CAPÍTULO 1

El inspector jefe Chen Cao, del Departamento de Policía de Shanghai, se encontró una vez más paseando en dirección al parque del Bund, envuelto en la neblina matinal.

A pesar de ser relativamente pequeño, unos quince acres, su ubicación convertía el parque en uno de los lugares más populares de Shanghai. Situado en el extremo norte del Bund, la puerta delantera daba al Peace Hotel, al otro lado de la calle, y la puerta trasera conectaba con el puente Waibaidu, nombre que había perdurado desde que se terminó de construir en la época colonial y significa literalmente: «Puente para cruzar los extranjeros blancos». El parque gozaba de gran popularidad sobre todo por su paseo de losas multicolores, una larga pasarela curvada sobre la reluciente extensión de agua que unía los ríos Huangpu y Suzhou. Desde ella se podían contemplar los buques que iban y venían recortados en el distante Wusongkou, el mar de China Oriental.

La guarda de la parte delantera, una mujer de pelo canoso apodada Zhu, que llevaba el brazal rojo aquella mañana de abril, bostezó y saludó con un gesto de la cabeza a Chen cuando éste arrojó en la caja de recuerdos uno de plástico verde. Varias personas que trabajaban allí le conocían bien.

Aquella mañana, Chen fue una de las primeras aves que llegó al parque. Se dirigió a un claro rodeado de chopos y sauces situado en la zona central. El blanco pabellón de estilo europeo, con su espacioso porche, destacaba en agradable relieve detrás de los bancos verdes recién pintados. Las gotas de rocío pegadas al follaje relucían a la luz del amanecer como una miríada de ojos transparentes.

A Chen el parque le resultaba aún más atractivo por los recuerdos que evocaba en él. En sus años escolares había leído la historia del parque. El libro de texto oficial de la época decía que a principios de siglo el parque sólo estaba abierto a expatriados occidentales. En las puertas había letreros que decían: No se permiten chinos ni perros, y había guardias sij con turbante rojo apostados allí para impedir el paso. Después de 1949, el gobierno comunista consideró que constituía un buen ejemplo de la actitud de los poderes occidentales en la China pre-comunista, y a menudo era citado en los programas de educación patriótica. ¿Había ocurrido realmente? Era difícil saber la verdad, ya que la línea que separaba la verdad de la ficción siempre la trazaban y la borraban los que ostentaban el poder.

Subió un tramo de escaleras hasta el paseo, aspirando el fresco aire del malecón. Sobre las olas se deslizaban los petreles, relucientes sus alas entre la luz grisácea, como si salieran volando de un sueño olvidado. La línea divisoria entre el río Hunagpu y el río Suzhou se hacía visible.

Sin embargo, el parque atraía al inspector jefe Chen por un motivo más personal que su belleza o su historia.

A principios de los años setenta, al terminar el instituto, se hallaba a la espera de que le adjudicaran una misión; como no tenía que estudiar ni trabajar, había empezado a practicar tai chi en el parque. Dos o tres meses más tarde, una mañana envuelta en la bruma, tras otro tímido intento de imitar las antiguas posturas, tropezó con un ajado libro de texto de inglés abandonado en un banco. No logró descubrir cómo había llegado hasta allí. En ocasiones la gente ponía periódicos o revistas viejos en los asientos para protegerse de la humedad, pero jamás un libro de texto. Se lo llevó al parque varias semanas, esperando que alguien lo reclamara. Nadie lo hizo. Entonces, una mañana, frustrado por una postura de tai chi extremadamente difícil, abrió el libro al azar. A partir de entonces, en el parque estudió inglés en lugar de tai chi.

A su madre le preocupaba ese cambio. No se consideraba de buen gusto político leer ningún libro excepto las Citas del presidente Mao. Sin embargo, su padre, estudioso del neoconfucionismo, predijo que estudiar en el parque podría serle propicio. Según la antigua teoría del wuxing, de los cinco elementos a Chen le faltaba un poco de agua, de modo que cualquier lugar asociado con el agua le beneficiaría. Años más tarde, cuando intentó hallar información sobre esa teoría no encontró nada. Quizá había sido inventada para él.

Aquellas mañanas en el parque le sostuvieron durante los años de la Revolución Cultural, y en 1977 entró en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Beijing, tras haber obtenido una puntuación máxima en inglés en el recién recuperado examen de ingreso en la universidad. Cuatro años más tarde, debido a otra mezcla de circunstancias, le asignaron un trabajo en el Departamento de Policía de Shanghai.

Vista en retrospectiva, la vida de Chen parecía estar llena de causalidades de yin y yang fuera de lugar, igual que estaba fuera de lugar aquel libro en el parque o su juventud en aquellos años. Una cosa condujo a otra, y después a otra, de modo que el resultado apenas podía reconocerse. La cadena de la causalidad quizá era más complicada de lo que a los escritores de misterio occidentales, cuyas obras él traducía en su tiempo libre, les gustaría admitir.

La fresca brisa de abril llevó hasta sus oídos una melodía procedente del gran reloj que había en lo alto del edificio de Aduanas de Shanghai. Las seis y media. Durante la Revolución Cultural sonaba otra melodía: «Oriente es rojo». El tiempo se escurría como el agua.

A principios de los años noventa, bajo la reforma económica de Deng Xiaoping, Shanghai había cambiado extraordinariamente. Al otro lado de la calle Zhongshan, una larga panorámica de magníficos edificios que habían alojado a las más prestigiosas empresas occidentales a principios de siglo y a las instituciones del Partido comunista después de 1950, ahora acogían de nuevo con agrado a las compañías occidentales, en un esfuerzo por lograr que el Bund tuviera la categoría de Wall Street en China. También el parque del Bund había cambiado, aunque a Chen no le gustaban algunos de los cambios. Por ejemplo, el postmoderno Pabellón del Río, de cemento, se erguía como un monstruo a su lado, larguirucho a la luz grisácea de primera hora de la mañana, vigilante. También Chen había cambiado: de ser un estudiante sin un céntimo había pasado a ser un eminente inspector jefe de policía.

Pero aún quedaba su parque. A pesar de la gran carga de trabajo que tenía, se las ingeniaba para ir allí una o dos veces a la semana. Estaba situado cerca de la oficina, a quince minutos a pie.

No muy lejos, un hombre de edad madura practicaba tai chi, efectuando una serie de posturas: agarrar la cola de un pájaro, extender las alas de una grulla blanca, separar la crin de un caballo salvaje a ambos lados… El inspector jefe Chen se preguntaba qué habría podido ser de él si hubiera insistido en practicar. Quizá ahora sería como aquel practicante de tai chi, vestido con un traje de artes marciales de seda blanca, con las mangas anchas, botones de seda roja y una expresión serena en el rostro. Chen le conocía. Era contable en una compañía dirigida por el Estado que se hallaba casi en la bancarrota; sin embargo en aquel momento era un maestro que se movía en armonía con el qi del universo.

Chen tomó asiento en el lugar de costumbre, un banco pintado de verde bajo un alto chopo. En el respaldo del banco, en pequeños caracteres, estaba tallado un eslogan que había sido popular durante la Revolución Cultural: Viva la dictadura del proletariado. Habían vuelto a pintar el banco un par de veces, pero el mensaje se transparentaba.

Sacó una recopilación de cantos ci de su cartera y lo abrió en un poema de Niu Xiji. «Desaparece la bruma / entre las montañas primaverales, / las estrellas, pocas, pequeñas / en el pálido firmamento, / la luna que desciende ilumina su rostro, / el amanecer en sus relucientes lágrimas / en la despedida…». Era demasiado sentimental para la mañana. Se saltó varias líneas para llegar al último par de versos: «Pensando en tu verde falda, en todas partes, / en todas partes piso la hierba con suavidad».

Otra coincidencia, reflexionó, dando unos golpecitos con los dedos en el respaldo del banco. No mucho tiempo atrás, en un café del muelle del Bund, había leído este par de versos a un amigo, que ahora pisaba la verde hierba muy lejos de allí. Sin embargo, el inspector jefe Chen no había ido al parque para entregarse a la nostalgia.

La resolución satisfactoria de un importante caso político, en el que estaba involucrado Boshen, el teniente de alcalde de Beijing, había tenido repercusiones inesperadas en su trabajo profesional y en su vida personal. Aún estaba emocional y físicamente agotado. En una carta reciente a su novia Ling había escrito: «Como dice nuestro antiguo sabio, "en este mundo nuestro, ocho o nueve veces de cada diez las cosas van mal". Las personas no son más que productos casuales de la buena o mala suerte a pesar de sus esfuerzos intencionados». Ella no había respondido, cosa que no le sorprendió. Su relación era tensa debido a aquel caso.

Detrás de él apareció una figura con chaqueta gris estilo Mao y se dirigió a él con voz seria y suave:

– Camarada inspector jefe Chen.

Reconoció a Zhang Hongwei, un veterano agente de seguridad del parque. En los años setenta, Zhang llevaba el brazal de Mao en la chaqueta y patrullaba con energía como si le hubieran colocado muelles de acero en los pies, echando miradas desconfiadas al libro de texto inglés que Chen tenía en la mano. Ahora era un cincuentón, calvo y con arrugas, y caminaba arrastrando los pies, con la misma chaqueta gris estilo Mao pero sin el brazal.

– Por favor, venga conmigo, camarada inspector jefe Chen.

Siguió a Zhang hasta un rincón parcialmente tapado por un arbusto a ras del malecón, a unos cinco metros de la entrada trasera. En el suelo yacía un cuerpo tendido de espaldas, mutilado, y con múltiples heridas, de las que la sangre se había derramado formando una telaraña surrealista. Se veía una línea de manchas negras que iba desde la orilla hasta el lugar donde se encontraba el cuerpo.

El inspector jefe Chen no había ni soñado jamás que le llamarían para examinar el escenario de un crimen en el parque del Bund.

– Estaba haciendo mi ronda matinal cuando tropecé con esto, camarada inspector jefe Chen. Usted viene a menudo por la mañana, todos lo sabemos -dijo Zhang en tono de disculpa-, así que…

– ¿Cuándo ha hecho su ronda esta mañana?

– Hacia las seis. Inmediatamente después de que abrieran el parque.

– ¿Cuándo hizo su última ronda anoche?

– A las once y media. Antes de cerrar comprobamos varias veces que no quedara nadie.

– Así que está seguro…

Su conversación fue interrumpida por unas carcajadas que resonaron en la orilla próxima a la entrada. Allí, una mujer joven posaba con una sombrilla japonesa para la cámara de un hombre también joven. Sentada en el murete del dique, inclinaba la parte superior del cuerpo hacia el agua. Una postura peligrosa. Tenía las mejillas sonrosadas; se vio el resplandor del flash de la cámara. Posiblemente era una pareja en viaje de luna de miel. Un día romántico iniciado tomando fotos en el parque del Bund.

– Evacué el parque y ciérrelo toda la mañana -ordenó Chen, frunciendo el ceño. Escribió algo en el dorso de un marcapáginas-. Llame a este número desde su oficina. Es el número del inspector Yu Guangming. Dígale que venga lo antes posible.

Mientras Zhang se alejaba apresuradamente, Chen se detuvo a examinar el cuerpo. Era un varón de cuarenta y pocos años, de altura y complexión medianas, vestido con pijama de seda de aspecto caro. Tenía el rostro manchado de sangre y cortes profundos, y el lado izquierdo del cráneo aplastado debido a un fuerte impacto. Era difícil imaginar cuál podía haber sido su aspecto cuando estaba vivo, pero no era preciso ser médico forense para ver que le habían asestado más de una docena de golpes con un arma afilada y pesada, más pesada que un cuchillo. Los cortes en los hombros eran tan profundos que dejaban el hueso a la vista. Teniendo en cuenta las múltiples heridas, la cantidad de sangre que había en el suelo era sorprendentemente escasa.

La chaqueta del pijama sólo tenía un bolsillo. Chen metió la mano. No había nada. Tampoco vio ninguna etiqueta en la ropa. Tocó con cuidado la mandíbula inferior y el cuello del cadáver, que no estaban ensangrentados. La rigidez era perceptible, pero el resto del cuerpo aún estaba relativamente blando. Había cierta lividez en las piernas. Al presionar con el dedo, las manchas purpúreas emblanquecieron, de manera que era probable que la muerte se hubiera producido cuatro o cinco horas antes.

Abrió un párpado del muerto: un ojo inyectado en sangre miró fijamente el firmamento, moteado de nubes. Las córneas no eran opacas todavía, lo que reforzaba el cálculo de que la muerte había sido reciente.

¿Cómo podía encontrarse un cadáver en el parque del Bund?

El inspector jefe Chen sabía una cosa de la dirección de Seguridad del parque. Los agentes de Seguridad, así como los voluntarios jubilados, hacían sus rondas nocturnas con diligencia, mirando en todas partes y anunciando por los altavoces: «¡Apresúrense! ¡Es la hora!», y enfocaban con sus linternas a los amantes que se hallaban en los rincones oscuros antes de cerrar la verja. En una ocasión había hecho un informe especial sobre ello al departamento, con el fin de justificar la dotación de más fondos por su trabajo nocturno. Con la gran escasez de vivienda que había en Shanghai, el parque se prestaba a los escarceos amorosos de los jóvenes que no gozaban de intimidad en su hogar, y era fácil que se olvidaran de que el tiempo pasaba y de que se encontraban en un lugar público. Ahí Seguridad hacía un buen trabajo. Zhang se había mostrado firme en descartar la posibilidad de que alguien se hubiera escondido en el parque antes de que cerraran, y Chen le creía.

Existía la alternativa de que hubieran entrado dos personas después de cerrar; no habría requerido mucho esfuerzo encaramarse al muro y saltar. Uno podía haber matado al otro y luego haber huido. Sin embargo, durante toda la noche había tráfico rodado y peatones en la zona. Sin duda un incidente así habría llamado la atención y se habría informado de él. La zona que rodeaba los arbustos tampoco apoyaba esta hipótesis. No había señales de pelea. Lo único que encontró el inspector jefe Chen fue dos o tres ramitas rotas. El hecho de que el cuerpo estuviera vestido con pijama sugería, además, que el asesinato había ocurrido antes, en una habitación, desde la que el cadáver había sido trasladado al parque. Quizá habían arrojado el cuerpo desde el río. El malecón no tenía gran altura. Con la marea alta de la noche, un cadáver lanzado desde un barco podía haber ido a parar al malecón y rodado hasta los arbustos, lo que también explicaría la línea de manchas negras dejadas en el suelo.

Pero había algo que desconcertaba a Chen. Nadie habría intentado deshacerse de un cadáver allí sin prever que lo descubrirían de inmediato. El parque era el centro de Shanghai, y a diario lo visitaban miles de personas. ¿Por qué transportar allí un cadáver?

Entonces fue cuando vio la figura familiar del inspector Yu caminando a grandes pasos a través de la neblina con una cámara colgada al hombro. Yu, un hombre alto de complexión media, con el rostro arrugado y los ojos hundidos, era su experimentado ayudante, aunque tenía un par de años más que Chen. Yu también era el único colega que no se quejaba a sus espaldas del rápido ascenso del inspector jefe, atribuible a la nueva política de cuadros de Deng Xiaoping que favorecía a los que poseían una educación formal. Yu era amigo suyo desde que habían resuelto el caso de la trabajadora modelo de rango nacional.

– ¿Aquí? -preguntó Yu, sin saludar formalmente a su jefe.

– Sí, aquí.

Yu empezó a hacer fotografías desde diferentes ángulos. Se arrodilló junto al cuerpo, hizo primeros planos y examinó las heridas con atención. Se sacó una cinta métrica del bolsillo de los pantalones y midió los cortes de la parte frontal del cadáver antes de darle la vuelta para examinar las heridas de la espalda. Entonces Yu miró a Chen por encima del hombro.

– ¿Alguna pista respecto a su identidad? -preguntó.

– Ninguna.

– Asesinato de la Tríada, me temo -dijo Yu.

– ¿Por qué lo cree?

– Mire las heridas. Heridas de hacha. Diecisiete o dieciocho. No son necesarias tantas. El número puede tener un significado específico. Es una práctica corriente entre los gánsteres. El golpe en el cráneo habría sido más que suficiente -Yu se puso en pie y se guardó la cinta métrica en el bolsillo-. La longitud media de las heridas es de seis o siete centímetros. Esto indica una mano firme con mucha fuerza. No es un trabajo de aficionados.

– Buenas observaciones -señaló Chen asintiendo-. ¿Dónde cree que tuvo lugar el asesinato?

– En cualquier lugar menos aquí. El tipo aún va en pijama. El asesino debió de traer el cuerpo como aviso especial. Es otra señal de un asesinato de la Tríada; para enviar un mensaje.

– ¿A quién?

– Tal vez a alguien en el parque -dijo Yu-, o a alguien que se enterará enseguida. Para que la noticia se difunda rápida y extensamente no hay mejor lugar que el parque.

– Entonces ¿cree que dejaron el cadáver aquí para que lo encontraran?

– Sí, eso creo.

– ¿Y cómo vamos a empezar?

Yu hizo una pregunta en lugar de responder.

– Jefe, ¿tenemos que ocuparnos del caso? No estoy diciendo que el departamento no deba hacerse cargo de él, pero si no recuerdo mal, nuestra brigada de casos especiales sólo se ocupa de casos políticos.

Chen comprendía las reservas de su ayudante. Normalmente su brigada no tenía que ocuparse de un caso hasta que el departamento lo declaraba «especial», por razones políticas señaladas o no señaladas. En otras palabras, «especial» era la etiqueta que se ponía cuando el departamento tenía que adaptar su enfoque para satisfacer necesidades políticas.

– Bien, se ha hablado de montar una nueva brigada… una brigada de la Tríada, pero este podría clasificarse como caso especial. Y no estamos seguros todavía de que sea un asesinato de la Tríada.

– Pero si lo es, será una patata caliente. Una patata que nos quemará las manos.

– Tiene razón -dijo Chen, consciente de a dónde quería ir a parar Yu. No demasiados policías podían tener interés por un caso relacionado con esas bandas.

– Esta mañana no he dejado de tener un tic en el párpado izquierdo. No es un buen presagio, jefe.

– Vamos, inspector Yu -el inspector jefe Chen no era un hombre supersticioso, a diferencia de algunos de sus colegas que consultarían el I Ching antes de aceptar un caso. Sin embargo, si la superstición no entraba en juego, realmente había una razón que le empujaba a hacerse cargo del caso. En aquel parque su suerte había dado un vuelco para mejorar.

– En la escuela primaria aprendí que Chiang Kai-shek subió al poder con ayuda de las bandas de Shanghai. Varios ministros de su gobierno eran miembros de la Tríada Azul -Yu se interrumpió, y prosiguió-. Después de 1949, los gánsteres fueron eliminados, pero reaparecieron en los años ochenta.

– Sí, lo sé -le sorprendió la inusual elocuencia de su ayudante. En general Yu hablaba sin citar libros ni historia.

– Esos gánsteres pueden ser mucho más poderosos de lo que imaginamos. Tienen ramificaciones en Hong Kong, Taiwan, Canadá, Estados Unidos y en todas las partes del mundo. Por no mencionar su conexión con algunos altos funcionarios de aquí.

– He leído informes sobre la situación -dijo Chen-. Al fin y al cabo, ¿para qué estamos los policías?

– Bueno, un amigo mío estuvo empleado cobrando deudas para una compañía dirigida por el Estado en la provincia de Anhui. Según decía, él depende totalmente del método sucio, el método de las tríadas. Actualmente no hay demasiada gente que crea en la policía.

– Ahora que esto ha ocurrido en el corazón de Shanghai, en el parque del Bund, no podemos quedarnos con los brazos cruzados -dijo Chen-. Esta mañana estaba por casualidad en el parque. Era mi destino. Así que déjeme hablar de ello con el Secretario del Partido. Al menos haremos un informe y enviaremos una nota con el retrato de la víctima. Tenemos que identificarla.

Cuando por fin los empleados de la funeraria se llevaron el cadáver, el inspector jefe y su ayudante regresaron al malecón, y se quedaron allí con los codos apoyados en la baranda. El desierto parque tenía un aspecto extraño. Chen sacó un paquete de cigarrillos Kent. Encendió uno para Yu y otro para él.

– «Sabes que no se puede hacer, pero tienes que hacerlo de todos modos.» Es una de las máximas de Confucio que recitaba mi difunto padre.

Yu dijo en tono conciliador:

– Decida lo que decida, estoy con usted.

Chen entendió el razonamiento de Yu, pero no quería hablar del suyo. El significado sentimental que el parque del Bund tenía para él era íntimo. Existía cierta justificación política para que se hiciera cargo del caso. Si estaba involucrada una banda asesina organizada, como sospechaba, podía afectar a la imagen de la ciudad. En las postales, en el cine, en los libros de texto y en sus propios poemas, el parque del Bund simbolizaba Shanghai. Como inspector jefe era responsable de preservar la imagen de la ciudad. Lo fundamental era que había que investigar el asesinato cometido en el parque, y él estaba allí.

Respondió:

– Gracias, inspector Yu. Sé que puedo confiar en usted.

Cuando salían del parque vieron a un grupo de personas que se agolpaban frente a la verja, en la que acababan de colgar un cartel que decía que el parque permanecería cerrado todo el día debido a obras de renovación.

Cuando no se podía decir la verdad, cualquier excusa era buena. A lo lejos, una blanca gaviota recortada en el horizonte sobrevolaba el agua ligeramente dorada, como si llevara el sol en sus alas.

CAPÍTULO 2

– Ha llegado muy lejos, camarada inspector jefe Chen -dijo sonriendo el Secretario del Partido Li Gauohua, del Departamento de Policía de Shanghai, recostado en el sillón giratorio de piel marrón junto a la ventana. El espacioso despacho del Secretario del Partido Li daba a la zona central de Shanghai.

El inspector jefe Chen se sentó al otro lado del escritorio de caoba, frente a él, con una taza de té verde Dragón Well en las manos, cerca de la boca, invitación especial que se habría hecho a pocas personas en el despacho del poderoso Secretario del Partido.

Como cuadro destacado con posibilidades de promoción, Chen le debía mucho a Li, su mentor en la política del departamento. Li había introducido a Chen en el Partido, no había escatimado esfuerzos para mostrarle cómo funcionaba aquello y le ascendió a su actual puesto. Policía de nivel inicial en la primera mitad de la cincuentena, Li había ascendido poco a poco hasta la cima del departamento, abriéndose paso a través de los escombros de los movimientos políticos, apostando por los ganadores en las luchas internas del Partido. De manera que la gente veía que Li había elegido a Chen como su posible sucesor por evidente interés, en especial después de que se hiciera pública en el pequeño círculo más íntimo la relación de Chen con Ling, la hija de un miembro del politburó de Beijing. Sin embargo, para ser justos con Li hay que decir que éste no se había apercibido de esta relación hasta después del ascenso de Chen.

– Gracias, Secretario del Partido Li. Como dijo nuestro sabio: «Un hombre está dispuesto a dejar su vida por quien le aprecia y una mujer se pone hermosa para quien la aprecia».

Aún no se consideraba de buen gusto político citar a Confucio, pero Chen supuso que a Li no le desagradaría.

– El Partido siempre ha tenido muy buena opinión de usted -dijo Li en un tono de voz oficial. Llevaba la chaqueta Mao abrochada hasta la barbilla a pesar de que el tiempo era cálido-. De manera que es un trabajo para usted, inspector jefe Chen, sólo para usted.

– Ya habrá oído hablar de ello -a Chen no le sorprendió que otro hubiera informado a Li del cadáver hallado en el parque del Bund aquella mañana.

– Mire esa fotografía -Li sacó una foto de una carpeta marrón que había sobre el escritorio-. Inspectora Catherine Rhon, representante del Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia de ee.uu.

Era la fotografía de una mujer joven, rayando los treinta, guapa, de aspecto vivo, con grandes ojos azules que relucían a la luz del sol.

– Es muy joven -Chen examinó la fotografía, totalmente confundido.

– La inspectora Rohn ha estudiado chino en la universidad. Es algo así como sinóloga en el Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia. Y usted es el erudito de nuestra fuerza.

– Un momento… ¿de qué trabajo está hablando, Secretario del Partido Li?

En la calle, de vez en cuando, se oía una sirena a lo lejos.

– La inspectora Rohn acompañará a Wen Liping a Estados Unidos. Su trabajo es ayudarla a cumplir esta misión -Li se aclaró la garganta antes de proseguir-. Es un trabajo importante. Sabemos que podemos contar con usted, inspector jefe Chen.

Chen comprendió que Li estaba hablando de un asunto completamente distinto.

– ¿Quién es Wen Liping? No tengo la menor idea de este trabajo, Secretario del Partido Li.

– Wen Liping es la esposa de Feng Dexiang.

– ¿Quién es Feng Dexiang?

– Un granjero de Fujian, ahora testigo crucial en un caso de inmigración ilegal en Washington.

– ¿Qué es lo que hace que Feng sea tan especial?

Li sirvió agua caliente en la taza de Chen.

– ¿Ha oído hablar de alguien llamado Jia Xinzhi?

– Jia Xinzhi… sí, he oído hablar de él, es un notorio magnate de la Tríada que reside en Taiwan.

– Jia ha estado involucrado en varias actividades delictivas internacionales. Es el cabeza de turco de un pez gordo. Ha sido arrestado en Nueva York en relación con esas actividades. Para condenarle, las autoridades norteamericanas necesitan un testigo que declare sobre su implicación en un barco que se utiliza para tráfico de inmigrantes, La esperanza dorada.

– Ah, recuerdo haber leído algo sobre esa desastrosa operación hace un par de meses. El barco, que llevaba más de trescientos chinos, quedó varado en la costa de ee.uu. Cuando llegó la Guardia Costera, a bordo sólo quedaba una mujer embarazada enferma. Estaba demasiado débil para saltar a uno de los botes de pesca que se suponía iba a trasladarles a tierra. Más tarde se encontraron varios cuerpos en el mar, los que no habían acertado a caer en los botes.

– Ese es el barco -dijo Li-. O sea que conoce los antecedentes. Jia es el propietario de La esperanza dorada.

– Tenemos que hacer algo con el tráfico de hombres -dijo Chen, dejando su taza, en la que las hojas de té ya no eran tan verdes-. La situación se ha deteriorado en los últimos años. En especial en las zonas costeras. Esa no es la manera en que queremos que China se abra al mundo.

– Feng Dexiang era uno de los que iban en La esperanza dorada. Logró subir a un barco de pesca, y empezó como «negro» en Nueva York, trabajando día y noche para pagarse el pasaje.

– He oído decir que esa gente trabaja como animales. La mayoría no saben lo que en realidad les espera allí. Tenemos que asestar un buen golpe a la banda, al cabeza de la serpiente.

– Jia es escurridizo como una anguila de arrozal. Los norteamericanos llevan años tras él. Ahora por fin tienen una buena oportunidad de atraparle por la muerte de los del barco que se hundió -dijo Li-. Feng fue atrapado en una pelea entre bandas en Nueva York y le arrestaron. Enfrentado a cargos criminales y la deportación, hizo un trato a cambio de servir como testigo contra Jia.

– ¿Feng fue el único del barco al que encontraron?

– No, cogieron a otros.

– ¿Por qué tienen que hacer un trato exclusivamente con Feng?

– Bueno, una vez atrapados, los inmigrantes de China piden asilo político alegando problemas de derechos humanos, como la política de un hijo por familia y la amenaza del aborto obligado. El asilo político se concede fácilmente y no tienen que hacer tratos con el gobierno norteamericano. Feng no tenía nada en lo que basar esta petición. Su único hijo murió hace varios años. Así que decidió cooperar.

– ¡Qué astuto! -exclamó Chen-. Pero Jia no sólo está involucrado en inmigración ilegal, no es sólo una cabeza de serpiente, sino también la cabeza de un dragón, un líder de la Tríada internacional. Una vez salga a la luz la identidad de Feng cabe esperar una venganza despiadada.

– Como su declaración es indispensable en el juicio de Jia, los norteamericanos han admitido a Feng en su Programa de Protección de Testigos del Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia de ee.uu. También le han concedido su solicitud de reunificación familiar con Wen Liping, su esposa, que está embarazada. Nos han pedido ayuda para este asunto.

– Si el juicio contribuye a detener la oleada de emigración ilegal de China será algo bueno para ambos países -Chen buscó un paquete de cigarrillos en el bolsillo de los pantalones-. Detesto leer la propaganda occidental que considera que nuestro gobierno es el poder maligno que hay detrás de ello.

– A nuestro gobierno no le resultó fácil decidirse a concederle esta petición.

– ¿Por qué no?

– Bueno, a algunos de nuestros antiguos camaradas no les gusta que los norteamericanos den órdenes a todos los que les rodean -Li le ofreció una cigarrera de plata con cigarrillos con filtro: Panda, una marca asequible sólo para los cuadros del Partido con un rango muy superior al de Chen-. Tampoco ayudará a los esfuerzos que hacemos para acabar con la gente que emigra ilegalmente impidiendo que su familia vaya con ellos. Esta ha sido una de nuestras medidas más efectivas contra el contrabando de personas. Les cuesta años legalizar su situación en el extranjero y luego, cuando inician los trámites para que su familia se reúna con ellos, les ponemos las cosas difíciles. Tardan varios años más, al menos.

– O sea que antes de partir tienen que pensar en las consecuencias de tan larga separación.

– Exactamente. El que Wen pudiera reunirse con su marido tan pronto enviaría un mensaje equivocado. No obstante, después de muchas conversaciones a niveles altos de nuestros dos gobiernos se llegó al acuerdo de cooperar.

– Es en interés mutuo de los dos países -Chen eligió bien sus palabras-. Si no cooperamos, los norteamericanos pueden pensar que estamos a favor de que continúe el tráfico de personas.

– Eso es lo que dije en la teleconferencia del ministerio esta mañana.

– Como se ha llegado a un acuerdo, por supuesto es cuestión de dejar que Wen vaya a reunirse con su esposo -Chen volvió a coger la foto-. ¿Por qué tiene que enviar el Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia de ee.uu. un agente a Shanghai?

– Nuestra policía local ha tardado un poco en realizar los trámites, conseguir todos los documentos y aprobaciones necesarias. Feng jura que no declarará si Wen no llega antes de la fecha del juicio. Los norteamericanos estaban muy preocupados. El viaje de la inspectora Rohn se propuso para ayudar a Wen a conseguir su visado, pero en realidad es para presionarnos a nosotros.

– ¿Cuándo empezará el juicio?

– El veinticuatro de abril. Hoy estamos a ocho de abril.

– Entonces, démonos prisa. En un caso especial seguramente se puede conseguir un pasaporte y todo lo necesario en veinticuatro horas. ¿Por qué me asignan el caso a mí?

– La esposa de Feng ha desaparecido. El ministro de Beijing se enteró de ello anoche, y la inspectora Rohn ya está en camino.

– ¿Cómo pudo desaparecer?

– No lo sabemos. Pasara lo que pasara, su desaparición nos ha puesto en una situación violenta. Los norteamericanos pensarán que tratamos de retirarnos del trato.

El inspector jefe Chen frunció el entrecejo. En circunstancias normales la tramitación de una solicitud de pasaporte para un ciudadano chino corriente podía durar meses, pero si el gobierno central les había dado luz verde la policía local debería haber actuado con rapidez. Ahora, después de un retraso inexplicable, ¿cómo podía haber desaparecido Wen? No tenía sentido. Quizá todo el asunto era una tapadera. Cuando había intereses nacionales de por medio todo era posible. Sin embargo, no parecía demasiado probable que fuera así. Beijing podía haberse negado a colaborar con ee.uu. desde el principio. Romper el acuerdo a estas alturas significaría perder su confianza.

En lugar de compartir estos pensamientos con Li, Chen preguntó:

– Entonces, ¿qué se espera que hagamos, Secretario del Partido Li?

– Encontraremos a Wen. La policía local ya la está buscando. Usted se ocupará.

– ¿Acompañaré a la inspectora Rohn a Fujian?

– No. Será una investigación conjunta de la policía de Fujian y la de Shanghai. De momento, su responsabilidad es la inspectora Rohn en Shanghai.

– ¿Cómo puedo ocuparme si tengo que acompañar aquí a una mujer norteamericana?

– Ella es nuestra invitada especial en la primera acción conjunta que realizan China y ee.uu. contra la inmigración ilegal -dijo Li-. ¿Qué quiere que haga ella en Fujian? Allí las cosas se pueden poner peligrosas. Su seguridad es prioritaria. Para que su estancia sea segura y satisfactoria, usted la acompañará en Shanghai. La mantendrá informada y entretenida.

– ¿Eso es tarea de un inspector jefe de policía chino? -Chen miraba fijamente las fotografías que colgaban en la pared del despacho de Li, la larga y variopinta carrera de un político estrechando la mano de otros políticos, dando discursos en conferencias del Partido, haciendo presentaciones en el departamento, en diferentes ocasiones, en diferentes lugares. Li era el funcionario número uno del Partido en el departamento, y no había una sola fotografía que mostrara a Li trabajando de policía.

– Claro que lo es. Y una tarea muy importante. El gobierno chino está decidido a mantener bajo control el tráfico de personas. Los norteamericanos no deben tener ninguna duda de ello. Debemos convencer a la inspectora Rohn de que estamos haciendo todo lo posible. Puede que haga toda clase de preguntas, y le haremos saber todo lo que podamos. La situación requiere un funcionario con experiencia como usted. Existe una línea, huelga decirlo, entre el interior y el exterior.

– ¿Cuál puede ser… la línea? -le interrumpió Chen, aplastando el cigarrillo en el cenicero de cristal con forma de cisne.

– Es posible que la inspectora Rohn se muestre escéptica, por ejemplo, respecto al trámite del pasaporte. Puede que en nuestro trabajo haya cierta cantidad de burocracia, pero es como en cualquier otra parte. No sirve de nada hacer un mundo de ello. Debemos tener presente la imagen incorruptible del gobierno chino. Usted sabrá lo que ha de decir, inspector jefe Chen.

Chen no sabía qué decir. No sería tarea fácil convencer a un compañero norteamericano cuando él compartía las mismas dudas. Tendría que ir con más cuidado que si pisara una fina capa de hielo. La política. El inspector jefe Chen estaba harto. Dejó la taza.

– Me temo que no puedo aceptar el caso, Secretario del Partido Li. En realidad, he venido a hablar con usted de otra investigación. Esta mañana se ha descubierto un cadáver en el parque del Bund. Las heridas sugieren que puede tratarse de un asesinato de la Tríada.

– ¿Un asesinato de la Tríada en el parque del Bund?

– Sí, tanto el inspector Yu como yo hemos llegado a la misma conclusión, pero aún no tenemos ninguna pista en cuanto a qué banda es responsable. Así que me centraré en la investigación de este caso de homicidio. Podría dañar la imagen de nuestro nuevo Shanghai.

– Es cierto -le interrumpió Li-. Puede muy bien ser un asunto para su brigada especial, pero el caso de Wen es mucho más urgente. El caso del parque del Bund puede esperar hasta que se marche la inspectora Rohn. No retrasará demasiado las cosas.

– No creo que yo sea un buen candidato para encargarse del caso de Wen. Alguien de Seguridad Interna o del Ministerio de Asuntos Exteriores sería más adecuado.

– Permítame que le diga algo, inspector jefe Chen, esto es lo que ha decidido el ministerio en Beijing. El propio ministro Huang le recomendó a usted para esa tarea durante la teleconferencia.

– ¿Por qué, Secretario del Partido Li?

– La inspectora Rohn sabe chino. Por eso el ministro Huang insistió en que su homólogo chino no sólo debe ser de confianza en el plano político, sino que también ha de hablar inglés. Usted es un joven cuadro que habla inglés y tiene experiencia en acompañar a occidentales.

Puesto que ella habla chino, no veo por qué su compañero de aquí tiene que saber inglés. En cuanto a mi experiencia, sólo he trabajado como representante de la Asociación de Escritores Chinos. Aquello fue completamente distinto, hablábamos de literatura. Para esta tarea estaría más preparado un agente de inteligencia.

– El dominio que posee esa mujer del chino es limitado. Algunos de los nuestros la conocieron en Washington. Hizo un buen trabajo acompañándoles, pero para las reuniones formales tuvieron que contratar a un intérprete profesional. Creemos que usted tendrá que hablar inglés la mayor parte del tiempo.

– Me honra que el ministro Huang haya pensado en mí -dijo Chen lentamente, tratando de encontrar alguna otra excusa que sonara a oficial-. Soy demasiado joven e inexperto para semejante tarea.

– ¿Cree que es tarea para un anciano como yo? -replicó Li con un suspiro, hundidos sus ojos con bolsas a la luz de la mañana-. No deje que los años se le escapen sin realizar algo. Hace cuarenta años a mí también me gustaba la poesía. ¿Conoce estos versos del general Yue Fei?: «No malgastes el tiempo de tu juventud no haciendo nada / hasta que tengas el pelo cano, / lamentándote en vano».

Chen se quedó sorprendido. Li nunca le había hablado de poesía, y mucho menos recitado versos de memoria.

– Y en la reunión en el ministerio también se habló de otro criterio -prosiguió Li-. El candidato debía ofrecer una buena imagen de nuestra fuerza policial.

– ¿Qué significa eso?

– ;La inspectora Rohn no es muy presentable? -Li cogió la fotografía-. Usted ofrecerá una imagen magnífica de la fuerza policial. Traductor y poeta modernista, con un profundo conocimiento de la literatura occidental.

Aquello se estaba volviendo absurdo. ¿Qué esperaban en realidad de él? Que fuera un actor, un guía turístico, un modelo, un especialista en relaciones públicas; todo menos un policía.

– Esa es la razón por la que no debo aceptar el trabajo, Secretario del Partido Li. Ya ha habido habladurías sobre mi exposición a la cultura occidental, la decadencia burguesa o lo que sea. Si acompaño a una agente norteamericana para comer juntos, ir de compras, visitar la ciudad… en lugar de hacer trabajo de verdad, ¿qué pensarán?

– Bueno, tendrá trabajo para hacer.

– ¿Qué trabajo, Secretario del Partido Li?

– Wen Liping es de Shanghai. A principios de los setenta era una joven educada. Podría haber vuelto a Shanghai. De manera que usted investigará un poco aquí.

Esto distaba mucho de ser convincente. No se necesitaba un inspector jefe para entrevistar a los posibles contactos de Wen, a menos que se esperara de él que hiciera una exhibición para impresionar a la norteamericana, reflexionó Chen.

Li se levantó y puso las manos en los hombros de Chen.

– Es una misión a la que no se puede negar, camarada Chen Cao. Es en interés del Partido.

– ¡En interés del Partido! -Chen también se puso en pie. En la calle se produjo un apretado atasco en la calle Fuzhou. Sería inútil seguir aduciendo razones-. Usted siempre tiene la última palabra, Secretario del Partido Li.

– En realidad la tiene el ministro Huang. Todos estos años el Partido siempre ha confiado en usted. ¿Qué es lo que ha citado antes de Confucio?

– Lo sé, pero… -no sabía cómo continuar.

– Comprendemos que se hace cargo del caso en un momento crítico. El ministerio le proporcionará fondos especiales. Presupuesto sin límite. Lleve a la inspectora Rohn a los mejores restaurantes, teatros, cruceros… lo que usted decida. Gaste todo lo que pueda. No deje que los norteamericanos crean que somos tan pobres como esa gente que huye en barco. Esto también es trabajo de relaciones con el extranjero.

La mayoría de personas encontrarían atractiva esta misión. Hoteles de primera, diversión y banquetes. China no debía perder prestigio ante las visitas occidentales: era una de las normas de las relaciones con el extranjero que Chen había aprendido. Sin embargo, aquella misión tenía otra cara: la vigilancia secreta del gobierno. Seguridad Interna acecharía por detrás.

– Haré todo lo que pueda. Sólo quiero pedir dos cosas, Secretario del Partido Li.

– Adelante.

– Quiero que el inspector Yu Guangming sea mi compañero en el caso.

– El inspector Yu es un policía con experiencia, pero no habla inglés. Si necesita ayuda, me gustaría sugerir a otra persona.

– Enviaré al inspector Yu a Fujian. No sé qué ha hecho hasta ahora la policía local. Tenemos que descubrir la causa de la desaparición de Wen -dijo Chen, tratando de captar algún cambio en la expresión de Li, pero no vio ninguno-. El inspector Yu puede mantenerme informado de los últimos acontecimientos producidos allí.

– ¿Qué pensará la policía de Fujian?

– Allí estoy yo al cargo, ¿no?

– Por supuesto, tiene el control absoluto de toda la operación. Sus órdenes serán obedecidas.

– Entonces le enviaré a Fujian esta tarde.

– Bien, si insiste -accedió Li-. ¿Necesita ayuda aquí? Estará totalmente ocupado con la inspectora Rohn.

– Es cierto. Tengo algún otro trabajo pendiente. Y también está el cadáver del parque.

– De veras quiere trabajar en el caso del parque del Bund? No creo que tenga tiempo, inspector jefe Chen.

– Hay que hacer un poco de trabajo preliminar. No puede esperar.

¿Qué me dice del sargento Qian Jun? Puede servirle de ayudante temporal.

A Chen no le gustaba Qian, un joven graduado de la academia de policía con una cabeza antigua para la política. Sin embargo, sería excesivo volver a rechazar la sugerencia de Li.

Qian está bien. Yo estaré casi todo el tiempo fuera con la inspectora Rohn. Cuando el inspector Yu venga, Qian puede transmitirle los mensajes.

– Qian también puede ayudar con el papeleo -añadió Li con una sonrisa-. Ah, en esta misión hay una subvención para ropa. No se olvide de ir a ver al contable del departamento.

– ¿Esa asignación no es sólo para los que salen al extranjero?

– Tendrá que vestir de la mejor manera posible para los que vengan del extranjero. Recuerde: tiene que dar una buena imagen de nuestra fuerza policial. También puede reservar una habitación en el Peace Hotel. Allí es donde se alojará la inspectora Rohn. Será más cómodo para usted.

– Bien… -la perspectiva de alojarse en aquel famoso hotel era tentadora. Vivir en una habitación que daba al Bund no sólo sería un placer para él. Había invitado a la familia del inspector Yu a darse un baño caliente cuando se alojó en el Hotel Jing River. La mayoría de familias de Shanghai no disponían de cuarto de baño, y mucho menos de agua caliente. Sin embargo, no necesariamente sería sensato, concluyó Chen, el que se alojara en el mismo hotel que una agente norteamericana-. No será necesario, Secretario del Partido Li. Es un paseo de diez minutos desde aquí. Podemos ahorrar dinero al departamento.

– Sí, siempre debemos seguir la tradición consagrada del Partido: vivir con sencillez y trabajar duramente.

Cuando salió del despacho de Li, Chen estaba intranquilo por el inaprensible recuerdo de lo que le había sucedido, no mucho tiempo atrás, en otro hotel.

«¿Qué puede revivirse en la memoria / si se pierde allí al instante?».

Oprimió el botón del ascensor; volvía a estar estropeado.

CAPÍTULO 3

El avión llevaba retraso.

Las cosas empezaban a ir mal desde el principio, pensó Chen. Mientras esperaba en el aeropuerto internacional Hongqiao de Shanghai, miraba fijamente la información que aparecía en el monitor de salidas y llegadas, que a su vez parecía mirarle fijamente a él, reflejando su frustración.

En el exterior la tarde era despejada y fresca, pero la visibilidad local en el aeropuerto Narita de Tokio, según el mostrador de información, era extremadamente mala. De modo que los pasajeros que tenían que hacer trasbordo allí, entre los que se encontraba Catherine Rohn, que volaba con United Airlines, tenían que esperar hasta que mejorara el tiempo.

La puerta cerrada parecía inexplicablemente intimidante.

No le gustaba la misión, aunque el resto del departamento habría estado de acuerdo, por una vez, en que él era el candidato ideal para ella. Vestido con un traje nuevo, incómodo con una corbata de nudo apretado, una cartera de piel en la mano y haciendo esfuerzos por ensayar lo que le diría a la inspectora Rohn cuando llegara, esperó.

Sin embargo, la mayoría de la gente que estaba sentada en el aeropuerto parecía estar de buen humor. Un hombre joven estaba tan nervioso que no paraba de dar vueltas a su móvil, pasándoselo de una mano a la otra. Un grupo de cinco o seis personas, aparentemente una familia, iban por turnos a ver el monitor de salidas y llegadas. Un hombre de edad madura intentaba enseñar a una mujer también de edad madura unas cuantas palabras sencillas en inglés, pero al fin lo dejó, meneando la cabeza con una sonrisa afable.

Sentado en un asiento de un rincón, reflexionando sobre el posible paradero de Wen, el inspector jefe Chen se inclinaba por la idea de que la desaparición de Wen se debía a un secuestro por parte de la tríada local. Por supuesto, Wen podía haber sufrido un accidente. En cualquiera de los dos casos las pistas estarían en Fujian. Pero su tarea consistía en mantener a la inspectora Rohn a salvo y satisfecha en Shanghai. Segura lo estaría, pero ¿satisfecha? Si la policía de Fujian no lograba encontrar a Wen, ¿cómo podría él convencerla de que la policía china había hecho todo lo que había podido?

En cuanto a la posibilidad de que Wen se hubiera ocultado, parecía improbable. Según la información inicial, hacía meses que había solicitado un pasaporte y realizado un par de viajes a Fuzhou con ese fin. ¿Por qué iba a desaparecer voluntariamente en aquellos momentos? De haber tenido un accidente, ya se habría descubierto.

Desde luego, cabía otra posibilidad: las autoridades de Beijing querían echarse atrás. Cuando se trataba de intereses nacionales todo era posible. En este caso, su trabajo sería como mucho patético, como una ficha del juego dego colocada en el tablero para distraer la atención del contrincante.

Decidió no seguir especulando. No servía de nada. En un discurso sobre la reforma económica de China, el camarada Deng Xiaoping había utilizado la metáfora de cruzar el río pisando una piedra tras otra. Cuando no se pueden prever los problemas ningún plan puede evitarlos. Ese era el único rumbo que ahora Chen podía tomar.

Abrió su maletín y buscó la fotografía de la inspectora Rohn para echarle otro vistazo, pero la fotografía que sacó fue la de una mujer china: Wen Liping.

Rostro enjuto y demacrado, cetrino, el pelo alborotado, con profundas líneas alrededor de unos ojos apagados, cuyas comisuras parecían cargadas de pesos invisibles. Esta era la mujer que aparecía en la fotografía reciente utilizada en su solicitud de pasaporte. Qué diferente de las que aparecían en su expediente del instituto, en las que Wen, mirando hacia el futuro, aparecía joven, bonita, llena de vida, su brazal rojo reluciente al levantar el brazo al cielo durante la Revolución Cultural. En el instituto, Wen había sido «reina», aunque en aquella época este término no se utilizaba.

Le impresionó en particular una fotografía suya tomada en la estación de ferrocarril de Shanghai. Wen bailaba con un corazón de papel rojo que mostraba un carácter chino -leal- en la mano. Cuello largo, elegante, piernas estupendas, mechones de pelo negro rizado sobre la mejilla y un brazal rojo en la manga verde. Se hallaba en el centro de un grupo de jóvenes educados, sus ojos almendrados entrecerrados a la luz del sol, con gente que hacía sonar tambores y gongs en un mar de banderas rojas al fondo. Bajo la fotografía había una leyenda: Joven educada Wen Liping, graduada de la clase del '70, Instituto del Gran Salto Adelante. La fotografía había aparecido en Wenhui Daily a principios de los setenta, cuando los graduados de instituto de las ciudades, los jóvenes educados, eran enviados al campo como respuesta a la declaración del presidente Mao: «Es necesario que los jóvenes educados reciban re-educación de los campesinos pobres y de clase media-baja».

Wen fue a la aldea de Changle, en la provincia de Fujian, como joven educada «relativamente ambiciosa». Poco después -en menos de un año- se casó con Feng Dexiang, un hombre quince años mayor que ella, jefe del Comité Revolucionario de la Comuna del Pueblo de Changle. Se daban diferentes explicaciones de ese matrimonio. Algunos la describían a ella como una seguidora de Mao demasiado ardiente, pero otros afirmaban que la causa era el embarazo. Al año siguiente tuvo un hijo. Con su vástago recién nacido atado a la espalda, con ropa negra hecha en casa empapada en sudor, trabajando desnuda en los campos de arroz, pocos la habrían reconocido como una joven educada de Shanghai. En los años siguientes volvió a Shanghai una sola vez, para asistir al funeral de su padre. Después de la Revolución Cultural, a Feng le cambiaron de puesto. Además de su trabajo en el arrozal y los campos de verduras, Wen empezó a trabajar en una fábrica comunal para mantener a la familia. Después su único hijo murió en un trágico accidente. Varios meses antes, Feng se había marchado a bordo de La esperanza dorada.

No era de extrañar, pues, observó Chen, que la fotografía de su pasaporte fuera tan diferente de las de su expediente del instituto.

«La flor cae, el agua fluye y la primavera desaparece. / El mundo ha cambiado.»

Transcurridos veinte años en un abrir y cerrar de ojos, Wen se había graduado en el instituto unos dos o tres años antes que él. El inspector jefe Chen pensó entonces que, en comparación, él tenía muy poco de lo que quejarse de su vida, a pesar de aquella absurda misión.

Consultó su reloj. Aún faltaba un poco para que llegara el avión. Fue a una cabina telefónica y llamó a Qian Jun al departamento.

– ¿Ha llegado el inspector Yu?

– Todavía no.

– El vuelo lleva retraso. Tengo que esperar a la norteamericana y luego acompañarla al hotel. No creo que vuelva al despacho esta tarde. Si llama Yu, dígale que me llame a casa. Y a ver si puede acelerar el informe sobre la autopsia del cadáver hallado en el parque.

– Haré todo lo que pueda, inspector jefe Chen -dijo Qian-. Así que ahora lleva usted esa investigación.

– Sí, una víctima de asesinato hallada en el parque del Bund es otra prioridad política para nosotros.

– Por supuesto, inspector jefe Chen.

Luego telefoneó a Peiqin, la esposa del inspector Yu.

– Peiqin, soy Chen Cao. Estoy en el aeropuerto. Lamento haber tenido que hacer salir a Yu con tanta prisa.

– No tiene que disculparse, inspector jefe Chen.

– ¿Ha llamado a casa?

– No, todavía no. Supongo que le llamará a usted primero.

– Debe de haber llegado sano y salvo. No se preocupe. Probablemente tendré noticias de él esta noche.

– Gracias.

– Cuídese, Peiqin. Recuerdos a Qinqin y al Viejo Cazador.

– Lo haré. Cuídese.

Deseaba poder estar con Yu, discutiendo hipótesis con su compañero habitual, aunque a Yu no le entusiasmaba hacerse cargo del caso de Wen, menos aún que encargarse del caso del parque del Bund. Aunque los dos hombres eran diferentes en casi todo, eran amigos. Él había visitado varias veces la casa de Yu y se lo había pasado bien, a pesar de que todo el apartamento consistía en una habitación de no más de diez o doce metros cuadrados, donde Yu, su esposa e hijo dormían, comían y vivían, junto a la habitación que era el hogar del padre de Yu. Yu era un cordial anfitrión que sabía jugar muy bien al go, y Peiqin era una magnífica anfitriona, que servía comida excelente y también hablaba de literatura china clásica.

Chen recuperó su asiento del rincón y decidió leer un poco sobre el tráfico de personas en Fujian. El material estaba en inglés, ya que este tema estaba prohibido en las publicaciones chinas. No había leído más de dos o tres líneas cuando una joven madre que empujaba un cochecito de bebé fue a sentarse a su lado. Era una mujer atractiva de unos veinticinco años, con facciones delgadas y finas y una leve sombra bajo sus grandes ojos.

– ¿Inglés? -dijo ella, mirando el material que él tenía en la mano.

– Sí -se preguntó si se había sentado a su lado porque había visto lo que estaba leyendo.

La joven llevaba un vestido blanco de un tejido ligero, caftán, que parecía flotar en torno a sus largas piernas mientras con un pie calzado con sandalias mecía el cochecito. En él dormía un bebé rubio.

– Todavía no ha visto a su papá norteamericano -dijo ella en chino-. Mire su pelo: del mismo color que el oro.

– Es una monada.

– Rubio -dijo en inglés.

En aquella época circulaban muchas historias sobre matrimonios mixtos. El bebé que dormía era adorable, pero el énfasis que ella daba al color de su pelo molestó al inspector jefe. Daba la impresión de que creía que cualquier cosa asociada con los occidentales era algo de lo que estar orgulloso.

Se levantó para llamar otra vez por teléfono. Por fortuna, descubrió una cabina que aceptaba monedas para una conferencia. «El tiempo es dinero» era un eslogan políticamente correcto, popular desde hacía poco tiempo, en los años noventa. Sin duda allí era correcto. Llamó al camarada Hong Liangxing, superintendente del departamento de policía de Fujian.

– Superintendente Hong, soy Chen Cao. El Secretario del Partido Li acaba de asignarme el caso Wen, y no sé nada de la investigación. Usted domina la situación.

– Vamos, inspector jefe Chen. Sabemos que la decisión la tomó el ministerio. Haremos todo lo posible por ayudar.

– Puede empezar informándome de los datos generales, superintendente Hong.

– La emigración ilegal es un problema desde hace años en el distrito. Después de mediados de los ochenta, las cosas empeoraron. Con la política de la Puerta Abierta, la gente tuvo acceso a la propaganda de Occidente y empezó a soñar con excavar en las Montañas de Oro allende el mar. Se establecieron las redes de contrabando de Taiwan. Con sus grandes y modernos barcos se podía cruzar el océano, y también era algo sumamente provechoso.

– Sí, personas como Jia Xinzhi se convirtieron en cabezas de serpiente.

– Y las bandas locales como los Hachas Voladoras ayudaron. Sobre todo asegurándose de que la gente pagara a su debido tiempo a las redes de contrabando.

– ¿Cuánto?

– Treinta mil dólares norteamericanos por persona.

– Vaya, cuánto. Se podría vivir con comodidad con los intereses de semejante suma. ¿Por qué se arriesgan de ese modo?

– Creen que pueden ganar esa suma pasando uno o dos años allí. Y el riesgo no es tan grande debido a los cambios producidos en nuestro sistema legal en los últimos años. Si les cogen, ya no les meten en la cárcel ni en campos de trabajo. Sólo les devuelven a casa. Tampoco después se ejercen presiones políticas sobre ellos. Así que no les preocupan las consecuencias.

– En los años setenta se les habría castigado con una larga condena en la cárcel -dijo Chen. Uno de sus profesores había sido encarcelado simplemente por el llamado delito de escuchar la Voz de América.

– Y uno de los factores, no lo creerá, es la política de ee.uu. Cuando allí cogen a la gente, deberían devolverla a China de inmediato, ¿verdad? No, les permiten quedarse largos períodos y se les anima a pedir asilo político. Con ello nos han perjudicado. Si esta vez los norteamericanos pueden atrapar a Jia, será un duro golpe para las redes de tráfico de personas.

– Está usted muy familiarizado con todos los aspectos del asunto, superintendente Hong. El inspector Yu y yo realmente contamos con su ayuda. No sé si Yu habrá llegado ya a Fujian.

– Creo que sí, pero no he tenido noticias suyas directamente.

– Estoy esperando a la norteamericana en el aeropuerto. Me estoy quedando sin monedas. Tengo que colgar. Volveré a llamarle esta noche, superintendente Hong.

– Llámeme en cualquier momento, inspector jefe Chen.

La conversación parecía haber ido mejor de lo que esperaba. En general, la policía local no se mostraba tan colaboradora con los forasteros.

Colgó el teléfono y se volvió de nuevo hacia el monitor de llegabas y salidas. La hora prevista había cambiado. El avión llegaría en veinte minutos.

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