EXTRACTO 15…—¿Quieres pasar la noche en mi casa? — preguntó Viecherovski.
Maliánov lavaba los platos y pensaba en e! ofrecimiento. Viecherovski no lo apremiaba para que respondiese. Regresó a la habitación, se movió por ella de un lado a otro, y luego regresó con un montículo de desperdicios en un periódico mojado, que dejó caer en el tacho de desperdicios. Después tomó una toalla y secó la mesa de la cocina.
En verdad, luego de los sucesos y conversaciones del día, Maliánov no sentía deseos de estar solo. Por otro lado, no estaba bien abandonar el departamento y salir corriendo. Parecerá como si hubiesen logrado ahuyentarme, en fin de cuentas, pensó. Y odio dormir en otra parte, ni siquiera en casa de amigos. Ni siquiera en la de Viecherovski. De pronto olió el aroma del café. La taza rosada, delicada como un pétalo de rosa, y en ella… el mágico elixir a la Viecherovski. Pero pensándolo bien, no se bebe eso a la hora de acostarse. Podía beber café por la mañana.
Lavó el último platillo, lo puso en el escurridor, secó como pudo el charco del linóleo, y fue a su habitación. Viecherovski se encontraba en la butaca, de frente a la ventana. El cielo estaba de un color rosa dorado, y la luna nueva se encaramaba sobre el alto edificio, como sobre un minarete. Maliánov volvió la silla hacia la ventana y se sentó. Estaban separados por el escritorio, que Viecherovski había ordenado: los anotadores formaban una pulcra pila, no se veían ni rastros de la provisión semanal de polvo, y los tres lápices y la estilográfica se hallaban alineados junto al calendario. Mientras Maliánov lavaba los platos, Viecherovski se las arregló para hacer que la habitación brillara — sólo le faltaba una pasada de la aspiradora—, y sin embargo seguía estando elegante, suave, y sin una sola mancha en el traje color crema. Ni siquiera se puso sudoroso, lo cual resultaba fantástico. En tanto que Maliánov, aunque se había puesto el delantal de Irina, tenía el vientre mojado, como Weingarten. Si el vientre de una mujer está mojado después de lavar los platos, significa que su esposo es un borrachín. ¿Pero y si está mojado el vientre del esposo?
Guardaron silencio, sentados, mirando las luces que se apagaban, una a una, en el edificio de doce pisos. Apareció Kaliam, maullando con suavidad. Saltó al regazo de Viecherovski, y ronroneó. Viecherovski lo acarició con la larga mano angosta, sin quitar la vista de las luces de la ventana.
— Pierde el pelo — previno Maliánov.
— No importa — respondió Viecherovski con suavidad.
Volvieron, a callar. Ahora, cuando no había un sudoroso Weingarten o un aterrorizado Zájar, con su abominable hijo, o el ordinario pero misterioso Glújov; cuando sólo quedaba Viecherovski, infinitamente sereno e infinitamente confiado, y sin esperar de nadie una decisión sobrenatural… ahora todo parecía un sueño o inclusive un extravagante cuento de hadas. Si en verdad había sucedido, bien, fue hacía mucho tiempo, y en realidad no ocurrió de verdad, se detuvo antes de empezar. Maliánov sintió inclusive un vago interés por ese protagonista de semificción: ¿lo sentenciaron a quince años, o era todo…?