CAPÍTULO 27

Llegaron al hotel al anochecer.

El inspector jefe Chen telefoneó desde la habitación de Catherine al inspector Yu. Como éste sabía que ella estaba presente, no dijo gran cosa al teléfono, salvo que le entregarían a Chen una nueva cinta con una entrevista.

Luego ella dijo que quería telefonear a su supervisor.

Él se excusó y salió al pasillo a fumar un cigarrillo.

Fue una conversación breve. Ella salió antes de que se hubiera acabado de fumar el cigarrillo. Contemplando la antigua ciudad al anochecer, dijo que su jefe le había sugerido que regresara. Ella no parecía impaciente por obedecerle.

– Puede que mañana hagamos algún progreso -dijo ella.

– Esperémoslo. Quizá el poema que predecía el futuro servirá. Iré a descansar a mi habitación; mañana será un día largo.

– Si ocurre algo, llámeme -recordó que él no tenía teléfono en la habitación-. O llame a la puerta.

– Lo haré -añadió-. Tal vez esta noche podríamos dar un paseo.

Se fue a su habitación. Cuando encendió la luz vio, para su sorpresa, que había un hombre sentado; o, para ser más exactos, dormitando con la espalda apoyada en el cabezal.

Pequeño Zhou levantó la mirada con sobresalto.

– Le he estado esperando. Lamento haberme dormido en su habitación, inspector jefe Chen.

– Debe de hacer mucho rato que esperas. ¿Qué te ha traído aquí, Pequeño Zhou?

– Algo del inspector Yu, con la indicación de que se lo entregara a usted lo antes posible.

Desde el secuestro de Qiao, Chen había insistido en ponerse en contacto con Yu a través de su teléfono móvil, y en caso de emergencia, a través de Pequeño Zhou, en quien Chen confiaba.

– No hacía falta que vinieras hasta aquí -dijo Chen-. Mañana estaré en el departamento. ¿Nadie sabe que has venido a Suzhou? -preguntó Chen.

– Nadie. Ni siquiera el Secretario del Partido Li.

– Muchísimas gracias, Pequeño Zhou. Te estás arriesgando mucho por mí.

– Ni lo mencione, inspector jefe Chen. Soy su hombre. Todo el mundo lo sabe en el departamento. Déjeme que le lleve de regreso esta noche. En Shanghai se está más seguro.

– No, no te preocupes. Tenemos algo que hacer aquí -dijo Chen-. Déjame hablar con el director del hotel. Habrá alguna otra habitación libre. Puedes regresar a Shanghai mañana por la mañana.

– No, no es necesario. Si aquí no tengo nada que hacer, me marcho. Pero antes iré al mercado nocturno a comprar algunos productos locales.

– Buena idea. Tienes que comprar camarones de río vivos, y también estofado de tofu de Suzhou -anotó su número de móvil en una tarjeta para Pequeño Zhou-. Tanto tú como Lu podéis llamarme a este número.

Salió de la habitación con Pequeño Zhou.

– Hay muchos kilómetros hasta Shanghai. Ten cuidado, Pequeño Zhou.

– Dos horas. No es mucho.

De nuevo en su habitación, Chen abrió el sobre. Contenía una cinta de casete con una breve introducción de Yu.


Inspector jefe Chen:


Después de entrevistar a Zheng me encontré con Tong Jiaqing en un salón de peluquería. Tong es una muchacha de veintipocos años, acusada de prácticas indecentes en varias ocasiones, aunque puesta en libertad pronto en cada ocasión. Lo que sigue es la entrevista que tuve con ella en una de esas habitaciones privadas. Como hizo usted en el caso de la trabajadora modelo nacional, la cité en el salón.


Yu: Así que tú eres Tong Jiaqing.

Tong: Así es. ¿Por qué lo pregunta?

Yu: Soy del Departamento de Policía de Shanghai. Mira mi tarjeta.

Tong: ¿Qué? ¿Un poli? Yo no he hecho nada malo, agente Yu. Desde que empezó el año nuevo he estado trabajando aquí como peluquera fija.

Yu: Sé lo que haces. Eso no es asunto mío. Siempre que cooperes respondiendo a mis preguntas, no te causaré problemas.

Tong: ¿Qué preguntas?

Yu: Preguntas sobre Feng Dexiang.

Tong: ¿Feng Dexiang? Mmm, antes era uno de mis clientes.

Yu: ¿En este salón de peluquería?

Tong: No, en el salón de masajes de la ciudad de Fuzhou.

Yu: ahí es donde la policía te detuvo varias veces. ¿Le veías mucho allí?

Tong: Fue hace más de un año. Él tenía alguna clase de pequeño negocio, comerciaba con brazaletes de jade falsos o vendía cangrejos cubiertos de fango. O sea que durante un tiempo, unos cuatro o cinco meses, venía al salón una o dos veces a la semana.

Yu: Dame los detalles de sus visitas.

Tong: Bueno, puede adivinarlo. ¿Tengo que explicarle los detalles? Está grabando lo que digo; lo utilizarán como prueba contra mí.

Yu: Si colaboras, no. Conoces a Zheng Shiming, ¿verdad? Me dio tu dirección. Estoy aquí en una misión especial. Con tu expediente, sabes que sería muy fácil volver a meterte en la cárcel. Esta vez nadie podrá hacerte salir.

Tong: No me asuste. Yo sólo era una de las masajistas. En un salón de masaje, hay el servicio básico y el servicio completo. El cliente paga cincuenta yuanes por el básico, pero cuatrocientos o quinientos yuanes por el completo, sin incluir la propina.

Yu: Bueno, al precio de cuatrocientos o quinientos yuanes, Feng fue allí una o dos veces por semana durante medio año. Eso es mucho dinero. Debes de ser bastante experta. Si dices que Feng tenía un pequeño negocio, ¿cómo podía permitírselo?

Tong: No lo sé. Esas personas nunca te dicen lo que hacen realmente. Sólo te dicen lo que quieren que tú les hagas. Y luego hacen lo que quieren con su apestoso dinero.

Yu: ¿Sabías que Feng estaba casado?

Tong: Una masajista no hace estas preguntas. Pero me lo dijo la primera noche.

Yu: ¿Qué te dijo sobre su matrimonio?

Tong: Dijo que había perdido todo el interés por Wen. Era como un trozo de carne muerta en la cama. Ningún olor o sabor nuevo. Ninguna respuesta. Se hizo traer esos vídeos sucios de Taiwan, para que ella le hiciera lo mismo que hacían en las cintas. Ella no quiso y él la castigó.

Yu: Un hijoputa pervertido. ¿Qué clase de castigo?

Tong: La ató de manos y pies, le quemó los pechos con una vela, la golpeó con un tronco de leña y la folló como un animal. Es el castigo que se merecía, dijo él…

Yu: ¿Por qué quiso contarte todo eso?

Tong: Porque quería hacer lo mismo conmigo. ¿Sabe una cosa? Era carnicero antes de convertirse en jefe de comuna durante la

Revolución Cultural. Cuando ella sangraba y gritaba como una cerda, eso le ponía.

Yu: ¿Qué había hecho ella para merecer el castigo?

Tong: El creía que había arruinado su carrera. De no ser por el escándalo que se produjo con ella él habría podido seguir en el poder.

Yu: Él la violó. ¿Cómo podía acusarla a ella?

Tong: Él no lo veía así. La llamaba la estrella del tigre blanco de su vida.

Yu: Entonces, ¿por qué no se divorciaba de ella?

Tong: Creo que puedo adivinarlo. Cada vez que ganaba dinero, lo despilfarraba en lugares como el salón donde yo trabajaba. O sea que quería conservar algo como reserva. Un hogar al que regresar, un bolso del que robar, un cuerpo del que abusar.

Yu: ¿Te contó sus planes de irse a Estados Unidos?

Tong: Eso no es ningún secreto en Fujian. Prometió llevarme cuando llegara allí.

Yu: ¿Y su esposa?

Tong: La llamaba basura; que se pudriera. Yo no le creía. Me hizo esa promesa a cambio de un servicio gratis.

Yu: O sea que antes de marcharse sus sentimientos hacia su esposa no habían cambiado.

Tong: No. En absoluto. Sólo es por su embarazo…

Yu: Un momento, Tong. Acabas de decir que hace un año que no le ves. ¿Cómo sabes eso?

Tong: Bueno… he oído decirlo.

Yu: ¿A quién? La mayoría de hombres de su aldea están fuera. No me estás diciendo la verdad, Tong. Aún estás en contacto con Feng, ¿verdad?

Tong: No, juro que ahora no tengo nada que ver con él.

Yu: Te diré algo. Zheng es un hueso mucho más duro de roer, pero cedió cuando oyó que el superintendente Hong prometía que haría todo lo que yo quisiera. O sea que Zheng me contó muchas cosas, y también sobre ti. Me dijo que en una ocasión varias personas estuvieron juntas contigo, Zheng citó a Feng, al Ciego Ma, al Bajito Yin.

Tong: ¡Qué! ¿Zheng le contó eso, el muy bribón? Aquella noche él era la cuarta bestia.

Yu: Eso solo sería suficiente para ponerte entre rejas. El sexo en grupo está absolutamente prohibido. Ahora te diré lo que vamos a hacer. He venido de paisano. Nadie sabe nada de mi visita. ¿Por qué? Estoy trabajando en un caso que depende directamente del gobierno central.

Tong: ¿Nadie sabe nada de nuestra conversación?

Yu: Nadie. Por eso he querido tenerla en una habitación privada. Te pagaré por el servicio completo delante de los demás. Nadie sospechará nada.

Tong: Mmm, me fío de su palabra, agente Yu. Puede que tenga algo para usted, pero no supe nada de la situación actual de Feng hasta la semana pasada. Se me acercó un gánster.

Yu: ¿Se te acercó un Hacha Voladora? ¿Para qué, Tong?

Tong: Me hizo las mismas preguntas que usted acaba de hacerme.

Yu. ¿Cómo se llama?

Tong: Zhang Shan. Dijo que era de Hong Kong, pero no me engañó tan fácilmente. De Hong Kong, nada menos, como yo de Japón. Ese hijoputa tenía la cara más dura que una pared de roca.

Yu. ¿Cómo lo supiste? No llevaba su permiso de residencia impreso en la cara.

Tong: No pude darle ninguna información, así que me pidió un servicio completo gratis y dijo que si no se lo hacía me cortaría la cara. ¿Cree que un hombre de Hong Kong se rebajaría tanto? Un huevo de mil años totalmente podrido.

Yu: ¿Te dijo algo de Feng?

Tong: En la cama no me dejó tranquila ni la mitad de la noche. Después murmuró algo sobre Feng y su esposa.

Yu: Puede que sea importante. ¿Qué dijo?

Tong: La organización está realmente cabreada. No están dejando ni una piedra sin levantar para encontrar a su mujer.

Yu: ¿Y si la encuentran?

Tong: Eso dependerá de Feng.

Yu: ¿Qué significa eso?

Tong: No lo explicó. Probablemente la cogerán como rehén. La encerrarán en una mazmorra. La torturarán. Cualquier cosa que pueda imaginarse. Si Feng no colabora, le impondrán las Dieciocho Hachas, supongo.

Yu: ¿Las dieciocho Hachas?

Tong: Le asestarán dieciocho golpes con un hacha. La peor forma de castigo de la tríada. Para advertir a los demás.

Yu: Bueno, sólo faltan dos semanas para el juicio. ¿Qué harán si para entonces no la han encontrado?

Tong: No lo sé, pero creo que están realmente preocupados por algo. No tengo ni idea de lo que es. No pararán hasta que la cojan. A cualquier precio, dijo Zhang.

Yu: A cualquier precio. Entiendo. ¿Alguna cosa más?

Tong: Eso es todo, agente Yu. Un hijoputa como él no quiere hablar mucho cuando está saciado. No quise mostrar interés por Feng. No sabía que usted vendría hoy.

Yu: Bien, si lo que me has contado es cierto, probablemente no volverás a saber nada más de mí. Pero si no lo es, te encontraré y te vas a enterar.

Tong: No he dicho más que la verdad.


El inspector jefe Chen apagó el aparato y encendió un cigarrillo.

Estaba deprimido. Había estado implicado en casos más sórdidos, pero en este había algo que le preocupaba. Sentado, con la cabeza apoyada en el duro cabezal, le pareció ver extraños dibujos de luz y sombra danzando en la pared de enfrente, como un bailarín con la máscara del diablo en una película.

No le gustaba su trabajo.

Lo que más le sorprendió es que la vida de Wen hubiera sido tan horrible. Ahora entendía por qué no había solicitado el pasaporte en enero. ¿Por qué iba a ir a reunirse con semejante marido? Eso le condujo de inmediato a otra pregunta. ¿Qué sería lo que había provocado su cambio de opinión? Una chica que en otro tiempo había sido animada, «la izquierdista más guapa», que llevaba con orgullo el brazal de la Guardia Roja, ¿cómo había podido elegir vivir el resto de su vida como un pedazo de carne rancia en una tabla de cortar, para ser descuartizada por un marido carnicero?

La cinta planteaba una cuestión más inquietante. De nuevo había alguien de Hong Kong en lugar de un matón local. La opinión de Tong era dudosa. Nada es demasiado bajo para un gánster, ya sea de Hong Kong o de Fujian. Pero ¿por qué los Hachas Voladoras han enviado un gánster de Hong Kong para abordar a Tong, una chica de salón en Fujian?

Y lo que es más, ¿qué era ese «algo» que preocupaba a los gánsteres y haría que no se detuvieran ante nada para encontrar a Wen?

Tal vez Tong no era una informante de fiar. No obstante, Chen tuvo un mal presentimiento.

Su anterior hipótesis podía ser terriblemente errónea. Sólo sabía que se hallaba en una coyuntura crítica. Un fallo más, y toda la partida estaría irremediablemente perdida.

En una partida de go, cambiaría su posición dejando la batalla de momento para centrarse en otra o iniciar una nueva; «Reubicación táctica». Al fin y al cabo, podía volver cuando la situación cambiara. O sea que una posible opción era cerrar la investigación. Abandonar.

Desde el punto de vista del Secretario del Partido Li, el inspector jefe Chen ya había hecho su trabajo lo suficientemente bien. Y el supervisor de Catherine Rohn también quería que ella regresara.

En cuanto a Wen Liping, por irónico que pudiera parecer, tenía que admitir que dondequiera que estuviera, probablemente no estaría mucho peor que en compañía de Feng.

El Secretario del Partido Li tenía razón en una cosa. La seguridad de la inspectora Rohn era alta prioridad, de la que Chen se sentía inmensamente responsable. El gánster había dicho «a cualquier precio»; eso le hizo estremecer. Si le ocurría algo a ella, jamás se lo perdonaría.

No simplemente por la política.

Aquel día había percibido su comprensión. En particular junto a la tumba de su padre. Nunca le había acompañado nadie allí. Aquel gesto tenía significado para él. Se dio cuenta de que a pesar de sus diferencias, la inspectora Rohn se había convertido para él en algo más que una compañera temporal.

Pero le parecía absurdo pensar en estas cosas mientras su investigación estaba atascada en un mar de preguntas sin respuestas, complicaciones inexplicables, riesgos imprevisibles y Wen Liping aún desparecida.

¿Podía realmente rendirse ahora, cuando consideraba que el interés nacional estaba en juego y existía el riesgo de que Feng no testificara contra Jia? ¿Cuando existía la posibilidad de que «dieciocho hachas» se cernieran sobre Wen… una mujer embarazada, indefensa, sin dinero ni empleo?

El cigarrillo le quemaba los dedos.

Sintió un fuerte impulso. Olvidar aquellos pensamientos contradictorios, sobre Wen, sobre la política, sobre sí mismo. Deseaba pasar una velada en el Templo de las Montañas Frías, junto al río Maple, con la luna naciente, el grito del cuervo, el abrazo del cielo escarchado, los arces de la orilla del río meciéndose, relucientes las luces de pesca y la llegada de un barco invitado al dar la medianoche… Perderse en el mundo de la poesía Tang, siquiera por un breve instante.

Cuando salió de su habitación vio que aún había luz en la de Catherine. Pero siguió hacia la escalera y bajó hasta el mostrador de recepción. Allí descolgó el teléfono y luego vaciló. Había varias personas cerca, sin hacer nada; también había otro grupo de gente sentada frente a una televisión en color. Colgó el teléfono y salió a la calle.

La ciudad de Suzhou no parecía haber cambiado mucho a pesar de la Política de Puertas Abiertas de China. De vez en cuando aparecían edificios de apartamentos nuevos entre casas de estilo antiguo, pero no consiguió encontrar una cabina de teléfono público. Llegó hasta el arco de un antiguo puente de piedra blanca, lo cruzó y de forma inesperada apareció ante él una calle profusamente iluminada con una gran variedad de tiendas. Era como una yuxtaposición de épocas diferentes.

En una esquina de la calle vio una oficina de correos abierta. En su espacioso vestíbulo varias personas esperaban junto a una hilera de cabinas de teléfono con puertas de cristal, sobre cada una de las cuales estaba escrito el nombre de la ciudad pertinente y el número de teléfono. Una mujer de edad madura alzó la mirada, abrió la puerta y levantó el auricular.

Él se puso a llenar una solicitud para llamar a Gu. Una vez más vaciló. Sería mejor que no revelara su paradero a alguien como Gu, así que marcó el número de teléfono del señor Ma. Era posible que Gu se hubiera puesto en contacto con el anciano doctor.

Al cabo de diez minutos, el número que había solicitado apareció en la pantalla. Entró en la cabina, cerró la puerta y descolgó.

– Soy yo, Chen Cao, señor Ma. ¿Gu se ha puesto en contacto con usted?

– Sí. Llamé al departamento. Me dijeron que estaba usted en Hangzhou.

– ¿Qué le contó Gu?

– Gu parecía estar realmente preocupado por usted, y dijo que algunas personas, personas con poder, están contra usted.

– ¿Quiénes son?

– Se lo pregunté, pero no me lo dijo. Sin embargo me preguntó si yo sabía algo de una tríada de Hong Kong llamada Bambú Verde.

– ¿Bambú Verde?

– Sí. Esta tarde he preguntado por ella a varias personas. Es una organización internacional que tiene su cuartel general en Hong Kong.

– ¿Sabe algo sobre su actividad en Shanghai?

– No, hasta ahora no he averiguado nada. Seguiré preguntado. Tenga cuidado, inspector jefe Chen.

– Lo haré. Usted también, señor Ma.

Cuando salió de la oficina de correos caminaba pesadamente. Había varias cosas enmarañadas como raíces de bambú bajo tierra. El Bambú Verde. El inspector jefe Chen no había oído hablar de ellos hasta entonces.

Y se extravió en la desconocida ciudad. Después de equivocarse varias veces al torcer, llegó al Jardín de la Pagoda Bausu. Compró una entrada, aunque era demasiado tarde para entrar en la pagoda.

Paseaba sin rumbo por el jardín, con la esperanza de que se le ocurriera alguna idea, cuando vio a una joven sentada en un banco de madera. No tendría más de dieciocho o diecinueve años y permanecía sentada tranquilamente con un libro en una mano, una pluma en la otra y un periódico extendido en el banco. Sus labios rozaban la reluciente punta del capuchón, y el lazo que llevaba en su cola de caballo ondeaba como una mariposa en un soplo de aire. Aquella escena le recordó sus días en el parque del Bund, años atrás.

¿Qué estaría leyendo allí? ¿Una antología poética? Dio un paso hacia el banco antes de darse cuenta de lo equivocado que estaba. Vio el título del libro: Estrategias de mercado. Durante años, los mercados bursátiles habían estado cerrados, pero ahora la «locura de la bolsa» estaba barriendo el país, incluso este rincón del antiguo jardín.

Subió una loma y se quedó en lo alto varios minutos. No muy lejos, le pareció oír el murmullo de una cascada. Vislumbró en la distancia una débil luz vacilante. En aquella noche de abril, las estrellas estaban altas, brillaban, le susurraban a través de los recuerdos…


Semejantes estrellas, pero no aquella noche, tiempo atrás, perdida,

Para las que esta noche permanezco en pie, pese al frío y al hielo.


Pero aquella noche no era tan desapacible como en los versos de Chongzhe; no hacía tanto frío. Se puso a silbar, tratando de que cambiara su estado de ánimo. No estaba destinado a ser poeta. Tampoco estaba hecho para ser un chino del extranjero que hiciera un viaje «de limpieza de tumba» con una novia norteamericana, como aquellas ancianas habían imaginado. Tampoco era un turista que vagaba ocioso por la ciudad de Suzhou.

Era un agente de policía de incógnito que llevaba a cabo una investigación, y que no podía tomar ninguna decisión hasta después de la entrevista del día siguiente.

Загрузка...