CAPÍTULO 29

El despacho de Liu era mucho más espacioso que el de Chen en el Departamento de Policía de Shanghai. También estaba amueblado con más lujo: un enorme escritorio de acero en forma de U, un sillón de cuero reclinable y giratorio, varios sillones de cuero y estantes llenos de libros de tapa dura. Había un mini ordenador con impresora de láser sobre el escritorio. Liu se sentó en un sillón e indicó a Chen que se sentara en otro.

Chen reparó en que en los estantes había varias estatuillas budistas doradas en miniatura. Cada una de ellas llevaba una túnica de seda de un vivo color. Le recordó una escena que había presenciado años atrás en compañía de su madre, en un templo envuelto en hiedra en Hangzhou, de una imagen de Buda hecha de arcilla dorada, colocada en un lugar alto en el vestíbulo, mientras peregrinos vestidos con míseros harapos se arrodillaban frente a las túnicas de seda de oro y plata. La ceremonia se llamaba «Vestir a Buda», le explicó su madre. Cuanto más cara era la túnica, más devoto era el peregrino. Buda entonces obraría milagros de acuerdo con la devoción del donante. Siguiendo el ejemplo de su madre, él encendió una varita de incienso y formuló tres deseos. Hacía tiempo que había olvidado esos deseos, pero no el desconcierto que había experimentado.

Cree y todo será posible. El inspector jefe Chen no sabía si Liu creía en el poder de aquellas estatuas o las tenía allí como mera decoración, pero Liu parecía convencido de que hacía lo que debía.

– Lamento mi actitud -se excusó Liu-. Esa agente norteamericana no comprende cómo son las cosas en China.

– No es culpa suya. Yo me enteré anoche de algunos detalles de la vida de Wen. La inspectora Rohn no los conoce. Por eso quería hablar con usted a solas.

– Si sabe el infierno de vida que llevaba con ese hijoputa que tiene por esposo, ¿aún insiste en que vaya con él? ¿No puede imaginar cuánto la admirábamos en el instituto. Ella nos dirigía en todo, con su larga trenza golpeándole en el pecho, y sus mejillas más sonrosadas que el capullo de melocotón en la brisa primaveral… Dios, ¿por qué le cuento todo esto?

– Le ruego que me cuente todo lo que pueda. Para permitirme escribir un informe detallado al departamento -dijo Chen, sacando un cuaderno.

– De acuerdo, si eso es lo que quiere -dijo Liu con desconcierto-. ¿Por dónde empiezo?

– Por el principio, cuando conoció a Wen.


Liu ingresó en el instituto en 1967, una época en la que su padre, propietario de una empresa perfumera antes de 1949, estaba considerado enemigo de clase. El propio Liu era un despreciable «cachorro negro» para sus compañeros de instituto, entre los que se encontraba Wen. Iban a la misma clase. Igual que los demás, estaba locamente enamorado de su belleza, pero nunca se le ocurrió acercarse a ella. Un muchacho procedente de una familia «negra» no se consideraba merecedor de pertenecer a la Guardia Roja. El hecho de que Wen fuera un cuadro de la Guardia Roja aumentaba su inferioridad. Wen dirigía la clase al cantar las canciones revolucionarias, al gritar los eslóganes políticos y al leer Citas del presidente Mao, el único libro de texto que tenían en aquella época. De modo que en realidad ella era para él más como el sol naciente y se contentaba con admirarla de lejos.

Aquel año su padre fue admitido en un hospital para una operación de la vista. Incluso allí, entre el personal, los Guardias Rojos o Rebeldes Rojos se arremolinaban como avispas furiosas. Su padre recibió la orden de realizar de pie su confesión, con los ojos vendados, ante la fotografía del presidente Mao. Esta era una tarea imposible para un inválido que no podía ver ni moverse. Así que Liu tuvo que echarle una mano, y primero, escribir el discurso de confesión en nombre del anciano. Era una labor ardua para un muchacho de trece años, y después de una hora con un terrible dolor de cabeza, sólo había escrito dos o tres líneas. Desesperado, aferrando la pluma, salió corriendo a la calle, donde vio a Wen Liping que iba con su padre. Sonriendo, ella le saludó y rozó la pluma con las yemas de los dedos. La punta dorada de la pluma de pronto brilló bajo el sol. Regresó a casa y terminó el discurso con su reluciente posesión, única en el mundo. Después, apoyó a su padre en el hospital, manteniéndose junto a él como un soporte de madera, sin ceder a la humillación, leyendo por él como un robot. Fue el día en que vivió su más brillante y su más negro momento.

Sus tres años de instituto discurrieron como el agua y desembocaron en la riada del movimiento de los jóvenes educados. Fue a la provincia de Heilongjian con un grupo de compañeros. Ella se fue sola a Fujian. El día en que partían, en la estación de ferrocarril de Shanghai, experimentó el milagro de su vida, mientras sostenía con ella el corazón de papel rojo en la danza del carácter de la lealtad. Sus dedos no sólo levantaron el corazón de papel rojo, sino que también le levantaron a él de la posición de cachorro negro y le pusieron a la altura de ella.

La vida en Heilongjian era dura. El recuerdo de aquella danza del carácter de la lealtad se convirtió en una luz constante en aquel interminable túnel. Entonces le llegó la noticia de que se había casado, y se quedó destrozado. Cosa irónica, fue entonces cuando por primera vez pensó en serio en su propio futuro, un futuro en el que imaginaba que podría ayudarla. Y se puso a estudiar con ahínco.

Igual que los demás, Liu regresó a Shanghai en 1978. Gracias a lo que había estudiado por su cuenta en Heilongjian pasó el examen de ingreso en la universidad y aquel mismo año pasó a ser alumno de la Universidad Normal de China. Aunque abrumado por sus estudios, hizo averiguaciones sobre ella. Al parecer se había retirado. No encontró información alguna. Durante los cuatro años que pasó en la universidad ella no volvió ni una sola vez a Shanghai. Después de graduarse encontró trabajo en el Wenhui Daily, como reportero que cubría las noticias de la industria de Shanghai, y empezó a escribir poemas. Un día, se enteró de que el Wenhui publicaría un artículo especial sobre la fábrica de una comuna de la provincia de Fujian y pidió al redactor jefe que se lo diera a él. No conocía el nombre de la aldea de Wen. Tampoco tenía realmente intención de buscarla. La idea de estar en algún lugar cerca de ella le bastaba. En realidad, «no hay historia sin coincidencias». Cuando entró en el taller de la fábrica quedó consternado.

Después de la visita tuvo una larga conversación con el director. Éste debió de adivinar algo, y le dijo que se sabía que Feng era celoso y violento. Aquella noche pensó mucho. Después de tantos años, aún se preocupaba por ella con la misma pasión. Le parecía oír una voz en su mente que le insistía: «Acércate a ella. Díselo todo. Puede que no sea demasiado tarde».

Pero a la mañana siguiente, cuando despertó a la realidad, abandonó la aldea con prisas. Era un periodista de éxito, con poemas publicados y amiguitas más jóvenes. Elegir a una mujer casada con el hijo de otro, alguien que ya no era joven y bella… No tenía agallas para enfrentarse a lo que los demás pudieran pensar.

De regreso en Shangai, entregó el artículo. Era su trabajo. Su jefe lo llamó poético. «La pulidora revolucionaria que pule el espíritu de nuestra sociedad.» Esa metáfora se citaba con frecuencia. Debieron de reimprimir el artículo en los periódicos locales de Fujian. Se preguntaba si ella lo habría leído. Pensó en escribirle, pero ¿qué le diría? Entonces fue cuando empezó a concebir el poema, que se publicó en la revista Star y fue elegido como uno de los mejores del año.

En cierto modo, el incidente fue como una pulidora que le lijó las ilusiones sobre hacer carrera en el periodismo y contribuyó a su decisión de abandonarla. No podía haberlo hecho en un momento más oportuno. A principios de los ochenta, pocos se decidieron a soltar un cuenco de arroz de hierro: un empleo en una empresa estatal. Eso le dio un buen empujón al principio, y los guanxi que había acumulado como periodista del Wenhui también le ayudaron mucho. Ganó dinero a espuertas. Entonces conoció a Zhenzhen, estudiante universitaria. Ella se enamoró de él. Se casaron, al año siguiente tuvieron una hija y su negocio se expandió más. Para cuando salió la antología no tenía tiempo para la poesía. Movido por un impulso, envió un ejemplar a Wen con su tarjeta de visita. No recibió respuesta. No le sorprendió.

En una ocasión, pidió a un hombre de negocios de Fujian que le llevara anónimamente tres mil yuanes; ella no aceptó el dinero. Ocupado en una batalla comercial tras otra, no tenía tiempo para los sentimientos. Creía que la había olvidado.

Se quedó atónito cuando, varios días antes, ella entró de pronto en su despacho. Había cambiado mucho; ahora casi no se diferenciaba de una campesina corriente. Sin embargo, para él seguía siendo lo que había sido a los dieciséis años: el mismo rostro oval, la misma ternura infinita en sus ojos y los mismos dedos delgados que habían sostenido en alto el corazón de papel rojo. No tardó ni un instante en decidirse. Ella le había ayudado en el momento más negro de su vida. Ahora le tocaba a él ayudarle a ella.

Liu hizo una pausa para tomar un poco de té.

– O sea que para usted -dijo Chen- ella se ha convertido en una idea, un símbolo de su juventud perdida. No importa que ya no sea joven o guapa.

– Su aspecto diferente lo hace todo más conmovedor.

– Y más romántico también -Chen hizo gestos de asentimiento-. ¿Qué le dijo de sí misma?

– Que tenía que estar lejos de la aldea unos cuantos días.

– ¿Le preguntó el porqué?

– Dijo que no quería reunirse con Feng en Estados Unidos, pero temía que no le quedaba otra alternativa.

– ¿Qué quería decir con eso? -preguntó Chen-. Si no tenía otra alternativa, ¿por qué iba a tomarse la molestia de acudir a usted?

– No la presioné. Se derrumbó un par de veces durante nuestra conversación. Creo que es por su embarazo.

– O sea que realmente no se lo explicó.

– Debía de tener sus razones. Quizá tenía que pensar en su futuro y no podía hacerlo en la aldea.

– ¿Le ha hablado de sus planes?

– No. No parece tener prisa por irse -Liu añadió con aire reflexivo-. Casada como está con un hijoputa como Feng, no me sorprendería que hubiera cambiado de idea.

– Buen… -Chen suponía que probablemente sería inútil seguir empujando a Liu en esa dirección. Ella podía haberse quedado allí sin tener que dar ninguna explicación-. Déjeme decirle algo que ella no le ha dicho. Huyó de la aldea porque recibió una llamada telefónica de Feng, en la que le dijo que su vida corría peligro porque los gánsteres la buscaban.

– No me lo contó. No le pregunté, y ella no tenía por qué hacerlo.

– Es comprensible que no se lo contara todo, pero sabemos que ella acudió a usted con la intención de quedarse unos días… no para pensar, sino para esconderse de la tríada local.

– Me alegro de que pensara en mí cuando necesitaba ayuda – Liu encendió un cigarrillo.

– Según la información de que disponemos, tenía que llamar a Feng, su esposo, en cuanto encontrara un lugar seguro. Hasta ahora no lo ha hecho. Ahora no quiere reunirse con él ni aunque le garantizamos su seguridad. Así que debe de haber tomado una decisión.

– Puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera -dijo Liu-. ¿Supone usted que vivirá bien allí?

– Mucha gente lo cree. Mire la larga cola de gente que hay esperando obtener un visado en el Consulado Norteamericano de Shanghai. Por no mencionar a las personas como el esposo de ella que se marchan de forma ilegal.

– ¿Una buena vida con aquel hijoputa?

– Pero todavía es su esposo, ¿no? Y si se queda aquí… con usted, ¿qué pensarán los demás?

– Lo que importa es lo que piense ella -dijo Liu-. Cuando acudió a mí en busca de ayuda, lo mínimo que podía hacer era darle cobijo.

– Ha hecho usted mucho por ella. He visto la fotografía de su pasaporte. Hoy tiene un aspecto diferente. Casi como si fuera otra mujer.

– Sí, ha resucitado. Una palabra demasiado romántica, dirá usted.

– No, es la palabra exacta, salvo que no vivimos en una época romántica.

– El romanticismo no es algo que esté ahí fuera, inspector jefe Chen. Está en la mente de uno -dijo Liu meneando la cabeza-. Le he dicho lo que sé, como me ha pedido. ¿Qué quiere usted contarme?

– Le voy a ser franco, Liu -dijo Chen, aunque sabía que no podría-. Admiro su intención de ayudar a Wen, por tanto me gustaría decir algo personal.

– Adelante, por favor.

– Está usted jugando con fuego.

– ¿Qué quiere decir?

– Wen conoce sus sentimientos hacia ella, ¿no?

– Me gustaba… ya en el instituto. De eso hace mucho tiempo. No tengo por qué borrar el pasado.

– Pero sus sentimientos son los mismos, ya sea la reina del instituto o una mujer madura embarazada del hijo de otro hombre – dijo Chen-. Usted es el señor Billetes Grandes y muchas mujeres caerían rendidas a sus pies. Y mucho más después de lo que ha hecho por ella. No puede evitar devolverle su afecto.

– Me temo que no le entiendo, inspector jefe Chen.

– No, no lo entiende. Mientras usted pueda seguir reviviendo su sueño del instituto, tratándola a ella como parte de su recuerdo, y mientras ella se contente con ser el material de su sueño inocente, existiendo sólo en el recuerdo del pasado, las cosas pueden ir bien entre ustedes dos. Pero con el tiempo, ella se habrá recuperado lo suficiente para ser una mujer real. De carne y hueso. Por eso en una velada romántica puede arrojársele a los brazos. ¿Qué hará usted? -Chen se puso sarcàstico a pesar de sí mismo-. ¿Dirá que no? Será muy cruel. Si dice que sí, ¿qué pasa con su familia?

– Ella sabe que estoy casado. No creo que haga eso.

– ¿No lo cree? Entonces la dejará quedarse meses, años, como una ex compañera de instituto. Sí, ayudarla le hace feliz. Pero ¿ella será feliz si tiene que reprimir sus sentimientos constantemente?

– Entonces, ¿qué demonios tengo que hacer? ¿Echarla? ¿Enviarla al esposo que la violó? -replicó Liu enojado-. ¿O dejar que alguna banda la cace como un conejo?

– Esto es lo que quiero hablar con usted.

– ¿El qué?

– La amenaza de los gánsteres. En estos momentos la están buscando frenéticamente. Sea cual sea la reacción del departamento de policía a mi informe, y tengo que hacer un informe, ya lo sabe, estoy seguro de que la banda pronto se enterará de que está aquí con usted.

– ¿Cómo? -preguntó Liu-. ¿La policía les pasará la información a los gánsteres?

– No, pero las tríadas tienen conexiones dentro. Igual que se han enterado del trato que hizo Feng, les llegará el rumor del paradero de Wen. Durante los últimos días, a la inspectora Rohn y a mí nos han seguido a todas partes.

– ¿De veras, inspector jefe Chen?

– El primer día, la inspectora Rohn estuvo a punto de ser atropellada por una motocicleta. El segundo, cuando bajaba una escalera se rompió un escalón al pisarlo. El tercero, pocas horas después de visitar a una mujer embarazada de Guangxi, una banda la secuestró, confundiéndola con Wen. El inspector Yu estuvo al borde de ser envenenado en un hotel de Fujian. Por último, la víspera del día en que vinimos a Suzhou, nos salvamos por los pelos de una redada que la policía había montado para atraparnos en el mercado de Huating.

– ¿Está seguro de que todos estos incidentes son atribuibles a los gánsteres?

– No fueron coincidencias. Tienen oídos dentro de la policía, tanto en Shanghai como en Fujian. La situación es grave.

Liu asintió.

– También se están infiltrando en el mundo de los negocios. Varias compañías han contratado a gánsteres para cobrar las deudas.

– Ahora lo entiende, Liu. Según la última información que he recibido, los gánsteres no la dejarán en paz ni siquiera después del juicio, tanto si Feng colabora como si no.

– ¿Por qué? Estoy confuso.

– No me pregunte por qué. Lo único que sé es que harán lo que sea necesario para dar con ella. Como ejemplo para los demás. Y lo conseguirán. Es cuestión de tiempo. Wen simplemente se engaña pensando que las cosas se solucionarán si se queda aquí con usted.

– Como inspector jefe, ¿no puede intentar hacer algo por ella, una mujer embarazada?

– Ojalá pudiera, Liu. No crea que no me cuesta admitir lo indefenso que me encuentro… ¿un patético ejemplo de un policía? Nada me haría más feliz que poder hacer algo por ella.

En su voz asomó toda su frustración. Para un policía, admitir su indefensión era más que una simple cuestión de pérdida de prestigio, pero vio la respuesta en los ojos de Liu.

– O sea que lo tendrá en cuenta -prosiguió Chen con gravedad-, comprenderá que realmente le conviene marcharse. No hay manera de que pueda protegerla aquí durante mucho más tiempo.

– Pero ¿cómo puedo dejarla marchar, para que abusen de ella el resto de su vida?

– No, no creo que permita que Feng siga abusando de ella. Los últimos días la han hecho cambiar. Ha resucitado; es lo que ha dicho usted. Creo que ha adquirido una seguridad en sí misma que no tenía -Chen añadió-. Además, allí la inspectora Rohn se encargará de ella. Actuará en interés de Wen. Me aseguraré de ello.

– O sea que volvemos al punto de partida. Wen tiene que marcharse.

– No. Comprendemos mejor la situación. Así que trataré de explicárselo a Wen, y que ella decida por sí misma.

– De acuerdo, inspector jefe Chen -dijo Liu-. Hable con ella.

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