesite. Tendría que ser más específico -dijo Jade Verde-. Pero primero déjeme cantarle una canción.

Quizá le molestaban sus preguntas. Tenía que cantar una o dos canciones para ganarse una propina, de todos modos. La canción que eligió fue, para su sorpresa, «Shuidiao Getou» de Su Dongpo, sobre la festividad celebrada a mediados de otoño. Jade empezó a cantar y a bailar, con sus pies descalzos moviéndose sensualmente como flores de loto sobre la alfombra roja al ritmo de la segunda estrofa del poema.

Rondando por la mansión roja,

tras entrar por la ventana de madera tallada,

la luna brilla sobre los insomnes.

¿Hay algún motivo para que sea

tan maliciosa como para decidir

aparecer, llena y brillante,

mientras permanecemos separados?

Al igual que la gente tiene alegrías y penas,

y se encuentra o se separa,

cuando la luna crece y mengua

en cielos despejados o nublados,

puede que las cosas nunca sean perfectas.

Ojalá vivamos todos muchos años, compartiendo

la misma luna clara,

aunque estemos a miles de kilómetros de distancia…

La madama volvió como una aparición de la luna.

– ¡Qué chica tan maravillosa! ¿Sabe?, antes estudiaba ballet. Ojalá vivamos todos muchos años compartiendo la luna clara. Una propina generosa por habérsela presentado, por favor.

– Eso no es lo que me dijo -contestó Chen, sacando dos billetes de diez yuanes.

– Cualquier habitante de Shanghai lo sabe -repuso ella con brusquedad, metiéndose el dinero en el bolsillo mientras se iba con gesto airado-. ¡Qué tacaño! ¿Quiere que viva del viento que aulla desde el oeste?

Puede que algunos de los «bolsillos llenos» a los que conocía hubieran pagado más, pero Chen no sabía qué cantidad se consideraba suficiente en un sitio como ése.

– No se preocupe por ella -lo tranquilizó Jade Verde, sentándose en su regazo-. En realidad no es una madama, sino una proxeneta.

Quizá sería mejor hacerle las preguntas rápidamente y acabar cuanto antes.

– Me han dicho que hay un asesino en serie rondando por la ciudad, en busca de chicas que trabajan en el negocio del entretenimiento. ¿Te preocupa, Jade Verde?

– Claro que sí -respondió ella, revolviéndose incómoda contra él-. He oído que una de las víctimas trabajaba en un club nocturno como éste. Todo el mundo está en guardia, pero eso no sirve de nada.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? Usted es un nuevo cliente aquí. Un triunfador. No un simple advenedizo podrido de dinero, sino un hombre culto, un abogado de éxito o algo por el estilo. Lo supe nada más verlo. Pero eso es todo lo que sé. De todos modos, si quiere salir conmigo, accederé sin hacerle ninguna pregunta. Nuestro negocio se ha visto afectado por el caso. Los clientes están preocupados por las redadas policiales, como la del club Puerta de la Alegría. Algunos esperarán hasta que amaine la tormenta.

Alguien llamó suavemente a la puerta.

Antes de que Jade Verde dijera nada, la puerta se abrió y un niño de unos cinco o seis años entró en la habitación.

– Mamá, el tío Oso Marrón quiere que cantes «Arenas Llorosas» para él. La madama quiere que te lo diga.

– Lo siento. Es mi hijo. Esta noche no hay nadie en casa para cuidarlo -explicó Jade-. Oso Marrón es un cliente habitual. Es su canción favorita, no tardaré.

– Oso Marrón es tu cliente habitual -repitió Chen. No sabía si era un arreglo acordado de antemano con la madama. Jade Verde debía de haberse percatado de que él no era ningún «bolsillos llenos».

– Ya sé que usted es distinto -dijo ella, inclinándose para besarlo en la frente antes de dirigirse a su hijo-. Vuelve al despacho y no vuelvas a salir.

Por un momento, Chen no supo qué hacer al quedarse solo en la habitación. Tras echar un vistazo, se dio cuenta de que no era tan distinta de otras salas privadas de karaoke, salvo que ésta estaba amueblada de forma más lujosa. Lo desconcertó el leve ruido de pasos al otro lado de la puerta. Quizá fuera el niño. Jade no debería haber traído a su hijo a un sitio así. Afortunadamente, él era «diferente» y no un cliente habitual. Si no el niñito podría haberse topado con una escena traumatizante…

De repente, Chen se estremeció.

Ahora tenía un sospechoso con un móvil: el hijo de Mei.

Aquella fatídica tarde años atrás, cuando el hijo de Mei volvió a casa, lo que se encontró fue a su madre viuda manteniendo relaciones sexuales con otro hombre. Eso explicaba que huyera horrorizado y que ella saliera corriendo desnuda tras él.

Toda la información que había recopilado sobre ese niño le volvía a la memoria. Tenía un móvil, conocía el vestido y sabía ciertos detalles escabrosos sobre la vida de su madre.

Eso explicaría muchas cosas: la venganza contra Tian y Jazmín, la copia exacta del vestido, el lugar donde arrojó el primer cadáver…

Pero ¿qué clase de hombre era ahora? Ni el profesor Xiang ni la camarada Weng sabían demasiado acerca de él. Sin embargo, no se había esfumado. Había vuelto para vender la Antigua Mansión por razones más que comprensibles.

Todo encajaba en el perfil psicológico que Chen había estado analizando con Yu: el asesino era un hombre solitario traumatizado en su infancia, posiblemente durante la Revolución Cultural, y tal vez muy unido a su madre…

Otra camarera entró en la habitación. Llevaba un delantal en el que había dibujada una bolsa de palomitas. La camarera colocó un pequeño cesto de palomitas sobre la mesita baja. Chen sacó un billete de diez yuanes.

– Son cincuenta.

– Está bien. -El inspector intentó comportarse como un buen cliente y sacó la cartera. Por el momento le gustaría serlo, porque se le acababa de ocurrir otra explicación para el caso en aquella habitación. Puso un billete de cien yuanes sobre la mesa y le indicó a la camarera que se fuera.

– Gracias, señor. Antes era modelo, pero es una profesión que sólo dura tres o cuatro años.

A su regreso, Jade Verde miró a la camarera de las palomitas como si fuera un intruso extraterrestre, hasta que la chica se dio la vuelta y salió apresuradamente.

– Lo siento -se disculpó Jade Verde-. ¿Puedo tomar otro zumo?

El camarero trajo la bebida, junto a otra bandeja de fruta. Quizá fuera algo habitual en ese establecimiento. El camarero ni se molestó en consultárselo.

Eso lo preocupó. Las pequeñas cantidades iban aumentando, aunque no tenía que preocuparse por los servicios extra, como tampoco debían preocuparlo «la lluvia y las nubes» que antes había citado Jade Verde. La muchacha empezó a pelarle una naranja.

Chen se disculpó, y salió al pasillo para ir al cuarto de baño que estaba en un rincón. Tras entrar en el baño y cerrar la puerta, Chen contó el dinero que le quedaba en la cartera. Todavía tenía unos novecientos yuanes. Debería bastar para esa noche, pero no quería volver enseguida junto a la prostituta. Necesitaba aclarar sus ideas, y le costaba hacerlo con Jade Verde en la habitación, y las camareras entrando y saliendo constantemente.

Entonces se fijó en que alguien le pasaba bajo la puerta un plato blanco con una toalla caliente, posiblemente la encargada de los servicios arrodillada en el suelo. Chen sintió asco. Abrió la puerta de un empujón, dejó unas cuantas monedas en un cuenco blanco que reposaba sobre el lavabo y se fue.

Cuando Chen se sentó en el sofá del reservado, Jade Verde se inclinó para meterle gajos de mandarina en la boca con sus dedos largos y finos, mientras la luz de la vela parpadeaba sin cesar desde su contenedor en forma de animal.

– ¿Dónde va a pasar la noche? -preguntó ella en voz baja-. Es muy tarde. La niebla es espesa y la calle está resbaladiza. No se vaya. La verdad es que casi nadie sale de aquí a estas horas.

El comentario le trajo ecos de un poema de la dinastía Song, sobre la cita entre el decadente emperador y una delicada cortesana.

Al ver que Chen no respondía, Jade Verde le tomó la mano y se la puso en el muslo, desnudo y suave.

– Lo siento, me tengo que ir, Jade Verde -se disculpó Chen-. Por favor, dame la cuenta. Ha sido una noche estupenda, gracias.

– Si se empeña -respondió ella-. Podría darme la propina ahora.

Después de pagarle sus trescientos yuanes, Jade llamó a un camarero para que trajera la cuenta.

Tras echarle un vistazo se percató enseguida del problema. Un vaso de zumo de frutas costaba cien yuanes. Jade había tomado dos. Además de su té, ciento veinte. Las dos bandejas de fruta costaban doscientos cincuenta cada una. También debía pagar los cuatro platillos de frutos secos que había sobre la mesa, a ochenta yuanes cada uno. Y el servicio llevaba un recargo de un veinte por ciento. En total, la cuenta ascendía a mil trescientos yuanes.

Era una estafa. Pero no estaba en situación de protestar, dada su profesión. Si se identificaba como inspector jefe tal vez le permitieran irse sin pagar lo consumido durante la noche, pero los rumores que sin duda circularían le costarían mucho más.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Jade Verde.

– Lo siento muchísimo, Jade Verde, no llevo suficiente dinero encima.

– Veamos, ¿cuánto tiene?

– Unos novecientos… Seiscientos después de la propina.

– No se preocupe. No le matarán si realmente no tiene dinero suficiente -le susurró la chica al oído-. Pero debe decir que sólo me ha pagado cien yuanes.

Probablemente era la razón por la que había querido que Chen le pagara la propina primero. Una chica con experiencia, pensó Chen, mientras un hombre corpulento entraba en la habitación.

– Es el director Zhang -explicó Jade Verde.

– Lo siento, es mi primera vez, director Zhang. No llevo suficiente dinero encima. -Chen sacó todo su dinero y lo puso sobre la mesita baja.

– ¿Cuánto tiene? -preguntó Zhang sin contar el dinero.

– Unos seiscientos -respondió Chen-. Traeré setecientos la semana que viene. Le doy mi palabra.

– ¿Te ha dado la propina? -Zhang se dirigió a la chica con el ceño fruncido.

– Sí, cien yuanes -respondió Jade Verde. Y añadió-: Sólo ha estado aquí dos o tres horas. Y tuve que irme con Oso Marrón bastante tiempo.

– ¿Lleva tarjeta? -preguntó Zhang.

– ¿Qué clase de tarjeta?

Chen no pensaba dársela, ni como policía ni como poeta.

– Tarjeta de crédito.

– No, no tengo.

Para sorpresa de Chen, Zhang echó un vistazo al dinero que había sobre la mesa, cogió dos billetes de veinte yuanes y se los devolvió a Chen.

– Es su primera vez -explicó Zhang-. Esos platillos corren por cuenta del club esta noche. Y también las bandejas de fruta. Necesita dinero para el taxi, jefe. Estamos en invierno y esta noche hace mucho frío.

Fue como una especie de anticlímax. Quizás era beneficioso para el negocio dejar que un cliente se marchara así. Sin embargo, no era momento de buscarle una explicación a su suerte.

– Muchísimas gracias, director Zhang.

– He visto a mucha gente -respondió Zhang-. Usted es diferente, lo sé. Si la colina no se mueve, el agua se mueve. Si el agua no se mueve, el hombre se mueve. ¿Quién sabe? Puede que volvamos a encontrarnos algún día.

Zhang lo acompañó hasta el ascensor. Se abrió la puerta y salió un cliente rezagado. Unas cuantas chicas se apresuraron a ofrecer sus servicios al nuevo invitado con un cascabeleo de risas. Chen vio a Jade Verde entre ellas, corriendo descalza.

Ella ni lo miró.

– Venga otra vez, jefe -dijo Zhang mientras se cerraba la puerta del ascensor-. Puede que le sea más fácil encontrar un taxi en el cruce de las calles Hengshan y Gaoan.

Al salir a la calle, Chen no paró ningún taxi.

Eran casi las cuatro. Pensó en un proverbio: «Lleno de alegría, la noche es corta». No estaba seguro de haberlo pasado bien en el club, pero el tiempo había transcurrido deprisa allí dentro.

La noche era fría, aunque ya tocaba a su fin. Las ideas tan estimulantes que se le habían ocurrido mientras estaba dentro del club parecían haberse enfriado un poco con el viento.

Algunos de los detalles del caso encajaban, otros no.

El encuentro en un par de horas con el policía de barrio jubilado sería decisivo.

Después, Chen investigaría el pasado del hijo de Mei, empezando por el documento de la venta de la Antigua Mansión, en el que el vendedor, como heredero de la casa, tuvo que firmar con su nombre, y quizá proporcionó más información.

Ya era jueves, no podía permitirse desperdiciar el día tomando el camino equivocado.

Sin embargo, por el momento, Chen vagaba sin rumbo fijo. Tenía que moverse o se moriría de frío. Casi todas las luces estaban apagadas, y la calle ofrecía un aspecto que no había visto antes. Se metió por una bocacalle, dobló otra esquina y, para su sorpresa, la Antigua Mansión volvió a aparecer frente a él. Le pareció oscura, desierta, desolada. Un ave nocturna surgió de la nada.

Chen pensó en el poema de Su Shi, «El pabellón de las golondrinas».

La noche avanzada, yo despierto,

no hay forma de reanudar mi paseo

por el viejo jardín:

un viajero cansado perdido en el fin del mundo,

mirando hacia su hogar, con el corazón partido.

El pabellón de las golondrinas está desierto.

¿Dónde está la belleza?

Sólo hay golondrinas encerradas en su interior sin ningún motivo.

No es más que un sueño,

en el pasado, o en el presente.

¿Quién se despertará de este sueño?

Sólo hay un círculo inacabable

de antiguas alegrías, y pesares recientes.

Algún día, alguien,

al ver la torre amarilla por la noche,

puede que suspire profundamente por mí.

Era un poema triste. El pabellón era conocido debido a Guan Panpan, brillante poetisa y cortesana de la dinastía Tang que vivía allí. Guan se enamoró de un poeta, y después de que éste muriera, se encerró y se negó a recibir visitantes o clientes durante el resto de su vida. Muchos años después, Su Shi, un poeta de la dinastía Song, visitó el pabellón y escribió el célebre poema.

Chen se imaginó a Mei de pie en el jardín posterior de la mansión, cogiendo de la mano a su hijito, tan bella como una nube radiante con su qipao rojo…

Tiritando de frío, Chen se dirigió al mercado. Se desprendieron varias hojas de los árboles bajo la luz cada vez más tenue de las estrellas. Las hojas caían contra el duro suelo con un ruido similar al de las tablillas de bambú usadas para la adivinación en un templo antiguo, oscuramente profético.

Aún no había nadie en el mercado. Cerca de la entrada, Chen se sorprendió al ver una larga hilera de cestos -de plástico, bambú, ratán, madera y paja- de múltiples formas y tamaños. Los cestos llegaban hasta un mostrador de hormigón, bajo un letrero que anunciaba «corvina rubia», un pescado muy popular en Shanghai. Evidentemente, esos cestos pertenecían a las amas de casa que no tardarían en llegar para ocupar sus puestos en la fila, pensando con mirada soñadora en la satisfacción de sus familias durante la comida.

Chen se preguntó si había visto esta escena antes, y encendió otro cigarrillo resguardándose del viento.

¡Pum!, ¡pum!, ¡pum! Se oyó un clamor repentino. Chen se sobresaltó al ver a un trabajador del turno de noche partiendo una enorme barra helada de pescado con un martillo gigantesco. Al ver que Chen se aproximaba, el trabajador se dio la vuelta. Llevaba un abrigo acolchado de algodón de estilo militar, con el cuello levantado de modo que le ocultaba la cabeza. Una imagen espectral a primera hora de la mañana.

Chen aún estaba mal de los nervios.

Al cabo de unos minutos entraron en el mercado varias mujeres de mediana edad, y se dirigieron a la fila para colocarse junto a los cestos y los ladrillos que señalaban sus puestos. El mercado empezaba a animarse.

Entonces sonó una campana, posiblemente para indicar que el mercado estaba abierto, y comenzaron a aparecer vendedores ambulantes por todas partes, todos a la vez. Algunos depositaron sus productos en el suelo, y otros se colocaron detrás de los puestos alquilados en el mercado de gestión estatal. Cada vez era más difícil distinguir entre socialistas y capitalistas.

Chen vio entrar en el mercado a un anciano que llevaba un brazalete rojo.

Загрузка...