Chen se despertó a primera hora de la mañana con una ligera sombra de dolor de cabeza y se frotó los ojos mientras leía las últimas noticias sobre el torneo de go entre China y Japón que aparecían en el periódico de la tarde del día anterior. Era una forma de evasión que hacía días que no se permitía.
Aquella mañana creía que tenía una excusa. Era la final entre los campeones de los dos países. Se decía que el japonés también era maestro de Zen, capaz de permanecer distanciado en una partida intensa. Paradójico. Un jugador de go, por definición, debe estar absorto en la partida para ganar, igual que un policía debe resolver un caso. Y el resultado de la partida se consideraba políticamente simbólico, como el caso que tenía entre manos. Sin embargo, sonó el teléfono e impidió que siguiera la línea de pensamiento de la batalla que tenía lugar en el tablero de juego. Era el Secretario de Partido Li.
– Venga a mi oficina, inspector jefe Chen.
– ¿Alguna noticia sobre el caso de Wen?
– Hablaremos cuando llegue.
– Iré en cuanto haya desayunado.
Era temprano, aún no eran las siete y media. Debía de ser urgente. Normalmente, Li no llegaba a su oficina hasta las nueve y media.
Chen abrió su pequeño frigorífico. Sólo había un bollo medio cocido de la cantina del departamento, de hacía dos o tres días y duro como una piedra. Lo puso en un cuenco con agua caliente. Le quedaba poco del sueldo del mes. No todos los gastos en que incurría en compañía de la inspectora Rohn le podrían ser rembolsados. Como la compra de la chuchería de jade. Mantener la imagen de un policía chino tenía un precio.
Volvió a sonar el teléfono. Esta vez era el Ministro Huang desde Beijing. El ministro, que nunca le había llamado a casa, parecía muy preocupado por los progresos realizados en el caso de Wen.
– Es un caso especial -dijo Huang-, importante para la relación entre los dos países. Unos buenos resultados en nuestra cooperación con los norteamericanos ayudarán a reducir la tensión después del incidente de Tiananmen.
– Comprendo, Ministro Huang. Hacemos todo lo que podemos, pero es difícil encontrar a alguien en tan poco tiempo.
– Los norteamericanos comprenden que están haciendo un trabajo concienzudo. Sólo están ansiosos por adelantar algo. Nos han llamado varias veces.
Chen no sabía si debía compartir con el ministro sus sospechas, en especial de los vínculos de la banda con la policía de Fujian. Decidió no hacerlo. Al menos, no directamente. La política que hubiera detrás de esta relación podía ser complicada. La investigación sería más difícil si el ministro decidía apoyar a la policía local.
– El inspector Yu tiene dificultades en Fujian. La policía local no le da ninguna pista. Al parecer tienen demasiadas cosas entre manos. Yu no puede tratar solo con esos gánsteres. Y yo no puedo dictar órdenes a miles de kilómetros de distancia.
– Claro que puede. Tiene plena autoridad, inspector jefe Chen. Yo mismo llamaré al Superintendente Hong. Toda decisión política que tome usted el ministerio la apoya firmemente.
– Gracias, Ministro Huang -hasta el momento no había tenido que tomar ninguna decisión política. Tampoco sabía qué quería decir el ministro con esa frase.
– El trabajo de policía implica un montón de problemas. Se requiere un hombre muy capaz para que haga bien el trabajo. No hay muchos jóvenes agentes como usted en la actualidad -Huang finalizó con énfasis-: el Partido cuenta con usted, camarada inspector jefe Chen.
– Entiendo. Sea lo que sea lo que el Partido quiera de mí, lo haré, aunque tenga que atravesar montañas de cuchillos y mares de fuego -pensó en dos versos de la dinastía Tang: «Obligado con vos por hacer de mí un general en el escenario dorado, / blandiendo la espada del Dragón de Jade, pelearé por vos hasta el final». El viejo ministro no sólo le había (recomendado para el trabajo, sino que también le había llamado a casa, personalmente, para hablar del caso-. No le defraudaré, Ministro Huang.
Sin embargo, cuando colgó, el inspector jefe Chen se sentía lejos de blandir la espada del Dragón de Jade.
El ministro Huang debería haber llamado al Secretario del Partido Li. La frase «un montón de problemas» no le resultaba para nada tranquilizadora. El anciano ministro había omitido algo. Chen tuvo un mal presagio. Si el Ministro Huang había quitado a propósito a Li del circuito, ¿qué consecuencias tenía eso para su propia carrera?
Veinte minutos más tarde entraba en el despacho del Secretario del Partido Li, nada distanciado, a diferencia del jugador de go japonés descrito en el periódico Ximming.
– Hoy tendré reuniones todo el día -dijo Li, respirando por encima de una taza de sopa de soja caliente-. Quiero tener una charla con usted.
El inspector jefe Chen empezó informándole de su entrevista con Qiao, la mujer embarazada de Guangxi.
– Ha trabajado usted mucho, inspector jefe Chen, pero los sujetos de sus entrevistas no estaban bien elegidos.
– ¿Por qué lo dice, Secretario del Partido Li?
– Está bien dejar que la inspectora Rohn vaya con usted cuando entrevista a algún pariente de Wen, pero llevarla a ver a Qiao, la mujer embarazada de Guangxi, no fue una decisión acertada. Los norteamericanos siempre levantan protestas por nuestra política de control de la natalidad.
Chen decidió no mencionar de momento su entrevista con Gu. Negocios sucios, relaciones con la tríada, protección policial… todo esto no presentaría una imagen ideal de la China socialista.
– No sabía que se desarrollaría así -dijo él-. Discutí con la inspectora Rohn sobre nuestra política de control de la natalidad.
– Defendió usted nuestros principios, no me cabe ninguna duda -dijo Li despacio, cogiendo el cenicero de cristal en forma de cisne, que relució como una bola de cristal en la mano de una adivina-. ¿Sabe lo que ocurrió después de que visitara a la mujer de Guangxi?
– ¿Qué?
– Fue secuestrada por un grupo de hombres desconocidos. Dos o tres horas después de su visita. Más tarde la encontraron inconsciente en un bosque no lejos de allí. Nadie sabía quién la había dejado en aquel lugar. Aunque no la habían golpeado ni violado, sufrió un aborto. La llevaron a toda prisa al hospital local.
– ¿Su vida corre peligro?
– No, pero sangró mucho, por lo que el médico tuvo que operarla. No podrá tener más hijos.
Chen se maldijo para sus adentros.
– ¿Hay alguna pista respecto a los secuestradores?
– No eran de allí. Llegaron en un jeep, afirmando que la mujer era una fugitiva del sur. De manera que nadie intentó detenerles.
– Debieron de confundirla con Wen y la soltaron cuando descubrieron la verdad.
– Es posible.
– ¡Es indignante! Secuestrar a una mujer embarazada a plena luz del día, y en Qingpu, Shanghai -los pensamientos de Chen habían empezado a darle vueltas en la cabeza como un frenético remolino. Debían de haberle seguido desde el principio y hasta Qingpu. Ahora no le cabía ninguna duda. El accidente con la moto. El escalón roto.
La intoxicación alimentaria. Y ahora el secuestro de Qiao-. ¡Sólo dos o tres horas después de nuestra visita! Esos gánsteres debieron de recibir el soplo de alguien de allí. En el departamento hay alguna filtración.
– ¡Bueno, no creo que haga daño a nadie ir con un poco de cuidado.
– Nos han declarado la guerra. Y después está el cadáver del Bund Park. ¡Para el departamento de Policía de Shanghai es una fuerte bofetada en la cara! Tenemos que hacer algo, Secretario del Partido Li.
– Haremos algo. Es cuestión de tiempo. También es cuestión de prioridades. En este momento, la seguridad de la inspectora Rohn tiene que ser nuestra principal preocupación. Si ahora intentamos emprender alguna acción enérgica contra las tríadas, puede que tomen represalias.
– ¿O sea que no vamos a hacer nada, sólo esperar a que vuelvan a atacar?
Li no respondió a la pregunta.
– En el curso de esta investigación es posible que se produzca algún encuentro accidental con esos gánsteres. Son capaces de cualquier cosa. Si le ocurre algo a la inspectora Rohn, será una gran responsabilidad para nosotros.
– Una gran responsabilidad -masculló Chen, pensando en «el montón de problemas» que había mencionado antes el Ministro Huang-. Somos policías, ¿no?
– No tiene que mirarlo de ese modo, inspector jefe Chen.
– Entonces, ¿de qué modo, Secretario del Partido Li?
– El inspector Yu ha estado realizando la investigación en Fujian. Si le parece necesario, puede decidir que ha de haber otra persona allí con él -dijo Li-. En cuanto a las entrevistas que realiza usted aquí, me pregunto si realmente pueden llevar a alguna parte. La inspectora Rohn no tiene que participar en ellas. Lo único que tiene que hacer usted es mantenerla informada de cualquier progreso. No creo que esos gánsteres intenten nada contra ella si da un tranquilo paseo por el Bund.
– Pero ellos deben de creer que Wen puede estar escondida aquí. O no habrían secuestrado a Qiao en Qingpu.
– Si aquí aparece alguna pista, Qian puede ocuparse de ello. No tiene que cambiar sus planes. Con que ella sepa que nuestra gente está haciendo todo lo posible es suficiente… políticamente.
– He estado pensando un poco en el caso, políticamente, Secretario del Partido Li. Para empezar, la relación entre China y Norteamérica ha sido tensa desde el verano de 1989. Si conseguimos entregar a Wen a la policía de EE UU, constituirá un gesto significativo.
Esta línea de argumentación podría funcionar con el Secretario del Partido Li. No mencionaría la llamada del Ministro Huang.
– Puede que sea cierto -dijo Li, tomando el último sorbo de su sopa de soja-. ¿O sea que está dispuesto a proseguir la investigación con la inspectora Rohn?
– Cuando me habló del caso por primera vez, citó a Yue Fei – dijo Che, aplastando el cigarrillo-. Sus últimos dos versos son mis favoritos: «Cuando pongo en orden las montañas y los ríos, / me inclino ante los Cielos».
– Entiendo, pero no todo el mundo lo hace -Li dio unos golpecitos con el dedo en la mesa un minuto antes de proseguir-. Algunas personas dicen que le ofreció un regalo a la inspectora Rohn, y que se lo dio frente al hotel.
– Esto es absurdo -protestó Chen, tratando de captar la importancia de la información. Algunas personas. Debía de ser Seguridad Interna: la policía de la policía. Una pequeña chuchería no significaba nada, pero en el informe de Seguridad Interna podía significar cualquier cosa: «El inspector jefe Chen ha perdido su espíritu de Partido y coquetea con una agente secreta norteamericana»- ¿Seguridad Interna? ¿Por qué?
– No se preocupe por quién hizo el informe, inspector jefe Chen. Si no ha hecho nada malo, no tiene que ponerse nervioso por que el diablo llame a su puerta en mitad de la noche.
– Fue después de la Ópera de Beijihg. Siguiendo su sugerencia acompañé a pie a la inspectora Rohn al hotel. En el Bund un vendedor ambulante intentó venderle una chuchería. Algunos vendedores insisten en estafar a los turistas extranjeros, según los periódicos, así que regateé por un collar para ella en su lugar, y me pidió que se lo pusiera.
No mencionó que lo había pagado. Como no esperaba pedir que el departamento se lo rembolsara, no importaba en lo que se refería a su informe de gastos.
– Sí, los norteamericanos pueden ser tan… diferentes.
– Como representante de la policía china, creo que lo correcto es demostrar hospitalidad. Se me escapa quién demonios… -habría querido decir muchas más cosas, pero vio la expresión que cruzó el rostro de Li. No era el momento de desahogarse puesto que estaba implicada Seguridad Interna.
No era la primera vez que le ocurría al inspector jefe Chen.
Que Seguridad Interna estuviera implicada podría ser comprensible en el caso de la modelo nacional, en el que estaba en juego la siempre gloriosa imagen del Partido. Pero en esta investigación, el inspector jefe Chen no había hecho nada que pudiera poner en peligro los intereses del Partido.
A menos que alguien quisiera poner fin a su investigación. No en interés del Partido, sino en el de las tríadas.
– No piense demasiado en ello -dijo Li-. Se lo he dejado claro al informador: Se trata de un caso muy especial. Cualquier cosa que haga el inspector jefe Chen lo hace en interés de la nación.
– Se lo agradezco, Secretario del Partido Li.
– No me dé las gracias. Usted no es un cuadro corriente. Tiene un largo camino por delante -Li se puso en pie-. No es un trabajo fácil. Exige mucha tensión, lo entiendo. He hablado con el Superintendente Zhao. Le conseguiremos unas vacaciones para el mes próximo. Tómese una semana libre y vaya a Beijing, a ver la Gran Muralla, la Ciudad Prohibida y el Palacio de Verano. El departamento pagará los gastos.
– Sería magnífico -dijo Chen levantándose-. Ahora tengo que volver al trabajo. Por cierto, ¿cómo se enteró usted del secuestro en Qingpu, Secretario del Partido Li?
– Su hombre Qian Jun me llamó anoche para darme la Información.
– Entiendo.
Li acompañó a Chen a la puerta y dijo, con la mano apoyada en el marco de la puerta.
– Hace aproximadamente una semana llamé por error a su antiguo número de teléfono, y mantuve una larga conversación con su madre; los ancianos compartimos preocupaciones comunes.
– ¿En serio? No me ha dicho nada -Chen se maravilló de la capacidad que Li tenía en ocasiones de añadir un toque humano a la política del Partido.
– Ella cree que es hora de que usted eche raíces, que forme una familia, ya sabe a lo que se refiere. Usted es quien ha de decidir, pero creo que tiene razón.
– Gracias, Secretario del Partido Li -Chen vio adonde quería ir a parar Li. Las vacaciones a Beijing que le proponía formaban parte de ello. Con Ling de fondo. Tal vez el Secretario del Partido Li había hecho esos comentarios con buena intención, pero el momento elegido para hacerlos era un mal presagio.
¿Por qué Li había sacado el tema aquel día?
Tras abandonar la oficina de Li, Chen sacó un cigarrillo, pero volvió a guardárselo en el bolsillo. Había una fuente de agua al final del pasillo. Bebió un poco, aplastó el vaso de plástico y lo tiró a una papelera.