Capítulo 22

Lo fingiste… fingiste sentirte afectado por mí -comprendí. El asombro hizo que mis palabras sonaran roncas y temblorosas.

Sin dejar de sonreír, dio un paso hacia mí. Me aparté, intentando desesperadamente encontrar una forma de escapar, de huir de mi propio apartamento. Lo que hacía unos instantes me parecía seguro y acogedor se había vuelto ahora cerrado y sofocante. Mi apartamento era demasiado pequeño, la puerta estaba demasiado lejos. No podía respirar. La diversión que reflejaba el semblante de Román dio paso al asombro.

– ¿Qué sucede? ¿De qué tienes miedo?

– ¿Tú qué crees? Parpadeó.

– ¿De mí?

– Sí, de ti. Matas inmortales.

– Bueno, sí -reconoció-, pero a ti jamás te haría daño. Nunca. Eso lo sabes, ¿verdad? -No respondí-. ¿Verdad?

Retrocedí aún más, aunque no tenía adonde ir. Estaba encarada de tal manera que sólo podía seguir avanzando hacia mi dormitorio, no hacia la puerta principal. No era probable que eso fuera a servirme de mucho.

Román seguía pareciendo desconcertado por mi reacción.

– Venga, no me lo puedo creer. Jamás te haría nada. Estoy medio enamorado de ti. Diablos, ¿sabes hasta qué punto has saboteado mi operación?

– ¿Yo? ¿Qué he hecho yo?

– ¿Que qué has hecho? Me has robado el corazón, eso has hecho. Aquel día… ¿cuando me abordaste en la librería? No me podía creer mi suerte. Llevaba observándote toda la semana, ¿sabes?, intentando conocer tus costumbres. Dios, jamás olvidaré la primera vez que te vi. Tu alegría. Tu belleza. Hubiera llegado hasta el fin del mundo por ti en aquel mismo instante. Y luego… ¿cuándo te resististe a salir conmigo después de la sesión de firmas? No me lo podía creer. Al principio ibas a ser mi primer objetivo, ¿sabes? Pero no podía hacerlo. No después de haber hablado contigo. No después de comprender lo que eras.

Tragué saliva, curiosa a mi pesar.

– ¿Qué… qué soy?

Dio un paso hacia mí; una sonrisita maliciosa aleteaba en su rostro apolíneo.

– Un súcubo que no quiere ser un súcubo. Un súcubo que quiere ser humano.

– No, eso no es cierto…

– Por supuesto que lo es. Eres igual que yo. No sigues las reglas del juego. Estás harta del sistema. No dejas que te encasillen en el papel que te ha sido asignado. Dios, cuanto más te observaba, menos podía creérmelo. Cuanto más parecías interesarte por mí, más intentabas alejarte. ¿Crees que eso es normal en un súcubo? Era la cosa más asombrosa que había visto en mi vida… por no decir la más frustrante. Por eso decidí retarte hoy finalmente. No lograba decidir si me habías alejado por mi propio bien o si sencillamente estabas interesada en otra persona… como Mortensen.

– Espera… ¿por eso has organizado este estúpido juego hoy? ¿Para complacer a tu puto ego?

Román se encogió de hombros tímidamente, sin perder su aire de petulancia.

– Qué pueril suena cuando lo pones así. Quiero decir, vale, fue una estupidez. Y puede que un poco infantil, además. Pero tenía que saber sobre quién recaían tus sentimientos. No te imaginas lo conmovedor que ha sido verte tan preocupada por mí… por no mencionar el hecho de que me llamaste a mí antes que a nadie. Eso fue lo mejor, que me dieras prioridad sobre los demás.

Estuve a punto de protestar que en realidad me había preocupado primero por Seth, y si había llamado a Román antes era sólo porque pensé que el escritor ya estaba a salvo. Afortunadamente, tuve la sensatez de cerrar la boca al respecto. Lo mejor sería dejar que Román creyera haber acertado en sus suposiciones.

– Estás chiflado -dije en vez de eso, imprudentemente tal vez-. Ponerme a prueba de esa manera. A mí y a los demás inmortales.

– Es posible. Siento cualquier problema que te haya podido causar, ¿pero en cuanto a los demás? -Sacudió la cabeza-. Les está bien empleado. Se lo merecen, Georgina. Quiero decir, ¿no te cabrea? ¿Lo que han hecho contigo? Es evidente que no estás contenta con tu situación, ¿pero crees que los de las altas esferas van a dejarte cambiar las cosas? No. Como tampoco van a dejarnos en paz a mí y a los míos. El sistema tiene fallos. Están encerrados en su puta mentalidad de «esto está bien» y «esto está mal». Sin grises. Sin mutabilidad. Por eso me dedico a hacer las cosas que hago. Necesitan que alguien les abra los ojos. Tienen que darse cuenta de que hay mucho más entremedias de los extremos del pecado y la salvación. Algunos de nosotros seguimos luchando.

– Te dedicas… ¿Lo haces a menudo? ¿Salir a matar?

– No, tampoco tan a menudo. Cada veinte o cincuenta años, más o menos. A veces dejo pasar un siglo entero. Hacerlo me purifica durante algún tiempo, y luego, con el paso de los años, empiezo a cabrearme de nuevo con todo el sistema y asoló un sitio nuevo, un nuevo grupo de inmortales.

– ¿Sigues siempre la misma pauta? -Recordé los símbolos de Jerome-. ¿La fase de advertencia… después la fase de agresión? Román se animó.

– Vaya, vaya, has hecho los deberes. Sí, generalmente funciona así. Primero elimino unos cuantos inmortales inferiores. Son objetivos sencillos, aunque siempre me siento un poco culpable al respecto. En realidad, son tan víctimas del sistema como tú y yo. Sin embargo, meterme con ellos pone nerviosos a los inmortales superiores, y así se prepara el escenario para pasar a la atracción principal.

– Jerome -declaré con gesto serio.

– ¿Quién?

– Jerome… el archidemonio de la zona. -Vacilé-. Tu padre.

– Ah. Él.

– ¿Qué significa eso? Es como si no fuera importante.

– En el gran orden de las cosas, no lo es.

– Bueno… pero es tu padre…

– ¿Y qué? Nuestra relación… o ausencia de la misma… en realidad no cambia nada.

Jerome había dicho exactamente lo mismo acerca de Román. Desconcertada, me senté en el brazo de una silla cercana; parecía que mi inminente destrucción no era tan inminente, después de todo.

– ¿Pero él no es… no es el «verdadero objetivo»… el inmortal superior que has venido a matar?

Román sacudió la cabeza, serio de repente.

– No. No es así como funcionan las cosas. Después de terminar con los inmortales inferiores, me concentro en los peces gordos de la zona. La verdadera cúpula del poder. Eso suele poner nerviosa a mucha más gente. Más impacto psicológico, ¿sabes? Si consigo eliminar a la figura principal, les preocupará que nadie esté a salvo.

– Entonces, ése sería Jerome.

– No, no -repuso pacientemente-. Archidemonio o no, mi ilustre padre no es la fuente de poder definitiva de los alrededores. No me malinterpretes; es gratificante mearme en su territorio, por así decirlo, pero hay alguien que lo supera. Probablemente no lo conozcas. No es que tengas motivos para codearte con él ni nada.

¿Alguien más poderoso que Jerome? Sólo podía ser…

– Cárter. Vas detrás de Cárter.

– ¿Así se llama? ¿El ángel de la zona?

– ¿Es más fuerte que Jerome?

– Considerablemente. -Román me observó con curiosidad-. ¿Lo conoces?

– He… Oído hablar de él -mentí-. Como tú has dicho, no me codeo con él.

En realidad, mi mente trabajaba desbocada. ¿Cárter era el verdadero objetivo? ¿Cárter, tan moderado y sardónico? Me costaba creer que fuera más poderoso que Jerome, aunque lo cierto era que apenas si sabía nada de él. Ni siquiera sabía a qué se dedicaba, cuál era su trabajo o misión en Seattle. Sin embargo, si algo era evidente para mí -y sólo para mí, al parecer- era que si el ángel realmente superaba a Jerome, entonces Román no podría hacer nada contra él, no si era cierto que los nefilim no podían ser más poderosos que sus padres. En teoría, Román debería ser incapaz de hacer daño tanto al ángel como al demonio.

Opté por no mencionar este hecho, no obstante… ni el hecho de que conocía a Cárter mejor de lo que Román se imaginaba. Cuanto más equivocado estuviera, más posibilidades tendríamos de hacer algo contra él.

– Bien. En realidad no pensaba que un súcubo hiciera demasiadas buenas migas con un ángel, pero tratándose de ti, es difícil saberlo. Aunque tengas la lengua afilada, todavía te las apañas para conseguir un montón de admiradores. -Román se relajó ligeramente y se apoyó en una pared, cruzándose de brazos-. Sabe Dios que me las he visto y deseado para evitar a tus amigos.

La rabia me ayudó a combatir el miedo.

– ¿En serio? ¿Y qué hay de Hugh?

– ¿Ése quién es?

– El diablillo.

– Ah, sí. Bueno, tenía que seguir dando ejemplo, ¿no? Así que, en fin, le di un ligero repaso. Había sido impertinente contigo. Pero no lo maté. -Me miró con lo que supuse que era una expresión de aliento-. Lo hice por tu bien.

Me quedé callada. Recordé el aspecto de Hugh en el hospital. ¿Impertinente?

– ¿Y qué hay de los otros? -continuó-. ¿Ese ángel tan irritante? ¿El vampiro que te amenazó? Me dieron ganas de partirle el cuello allí mismo. Me libré de ellos por ti. No tenía necesidad.

Me sentí mareada. No quería sus muertes sobre mi conciencia.

– Qué considerado.

– Venga, no te pongas así. Tenía que hacer algo, y además, cuando conocí a tu amigo el vampiro en la clase de baile, al final no pude obligarme a hacerle nada. Me pusiste en una situación comprometida. Estaba quedándome sin víctimas.

– Perdón por las molestias -salté, furiosa con su patética muestra de compasión-. ¿Por eso fuiste clemente conmigo esa noche?

Frunció el ceño.

– ¿A qué te refieres?

– ¡Sabes perfectamente a qué me refiero! -En retrospectiva, mi ataque tenía sentido. Había ocurrido después de estar en Krystal Starz, el día que dejé a Román plantado en el concierto. La excusa perfecta para que se enfadara y buscara venganza-. ¿Te acuerdas? ¿Después del concierto de Doug? ¿Después de que Seth me dejara?

La comprensión se reflejó en sus rasgos.

– Ah. Eso.

– ¿No tienes nada más que añadir?

– Fue una chiquillada, lo reconozco, pero tienes que entenderlo. No fue fácil ver cómo te ponías tierna con Mortensen después de montarme aquella escena. Te había visto ir a casa con él la noche anterior. Debía hacer algo.

Salté de mi asiento, presa de mi antigua aprensión.

– ¿Debías hacer algo? ¿Cómo pegarme una paliza en un callejón?

Román enarcó una ceja.

– ¿De qué me hablas? Ya te he dicho que jamás te haría daño.

– ¿Entonces de qué me hablas tú?

– De la heladería. Llevaba siguiéndoos a los dos todo el día, y cuando vi las carantoñas que le hacías a los postres, me pudieron los celos y abrí la puerta de golpe. Una chiquillada, como decía.

– Lo recuerdo… -Me tambaleé, aturdida, recordando cómo la puerta de la heladería se había abierto de golpe, dejando que el viento del exterior sembrara el caos en el pequeño establecimiento. Semejante ventolera era sin duda poco habitual por estos lares, pero en ningún momento sospeché que pudiera deberse a una influencia sobrenatural. Román tenía razón; había sido una chiquillada.

– ¿Qué es todo eso del callejón? -preguntó. Salí de mi ensimismamiento.

– Más tarde… aquella noche. Había hecho algunos recados, y tú… o alguien… me asaltó cuando me dirigía a casa.

El semblante de Román se tornó glacial, se aceraron sus ojos de aguamarina.

– Cuéntamelo. Cuéntamelo todo. ¿Qué ocurrió exactamente? Así lo hice, explicándole mi hallazgo del libro de Harrington, la consiguiente visita a Krystal Starz, y el regreso a casa en la oscuridad. Omití la parte sobre mi rescatador, sin embargo. No quería que Román supiera que mi relación con Cárter era algo más que superficial, no fuera que el nefilim me considerara un obstáculo para sus planes. Cuanto más creyera que yo no tenía nada que ver con el ángel, más posibilidades tendría de enviarle algún tipo de aviso.

Román cerró los ojos cuando terminé, apoyó la cabeza en la pared y suspiró. De repente, parecía menos un peligroso asesino y más una versión cansada del hombre que había llegado a conocer y amar casi.

– Lo sabía. Sabía que era demasiado pedir que no interfirieran.

– ¿Qué… qué quieres decir? -Una sensación peculiar reptó por mi espalda.

– Nada. Olvídalo. Mira, lo siento. Debería haber tomado medidas de antemano para protegerte. Yo también me di cuenta… al día siguiente. Cuando vine y rompiste conmigo. Podía notar que te habían hecho daño, incluso a través de tu cambio de forma. Sabía que tus heridas eran de origen sobrenatural, pero no sospeché… Pensé que te habrías peleado con otro inmortal… alguien de tu círculo. Tenías una especie de efecto residual… ligeras trazas de otro poder… como el de un demonio…

– Pero eso no es… ah. Te refieres a Jerome.

– ¿Papito querido de nuevo? No me digas… no me digas que él también te ha hecho algo. -La máscara de preocupación de Román se esfumó, reemplazada por algo mucho más siniestro.

– No, no -me apresuré a decir, recordando la bofetada psíquica de Jerome que me había aplastado contra el diván-. No fue así. Fue más bien una demostración de fuerza que me pegó de refilón. No fue él el que me atacó. Él nunca me haría daño.

– Bien. Sigue sin hacerme gracia lo ocurrido en el callejón, te lo aseguro, pero hablaré con el culpable y me aseguraré de que no vuelva a suceder. Cuando te vi ese día, se me pasó por la cabeza la idea de exterminar a todos los inmortales de la zona. Pensar que alguien te había hecho daño… -Se acercó a mí. Vacilante, me dio un apretón en el brazo. No sabía si apartarme o devolverle el gesto. No sabía cómo reconciliar mi antigua atracción con este nuevo terror-. No sabes cuánto me importas, Georgina.

– ¿Entonces cómo… en el callejón…?

Antes de que pudiera completar el pensamiento, otro asomó la cabeza de repente ante las palabras de Román. «Cuando te vi ese día.» Me había visitado el día después del ataque, se había presentado mientras Cárter investigaba una firma de nefilim. Pero eso era imposible. No recordaba dónde había ocurrido aquella firma en particular, pero no había sido en los alrededores. Román no podía haber provocado a Cárter para después llegar a mi apartamento tan deprisa.

«Sabía que era demasiado pedir que no interfirieran… Hablaré con el culpable.»

Comprendí entonces por qué Román creía que podía derrotar a Cárter, por qué no le preocupaba ser menos poderoso que el ángel. La idea se hundió en mí como una bala de plomo, fría y pesada. No sé qué expresión se reflejaba en mi rostro, pero el de Román se suavizó de improviso, compasivo.

– ¿Qué ocurre?

– ¿Cuántos? -susurré.

– ¿Cuántos qué?

– ¿Cuántos nefilim hay en la ciudad?

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