Capítulo 5

– Para ser alguien que acaba de orquestar un asesinato, me parece que exageras.

¿Exagerar? En las últimas veinticuatro horas había tenido que soportar vírgenes, vampiros aterradores, asesinatos, acusaciones, y humillaciones enfrente de mi escritor favorito. La verdad, no creía que llegar a casa y encontrarse con un apartamento en calma fuera pedir demasiado. En vez de eso, había encontrado tres intrusos. Tres intrusos que también eran mis amigos, de acuerdo, pero eso no cambiaba el quid de la cuestión.

Naturalmente, ninguno de ellos comprendía mi irritación.

– ¡Estáis invadiendo mi intimidad! Y yo no he asesinado a nadie. ¿Por qué todo el mundo piensa lo mismo?

– Porque tú misma dijiste que ibas a hacerlo -me explicó Hugh. El diablillo estaba repantigado en mi diván, su porte relajado indicando que podría ser yo la extraña en su hogar-. Se lo oí decir a Jerome.

Frente a él, nuestro amigo Cody me ofreció una sonrisa cordial. Era excepcionalmente joven para tratarse de un vampiro y me recordaba al hermanito que nunca había tenido.

– No te preocupes. Se lo merecía. Estamos contigo hasta el final.

– Pero si yo no…

– ¿Es nuestra ilustre anfitriona eso que oigo? -llamó Peter desde el cuarto de baño. Un momento después, apareció en el pasillo-. Qué vestido más vistoso para un genio del crimen.

– Que yo no… -Las palabras murieron en mis labios cuando lo vi. Por un momento, todos los pensamientos sobre asesinatos y allanamientos de morada se borraron de mi mente-. Por el amor de Dios, Peter. ¿Qué te has hecho en el pelo?

Se pasó tímidamente una mano por las afiladas púas de un centímetro que le cubrían la cabeza. Ni siquiera alcanzaba a imaginarme la cantidad de productos de peluquería que habría hecho falta para desafiar las leyes de la física de esa manera. Peor aún, las puntas de las púas eran de color rubio platino, lo que contrastaba chillonamente con el habitual tono oscuro de su cabello.

– Me ayudó alguien con quien trabajo.

– ¿Alguien que te odia?

Peter frunció el ceño.

– Eres la súcubo menos encantadora que he visto en mi vida.

– Creo que las puntas realmente, esto, realzan la forma de tus cejas -ofreció diplomáticamente Cody-. Es sólo que… lleva algún tiempo acostumbrarse.

Sacudí la cabeza. Me caían bien Peter y Cody. Eran los únicos vampiros con los que había trabado amistad, pero eso no quería decir que no me sacaran de quicio. Entre las numerosas neuras de Peter y el impenitente optimismo de Cody, a veces me sentía como el tipo… er, tipa… con cara de palo en una comedia de situación.

– Llevará mucho tiempo acostumbrarse a eso -mascullé, cogiendo un taburete de la cocina.

– Mira quién habla -respondió Peter-. La de las alitas y el látigo.

Me quedé boquiabierta, y lancé una mirada de incredulidad a Hugh. Éste se apresuró a cerrar el catálogo de Victoria's Secret que estaba hojeando.

– Georgina…

– ¡Prometiste no contárselo a nadie! ¡Dijiste que tus labios estaban sellados y todo!

– Yo, eh… se me escapó.

– ¿De verdad tenías cuernos? -preguntó Peter.

– Vale, se acabó. Os quiero ver a todos fuera de aquí, ya. -Señalé a la puerta-. Bastante he tenido que soportar hoy como para encima tener que aguantaros a vosotros tres ahora.

– No nos has dicho nada de cómo pusiste precio a la cabeza de Duane. -Los ojitos de cachorro de Cody me miraron implorantes-. Nos morimos por saberlo.

– Bueno, técnicamente fue Duane el que se murió de verdad -observó en voz baja Peter.

– No te pases de listo -le advirtió Hugh-. Podrías ser el siguiente.

No me extrañaría que empezara a salirme humo por las orejas.

– ¡Por última vez, que yo no maté a Duane! Jerome me cree, ¿vale? Cody parecía pensativo.

– Pero sí que le amenazaste…

– Sí. Y que yo recuerde, lo mismo hicisteis todos en algún u otro momento. Esto es pura coincidencia. No contraté a nadie para que lo hiciera, y… -De repente se me ocurrió una cosa-. ¿Por qué la gente no deja de decir cosas como «orquestaste su muerte» o «pusiste precio a su cabeza»? ¿Por qué no dice nadie que lo hice yo misma?

– Espera… pero si acabas de decir que no fuiste tú.

Peter puso los ojos en blanco para Cody antes de volverse hacia mí; el mayor de los vampiros adoptó una expresión seria. Claro que, «seria» significa cualquier cosa si se combina con semejante peinado.

– Nadie dice que lo hiciste tú misma porque no podrías haberlo hecho.

– Y menos con esos zapatos. -Hugh indicó mis tacones con la cabeza.

– Os agradezco vuestra absoluta falta de fe en mis posibilidades, ¿pero no podría ser, no sé, que lo hubiera pillado por sorpresa? Hipotéticamente, quiero decir.

Peter sonrió.

– Eso daría igual. Los inmortales menores no pueden matarse entre sí. -Al ver mi expresión atónita, añadió-: ¿Cómo es posible que no lo sepas? ¿Después de tanto tiempo?

Sus palabras encerraban segundas intenciones. Siempre había existido un misterio privado entre Peter y yo, relacionado con cuál de los dos era el más antiguo de los mortales convertidos en inmortales de nuestro círculo. Ninguno quería reconocer su edad abiertamente, por lo que nunca habíamos determinado realmente quién tenía más siglos. Una noche, tras bebemos una botella de tequila, habíamos empezado a jugar a una especie de «¿Te acuerdas de…?». Sólo habíamos llegado hasta la Revolución Industrial antes de perder el sentido.

– Porque nadie ha intentado matarme nunca. ¿Entonces qué, intentas decirme que todas esas guerras territoriales que enfrentan a los vampiros no sirven de nada?

– Bueno, de nada no. Infligimos daños realmente terribles, créeme. Pero no, nadie muere nunca. Con tantas disputas territoriales, quedaríamos muy pocos si nos pudiéramos matar unos a otros.

Me quedé callada, dándole vueltas a esta revelación en mi cabeza.

– ¿Entonces cómo…? -Recordé de pronto lo que me había dicho Jerome-. Los matan los caza vampiros. Peter asintió con la cabeza.

– ¿Qué son? -pregunté-. Jerome no quiso explayarse. Hugh estaba igualmente interesado.

– ¿Quieres decir como esa chica de la tele? ¿La rubia buenorra?

– Va a ser una noche muy larga. -Peter nos fulminó a ambos con la mirada-. A todos os hacen falta unas clases de apoyo sobre vampiros. ¿No vas a ofrecernos nada de beber, Georgina?

Indiqué la cocina con un ademán de impaciencia.

– Sírvete lo que te apetezca. Quiero saber más sobre los cazadores de vampiros.

Peter salió pavoneándose de mi sala de estar, soltando un gritito cuando estuvo a punto de tropezar con una de las muchas pilas de libros que había desperdigadas por todas partes. Tomé nota mental de comprar una estantería nueva. Frunciendo el entrecejo, examinó mi frigorífico casi vacío con desaprobación.

– En serio, tienes que mejorar tus dotes de anfitriona.

– Peter…

– A ver, no dejo de oír historias sobre esa otra súcubo… la de Missoula. ¿Cómo se llamaba?

– Donna -le recordó Hugh.

– Eso, Donna. Organiza unas fiestas geniales, por lo que cuentan. Con catering. Invita a todo el mundo.

– Si lo que queréis es iros de juerga con los diez habitantes de Montana, podéis mudaros allí. Deja ya de perder el tiempo.

Ignorándome, Peter echó un vistazo a los claveles rojos que había comprado la otra noche. Los había puesto en un jarrón junto al fregadero de la cocina.

– ¿Quién te ha enviado flores?

– Nadie.

– ¿Te envías flores a ti misma? -preguntó Cody, con un timbre de comprensión en la voz.

– No, sencillamente las compré. No es lo mismo. No… Mirad. ¿Qué hacemos hablando de esto cuando supuestamente hay un cazador de vampiros suelto por ahí? ¿No estáis en peligro?

Peter optó finalmente por agua, pero lanzó sendas cervezas a Hugh y Cody.

– Nop.

– ¿No? -Cody parecía sorprendido de oírlo. Sus escasos años como vampiro hacían de él prácticamente un bebé en comparación con el resto de nosotros. Peter estaba enseñándole «el oficio», por así decirlo.

– Los cazadores de vampiros no son más que mortales especiales, nacidos con la habilidad de infligir daño real a los vampiros. Los mortales en general no pueden tocarnos, naturalmente. No me preguntéis cómo ni por qué funciona todo esto; no hay ninguna regla, que yo sepa. La mayoría de los denominados caza vampiros van por la vida sin saber siquiera que tienen este talento. Los que sí lo saben a veces deciden ganarse la vida con ello. Surgen sin más de vez en cuando, cargándose algún vampiro que otro, convirtiéndose en una molestia hasta que algún vampiro o demonio emprendedor los elimina.

– ¿«Una molestia»? -Preguntó Cody, incrédulo-. ¿Después de lo de Duane? ¿No te preocupa ni un poco que esta persona vaya detrás de ti? ¿De nosotros?

– No -dijo Peter-. Ni un poco. Yo compartía la confusión de Cody.

– ¿Por qué no?

– Porque esta persona, quienquiera que sea, es un completo aficionado. -Peter nos miró a Hugh y a mí de soslayo-. ¿Qué dijo Jerome sobre la muerte de Duane?

Tras decidir que yo también necesitaba un trago, saqueé el mueble bar de la cocina y me preparé un vodka con lima.

– Quería saber si fui yo.

Peter descartó esa idea con un ademán.

– No, sobre cómo murió.

Hugh arrugó la frente, aparentemente intentando adivinar por dónde iban los tiros.

– Dijo que habían encontrado a Duane muerto… con una estaca clavada en el corazón.

– Ahí. ¿Ves?

Peter nos dirigió una mirada de expectación, a la que todos respondimos con idéntico desconcierto.

– No lo pillo -reconocí finalmente.

Peter exhaló un suspiro, al parecer molesto de nuevo.

– Si eres un mortal con la capacidad semidivina de matar a un vampiro, importa tres cojones cómo lo hagas. Puedes usar una pistola, un cuchillo, una vela, o lo que sea. Lo de la estaca en el corazón son cuentos de viejas. Si un mortal normal se lo hace a un vampiro, sólo conseguirá cabrearlo de verdad. Únicamente lo oímos cuando lo hace un caza vampiros, por eso entraña cierto atractivo especial, supersticioso, cuando en realidad es igual que lo de los huevos y el equinoccio.

– ¿Qué? -preguntó Hugh, completamente fuera de juego. Me froté los ojos.

– Lo cierto es que sé a qué se refiere, aunque me avergüence admitirlo. Se trata de una leyenda urbana según la cual los huevos pueden mantenerse erguidos sobre un extremo durante los equinoccios. A veces funciona, a veces no, pero lo cierto es que el mismo resultado se puede conseguir en cualquier fecha del año. La gente sólo lo intenta en los equinoccios, sin embargo, y eso es en lo único que se fijan. -Miré a Peter de reojo-. Lo que quieres decir es que un caza vampiros podría matar a un vampiro de muchas maneras, pero como es la estaca lo que más llama la atención, se ha convertido en el método aceptado de… «Revocación de la inmortalidad».

– En la imaginación de la gente -me corrigió-. En realidad, traspasarle el corazón a alguien con una estaca es un grano en el culo. Es mucho más fácil pegarles un tiro.

– Así que piensas que este cazador es un aficionado porque… -Cody dejó la frase inacabada, evidentemente poco convencido por la analogía con los huevos.

– Porque cualquier cazador de vampiros que se precie lo sabe y nunca usaría una estaca. Esta persona es un novato acabado.

– Para empezar -le aconsejó Peter-, no digas «que se precie». Esa expresión está pasada de moda y te hace parecer anticuado. Segundo, a lo mejor este caza vampiros sólo intenta parecer de la vieja escuela o algo así. Y aunque sea un «novato», ¿importa eso realmente después de que consiguiera liquidar a Duane? Peter se encogió de hombros.

– Era un capullo arrogante. Los vampiros pueden sentir la proximidad de los caza vampiros. Eso, combinado con la inexperiencia de éste, debería haber impedido que Duane sucumbiera. Era un estúpido.

Abrí la boca para rebatir su observación. Yo sería la primera en reconocer que Duane había sido sin duda un capullo arrogante, pero no tenía un pelo de estúpido. Los inmortales no podían vivir tanto tiempo ni ver tantas cosas sin adquirir algunos conocimientos y aprender a desenvolverse en las calles. Aprendíamos rápido, por así decirlo.

Otra pregunta pasó a ocupar el primer puesto en mi razonamiento.

– ¿Estos cazadores pueden hacer daño a otros inmortales? ¿O sólo a los vampiros?

– Sólo a los vampiros, que yo sepa.

Aquí había algo que no encajaba entre los comentarios de Peter y los de Jerome. Puesto que no lograba identificar qué era exactamente lo que me preocupaba, me guardé mis dudas mientras los demás seguían charlando. El tema de los caza vampiros pronto quedó desfasado, una vez decidieron (algo decepcionados) que yo no había contratado a nadie. Cody y Hugh también parecían conformarse con tragarse la teoría de Peter, según la cual un cazador aficionado no suponía ninguna amenaza real.

– Andaos con cuidado, vosotros dos -les advertí a los vampiros cuando se disponían a irse-. Novato o no, Duane sigue estando muerto.

– Sí, mamá -respondió desinteresadamente Peter mientras se ponía el abrigo.

Miré fijamente a Cody, que se encogió un poco. Era más fácil de manipular que su mentor.

– Tendré cuidado, Georgina. -Avisadme si pasa algo raro.

Asintió con la cabeza, ganándose un gesto de exasperación por parte de Peter.

– Vamos -dijo el más veterano de los vampiros-. Busquemos algo para cenar.

Eso me hizo sonreír. Si bien unos vampiros saliendo a cenar podrían haber asustado a la mayoría de la gente, no era mi caso. Tanto Peter como Cody detestaban cazar víctimas humanas. Lo hacían en ocasiones, pero rara vez mataban en el proceso. La mayor parte de su sustento provenía de carnicerías especializadas en pedidos poco corrientes. Al igual que yo, se tomaban sus trabajos infernales muy poco en serio.

– Hugh -dije bruscamente cuando estaba a punto de salir detrás de los vampiros-. Espera un momento, por favor.

Los vampiros dirigieron miradas de conmiseración a Hugh antes de irse. El diablillo hizo una mueca, cerró la puerta y se giró hacia mí.

– Hugh, te di esa llave en caso de emergencia…

– ¿El asesinato de un vampiro no constituye una emergencia?

– ¡Hablo en serio! Bastante malo es ya que Jerome y Cárter puedan entrar aquí teletransportándose sin que tú decidas abrirles mi casa a Dios y al mundo entero.

– Creo que Dios no estaba invitado esta noche.

– Y luego vas y les cuentas lo del traje de diablesa…

– Venga ya -protestó-. Ésa era demasiado buena para callársela. Además, son nuestros amigos. ¿Qué importancia tiene?

– Tiene importancia porque dijiste que no se lo ibas a contar a nadie -gruñí-. ¿Qué clase de amigo eres tú? Y más después de que te echara una mano anoche.

– Dios, Georgina. Lo siento. No sabía que te lo ibas a tomar tan a pecho.

Me pasé una mano por el cabello.

– No es sólo eso. Es… no lo sé. Es todo este asunto de Duane. Estaba dándole vueltas a lo que me dijo Jerome…

Hugh esperó, dándome tiempo a poner en orden mis ideas, presintiendo que estaba a punto de desenterrar algo. Mi mente analizó el transcurso de la noche mientras estudiaba la fornida figura del diablillo a mi lado. A veces podía ser tan insufrible como los vampiros; no sabía si podía hablar en serio con él.

– Hugh… ¿cómo se sabe cuándo miente un demonio?

Se produjo una pausa, antes de que emitiera una suave risita, reconociendo el antiguo chiste.

– Cuando mueve los labios. -Nos apoyamos en la encimera, y me observó desde la ventaja que le proporcionaba su altura-. ¿Por qué? ¿Crees que Jerome nos engaña?

– Sí, eso es lo que creo. -Se produjo otra pausa.

– Está bien, dime.

– Jerome me pidió que tuviera cuidado, dijo que podrían confundirme con un vampiro.

– A mí me ha dicho lo mismo.

– Pero Peter dice que los caza vampiros no pueden matarnos.

– ¿Te han clavado una estaca en el corazón alguna vez? Quizá no acabe contigo, pero seguro que tampoco te haría ninguna gracia.

– Vale. Pero Jerome dijo que los caza vampiros encontraban a otros vampiros rastreando a sus presas. Eso es una chorrada. Cody y Peter son la excepción. Ya sabes cómo son casi todos los vampiros… no les gusta mezclarse entre ellos. Seguir a uno generalmente no te conducirá a otro.

– Ya, pero también dijo que éste era novato.

– Jerome no dijo eso. Ésa era la teoría de Peter, basada en la estaca.

Hugh profirió un gruñido conciliador.

– Está bien. Entonces, ¿qué crees tú que está pasando?

– No lo sé. Sólo sé que estas teorías se contradicen mutuamente. Y Cárter parecía tremendamente implicado, como si compartiera un secreto con Jerome. ¿Por qué debería importarle siquiera a Cárter? Técnicamente su bando debería alegrarse de que haya alguien cargándose a los nuestros.

– Es un ángel. ¿No se supone que debe amar a todo el mundo, incluso a los condenados? Sobre todo si dichos condenados son sus compañeros de copas.

– No sé. Aquí hay algo que no nos están contando… y Jerome parecía tan empeñado en que me anduviera con cuidado. Tú también, aparentemente.

Guardó silencio unos instantes antes de responder:

– Eres muy guapa, Georgina.

Me lo quedé mirando fijamente. Vivan las conversaciones serias.

– ¿Has bebido algo más que cerveza?

– Sin embargo, a veces se me olvida -continuó, ignorando mi pregunta- que también eres lista. Me paso tanto tiempo rodeado de mujeres superficiales… amas de casa de clase acomodada que sólo sueñan con tener la piel tersa y las tetas más grandes… que sólo se preocupaban de su aspecto. Es fácil dejarse llevar por los estereotipos y olvidar que también hay un cerebro ahí dentro, detrás de tu cara bonita. Ves las cosas de forma distinta al resto de nosotros… más claras, supongo. Como si pensaras siempre en términos generales. Tal vez sea tu edad… no te ofendas.

– Has bebido demasiado. Además, no soy lo bastante lista como para adivinar qué nos oculta Jerome a menos que… ¿no habrá cazadores de súcubos o diablillos sueltos por ahí, verdad?

– ¿Has oído hablar de alguno?

– No.

– Yo tampoco. Pero sí que he oído hablar de los cazadores de vampiros… al margen de la cultura popular. -Hugh buscó su tabaco pero cambió de opinión al recordar que no me gustaba que se fumara en mi apartamento-. No creo que nadie vaya a atravesarnos el corazón con una estaca en un futuro cercano, si es eso lo que te preocupa.

– ¿Pero estás de acuerdo en que no nos están contando toda la verdad?

– ¿Qué podría esperarse de Jerome?

– Me parece… me parece que voy a ir a ver a Erik.

– ¿Todavía está vivo?

– Que yo sepa.

– Buena idea. Sabe más cosas sobre nosotros que nosotros mismos.

– Te haré saber lo que averigüe.

– Nah. Creo que prefiero seguir en la ignorancia.

– Como quieras. ¿A dónde vas ahora?

– Tengo que echar algunas horas extra con una de las nuevas secretarias, si sabes lo que quiero decir. -Esbozó una sonrisa, por así decirlo, de auténtico diablillo-. Veinte años y unos pechos que desafían la gravedad. Hazme caso. Ayudé a instalarlos.

No pude contener la risa, pese a lo sombrío de la situación. Hugh, como el resto de nosotros, tenía un trabajo de día cuando no estaba perpetuando la causa del mal y el caos. En su caso, la línea divisoria entre ambas ocupaciones era muy delgada: era cirujano plástico.

– No puedo competir con eso.

– Falso. La ciencia no puede duplicar tus pechos.

– Bonito piropo viniendo de un auténtico experto. Que te diviertas.

– Lo haré. Guárdate las espaldas, encanto.

– Tú también.

Me dio un beso rápido en la frente y se fue. Yo me quedé allí de pie, sola por fin, contemplando distraídamente la puerta y preguntándome qué significaba todo aquello. El aviso de Jerome probablemente había sido una exageración, decidí. Tal y como había dicho Hugh, nadie había oído hablar nunca de cazadores de súcubos o diablillos.

Así y todo, corrí el cerrojo y eché la cadena a la puerta antes de acostarme. Podía ser inmortal, pero no imprudente. Bueno, por lo menos no siempre.

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