Capítulo 21

Siento la brusquedad del transporte -continuó Cárter-. Jerome empezó a ponerse histérico por haberte dejado sola tanto tiempo.

– No me he puesto «histérico» en mi vida… esto, existencia… da igual -murmuró Jerome mientras deambulaba por la sala. Al observarlo, me creí sus palabras. Tan inmaculadamente vestido como siempre, sostenía un Martini en una mano y parecía completamente sereno en medio del desorden.

– Bonito lugar -le dije, consternada aún por el daño practicado a tanta belleza-. ¿Estás redecorando?

Una sonrisa centelleó en los ojos del demonio ante mi chiste.

– Cómo me gusta tenerte cerca, Georgie. -Probó su bebida-. Sí, ahora mismo está un poco manga por hombro, pero no te preocupes. Ya lo limpiaré. Además, tengo más domicilios.

Jerome siempre había sido muy reservado sobre dónde vivía, y sospeché que sólo la intervención de Cárter nos permitía estar aquí ahora. El demonio no nos hubiera invitado jamás. Me acerqué a una enorme ventana salediza y admiré la espectacular vista del Lago Washington, con la silueta de Seattle resplandeciendo al otro lado. A juzgar por la perspectiva, apostaría a que nos encontrábamos en Medina, uno de los suburbios más exclusivos del Eastside. Sólo lo mejor para Jerome.

– ¿Qué ha ocurrido? -Pregunté al final, cuando hubo quedado claro que nadie pensaba abordar el tema-. ¿Ha sido un asalto del nefilim, o es que has celebrado una fiesta que se te fue de las manos? Porque, sinceramente, si se trata de lo último, me sentiré muy ofendida por qué no nos hubieras invitado.

– No temas -dijo Cárter con una sonrisa-. A nuestro amigo el nefilim le dio por redecorar, y tuvo la gentileza de indicarnos su presencia cuando acabó. Por eso te abandoné en la tienda de Erik. Te habría dicho algo, pero cuando lo presentí aquí… -Dirigió una miradita elocuente a Jerome. El demonio resopló por toda respuesta.

– ¿Qué? ¿Pensaste que corría peligro? Sabes que es imposible.

Cárter mostró su disconformidad con un ruidito seco.

– ¿Sí? ¿Cómo llamas a eso? -Inclinó la cabeza hacia el símbolo rociado.

– Graffiti -repuso desinteresadamente Jerome-. No significa nada.

Me aparté de la espectacular ventana y su vista tan exclusiva, y miré el símbolo de arriba abajo. No había visto nunca nada parecido, y eso que estaba familiarizada con un montón de caracteres y marcas de todo tipo de lugares y épocas.

– Tiene que significar algo -repuse-. Me parece tomarse demasiadas molestias para nada. De lo contrario podría haber escrito un sencillo «gilipollas» o algo por el estilo.

– A lo mejor está en otra habitación -sugirió Cody.

– Un comentario digno de Georgie. Veo que no estás aprendiendo sólo a bailar.

Hice oídos sordos a los intentos del demonio por cambiar de tema y me volví hacia Cárter, exigiendo respuestas.

– ¿Qué es? Debes de saber lo que significa.

El ángel me observó atentamente un momento, y caí en la cuenta de que era la primera vez que le pedía ayuda en serio. Antes de nuestra reciente convivencia en el piso, la mayor parte de nuestra relación era lisa y llanamente antagónica.

– Es una advertencia -dijo despacio, sin mirar a su demoníaca contrapartida-. Una advertencia de desastre inminente. La verdadera fase de una batalla a punto de comenzar.

El autocontrol delicadamente contenido de Jerome saltó al fin por los aires. Descargó el vaso sobre una mesa ladeada, sonrojándose.

– ¡Dios, Cárter! ¿Te has vuelto loco?

– Da igual, y tú lo sabes. Saldrá a la luz de todas formas.

– No -siseó glacialmente el demonio-, no todo.

– Pues díselo tú. -Cárter indicó el símbolo con un gesto grandilocuente-. Explícaselo tú mismo para asegurarte de que yo no hable más de la cuenta.

Jerome lo fulminó con la mirada, que cruzaron como tenían por costumbre. Se lo había visto hacer innumerables veces, pero en retrospectiva, estaba casi segura de que ésta era la primera vez que estaban tan enfrentados.

– Quizá en su día fuera eso lo que significaba -reconoció Jerome finalmente, resoplando en un intento por tranquilizarse-. Pero ya no. Como decía antes, ahora no tiene sentido. Es un garabato arcaico. Una superchería que, sin nadie que crea en ella, ya ha perdido todo su poder.

– ¿Por qué usarlo entonces? -Me pregunté en voz alta-. ¿Otra muestra del retorcido sentido del humor de los nefilim?

– Algo por el estilo. Es para recordarme con quién estamos tratando… como si se me pudiera olvidar. -Jerome recogió su Martini derramado y lo apuró de un solo trago. Suspiró, cansado de repente, y miró a Cárter de reojo-. Puedes hablarles sobre los otros si quieres.

El rostro del ángel reflejó una ligera sorpresa ante aquella concesión. Volvió a contemplar la pared pintarrajeada.

– Este símbolo es el segundo en una serie de tres. El primero es la declaración de la batalla… una forma de amedrentar al enemigo con lo que se avecina. Se parece a éste, pero sin la diagonal. El último dibujo simboliza la victoria. Muestra dos diagonales y se exhibe tras la derrota del adversario.

Seguí la dirección de su mirada.

– Entonces, espera… si éste es el segundo, ¿significa eso que ya habéis visto el primero?

Jerome salió de la habitación para regresar un momento después con una hoja de papel, que me entregó.

– No eres la única que recibe notitas de amor, Georgie.

La abrí. El papel era del mismo tipo empleado en mis anónimos. En ella, dibujada con trazo grueso, había una copia en tinta del símbolo de la pared de Jerome, sin la diagonal. El primer símbolo, la declaración de guerra, según Cárter.

– ¿Cuándo recibiste esto?

– Justo antes de la muerte de Duane.

Rememoré lo ocurrido semanas atrás.

– Por eso no me hostigaste demasiado cuando murió. Ya intuías quién era el responsable.

El demonio se encogió de hombros por toda respuesta.

– Espera un momento -exclamó Cody, observando la nota por encima de mi hombro-. Si ésta es la primera advertencia… ¿insinúas que todo lo ocurrido… Duane, Hugh, Lucinda, Georgina… forma parte de un intento por desmoralizarnos? -La incredulidad del vampiro aumentó ante el silencio de los dos inmortales superiores-. ¿Qué más puede pasar? ¿Cuál es la «fase seria»? Quiero decir, ya ha agredido o matado a, ¿cuántos, cuatro inmortales?

– Cuatro inmortales inferiores -precisé, empezando a coger el hilo. Alterné la mirada entre Jerome y Cárter-. ¿Cierto?

El ángel sonrió con los labios apretados.

– Cierto. Habéis sido la ronda de entrenamiento antes del gran golpe. -Le echó otra miradita elocuente a Jerome.

– Déjalo -le espetó el demonio-. Yo no soy el objetivo.

– ¿No? A mí nadie me ha pintarrajeado las paredes.

– Nadie sabe dónde vives.

– Tampoco es que tú aparezcas precisamente en las páginas amarillas. Eres el objetivo.

– Da igual. No puede tocarme.

– No puedes saberlo a ciencia cierta…

– Lo sé, y tú también. Es absolutamente imposible que sea más fuerte que yo.

– Necesitamos refuerzos, en cualquier caso. Llama a Nanette…

– Claro -se rió con voz ronca Jerome-. Nadie se dará cuenta si la saco de Portland. ¿Tienes idea de las alarmas que dispararía eso? La gente empezaría a sospechar, a hacer preguntas…

– ¿Y qué? No pasa nada…

– Para ti es fácil decirlo. ¿Qué sabrás tú de…?

– Por favor. Sé lo suficiente como para darme cuenta de que estás paranoico…

Los dos siguieron intercambiando pullas, con Jerome obstinado en negar que hubiera el menor problema y Cárter insistiendo en que debían tomar las precauciones oportunas. Como dije antes, era la primera vez que veía discutir tan abiertamente a estos dos. No me gustaba, y menos cuando empezaron a levantar la voz. No quería estar cerca si llegaban a los puños o a las demostraciones de poder; ya había visto demasiadas exhibiciones de fuerza en las últimas semanas. Lentamente, retrocedí hasta salir de la sala de estar y me metí en un pasillo cercano. Cody se percató y me siguió.

– Lo odio cuando mamá y papá se pelean -comenté mientras nos alejábamos del altercado divino en busca de un lugar más seguro. Al asomarme a las puertas vi un cuarto de baño, un dormitorio, y una habitación de invitados. De alguna manera me costaba imaginar que el domino tuviera muchos huéspedes pasando la noche en su casa.

– Esto parece prometedor -observó Cody cuando llegamos a una sala de ocio.

Otros asientos de cuero rodeaban una pantalla de plasma gigante, absurdamente fina, que colgaba de la pared. Había altavoces, elegantes y estilizados, situados en puntos estratégicos a nuestro alrededor, y una gran vitrina de cristal que contenía cientos de DVD. También esta habitación había sido saqueada. Suspirando, me dejé caer encima de una silla desvencijada mientras Cody le echaba un vistazo al equipo de música.

– ¿Qué te parece todo esto? -le pregunté-. Los nuevos acontecimientos, quiero decir, no el cine en casa.

– ¿Qué quieres que piense? Para mí está muy claro. Este nefilim ha entrado en calor con unos cuantos inmortales inferiores y ahora decide pasar a mayores. Enfermo y retorcido, pero en fin, así son las cosas. Mirándolo por el lado bueno, es posible que ya estemos fuera de peligro… aunque sea a costa de Jerome o Cárter.

– No sé. -Eché la cabeza hacia atrás, pensativa-. Hay algo que no encaja. Se nos está pasando algo por alto. Escúchalos ahí dentro. ¿Por qué está siendo Jerome tan cabezota con todo este asunto? ¿Por qué no escucha a Cárter?

El joven vampiro dejó de mirar las películas y esbozó una sonrisa socarrona.

– Nunca pensé que vería el día en que defendieras a Cárter. Debéis de haber hecho muy buenas migas esta semana.

– No te imagines romances inexistentes -le advertí-. Sabe Dios que ya he tenido más de la cuenta. Es sólo que, no sé. Cárter no es tan malo como pensaba.

– Es un ángel. No es malo en absoluto.

– Ya sabes a qué me refiero, y tienes que reconocer que no le falta razón. Jerome debería estar adoptando medidas. Esta criatura arrasa su hogar y le deja amenazas… aunque sea en forma de símbolos obsoletos o lo que sea. ¿Por qué está tan convencido Jerome de que no corre peligro?

– Porque se cree más fuerte de lo que es.

– ¿Pero cómo podría saberlo? Ninguno de los dos lo ha visto… ni siquiera Cárter, la noche que me salvó.

– Jerome no me parece de los que ignoran las cosas sin un buen motivo. Si él dice que es más poderoso, yo… me cago en la leche. Mira esto. -Su expresión seria dio paso a una carcajada.

Me levanté y me arrodillé junto a él.

– ¿Qué?

Señaló la hilera de DVD de abajo del todo. Leí los títulos. Alta fidelidad. Más vale muerto. Un gran amor. Un asesino algo especial. Todas películas de John Cusack.

– Lo sabía -susurré, pensando en el sospechoso parecido del demonio con el actor-. Sabía que era fan suyo. Siempre lo ha negado.

– Espera a que se lo cuente a Peter y a Hugh -se rió Cody. Sacó Más vale muerto de la estantería-. Ésta es la mejor.

Cogí Cómo ser John Malkovich, olvidadas por un momento mis preocupaciones.

– De eso nada. La mejor es ésta.

– Ésa es demasiado rara.

Levanté la mirada a la pantalla de plasma, cruzada de lado a lado por un enorme tajo.

– Normalmente sugeriría que las comparáramos para zanjar el asunto, pero me da que pasará algún tiempo antes de que se pueda volver a ver nada aquí.

Cody siguió la dirección de mi gesto e hizo una mueca ante el destrozo.

– Qué desperdicio. Este nefilim es un verdadero hijo de puta.

– Sin la menor duda -convine, poniéndome de pie-. No me extraña…

Me quedé paralizada. El tiempo se detuvo. Un verdadero hijo de puta…

– ¿Georgina? -preguntó Cody, extrañado-. ¿Estás bien?

Cerré los ojos, mareada.

– Ay, Dios. -Un verdadero hijo de puta.

Pensé en la serie de sucesos relacionados con el nefilim, en cómo Jerome nos había advertido que nos mantuviéramos al margen desde el primer momento. Supuestamente, su intención era protegernos, pero no había ningún motivo por el que no debiera explicarnos qué era el nefilim, ningún peligro en conocer la naturaleza de nuestro adversario. Sin embargo Jerome había mantenido la boca cerrada al respecto, enfadándose irracionalmente cuando cualquiera de nosotros se acercaba demasiado. Cuando Cody propuso la teoría del «ángel caído», achaqué tanto secretismo a la vergüenza que pudieran sentir los del otro bando. Sin embargo, no era su bando el que tenía algo que ocultar, sino el nuestro.

Clic, clic. Una vez en marcha, las fichas de dominó en mi cabeza empezaron a caer precipitadamente. Pensé en el libro de Harrington: los ángeles corruptos enseñaban «encantos y encantamientos» a sus mujeres mientras su descendencia vagaba salvaje… Símbolos. Como el obsoleto pintado en la pared de Jerome. Es para recordarme con quién estamos tratando… como si se me pudiera olvidar, había explicado despreocupadamente.

Cárter me había dicho que los demonios generalmente ayudaban a dar caza a los nefilim. Nanette había querido venir a ayudar con éste, pero Jerome se lo impidió, minimizando así el número de implicados. Sin embargo, había mantenido a Cárter a mano para la cacería. ¿No querría encargarse Jerome personalmente?, me había preguntado, pero el ángel evitó responder.

Las fichas de dominó seguían cayendo. Los nefilim heredan mucho más de la mitad del poder de su progenitor, aunque en ningún caso pueden excederlo. Eso era lo que nos había dicho Jerome la semana pasada, de nuevo sin darle importancia, justo después de mi agresión. Hacía tan sólo unos minutos, me había extrañado que estuviera tan seguro de ser más fuerte que el nefilim, me había preguntado cómo podía estar tan convencido. Pero claro que podía. La genética divina se había encargado de dictar esos parámetros.

– ¿Georgina? ¿Adonde vas? -exclamó Cody cuando salí de la habitación a zancadas, de regreso a la discusión que atronaba aún al final del pasillo.

– Mira -estaba diciendo Cárter-, no tiene nada de malo que…

– Es tuyo -le grité a Jerome, intentando amilanarlo con la mirada… difícil, puesto que era más alto que yo-. El nefilim es tuyo.

– ¿Mi problema?

– ¡No! Ya sabes lo que quiero decir. Tu vástago. Tu hijo… o hija… o lo que sea.

Se hizo el silencio, y Jerome me taladró hasta el alma con aquellos penetrantes ojos negros. Esperaba salir disparada al otro lado de la estancia de un momento a otro. En vez de eso, preguntó simplemente:

– ¿Y?

Sorprendida por su comedida respuesta, tragué saliva.

– Y… y… ¿por qué no nos dijiste nada? ¿Desde el principio? ¿Por qué tanto secreto?

– Como seguramente te imaginarás, no es un tema que me gusta sacar a colación. Y en contra de la opinión popular, siento que tengo derecho a algo de intimidad.

– Sí, pero… -Ahora que lo había soltado, no sabía qué decir, ni hacer, ni pensar-. ¿Qué va a ocurrir? ¿Qué vas a hacer?

– Seguir con el plan. Encontraremos a esta criatura y la destruiremos.

– Pero si es… si es… tu hijo…

Yo, que tan celosa y envidiosamente veía el embarazo en curso de Paige y la caterva de sobrinas de Seth, no podía ni siquiera empezar a imaginarme anunciando tranquilamente el asesinato de mi progenie.

– Eso da igual -dijo sencillamente el demonio-. Es un problema, una amenaza para el resto de nosotros. Su relación conmigo es irrelevante.

– Sigues hablando de él como si fuera una cosa. ¿Tan indiferente eres que ni siquiera puedes… no sé, llamarlo por su nombre? Además, ¿qué es? ¿Varón o mujer?

Vaciló un momento, y detecté una leve traza de nerviosismo en su fachada de desinterés.

– No lo sé.

Me lo quedé mirando fijamente.

– ¿Qué?

– No estaba presente cuando nació. Cuando descubrí que ella… mi esposa… estaba embarazada, me fui. Sabía lo que iba a pasar. No era el primero… ni el último… en tomar por mujer a una mortal. Multitud de nefilim han nacido y han sido destruidos a causa de ello. Todos sabíamos de qué eran capaces. Lo más acertado sería haberlo destruido en cuanto nació. -Se interrumpió, de nuevo perfectamente inexpresivo-. No fui capaz. Me fui para no tener que afrontarlo, para no tener que tomar esa decisión. Me porté como un cobarde.

– ¿La… volviste a ver alguna vez? ¿A tu esposa?

– No.

Sin palabras, me pregunté cómo habría sido. Apenas entendía a Jerome ahora como demonio, por no hablar de antes de su caída. Rara vez mostraba algún tipo de emoción o afecto por nadie; no lograba imaginarme qué clase de mujer lo habría conquistado hasta el punto de hacerle dar la espalda a todo cuanto consideraba sagrado. Y sin embargo, a pesar de ese amor, había desaparecido, para no volver a verla. Llevaría milenios muerta. Jerome se había ido para salvar a su hijo, tan sólo para encontrarse ahora nuevamente con su vida en sus manos. Todo aquello era tan trágico que me daban ganas de hacer algo… abrazar al demonio, quizá… pero sabía que no me daría las gracias por mi conmiseración. Bastante vergüenza le daba ya que hubiéramos descubierto todo esto.

– Entonces, ¿no lo has visto nunca? ¿Cómo estás tan seguro de que es tu vástago?

– La firma. Cuando la percibo, siento la mitad de mi aura y la mitad de… la de ella. Ninguna otra criatura podría poseer esa combinación.

– ¿Y la has sentido todas las veces?

– Sí.

– Guau. Pero no sabes nada más de él.

– Correcto. Como ya he dicho, me fui mucho antes de que naciera.

– Entonces… entonces tiene sentido que seas realmente un objetivo -le dije, indicando la pared-. Aun con independencia de todo esto. El nefilim tiene motivos especiales para estar cabreado contigo.

– Gracias por tu apoyo incondicional.

– No quería que sonara así. Es decir… los nefilim ya tienen razones de sobra para estar enfadados. Todo el mundo los odia e intenta matarlos. Y éste… bueno, la gente se gasta miles de dólares en terapias para superar las malas experiencias con sus padres. Imagínate la cantidad de neurosis que habrá desarrollado éste tras varios miles de años.

– ¿Acaso sugieres que organice una sesión de orientación familiar, Georgie?

– No… No, claro que no. Aunque… no sé. ¿Has intentado hablar con él? ¿Razonar con él? -Recordé el comentario de Erik sobre los nefilim, que sólo querían que los dejaran en paz-. A lo mejor podríais llegar a algún acuerdo.

– Vale, está conversación se está volviendo cada vez más absurda, si eso es posible. -Jerome se giró hacia Cárter-. ¿Quieres llevarlos a casa?

– Me quedo contigo -declaró solemnemente el ángel.

– Por el amor de Dios, creía que ya habíamos dejado claro…

– Tiene razón -intervine-. La fase de advertencia ha terminado. Ahora estoy a salvo.

– No sabemos…

– Además, no se trataba tanto de mi seguridad como de que Cárter me impidiera descubrir la verdad sobre tus problemas familiares. Ya es demasiado tarde para eso, y estoy harta de carabinas. Quédate tú con él, y todos dormiremos mucho más tranquilos, aunque corramos peligro de excedernos.

– Bien dicho -se rió Cárter.

Jerome volvió a protestar, y todos discutimos un poco más, pero al final, la decisión estaba en manos de Cárter. Jerome no tenía autoridad para darle órdenes; de hecho, si Cárter se proponía seguir al demonio indefinidamente, no había nada que Jerome pudiera hacer al respecto, no realmente. No iban a enzarzarse en ningún combate épico, por enfadados que parecieran.

Cárter accedió a teletransportarnos de vuelta, aunque sospechaba que no era más que un gesto de amabilidad para asegurarse de que Cody y yo no pudiéramos encontrar nunca el hogar de Jerome. Tras dejar al vampiro en su casa, Cárter me teletransportó a mi sala de estar, donde vaciló antes de desaparecer otra vez.

– Es mejor así, creo -me dijo-. Que me quede yo con Jerome. Sé que el nefilim no puede ser más poderoso que él… pero sigue habiendo algo raro. Tampoco estoy convencido de que ya no estés en peligro, pero lo que quiera que pase contigo es otra cuestión completamente distinta. -Se encogió de hombros-. No sé. Hay muchas cosas en juego aquí; ojalá Jerome nos dejara pedir ayuda de fuera. Nada excepcional, claro. Pero algo. Cualquier cosa.

– No te preocupes -le tranquilicé-. Me las apañaré. No puedes estar en todas partes a la vez.

– Qué gran verdad. Cuando todo esto termine, tengo que preguntarle al nefilim cómo se las apaña él.

– No se puede interrogar a los muertos.

– No -convino con gesto adusto-. No se puede. -Se dio la vuelta para marcharse.

– Es curioso… -comencé lentamente-. Toda esta idea de que Jerome pudiera amar a alguien. Y cayera en desgracia a causa de ello.

Me dedicó una de sus inquietantes sonrisitas.

– El amor no hace que los ángeles caigan en desgracia, Georgina. Si acaso, puede surtir el efecto contrario.

– ¿Entonces qué? ¿Si Jerome se enamorara de nuevo, podría volver a ser un ángel?

– No, no. No es tan sencillo. -Al notar mi desconcierto, soltó una risita y me dio un rápido apretón en el hombro-. Cuídate, hija de Lilith. Llama si necesitas ayuda.

– Lo haré -le aseguré mientras se desvanecía, aunque contactar con un inmortal superior nunca era fácil. Jerome podría presentir si me hacían daño, pero invitarlo para charlar de trivialidades sería mucho más complicado.

Me fui a la cama poco después, fatigada después de todo lo que había ocurrido, demasiado cansada para preocuparme por que el nefilim pudiera atacarme mientras dormía. Mañana me tocaba el turno de cierre, y era mi última jornada antes de otros dos días libres. Necesitaba el descanso.

A la mañana siguiente me desperté tarde, aún con vida. Al entrar en la librería me tropecé con Seth, armado con su portátil, listo para afrontar otro día al teclado. El recuerdo de la clase de baile con él apartó el asunto del nefilim temporalmente de mi pensamiento.

– ¿Tienes mi libro? -le pregunté mientras me abría la puerta.

– Pues no. ¿Tienes mi camisa?

– Pues no. Me gusta la que llevas puesta, eso sí. -Su camiseta temática del día lucía el logo del musical Los miserables-. Mi canción preferida de todos los tiempos sale de ahí.

– ¿En serio? -preguntó-. ¿Cuál es?

– «Soñé con ser otra mujer.»

– Qué tema más deprimente. No me extraña que no quieras tener citas con nadie.

– ¿Y cuál es tu favorita? -Le había planteado mi pregunta estándar a Román, pero no a Seth.

– «Ultraviolet», de U2. ¿La conoces?

Nos dirigimos al mostrador de la cafetería. Allí estaba Bruce, que empezó a preparar mi moca incluso antes de que se lo pidiera.

– Conozco algunos de sus temas, pero ése no. ¿De qué trata?

– Del amor, naturalmente. Como todas las buenas canciones. El dolor del amor mezclado con su poder redentor. Un poco más optimista que la tuya.

Recordé el comentario de Cárter de la noche anterior. El amor no hace que los ángeles caigan en desgracia.

Seth y yo nos sentamos y empezamos a conversar; la conversación fluía ahora como la seda entre nosotros. Pensé que era difícil creer que alguna vez hubiera existido alguna incomodidad. Era tan confortable.

Al final, sabiendo que debía trabajar un poco, me obligué a ir a ver cómo estaba el resto del personal antes de retirarme a mi despacho. Sólo pretendía comprobar el correo, sin embargo; hoy me sentía sociable y quería estar en la tienda. Dejé el bolso encima del escritorio y empecé a sentarme en la silla cuando vi un sobre blanco de aspecto familiar que llevaba mi nombre.

Se me cortó la respiración. Vaya con haber dejado de ser el principal objetivo del nefilim. Cogí el sobre y lo abrí con dedos torpes y temblorosos.


¿Me echabas de menos? Supongo que habrás estado ocupada con tus amiguitos inmortales, cerciorándote de que todo el mundo esté sano y salvo. Supongo también que habrás estado igual de ocupada con tu fascinante vida social, sin tiempo casi para pensar en mí. Qué cruel, habida cuenta de todo lo que he hecho por ti.

Me pregunto si te preocupas tanto por los mortales de tu vida como por los inmortales. Reconozco que las muertes de los mortales son mucho menos trascendentales. Después de todo, ¿qué son cincuenta años menos comparados con los siglos de un inmortal? Los mortales parecen indignos de tanta molestia, y sin embargo tú haces como si te importaran. ¿Pero te importan realmente? ¿O no son más que un entretenimiento para sobrellevar el paso de los siglos? ¿Qué hay de tu novio? ¿Es otro juguete, otro pasatiempo? ¿Significa algo realmente para ti?

Averigüémoslo. Convénceme. Tienes hasta el final del turno para garantizar su integridad. Ya conoces las reglas: llévalo a un lugar seguro, rodéalo de gente, etcétera, etcétera. Yo estaré contigo, observando. Convénceme de que te importa realmente, y le perdonaré la vida. Demuéstramelo. Fracasa… o implica a alguno de tus contactos inmortales… y no habrá «salvaguardia» que valga.


La nota se cayó de mis manos heladas. ¿Qué clase de juego perverso era éste? No tenía sentido. El nefilim me pedía en una línea que protegiera a alguien, para implicar en la siguiente que daba igual, que no había protección posible. Era una estupidez, otra disección, sacudir el estatus quo tan sólo para observar mi reacción Miré a mi alrededor, nerviosa, y me pregunté si el nefilim no estaba conmigo ahora. ¿Acechaba invisible a mi espalda la rencorosa progenie de Jerome, riéndose de mi turbación? ¿Qué debería hacer?

Por último, y quizá lo más importante, ¿quién diablos era mi novio?

Загрузка...