CAPÍTULO 18

Salieron del parque.

La gente formaba una hilera junto a la orilla, hombro con hombro, hablando sin que les importara los que estaban a su lado. Tras dar unos pasos, Catherine reparó en una joven pareja que dejaba vacío un pequeño espacio junto al muro del malecón.

– Me gustaría quedarme aquí un rato -añadió con aire travieso-: Pegada en la pared como un caracol, para emplear su símil.

– Lo que prefiera nuestra distinguida invitada -dijo Chen-. Quizá más como un ladrillo en la pared. Un ladrillo en la pared socialista. En la época del movimiento de educación socialista era más popular como metáfora.

Se quedaron allí, apoyados en la barandilla. A su izquierda, el parque relucía como una «perla que ilumina la noche», una frase que había leído en una leyenda china.

– ¿Cómo encuentra tiempo para hacer literatura con su actual trabajo? -preguntó ella.

– Política aparte, me gusta mi trabajo porque, en cierto modo, me ayuda a escribir. Me da una perspectiva diferente.

– ¿Qué perspectiva?

– En mi época universitaria escribir un poema significaba mucho para mí; me parecía que no había nada que valiera más la pena hacer. Ahora lo dudo. En el período de transición de China hay muchas cosas más importantes para la gente, al menos de valor más inmediato, práctico.

– Lo dice a la defensiva, como si tuviera que convencerse a sí mismo -dijo ella.

– Puede que tenga razón -admitió él. Se sacó un abanico de papel blanco del bolsillo de los pantalones-. Cuánto he cambiado desde entonces.

– Se ha convertido en inspector jefe. Una figura prometedora en el Departamento de Policía de Shanghai, creo -vio que había unas líneas de caligrafía hecha con pincel en el abanico-. ¿Puedo echar un vistazo?

– Claro.

Ella cogió el abanico. Había un verso escrito. Era difícil de leer a la vacilante iluminación que proporcionaban las siempre cambiantes luces de neón.

«Bebido, azoté a un caballo precioso; / no quiero cargar a una belleza con la pasión.»

– ¿Versos suyos, inspector jefe Chen?

– No, de Daifu. Un poeta chino confesional, como Robert Lowell.

– ¿A qué viene el paralelismo entre un caballo y una belleza?

– Una amiga mía lo copió para mí.

– ¿Por qué esos dos versos? -agitó el abanico ligeramente.

– Tal vez eran sus versos favoritos.

– O un mensaje para usted.

Él se echó a reír.

Sonó su teléfono y les pilló por sorpresa.

– ¿Qué ocurre, tío Yu? -dijo, tras poner la mano sobre el aparato. Luego cogió a la inspectora Rohn por el codo y echaron a andar mientras él escuchaba.

Ella comprendió por qué tenía que reanudar su paseo. Apretado entre la gente en la pared era imposible mantener una conversación confidencial. Y el empleo de un teléfono móvil aún era raro y llamaba la atención. Entre la gran multitud algunos les miraban con envidia.

Chen no cambió de expresión mientras escuchaba. Habló poco. Al final de la conversación dijo:

– Gracias. Es muy importante, tío Yu.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.

– Era el Viejo Cazador. Algo sobre Gu -dijo él, apagando el teléfono-. Le pedí que vigilara al propietario del karaoke. Ha intervenido las líneas telefónicas de Gu. Al parecer éste es miembro honorario de los Azules. Hizo varias llamadas telefónicas después de que abandonáramos el Dynasty; un par de ellas se referían a un fujianés desaparecido. Un hombre. Gu utilizó un apodo.

– Un fujianés desaparecido -repitió ella-. ¿Mencionó a Wen?

– No. Al parecer el fujianés tenía una misión, pero hablaban en el código de la tríada. El Viejo Cazador necesita investigar un poco esta noche.

– Gu sabía algo que no nos dijo -observó ella.

– Gu habló de un visitante de Hong Kong, no de Fujian. Así que ¿por qué buscan a un fujianés desaparecido…?

Por primera vez hablaban como compañeros, sin vigilar sus palabras o pensamientos; entonces se les acercó un vendedor ambulante de pelo blanco y les mostró algo que llevaba en la mano.

– Una herencia familiar. Trae buena suerte a las jóvenes parejas. Créanme. Tengo setenta años. La fábrica del Estado en la que trabajaba quebró el mes pasado. No puedo cobrar ni un solo penique de mi pensión, o no lo vendería por nada.

Era un amuleto de jade verde en forma de Qilin, el mitológico animal híbrido, en un cordón de seda roja.

– En la cultura china -dijo ella mirando a Chen-, se supone que el jade trae buena suerte a su propietario, ¿no es así?

– Sí, lo he oído decir. Pero no parece que a él le haya dado mucha suerte.

– El cordón de seda rojo es muy bonito.

A la luz de la luna el jade brillaba en un tono verde profundo y resaltaba en la blanca palma de su mano.

– ¿Cuánto? -preguntó Chen al vendedor ambulante.

– Quinientos yuanes.

– No es demasiado caro -susurró ella a Chen en inglés.

– Cincuenta yuanes -Chen le cogió el talismán de la mano y se lo devolvió al vendedor.

– Vamos, joven. Nada es demasiado caro para su guapa novia norteamericana.

– Lo toma o lo deja -dijo Chen, cogiendo a Catherine de la mano como si fueran a marcharse-. Parece plástico.

– Examínelo de cerca, joven -dijo el anciano con aire de indignación-. Tóquelo. Se nota la diferencia. Es frío al tacto, ¿no?

– Bien, ochenta.

– Ciento cincuenta. Puedo darle un recibo de quinientos yuanes de un almacén estatal.

– Cien. Olvide el recibo.

– ¡Trato hecho!

Le entregó un billete al vendedor.

Ella escuchó con interés el regateo. «Pide un precio tan alto como el cielo, pero regatea hasta bajarlo a la tierra», pensó, recordando otro antiguo proverbio chino. En una sociedad cada vez más materialista, el regateo existía en todas partes.

– No puedo por menos de maravillarme de usted, inspector jefe Chen -dijo cuando el anciano se alejó arrastrando los pies con el dinero en la mano-. Ha regateado como… como cualquier cosa menos un poeta romántico.

– No creo que sea de plástico -dijo él-. Quizá alguna clase de piedra dura sin ningún valor auténtico.

– Es jade. Estoy segura.

– Para usted -le puso el talismán en la mano, imitando el tono del anciano-. Para una guapa amiga norteamericana.

– Muchísimas gracias.

Caminaron acariciados por la brisa nocturna.

El Peace Hotel apareció a la vista, antes de lo que ella esperaba.

Cuando llegaron a la puerta se volvió a Chen.

– Déjeme invitarle a una copa en el hotel.

– Gracias, pero no puedo. Tengo que llamar al inspector Yu.

– Ha sido una noche deliciosa. Gracias.

– El placer ha sido mío.

Ella sacó el talismán de jade del bolsillo.

– ¿Le importa ponérmelo?

Se dio la vuelta sin esperar respuesta.

Se encontraban frente al hotel, con el portero de uniforme y gorra rojos junto a la puerta, sonriendo respetuosamente como siempre.

Notó que lis suaves zarcillos de su pelo se agitaban movidos por el aliento de Chen cuando los dedos de éste le cerraron el collar rojo al cuello, entreteniéndose un instante en su nuca.

Загрузка...