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El subinspector Yu llegó a casa más tarde de lo habitual.

Peiqin se estaba lavando el pelo en una palangana de plástico colocada sobre una mesa plegable cerca del fregadero comunitario, en la zona de la cocina que compartían las cinco familias del primer piso. Yu aflojó el paso hasta detenerse junto a Peiqin. Su mujer levantó la cabeza con el pelo cubierto de burbujas de jabón y le indicó con un gesto que entrara en la habitación.

Sobre la mesa reposaba un plato de pastelillos de arroz frito con trozos de carne de cerdo y col en vinagre. Yu había comido antes un par de bollos cocidos al vapor, por lo que pensó que más tarde podría comerse un pastelillo como tentempié nocturno. Su hijo, Qinqin, se había quedado en el colegio estudiando hasta más tarde, como de costumbre, para preparar el examen de ingreso en la universidad.

Yu se dio cuenta de lo cansado que estaba nada más ver la cama. El edredón de algodón acolchado, con un dragón y un fénix bordados, ya estaba extendido, y la almohada, blanca y suave, colocada contra la cabecera. El subinspector se echó sobre el edredón sin sacarse los zapatos. Al cabo de dos o tres minutos se incorporó de nuevo y, apoyándose contra la dura cabecera, sacó un cigarrillo. Peiqin aún tardaría un rato en venir, supuso Yu, y necesitaba pensar.

Mientras fumaba, le pareció que sus pensamientos aún tenían coherencia, como si los hubiera introducido en un cubo lleno de pegamento congelado. Así que intentó repasar mentalmente la información obtenida con la investigación sobre los asesinatos del vestido mandarín.

El Departamento era un hervidero de actividad. Se proponían teorías. Se citaban casos. Se esgrimían argumentos. Todo el mundo parecía estar bien informado sobre el caso.

La insistencia del secretario del Partido Li en «confiar en el pueblo» no había dado ningún fruto. Los comités vecinales abordaron a un gran número de personas que habían sido vistas en la zona. Les pidieron que proporcionaran coartadas, pero a nadie le sorprendió el fracaso de esta iniciativa.

En los años sesenta y setenta los comités vecinales regulaban con eficacia en nombre del Gobierno la asignación de viviendas y el reparto de cupones de racionamiento. Cuando una docena de familias convivía en una casashikumen, compartiendo cocina y patio, los vecinos se vigilaban entre sí, y dado que los comités vecinales distribuían los cupones para racionar los comestibles, el poder de esos comités sobre los vecinos era enorme. Pero tras la mejora de las condiciones de la vivienda y la abolición de los cupones de racionamiento, los comités comenzaron a tener dificultades para controlar a los vecinos. Aún resultaban eficaces en los barrios antiguos de destartaladas casas shikumen abarrotadas de gente, pero, al parecer, este asesino vivía en una zona más acomodada, donde disfrutaba de espacio propio y privacidad. A mediados de la década de los noventa, un cuadro del comité vecinal ya no podía inmiscuirse en la vida de una familia como lo hubiera hecho en los años de la lucha de clases de Mao.

El enfoque del inspector Liao no sirvió de mucho. Si bien su perfil material redujo la lista de sospechosos, ninguno de los que tenían antecedentes por crímenes sexuales cumplía todas las condiciones que especificaba Liao. La mayoría eran pobres, sólo dos o tres vivían solos, y sólo uno, un taxista, tenía acceso a un coche.

La investigación sobre el vestido mandarín rojo tampoco los llevó a ninguna parte. Enviaron un aviso a todos los talleres y fábricas que confeccionaban vestidos mandarines, solicitando cualquier tipo de información que pudiera servir, pero de momento no habían recibido ningún dato sobre ese vestido en particular.

Cada día aumentaban las probabilidades de que apareciera una nueva víctima.Yu observaba a través de un anillo de humo de su cigarrillo, como si lanzara dardos invisibles, cuando oyó que Peiqin vertía agua por el fregadero de la cocina. Apagó el cigarrillo y volvió a dejar el cenicero en su sitio.

Al subinspector no le apetecía aguantar un sermón esa noche si su mujer lo encontraba fumando. Quería hablar del caso con ella. A su manera, Peiqin lo había ayudado en anteriores investigaciones. Esta vez al menos podría explicarle algo más sobre el vestido. Como a otras mujeres de Shanghai, a Peiqin le gustaba ir de compras, aunque casi siempre tenía que limitarse a mirar escaparates.

Peiqin asomó la cabeza por la puerta de la habitación.

– Pareces agotado, Yu, ¿por qué no te vas a dormir temprano esta noche? Me seco el pelo deprisa y vuelvo dentro de un ratito.

Yu se desnudó, se metió en la cama y se puso a temblar bajo el frío edredón, pero no tardó demasiado en entrar en calor mientras la esperaba.

Su esposa entró apresuradamente en la habitación, caminando descalza sobre el suelo de madera. Levantó el edredón y se deslizó a su lado, tocándole los pies con los suyos, aún fríos.

– ¿Quieres una bolsa de agua caliente, Peiqin?

– No, ya te tengo a ti. -Peiqin se pegó a él-. Cuando Qinqin vaya a la universidad sólo quedaremos tú y yo, como en un nido viejo y vacío.

– No debes preocuparte -la tranquilizó su marido, fijándose en que tenía una cana en la sien. Yu aprovechó la oportunidad para llevar la conversación a su terreno-. Todavía pareces muy joven y guapa.

– No hace falta que me halagues así.

– Hoy he visto un vestido mandarín en el escaparate de una tienda. Creo que te sentaría muy bien. ¿Alguna vez te has puesto uno?

– Venga, Yu. ¿Acaso me has visto llevar un vestido mandarín alguna vez? Cuando estábamos en el instituto una prenda así era impensable: decadente, burguesa y no sé cuántas cosas más. Luego nos fuimos a aquella granja del ejército dejada de la mano de Dios en Yunnan, vestidos con el mismo uniforme militar de imitación durante diez años. Cuando volvimos, ni siquiera teníamos un armario decente en casa de tu padre. Nunca me has prestado la debida atención, marido.

– Ahora que tenemos una habitación para nosotros solos, en el futuro me enmendaré.

– ¿Por qué estás interesado de repente en un vestido mandarín? Ah, ya lo sé. Otro de tus casos. El caso del vestido mandarín rojo, he oído hablar de él.

– Seguro que sabes algo sobre estos vestidos. A lo mejor te has mirado alguno en una tienda.

– Quizás una o dos veces, pero nunca entro en ninguna de esas tiendas caras. ¿Crees que un vestido mandarín le estaría bien a alguien como yo, una mujer de mediana edad que trabaja en un restaurante cochambroso?

– ¿Por qué no? -preguntó Yu, recorriendo con la mano las curvas tan familiares de su cuerpo.

– No, no me engatuses como tu inspector jefe. No es un vestido apropiado para una mujer trabajadora. No para mí, en esa oficinatingsijian llena del humo de los woks y de hollín. Leí un artículo sobre vestidos mandarines en una revista de modas. No consigo entender por qué esa clase de prenda ha vuelto a ponerse tan de moda de repente. En fin, háblame del caso.

Yu le resumió lo que sus compañeros y él habían averiguado hasta entonces, y le habló sobre todo del fracaso de los procedimientos policiales rutinarios.

Cuando terminó, Peiqin preguntó en voz baja:

– ¿Se lo has comentado a Chen?

– Ayer hablamos por teléfono. Está de vacaciones, escribiendo un trabajo de literatura con un enfoque deconstructivo, o algo por el estilo. En cuanto al caso, sólo farfulló algunos términos psicológicos, sacados probablemente de sus misteriosas traducciones.

– Chen es así a veces -afirmó su esposa-. Si el asesino es un chalado podría resultar realmente difícil encontrarlo, porque actúa según una lógica que sólo él entiende.

Yu esperó a que su mujer dijera algo más, pero ella no parecía concentrarse en la conversación.

– ¿Y qué piensas del curso de literatura que está haciendo? -preguntó Peiqin, cambiando de tema inesperadamente-. ¿Crees que le gustaría dedicarse a otra cosa?

– Chen es impredecible -respondió Yu-. No lo sé.

– Puede que esté pasando por la crisis de la mediana edad: demasiado trabajo y estrés, y nadie esperándolo en casa. ¿Aún sale con aquella chica joven, Nube Blanca?

– No, creo que no. Nunca me ha hablado de ella.

– Esa chica estaba colada por él.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por la forma en que lo ayudó a cuidar de su madre durante su viaje con la delegación.

– Bueno, aquel «bolsillos llenos» podría haberle pagado.

– No, Nube Blanca hizo muchas cosas que no habría hecho sólo por dinero -explicó su mujer-. Además, a la anciana le gusta mucho esa chica. Estudiante universitaria, inteligente y presentable. A ojos de la anciana, debe de ser una buena elección. Y Chen es un hijo muy responsable.

– Eso es cierto. Siempre me está diciendo que tendría que cuidar mejor a su madre, que la ha defraudado por no seguir los pasos de su padre en el mundo universitario y por no haberse casado ni haber tenido hijos.

– Cuando pasó ayer por aquí estuvimos charlando un rato. Me explicó que había decidido inscribirse en ese curso especial en parte por ella. Pese al deterioro de su salud, su madre aún se preocupa por él. Como dijo Chen, aunque no pudiera abandonar la soltería tan fácilmente, al menos un título universitario consolaría un poco a la anciana.

– Como diría una pitonisa, Chen no tiene «la suerte de la flor del melocotón» -añadió Yu, suspirando-. Un proverbio chino dice que el que tiene suerte en el trabajo puede que carezca de ella en el amor.

– Venga ya. Sí que ha tenido la suerte de la flor del melocotón. Por ejemplo, su novia Hija de Cuadros Superiores en Pekín. Sencillamente, la relación no funcionó. De todos modos, Nube Blanca podría ser la elegida.

– No me sorprende que esté colada por él, pero no creo que pueda haber nada entre ellos. Hay demasiados rivales vigilándolo. ¿Qué pasará cuando descubran el pasado de chica de K de Nube Blanca?

– Puede que trabajara como chica de karaoke, pero muchos estudiantes universitarios hacen trabajos así hoy en día. No debería importar demasiado, siempre que no llegara a acostarse con algún hombre, y no creo que lo hiciera -dijo Peiqin-. Lo que importa es si sería o no una buena esposa para él. Siendo inteligente, joven y práctica, podría hacer buena pareja con alguien tan sesudo como tu jefe. Aunque los rivales de Chen no son el único problema. No sé si él mismo es capaz de olvidar su pasado como chica K.

– Eres muy perspicaz, esposa mía.

– Ya va siendo hora de que siente la cabeza y forme una familia. No puede seguir soltero toda la vida. Además, tampoco es bueno para su salud. Y no me refiero únicamente a alguien que lo cuide en casa.

– Ahora hablas como su madre, Peiqin.

– Deberías ayudarlo, eres su compañero de trabajo.

– Tienes razón, pero en estos momentos ojalá fuera Chen el que pudiera ayudarme a mí.

– Ah, el caso del vestido mandarín rojo. Siento la digresión -se disculpó Peiqin-. Se trata de un caso prioritario. Tienes que detener al asesino antes de que vuelva a matar. ¿Cuál es tu plan?

– Todavía no tenemos ningún plan viable -respondió Lu-. Y es el primer caso en el que actúo como jefe de brigada. No creo que Liao vaya a llegar a ninguna parte con su enfoque habitual, por eso pienso que yo debería intentar algo distinto.

– Has visto un vestido mandarín en una tienda pero no estabas pensando en mí, sino en tu caso -le reprendió su esposa con una sonrisa-. Quizás en más de una tienda. ¿Qué te dijeron los dependientes?

– Liao y yo visitamos boutiques especializadas en este tipo de vestido, además de almacenes de lujo donde también los venden, pero en ninguna parte vendían un vestido mandarín tan pasado de moda. Según los dependientes, ninguna tienda de la ciudad vendería nada remotamente similar. El estilo es demasiado antiguo, al menos tiene diez años. Estamos en los noventa, ahora los vestidos mandarines suelen tener aberturas más altas para enseñar más muslo, y son más ajustados para marcar curvas más sensuales. No tienen mangas, y a veces dejan la espalda al aire. No son como los que llevaban las víctimas.

– ¿Tienes alguna foto de ese vestido?

– Sí -respondió Yu, sacando varias fotografías de la carpeta que reposaba sobre la mesilla de noche.

– Quizá valga la pena estudiar más a fondo el vestido -observó Peiqin con aire pensativo, examinando las fotografías de cerca-. Además, puede que hubiera algo en la primera víctima que llevara al asesino a perder el control.

– También lo he pensado -dijo Yu-. Antes de su primer crimen, antes de que enloqueciera, su primer asesinato, el de Jazmín, lo podría haber provocado algo en ella, algo que nos resultara comprensible.

Como sucediera en ocasiones anteriores, la conversación con Peiqin lo ayudó, sobre todo en el caso de Jazmín. Yu había hablado con Liao del tema, pero éste le repitió que su brigada ya había investigado a fondo tanto los orígenes de Jazmín como su entorno, y que no tendría sentido volver a investigar. Sin embargo, mientras permanecía tendido junto a Peiqin, Yu decidió que volvería a examinar el expediente de Jazmín al día siguiente.

Yu se estiró bajo el edredón y sus pies rozaron de nuevo los de su esposa. Ligeramente sudoroso, alargó la mano para acariciarle el pelo, y la fue deslizando gradualmente hacia abajo.

– Qinqin podría volver en cualquier momento -dijo Peiqin, incorporándose en la cama-. Te calentaré el pastel en el micro- ondas. Aún no has cenado, y los dos tenemos que levantarnos pronto mañana.

Yu se llevó una decepción. Pero su esposa tenía razón: a primera hora de la mañana tendría que ir al Departamento para asistir a una teleconferencia, y lo cierto es que estaba muy cansado.

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