Sábado 16.25-16.45 horas

El senador Gorman dedicó una sonrisa a Peter, y sus ojos resplandecieron de placer anticipado.

– ¿Qué le parece eso, Congdon? ¿No le gusta intervenir en algo grande?

– Yo quiero cumplir la tarea para la cual me ha contratado… Sea lo que sea -respondió Peter con voz serena.

– Sea lo que sea, ¿eh? Y bien, le diré lo que es. Su misión consiste en ser escolta y guardaespaldas de nuestra Miss X. Usted irá a buscarla a Europa y la traerá.

La expresión de Gorman era grave, ahora; las cejas negras se habían unido sobre los ojos rasgados.

– No necesito decirle que si la mafia se entera de lo que usted va a hacer y puede impedirlo, lo hará. Ya sabe lo que le hicieron a Joe Bono. Bueno, tratarán de hacérselo a cualquiera que esté dispuesto a delatarles. Su trabajo va a ser peligroso; es más, va a ser muy peligroso.

El senador apoyó los codos sobre el escritorio y apuntó a Peter con un índice punzante.

– Ahora bien, hemos recurrido a su agencia para esta tarea porque se trata de una organización de envergadura que tiene contactos y material humano como para encarar un caso de la importancia de éste. Míster Brandt conoce la naturaleza de la tarea que se les encomienda, y le escogió a usted. Le señalé que debía ser un hombre sin mujer e hijos. La mafia no se detendrá ante nada para evitar que la testigo declare, y no es de extrañar que tome represalias en mujeres y niños inocentes; no quiero que se encargue de esta misión un hombre dispuesto a arrojar a nuestra testigo a los leones ante una amenaza a sus seres queridos. Se supone que usted es soltero. ¿Es realmente soltero?

– Sí.

– ¿Y está dispuesto a correr riesgos? No quiero que se haga cargo de esta misión alguien que piense, antes que nada, en su propio pellejo. Si no está absolutamente seguro de sí mismo en una circunstancia como ésta quiero que renuncie ahora, antes de que le proporcione ninguna información secreta. Tengo que confiar plenamente en el hombre que se haga cargo de esta misión. Esa confianza no puede ser violada.

– Me dijeron que iba a ser peligroso -dijo Peter-. Comprendo todo lo que me dice.

– ¿Y está dispuesto a seguir adelante con esto?

Peter sonrió apenas.

– Míster Brandt no habría gastado un billete de tren en mí si pensara que voy a echarme atrás.

Gorman hizo un gesto de aprobación con la cabeza.

– Muy bien, eso es lo que quería oír. Porque, escúchelo bien, cuando usted parta en esta misión llevará el futuro de nuestro país consigo. Esa mujer es nuestra segunda oportunidad para dejar a la mafia al descubierto y destruir su organización. Pero si algo le ocurre, será el final de la investigación. No habrá otro testigo.

Gorman se irguió en su asiento y bebió un buen trago de su bourbon.

– Muy bien -dijo, y se sirvió otros dos dedos de bebida-. Usted es nuestro hombre. ¿Tiene alguna pregunta qué hacer?

– Tengo un montón de preguntas, senador.

– Y bien, despáchese.

– Primera pregunta: ¿Exactamente qué saben los de la mafia?

Gorman inclinó su silla hacia atrás.

– Saben que hay una mujer dispuesta a hablar.

– ¿No saben quién es ni dónde está?

– Quizá sepan qué es. Quizá hasta sepan quién es. Lo que no saben es dónde está.

– ¿Y qué es ella?

– Una de las amigas de Joe Bono

Peter miró fijamente al senador.

– ¿Quiere decir que Joe Bono contaba todo a sus amigas?

– No cometa el error de creer que ésta es una amiga más, Congdon. Esta era una amante muy especial. Alguien muy especial para él.

– ¿Más especial que su esposa?

– Mucho más especial. Mantenía a esta mujer en una lujosa villa a las afueras de una gran capital europea.

Una comisura de la boca de Gorman se contrajo.

– ¿Quiere ver una prueba? -preguntó.

– Sí la tiene…

Gorman extrajo su llavero y utilizó una minúscula llave para abrir un cajón de la izquierda de su escritorio. De allí sacó un pequeño estuche de joyas.

– Mire esto -dijo, abriéndolo y alargándoselo a Peter.

Sobre una pequeña almohadilla de terciopelo rojo se veía un disco de oro del tamaño de una moneda, con diamantes engarzados que formaban las letras JB. En el anverso del disco había dos minúsculos eslabones de oro, una pieza en forma de estribo y un delicado gancho de oro, sujeto en un lado del estribo, y destinado a atravesar el lóbulo de la oreja de una mujer, para luego abrocharse al otro lado del estribo. Era un aro vistoso, pero pesado y masculino.

Peter lo levantó para examinarlo mejor.

En el dorso había unas pequeñas marcas rayadas en el metal, pero se necesitaba una lupa de joyero, mejor vista o mejor luz de la que tenía Peter. El detective dejó el refulgente objeto en su caja y se, la devolvió al senador.

– Supongo que esto prueba algo.

– Prueba mucho.

Gorman levantó el arete y lo contempló con afecto, antes de volverlo a dejar en la caja y de encerrarlo en el cajón.

– ¿Qué es esto, a su juicio? -preguntó.

– Ahora es un aro, pero le han cortado algo detrás -contestó Congdon-. No fue un aro originariamente.

– Exactamente -aprobó Gorman-. Después de todo, usted es un detective. Esta alhaja (tengo papeles que lo documentan) y otra igual fueron hechas originalmente como gemelos por Martin Feinwick, conocido orfebre de Chicago. Fueron encargados por Frank «Midge» Rennie. Sabe quién es, ¿no?

– No.

– Eso demuestra lo mal informado que está el público respecto a las actividades de mi comisión. Todo el país debería conocer ese nombre porque Frank Rennie es uno de los jerarcas de la mafia. ¿Qué me dice?

– Supongo que estoy muy impresionado.

– Y debería estarlo, caramba. Porque esos gemelos fueron un regalo que recibió Bono en una fiesta organizada en su honor el día en que cumplió cuarenta y cuatro años, en mil novecientos sesenta y uno. Estos gemelos fueron una pequeña prueba de reconocimiento y afecto. Valen alrededor de once mil dólares.

– Y él, más tarde, se los regaló a…

– Así es. Más tarde los convirtió en aros para su mantenida. Ella me envió éste para avalar la historia… su historia. Y, como le decía, es una prueba real porque tenemos una declaración firmada por el propio Feinwick avalando la autenticidad de la pieza. Pero, como usted verá, esa alhaja no sólo nos confirma que esa mujer es quien dice ser, sino que refrenda lo que nos va a decir. Usted preguntó si Joe Bono podía contar todo a una mujer. El aro dice que sí. Ese aro nos dice que no es una mujer cualquiera. Era tan especial que él le regaló… le hizo adaptar… algo que tiene que haber sido uno de sus mayores tesoros. ¡La mujer que conserva el aro gemelo de éste puede acabar con la mafia!

– Puede… pero ¿por qué habría de hacerlo?

Gorman exhibió una sonrisa cruel y ladeada.

– Por venganza, Congdon. Por venganza. Ellos mataron a Joe Bono para que no hablara. Bono murió a manos de esa gente, sobre la que ella está muy bien informada; gente que ella recibió en esa villa, gente a la que ella escuchó, con la que ella conversó, sobre la cual Bono le dijo muchas cosas: quiénes eran, qué hacían y cómo lo hacían. Ellos lo mataron y ella se lo va a hacer pagar. Y usted y yo, Congdon, nos encargaremos de que ella se salga con la suya.

La sonrisa maliciosa de Gorman se agrandó; pero Peter no estaba satisfecho.

– Usted dice que la mafia sabe que la testigo es una amante de Bono y que ella los ha recibido… Entonces tienen que saber su nombre. La conocen.

Gorman se encogió de hombros.

– Quizá. Bono tenía otras amigas, y eso puede desorientarles; pero más vale pensar que la mafia sabe a qué atenerse. Trabajamos bajo la suposición de que saben quién es la amante en cuestión. Pero la cuestión es que sepan dónde está. Y eso no lo saben. Me importa un comino todo lo que sepan acerca de la testigo, mientras no conozcan su paradero.

– ¿Y por qué habrían de ignorarlo?

– Supongo que la suya es una pregunta retórica y que conoce la respuesta tan bien como yo. La respuesta es que esa mujer no tiene intenciones de correr la misma suerte que su amante. Se encargó de cambiar su nombre y dirección antes de ponerse en contacto con mi comisión.

El senador bebió otro sorbo de su bourbon.

– ¿Alguna otra pregunta? -añadió.

Peter se permitió una risita.

– Acabo de empezar. Si esa muchacha está en Europa ¿por qué no se vino antes de que la mafia se enterara de que pensaba hacerlo? De esa manera…

Gorman lo interrumpió con un gesto.

– Está entrando en detalles insustanciales. Eso no tiene nada que ver con el asunto en cuestión.

– Creo que a mí me corresponde juzgar eso, senador -señaló Peter, con toda cortesía-. Es un asunto peligroso, como usted mismo ha señalado, y…

– Sí que es peligroso, pero soy yo quien sabe cuáles son esos peligros. Yo sé…

Peter volvió a hablar con voz tranquila, pero insistente, e interrumpió al senador.

– Conocí a un piloto en la Segunda Guerra Mundial que, después de la guerra, fue contratado por un país sudamericano como instructor de vuelo, piloto de prueba y cosas así -dijo-. Y siempre recuerdo una anécdota que me contó. El país por el cual había sido contratado adquirió unos viejos PBY en los Estados Unidos. Cuatro mecánicos trabajaron durante dos días en uno de los aparatos para ponerlo a punto. Al cabo de dos días anunciaron que estaba listo. «Muy bien -les dijo entonces-, busquen sus paracaídas y suban». «¿Nosotros?», preguntaron los mecánicos atónitos. Y entonces el piloto les informó de que todo mecánico que trabajaba en cualquiera de los aviones que él debía probar, lo acompañaba siempre en el vuelo. El resultado fue que los mecánicos pusieron nuevamente manos a la obra y dedicaron cuatro días más al aparato.

Gorman lanzó una risita falsa.

– ¡Eh, eh! Muy bueno. Está muy bien esa anécdota.

– Sí. Y nunca la he podido olvidar. Ese piloto murió. Pero murió en la cama. No murió en el avión. Ese es un hecho que siempre tengo presente. En este momento, senador, usted está en el papel de los mecánicos y yo en el del piloto. Sólo que no puedo hacerlo volar conmigo. Tengo que hacer este viaje solo. Pero, ya que tiene que ser así, seré yo quien decida los elementos que necesito manejar para que el viaje sea seguro.

– Bueno. Está bien. Nadie puede discutir eso.

– Y bien, quiero saber por qué esa mujer no vino a los Estados Unidos antes de permitir que la mafia conociera sus planes.

– Mm… Bueno, como le dije antes, eso nada tiene que ver con la tarea de encontrarla y traerla.

– Esa es su opinión, pero quiero saber el porqué. Y es mi cabeza la que está en juego, ¿no, senador?

Los ojos de Gorman se empequeñecieron más aún.

– Ya sé que es su cabeza -dijo con mal disimulada hostilidad-, ¿De modo que quiere saber eso? ¿De modo que no confía en mí? Está bien. Tendremos que colaborar, aunque no confíe en mí. Pero yo confío en usted. Quiero que eso quede bien claro. AI margen de lo que usted piense de mí, yo confío en usted.

– Lo único que quiero saber es… ¿O acaso es secreto?

– No. No es secreto. Quiere saber más de esa mujer. Es muy simple: pidió asilo en Estados Unidos. ¿Me pregunta por qué no vino antes? Pues porque hay problemas de inmigración, por si usted no lo recuerda. Ella puso ciertas condiciones. Pensó que estábamos en condiciones de proporcionarle lo que necesita. En efecto, podemos hacerlo. No fue fácil, pero lo conseguimos.

– ¿Qué quería?

– ¡Bueno; hombre! Usted ya se imagina. Quería entrar en Estados Unidos, como inmigrante, para adoptar la ciudadanía. Y quería dinero. Y, por supuesto, protección. La mafia tiene buena memoria y, si los deja al descubierto, no la van a olvidar. La mujer sabe hacer negocios. Sacó lo que valía ese aro. No se preocupe. Nos dará lo que queremos, pero tenga por seguro que también sabrá obtener lo que busca. Tendrá dinero, protección y la ciudadanía norteamericana.

– Por lo visto perseguía algo más que la venganza.

– ¡Ah, sí! Es astuta. No es mercancía barata, se lo aseguro. Tiene algo para vender y va a hacer que se lo paguen bien. Quiere asegurarse el futuro. Pero no olvide esto: me importan un comino sus motivos; lo único que me preocupa es su información. Si es capaz de crucificar a la mafia, que use papel higiénico de oro en su baño. Yo se lo pagaré. Pero eso no importa. Usted y yo sólo tenemos un objetivo: asegurarnos de que nos diga… a nosotros y al mundo… todo lo que tiene que decir.

Gorman frunció el ceño.

– ¿Alguna otra pregunta?

Peter no había terminado.

– Sí. ¿Cómo se enteró la mafia de los planes de esa mujer?

Gorman sonrió.

– Usted está como esos periodistas; por lo visto cree que me invitan a sus reuniones secretas.

– Está bien. Ahí va otra pregunta. Los periodistas se la hicieron allí abajo y usted la eludió, pero yo quiero una respuesta: ¿cómo sabe que la mafia está enterada?

Gorman miró al detective con el ceño fruncido. Luego, miró la carpeta de papel secante. Por fin levantó la vista al cielo raso, con los párpados entornados, se llevó el vaso a los labios y bebió la mitad de su contenido.

– Usted me está pidiendo información confidencial. Si se la doy, no debe salir de esta habitación. ¿Entendido?

Peter fue rápido en su respuesta.

– Tendré que pasársela a mi jefe. A míster Brandt no le gusta que sus agentes le oculten secretos.

– Muy bien, su jefe puede saberlo. Acepto. Pero ¡nadie más!

– Nadie más.

Gorman hizo un gesto de aprobación con la cabeza y frunció los labios. Se enderezó en el asiento y apoyó los codos en el escritorio. Ignoró el vaso de bourbon y la forma en que lo hizo decía a las claras que era un olvido deliberado. Sus párpados se habían contraído más aún.

– Muy bien -dijo-. Usted quiere conocer lo peor. ¿Ha leído en los últimos tiempos algo acerca de un detective privado llamado William Clive? Encontraron su cadáver en una cuneta, en las afueras de Washington. Estaba atado de pies y manos y le habían volado la cabeza.

– No lo recuerdo.

– Es probable que los diarios de Filadelfia no se hayan ocupado mucho del caso. De cualquier manera, no hay rastros. La policía está investigando el pasado de Clive, los casos que manejó, los enemigos que se ganó. No han llegado a nada. ¿Quiere saber quién mató a William Clive? Pues la mafia.

Gorman esperó, pero Peter no dijo nada. El senador le dirigió otra de sus sonrisas torcidas.

– No parece muy sorprendido ante mi certeza. Estoy seguro de que si declarara eso ante la policía de Washington, creerían que otra vez estoy viendo a la mafia debajo de todas las camas. Pero el hecho es que fue asesinado por la mafia porque estaba trabajando con nosotros.

– ¿Fue mi predecesor?

– Sí, usted lo ha dicho. ¿Todavía quiere el puesto?

– Se me ha designado para este puesto y he aceptado desempeñarlo.

– Bueno, espero que tenga más éxito. Usted es sereno. No creo que Clive haya sido lo bastante sereno.

– ¿Qué ocurrió?

Gorman bebió otro sorbo de bourbon, frunció el ceño y comprimió los labios.



– Bueno -dijo-, fue así: recibimos esa comunicación, ese cable de la testigo… de la amante de Bono. Quería saber si teníamos interés en su testimonio. Los cables fueron y vinieron y ella nos proporcionó las pruebas necesarias para convencernos de que era de fiar. Además mencionó suficientes nombres de las altas esferas de la mafia como para convencernos de que su testimonio sería casi tan valioso como el del propio Bono. De modo que aceptamos sus términos. Y lo primero que hicimos fue pensar en su protección. Porque no queremos que le ocurra nada antes de declarar, como ocurrió con Bono.

»Hasta ese momento, entiéndalo bien, sólo nosotros sabíamos que ella los delataría. Pero ella había cambiado de nombre y dirección antes de ponerse en contacto con nosotros y eso nos preocupaba. Después de haber matado a Bono, es lógico suponer que la mafia controlaría de cerca a sus amigos, en especial a alguien tan próximo a él como esa amante. En tal caso su repentina desaparición debía de haberlos puesto en alerta. De modo que, aunque no conocieran su escondite ni el nombre que había adoptado, podíamos estar seguros de que estaban esperando su llegada a Estados Unidos. Por eso no quisimos que viajara sola, cualquiera que fuese la personalidad que hubiera adoptado. Ella tampoco quería viajar sola. Esa fue una de sus condiciones. Teníamos que brindarle protección antes de que se pusiera en movimiento.

»De modo que entrevistamos a algunos detectives privados y contratamos a ese tipo Clive para hacer de guardaespaldas. La siguiente noticia fue la de su muerte. Nos enteramos por los diarios.

Gorman carraspeó.

– Nadie sabe qué ocurrió, quién lo hizo o por qué -prosiguió-. Pero nuestro grupo tiene su teoría. Suponemos que la mafia dio con él. No me pregunte cómo. Quizá nos estén vigilando y hayan advertido que empezábamos a entrevistar detectives. Quizá Clive cometió alguna indiscreción. De cualquier manera, suponemos que la mafia empezó a seguir a Clive y que Clive descubrió que le seguían y atacó. Por lo menos no vemos otra razón para que se hayan apoderado de él y lo hayan matado antes de que les pudiera ser útil. Suponemos, además, que el tipo que lo seguía no estaba solo. Clive fue golpeado y raptado; lo obligaron a hablar y luego lo mataron para que no pudiera informarnos.

»Como le decía es sólo una teoría. No sabemos, en realidad, qué ocurrió. Pero su oficina no fue registrada, y nos imaginamos que si se hubiera resistido a hablar habrían revuelto sus papeles para descubrir el motivo por el que le habíamos contratado. Haya hablado o no, tenemos que partir de la suposición de que lo hizo. Afortunadamente no conocía aún la nueva identidad y dirección de la testigo. No somos tan estúpidos como para haberle proporcionado esa información antes de que partiera a Europa. Sabía más o menos lo que usted sabe ahora o lo que va a saber cuándo salga de aquí.

Peter asintió con la cabeza.

– Comprendo -dijo.

– De modo que ahora hemos cambiado de táctica -prosiguió Gorman-. Antes nos esforzamos por mantener el secreto y pensamos que lo haríamos mejor recurriendo a una agencia de detectives de poca envergadura. Ahora partimos de la suposición de que la mafia está al tanto de todo; por eso hemos decidido que una organización como la de Brandt es lo que más nos conviene por razones de seguridad. Y como suponemos que la mafia llegó a Clive a través de espías que controlan nuestros movimientos, lo he hecho venir a esta casa como uno de tantos periodistas que asistieron a mi conferencia de prensa. Por eso le dije a Brandt que su hombre no debía venir con una maleta ni nada que fuera más grande que un cuaderno de notas. De esa manera pienso despistar a la mafia.

Gorman se bebió el resto de bourbon que quedaba en el vaso y se pasó la lengua por los labios.

– Pero tenga presente una cosa: el hecho de que yo crea haber despistado a la mafia, no significa que la hayamos despistado realmente. De modo que quizá lo sigan a usted, de la misma manera que siguieron a Clive.

Aun cuando crea que no hay nadie a sus espaldas, actúe como si lo hubiera. Si le siguen es porque la mafia conoce su misión. Es probable que le dejen llegar hasta la muchacha… No creo que corra peligro hasta que llegue a ella… a menos que cometa el error que aparentemente cometió Clive, y ataque a la gente que le sigue. Después que llegue hasta la muchacha, la cosa cambiará de aspecto. A partir de ese momento espero que sepa cuidarse, o mejor dicho, cuidarla a ella.

– Creo que con eso quedan contestadas la mayoría de mis preguntas -dijo Peter-. ¿Cuál es el próximo paso?

Gorman echó hacia atrás su silla y volvió a colocar un pie sobre el escritorio.

– Haremos lo mismo que pensábamos hacer con Clive. La información vital es el nombre de la muchacha y su dirección. No se lo comunicaremos hasta el último momento. El programa es el siguiente: volará a Roma lo antes posible… Entre paréntesis, ¿cuánto tardará en estar listo?

– Lo que tarde en recoger mi maleta y llegar al aeropuerto.

– ¿Ah, sí? Bueno, eso es demasiado pronto. Aún no he hecho la reserva. Además hay que hacer unos arreglos en el otro extremo… Avisar a la muchacha y cosas así. Y mañana es domingo. Será imposible conseguir a cierta gente mañana. Calcule dos días. Visite Washington, despídase de quien quiera. Descanse.

– Muy bien. Después, emprendo vuelo a Roma. ¿Y luego?

– Tengo un contacto en la Embajada de Estados Unidos. Le daré el nombre y dirección en el aeropuerto, cuando vaya a partir el avión. Cuando llegue a Roma llámele a la embajada. No vaya personalmente, bajo ninguna circunstancia. Limítese a hablarle por teléfono. Cuando lo haga, identifíquese con una frase que también le daré en el aeropuerto; de esa manera él sabrá que usted es la persona que espera. Clive tenía esta información que le estoy dando, cuando cayó en poder de la mafia, de modo que deben de saber que va a establecer contacto con la Embajada. Por eso no tiene que ir allí. Debemos evitar que conozcan la identidad de ese contacto. La frase secreta es para evitar que cometa un error y proporcione la información a quien no corresponde… en caso de que la mafia descubra quién es el contacto.

Gorman sonrió con una sonrisa torcida.

– Supongo que esto le sonará a novela de capa y espada; pero tengo mucha experiencia con la mafia y le aseguro que las cosas tienen que hacerse de esta manera. Estamos jugando con fuego y ya se ha quemado uno.

Peter sonrió.

– No se disculpe, senador. Se trata de mi cabeza. Quiero todas las medidas de seguridad que ha enumerado y una más que se le ha escapado.

– ¿Cuál es?

– No quiero que me vaya a despedir cariñosamente al aeropuerto. Si la mafia le está vigilando, la orientará hacia mí.

– No se preocupe por eso, Congdon. La mafia no me vigila cuando no quiero que lo haga. Puedo quitármelos de encima en cualquier momento.

– No importa; puedo adelantarle que ése es el tipo de cosas que mi jefe no está dispuesto a admitir.

Gorman frunció el ceño, y en su voz apareció una nota áspera.

– Su jefe no dirige la comisión. Ahora escúcheme bien: cuando se identifique ante su contacto en la Embajada, él concertará una entrevista. En la entrevista le entregará una carta firmada por mí, que le daré a su partida. Él tiene una copia de esa carta. Cuando hayan comparado las cartas, le entregará un sobre que contiene el nombre de la chica, su dirección, su fotografía y el santo y seña con que usted se identificará ante ella. Una vez que tenga en su poder esa información, trate de llegar lo antes posible a la chica. Después saque billetes de vuelta en el primer avión disponible y comuníqueme la fecha de su llegada. Tendré a mano una escolta de policía o de gente del FBI para recibirlos. Su misión concluye en el instante en que haya dejado a la muchacha en manos de la escolta.

– ¿Piensa ir a esperar el avión, senador? -preguntó Peter.

– Depende de cuándo llegue. ¿Por qué?

– No me gustaría nada entregar a la chica a un grupo de mafiosos disfrazados de policías.

– Entonces iré.

El senador se interrumpió e hizo una mueca ligeramente despectiva.

– Es decir, siempre que no tema que la mafia me haya seguido al aeropuerto y me arrebate la chica.

Peter ignoró el comentario.

– Una pregunta más -dijo-. ¿Ha elegido algún alojamiento especial para mí en Washington?

Gorman hizo un gesto afirmativo.

– Sí. Le he reservado una suite en el Shoreham Hotel. Nuestro comité la reserva, con carácter más o menos permanente, para nuestros testigos. La reserva se ha hecho a nombre de Roger S. Desmond.

– Roger S. Desmond -repitió Peter-, Muy bien, creo que eso es todo por ahora.

– Hay algo más -dijo Gorman-, Los mensajes tendrán que ser cifrados por razones de seguridad. ¿Puede usted proporcionarme algún código indescifrable o quiere que recurra a alguien de la CIA?

– Puedo proporcionarle uno.

– ¿Cuándo me lo entregará?

– Dentro de dos minutos.

– ¿Dentro de dos minutos? -exclamó Gorman-. ¿Y es indescifrable para terceros?

– Completamente. Por supuesto no para los criptógrafos del gobierno. Ellos podrían descifrarlo si contaran con un número razonable de mensajes y con el tiempo suficiente. Pero es perfectamente seguro para nuestros fines.

Gorman retiró su pie del escritorio y se incorporó.

– O.K. Ponga manos a la obra -dijo, entregándole unas hojas de papel que sacó del cajón central de su escritorio-. Le dejaré solo unos minutos.

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