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El subinspector Yu Guangming, del Departamento de Policía de Shanghai, estaba sentado con aire pensativo en un despacho que no era exactamente suyo, o no todavía. Como jefe en funciones de la brigada de casos especiales, Yu podía disponer del despacho durante las semanas de permiso de Chen.

Casi nadie parecía tomarse en serio a Yu, pese a que el subinspector había asumido el mando efectivo con anterioridad durante todas aquellas semanas en las que Chen estuvo ocupado con sus reuniones políticas y sus bien remuneradas traducciones. Con todo, eran muchos los que pensaban que Chen le hacía sombra.

A Yu le preocupaba la inexplicable determinación de Chen de inscribirse en el curso de literatura, una decisión que había dado pie a numerosas interpretaciones en el Departamento. Según Liao Guochang, jefe de la brigada de homicidios, Chen estaba intentando pasar inadvertido después de haber soliviantado a algunos capitostes, y adoptaba ahora una pose de intelectual para dejar de ser el centro de atención durante un tiempo. Pequeño Zhou creía que el objetivo de Chen era obtener un máster o un doctorado, titulaciones cruciales para su futura carrera profesional, porque un título superior supondría una enorme ventaja de cara a la nueva política de promoción de cuadros del Partido. El comisario Zhang, un cuadro semijubilado de la anterior generación, tenía una opinión distinta sobre los estudios de Chen. Creía que el inspector jefe Chen planeaba estudiar en el extranjero con unahongyan zhiji -una belleza comprensiva y llena de admiración por él- que era jefa de policía en Estados Unidos. Como la mayoría de rumores sobre Chen, nadie era capaz de demostrarlo ni de refutarlo.

Ninguna de esas conjeturas convencía del todo a Yu. Y también existía una posibilidad que no podía descartar: quizá sucedía algo de lo que ninguno de sus compañeros tenía conocimiento. Chen le había preguntado acerca de un caso sobre un complejo residencial sin darle ninguna explicación, algo poco habitual entre Yu y su jefe.

De todos modos, aquella mañana Yu no tenía demasiado tiempo para preocuparse. El secretario del Partido Li lo había convocado a una reunión en el despacho del inspector Liao.

Liao, un hombre de complexión robusta de unos cuarenta años, tenía cierto aspecto de lechuza debido a su nariz aguileña y sus ojos redondos. Liao frunció el ceño cuando Yu entró en su despacho.

En el Departamento, sólo un caso de extraordinaria importancia política podía ser asignado a la brigada de casos especiales bajo el mando de Chen y de Yu. La expresión avinagrada de Liao daba a entender que la brigada de homicidios era incapaz de ocuparse de otro caso más.

– Camarada subinspector Yu, habrá oído hablar del caso del vestido mandarín rojo -dijo Li, afirmando más que preguntando.

– Sí -respondió Yu-. Es un caso que ha despertado una gran expectación.

La semana anterior habían encontrado el cuerpo de una muchacha vestida con un qipao rojo en un parterre de la calle Huaihai oeste. El caso, muy divulgado por la proximidad del cadáver a varias tiendas de lujo, fue bautizado, apropiadamente, como el caso del vestido mandarín rojo. La noticia sobre el asesinato había provocado un atasco descomunal en el barrio. Los curiosos acudieron en tropel a la calle Huaihai para ver escaparates e intercambiar cotilleos, uniéndose a todos los fotógrafos y periodistas que pululaban por la zona en busca de información.

Los periódicos publicaron muchas teorías, a cuál más descabellada. Ningún asesino habría abandonado un cadáver vestido de tal guisa en un lugar como aquél si no tuviera alguna razón para hacerlo. Un periodista creyó que el cuerpo apuntaba a algún miembro del Instituto de Música de Shanghai, que se alzaba al otro lado de la calle frente al parterre. Otro reportero lo consideró un caso político, una especie de protesta contra la inversión de valores en la China socialista, porque el vestido mandarín, otrora condenado como símbolo de la decadencia capitalista, volvía a estar de moda. Una revista sensacionalista fue más allá y especuló que el asesinato había sido orquestado por un magnate de la industria de la moda. Paradójicamente, a resultas de la cobertura informativa varias tiendas se apresuraron a exhibir nuevas colecciones de vestidos mandarines en sus escaparates.

Yu había observado que el caso era desconcertante en algunos aspectos. Según el informe forense inicial, las magulladuras que presentaba la víctima indicaban que ésta podría haber sufrido algún tipo de agresión sexual antes de morir asfixiada, pero no se encontraron restos de semen ni en la vagina ni en la piel, y el asesino había lavado el cuerpo después de quitarle la vida. La muchacha no llevaba nada debajo del vestido, lo que contradecía las normas básicas del buen vestir. Y el lugar donde encontraron el cadáver solía estar tan concurrido que a muy pocos se les habría ocurrido abandonar un cuerpo allí.

Según una de las teorías iniciales del Departamento, tras cometer el crimen el asesino vistió a la víctima con la intención de llevarla a otro lugar, pero con las prisas o se olvidó de ponerle las bragas y el sostén, o no lo consideró necesario. El vestido podría haber sido el mismo que llevara la víctima antes de tan fatal encuentro. Puede que la elección del lugar no fuera relevante: el criminal podría haber obrado con imprudencia y, simplemente, haber abandonado el cuerpo a la primera oportunidad que se le presentó.

Yu no creía que se tratara de un acto cometido al azar, pero el caso no había sido asignado a la brigada de casos especiales. Sabía muy bien que no debía meter la cuchara en plato ajeno.

– Es sorprendente -repitió Yu, sintiéndose obligado a hablar de nuevo porque ni Li ni Liao le habían respondido-. Me refiero al lugar donde se encontró el cuerpo.

Seguían sin responderle. Li empezó a respirar con dificultad.

Sus ojeras parecían aún más profundas en aquel silencio siniestro. Li, un hombre de casi sesenta años, tenía unas ojeras enormes y gruesas cejas grises.

– ¿Algún progreso? -preguntó Yu, volviéndose hacia Liao.

– ¿Progreso? -gruñó Li-. Esta mañana ha aparecido otro cuerpo vestido con un qipao rojo.

– ¡Otra víctima! ¿Dónde?

– Delante de las Vitrinas de los Periódicos, junto a la entrada número uno del Parque del Pueblo, en la calle Nanjing.

– Es increíble, eso está en el centro de la ciudad -afirmó Yu. Las Vitrinas de los Periódicos, como su nombre indicaba, era una serie de vitrinas con periódicos colocadas en hilera a lo largo del muro del parque, y casi siempre se concentraba allí un gran número de lectores-. Es un desafío deliberado.

– Hemos comparado a las dos víctimas -explicó Liao-. Presentan varias similitudes. Particularmente el vestido mandarín. La tela y el estilo son idénticos.

– Ahora la prensa se está poniendo las botas -observó Li mientras traían un montón de periódicos al despacho.

Yu cogióDiario Liberación, que había sacado en portada la fotografía en color de una muchacha enfundada en un vestido mandarín rojo y tirada en el suelo bajo las Vitrinas de los Periódicos.

– El primer asesino sexual en serie de Shanghai -dijo Liao, leyendo en voz alta-. «Vestido mandarín rojo» se ha convertido en una expresión popular. Las especulaciones se disparan como la pólvora. La ciudad se estremece expectante.

– Los periodistas están locos -le interrumpió bruscamente Li-. Nos bombardean con una avalancha de artículos y de fotografías, como si fuera lo único que importa en esta ciudad.

La frustración de Li era comprensible. Shanghai era conocida por la eficiencia de su Gobierno y, entre otras cosas, por su bajo índice de criminalidad. Se habían cometido otros asesinatos en serie en Shanghai, pero debido al eficaz control de los medios, nunca se les había dado publicidad. Un caso así podría haber llevado a la gente a pensar que la policía de la ciudad era incompetente, algo que los periódicos subvencionados por el Gobierno evitaban insinuar. Sin embargo, a mediados de la década de 1990 los periódicos ya eran responsables de su rentabilidad: los periodistas tenían que buscar noticias sensacionalistas, y el control de los medios no era ya tan férreo.

– Hoy en día, con todas esas novelas y películas occidentales de suspense en las librerías y en la televisión, algunas traducidas por nuestro inspector jefe Chen -señaló Liao-, los periodistas empiezan a dárselas de Sherlock Holmes en sus columnas. Fijaos enWenhui. Ya predice la fecha del siguiente crimen: «Otro cuerpo vestido con un qipao rojo antes del próximo viernes».

– Eso lo sabe todo el mundo -repuso Yu-. Los asesinos en serie actúan a intervalos regulares. Si nadie los detiene, pueden continuar matando durante toda su vida. Chen ha traducido algo sobre un asesino en serie. Creo que deberíamos hablar con él.

– ¡Al diablo el asesino en serie! -A Li parecía exasperarle el término-. ¿Ha hablado con su jefe? Apuesto a que no. Está demasiado ocupado escribiendo su trabajo de literatura.

Yu sabía que la relación entre Chen y Li no había sido demasiado buena últimamente, por lo que no respondió.

– No se preocupe -comentó Liao con tono sarcástico-. Incluso sin Carnicero Zhang la gente seguirá teniendo cerdo en la mesa.

– Estos asesinatos son una bofetada para el Departamento de Policía. «¡Eh, polis, lo he vuelto a hacer!» -continuó diciendo Li acaloradamente-. El enemigo del pueblo está intentando sabotear el gran progreso de nuestra reforma, y está dañando la estabilidad social al provocar el pánico entre la gente. Empecemos por los que muestran un odio encarnizado hacia nuestro Gobierno.

La lógica de Li aún se basaba en aquel librito rojo del presidente Mao, y según dicha lógica, reflexionó Yu, cualquiera podría ser un enemigo del pueblo. El secretario del Partido era conocido por formular teorías políticas sobre las investigaciones de homicidios. El jefe número uno del Partido también se consideraba a sí mismo una especie de investigador criminal número uno.

Primero, el criminal debe de disponer de algún lugar donde cometer el asesinato, muy probablemente su casa -observó Liao-. Sus vecinos podrían haber notado algo raro.

– Sí, contacta con todos los comités vecinales, especialmente los más próximos a los dos lugares donde se han encontrado los cadáveres. Como dice el presidente Mao, tenemos que confiar en el pueblo. Ahora, a fin de resolver el caso lo antes posible -concluyó Li con tono solemne-, usted, inspector Liao, y usted, subinspector Yu, se pondrán al frente de un equipo especial.

Los dos policías no pudieron comentar con detenimiento el caso hasta que el secretario del Partido salió del despacho.

– Sé poquísimo acerca de este caso -empezó diciendo Yu- y prácticamente nada sobre la primera víctima.

– Este es el expediente sobre la primera. -Liao le entregó una carpeta abultada-. De momento aún estamos recopilando información sobre la segunda.

Yu cogió una fotografía ampliada de la primera víctima. Una melena negra le cubría parcialmente el rostro, y el vestido ajustado resaltaba sus curvas y su buena figura.

– A juzgar por las magulladuras en los brazos y en las piernas -sugirió Liao- puede que sufriera algún tipo de agresión sexual. Pero no hay restos de semen ni secreciones en la vagina, y en el laboratorio han descartado que el asesino hubiera usado un condón. Tampoco encontraron restos de lubricante. Le hiciera lo que le hiciese antes de matarla, cuando el cuerpo de la muchacha ya estaba rígido el asesino volvió a vestirla, bruscamente y a toda prisa. Eso explicaría las aberturas desgarradas y los botones sueltos.

– Podemos estar bastante seguros de que el vestido mandarín rojo no era suyo -apuntó Yu-, porque la segunda víctima llevaba un vestido idéntico al de la primera cuando la encontraron.

– No, el vestido no era suyo.

Yu examinó las aberturas desgarradas y los botones sueltos en la fotografía. Si realmente alguien se había tomado la molestia de conseguir un vestido caro de moda, ¿por qué había vestido los cuerpos de forma tan descuidada en ambas ocasiones?

– ¿El vestido de la segunda víctima también tiene las aberturas desgarradas?

– Ya veo por dónde va -gruñó Liao, asintiendo con la cabeza.

– ¿Cuándo identificaron a la primera víctima?

– Unos tres o cuatro días después de que encontraran el cuerpo. Tian Mo, veintitrés años. La llamaban Jazmín. Trabajaba en el hotel Gaviota, que está cerca del cruce de las calles Guangxi y Jingling. Vivía con su padre paralítico. Según sus vecinos y sus compañeros de trabajo, era una buena chica, muy trabajadora. No tenía novio, y ninguna de las personas que la conocían cree que tuviera enemigos.

– Parece como si el asesino hubiera lanzado el cadáver desde un coche.

– Sí, eso parece.

– ¿Podría haber sido un taxista, o el propietario de un vehículo particular?

– Los taxistas hacen turnos de doce horas. Después de que denunciaran el hallazgo de la segunda víctima, investigamos inmediatamente a los que trabajaron las dos noches. Menos de veinte estaban de servicio en esa franja horaria, y todos ellos conservan los recibos de al menos una de las noches. ¿Cómo podría un taxista tener tiempo para asesinarla entre carrera y carrera, lavarla, probablemente en un baño privado, y ponerle el vestido mandarín? -Liao negó con la cabeza antes de seguir hablando-. Tal vez fuera un coche particular. Han aumentado de manera espectacular en los últimos años, con tantos «bolsillos llenos» en las empresas y tantos chupópteros en el Partido. Pero no disponemos de los recursos necesarios para llamar a sus puertas, una Iras otra, por toda la ciudad, aunque nuestro secretario de Par- tido nos dé luz verde para hacerlo.

– Entonces, ¿qué piensa de los lugares donde se encontraron los cuerpos?

– En cuanto al primero -afirmó Liao, sacando una fotografía en la que al fondo se veía un semáforo en el cruce de calles-, el asesino tuvo que salir del coche para depositar el cuerpo. Se arriesgó muchísimo, el tráfico es prácticamente continuo en esa zona. El tranvía número veintiséis circula sin interrupción hasta después de las dos y media, y luego vuelve a salir hacia las cuatro. Además, de vez en cuando pasan algunos coches, y los estudiantes que trabajan hasta tarde entran y salen del instituto que hay al otro lado de la calle.

– ¿Cree que el lugar en el que apareció el cuerpo tiene algún significado relacionado con el Instituto de Música, como afirman esos periodistas? -preguntó Yu.

– Ya lo hemos investigado. Jazmín no estudió en el instituto. Le gustaba la música, como a la mayoría de chicas jóvenes, y tatareaba alguna canción de vez en cuando, pero eso era todo. Y su familia tampoco tenía ninguna relación con la escuela. La segunda víctima fue abandonada en un sitio distinto, por lo que no me parece que tenga ningún sentido tomarnos en serio toda esa mierda que sale en los periódicos sobre el Instituto de Música.

– Puede que esta vez Li tenga razón. Los dos cuerpos aparecieron en lugares muy transitados, es posible que el criminal quisiera dejar su impronta -apuntó Yu-. Imagino que ya se ha puesto en contacto con todos los comités vecinales de la zona.

– Desde luego, pero las preguntas se centraron en un tipo muy determinado de criminal: los delincuentes sexuales con antecedentes penales. Aún no hemos encontrado nada. El segundo cuerpo ha aparecido esta mañana.

– Dígame todo lo que sepa acerca del segundo cadáver.

– Lo ha descubierto un chico delWenhui que había ido a cambiar los periódicos de las vitrinas. Después de bajarle el vestido para taparle los muslos desnudos y cubrirle la cara con periódicos, ha llamado a Wenhui en vez de llamarnos a nosotros. Al llegar al lugar, hemos encontrado a un montón de gente concentrada allí desde hacía bastante rato, y es muy posible que le hayan dado la vuelta al cuerpo varias veces. Así que no tenía demasiado sentido inspeccionar el lugar donde se ha encontrado el cadáver.

– ¿Ha llegado el informe del forense?

– No, aún no. Sólo un informe inicial redactado en el sitio. Una vez más, muerte por asfixia. No parecía que la víctima hubiera sufrido abusos sexuales, pero, al igual que la primera, no llevaba nada debajo del vestido mandarín. -Liao puso más fotografías sobre el escritorio-. Ningún resto de semen después de que tomaran muestras vaginales, bucales y anales. Los analistas de huellas latentes también han hecho su trabajo, y no han encontrado ningún pelo suelto que hubiera podido caer encima del cuerpo.

– ¿Es posible que el segundo asesinato haya sido un calco del primero?

– Hemos examinado los dos vestidos. La misma tela estampada, y también el mismo estilo. Nadie que hubiera querido copiar el primer asesinato podría haber conocido o reproducido todos esos detalles.

– ¿Se han tomado otras medidas en relación a la segunda víctima?

– Se han enviado carteles con su fotografía. Hemos recibido muchas llamadas, en las que nos ofrecen posibles pistas. El Departamento está trabajando a marchas forzadas.

– Le guste o no a Li el término asesino en serie -dijo Yu-, no hay que descartar esa posibilidad. Dentro de una semana podríamos encontrarnos con un tercer cadáver vestido con un qipao.

– Políticamente, Shanghai no puede admitir la existencia de un asesino en serie. Por eso Li ha llamado a la brigada de casos especiales.

– En el supuesto de que se trate de un asesino en serie -dijo Yu, consciente de la larga rivalidad entre las brigadas de homicidios y de casos especiales-, necesitamos establecer el perfil del criminal.

– Bien, los vestidos son muy caros, por lo que es posible que sea rico. Tiene coche. Lo más probable es que viva solo; no podría haber hecho todo esto sin disponer de una vivienda propia: un apartamento o un chalé aislado. Desde luego, no me refiero a una habitación en una casashikumen en la que tuviera que apremiarse junto a otras veinte familias. Sería imposible trasladar los cuerpos sin llamar la atención de todos esos vecinos.

Eso es cierto -dijo Yu, asintiendo con la cabeza-. Además, es un tipo solitario y un pervertido. Desnudó a las víctimas, pero no podemos asegurar que las sometiera a abusos sexuales. Es un psicópata que encuentra alivio mental cometiendo asesinatos rituales, y deja el vestido mandarín rojo como firma.

– ¿Un psicópata que encuentra alivio mental? -exclamó Liao-. Venga, subinspector Yu. Me recuerda a todas esas novelas de suspense que traduce su jefe. Llenas de palabrería psicológica, pero que no nos ofrecen nada a lo que asirnos.

– Sin embargo, a partir de ese tipo de enfoque psicológico podríamos llegar a saber otras cosas sobre él -repuso Yu-. Creo que lo leí en un libro que tradujo Chen, pero hace mucho tiempo de eso.

– Bueno, mi enfoque es mucho más práctico, más material que psicológico, y es eficaz para reducir nuestra lista de sospechosos. Al menos, no tenemos que preocuparnos de los que no cumplen estas condiciones materiales.

– ¿Y qué hay del vestido mandarín rojo? -preguntó Yu, evitando enfrentarse a Liao por el momento.

– Pensé en ofrecer una recompensa a cambio de información, pero Li se negó porque temía un caudal de especulaciones sin fundamento.

La conversación se interrumpió con la entrada de Hong, una joven graduada de la Academia de Policía de Shanghai que trabajaba como ayudante de Liao. Hong era una chica guapa, con una dulce sonrisa de dientes muy blancos. Se decía que su novio era un dentista que había estudiado en el extranjero.

– Bien, empezaré a revisar estas carpetas -dijo Yu, levantándose. Mientras salía del despacho se le ocurrió que Hong tenía un leve parecido con la primera víctima.

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