Ángela pasó junto A MÍ y la seguí por el vestíbulo. Tras de mí escuché a Dolan que indicaba al ama de llaves:
– Ya puede regresar a su cama ahora, señora Anderson. Gracias por habernos ayudado. Y, ¡ah!, en camino, ¿quiere ver a Mike y asegurarse de que está bien dormido?
Ángela se encaminó al cuarto de estar y yo la seguí. Creí que se detendría en el gabinetito de los licores; no lo hizo, debe haber adivinado que lo pensé, pues me explicó:
– Hay licor en la cocina, Ed. No vale la pena perder el tiempo aquí.
Atravesó el cuarto; una entrada sin puertas nos condujo a un comedor grande y continuamos a lo largo de la mesa hacia otra puerta en el extremo contrario. No había luz, pero nos llegaba bastante del recibidor para ver por dónde íbamos.
Caminaba a dos pasos tras Ángela, cuando, como a medio camino, se detuvo de pronto y se volvió, estaba en mis brazos sin que yo pensara siquiera en ello, y los de ella me ceñían el cuello.
– Oh, Ed – susurró -, abrázame un momento. Tengo miedo. He estado fingiendo que no, pero sí tengo.
– No me llama la atención, encanto – le contesté -. ¿No tienes la menor idea de quiénes hayan podido ser esos hombres, y para qué vinieron?
– Ojalá y lo supiera. Es tan… falto de sentido. Deben haber tenido alguna razón para venir, no obstante, cuando me golpearon y fingí que estaba inconsciente, ¿por qué no me amarraron, me amordazaron y continuaron con… con lo que intentaban hacer?
Yo me había estado preguntando eso, mas no tenía ninguna respuesta para ella. Ninguna en absoluto. Dolan debe de haber pensado acerca de ello, y ser ésa la razón por la cual lo asaltó la idea de que posiblemente los hombres continuaban todavía aquí ocultos en alguna parte, aguardando. Y aquella abierta de puerta de entrada, ¿no hubiera sido natural y fácil tirar de ella y cerrarla tras quienesquiera para detener cualquier persecución durante un segundo o dos, y hacer menos sencillo el camino que hubieran seguido?
Hubiese sido muy fácil para ellos abrirla, hacer aparecer como si por allí se hubieran marchado, y luego regresar a ocultarse en la casa. Tuvieron bastante tiempo. Ángela estaría en el cuarto de su padre para cuando ellos llegaran al pie de las escaleras, y a Dolan le habría tomado por lo menos un minuto sacarle algo de la historia, especialmente si había estado llorando, y luego decidir cómo obrar, tomar la pistola del sitio en que la guardara en su alcoba y bajar con ella.
Sin embargo, en estos instantes, lo que había que hacer era tranquilizar a Ángela, así que le dije:
– Sea lo que fuere, Ángela, no creo que debas ya tener miedo por nada. Tuvieron oportunidad de lastimarte seriamente, y no lo hicieron. Además, ahora tu padre está con ojo avizor; no correrá ningún riesgo. Quizá lo de hoy no hubiese acontecido si hubieran creído lo que Mike contó que sucedió ayer en la tarde.
Asintió con la cabeza, lentamente, como si la hubiese tranquilizado por lo menos un poco.
– Bésame una vez, Ed, y luego seguiremos.
La besé. Un beso bastante largo y muy dulce. Ternura en lugar de pasión. Me contestó en la misma forma. Después se encaminó a la puerta del otro extremo del comedor. Conducía a una despensa la cual se abría a una cocina moderna y bien equipada. El tío Am se puso en pie cuando entramos; había estado sentado en una silla apoyada contra la entrada posterior que vigilaba.
– ¿Am Hunter? Soy Ángela. Ed me ha contado muchas cosas acerca de usted y me parece exactamente igual a como me lo describió.
Cruzó rápidamente hacia él y le tendió la mano. El tío Am esbozó una sonrisita al tomársela.
– ¿Así de malo me veo? – preguntó.
– Así de bueno – contestó -. Soy yo la que debo excusarme por el modo como me veo en este momento. Sin embargo, no lo hice.
– Ángela – interpuse para impedir lo que pudiera decir el tío Am como cumplido -, dime en dónde está el licor y te prepararé la copa.
– Los vasos, allí – empezó señalando con la mano -, el whisky allá y el hielo y la soda aquí, y prepara tres, si quieren beber ustedes conmigo.
Empezaba a decir que sería mejor que no, pero el tío Am se me adelantó.
– Chica, creo que podría utilizar un trago de whisky puro. Estoy todavía medio dormido y eso me despertaría, espero.
Por tanto, si él iba a tomar una copa, también yo la tomaría, decidí. Hallé una botella de «Jack Daniel» y serví un buen medio vaso para Ángela, y dos copas pequeñas para nosotros. Llevé el suyo a Ángela y el tío Am fue a recoger el suyo.
– Por nuestro conocimiento – y brindó con ella.
Bebimos, nosotros de un golpe y Ángela a sorbos.
– Acabo de darme cuenta de lo que dije – echóse a reír el tío Am -. No había sabido nada de su existencia hasta apenas hace un poco más de veinticuatro horas. Parece imposible. – Dejó la copita y se volvió hacia mí -. Muchacho, ¿qué ha estado sucediendo? ¿cuánto voy a estar metido aquí, lejos de todos?
Lo puse al corriente con brevedad, y añadí:
– Probablemente deseará que permanezcamos en guardia en las puertas. Veré que entre usted en los acontecimientos en cuanto haya terminado el registro.
– Me alegro de haberlo conocido – manifestó Ángela al tío Am -, aunque haya sido por un minuto. Mi papá probablemente me habrá enviado a la cama para cuando salga usted de Siberia, como dijo Ed.
– Gracias, Ángela. Confío en que nos veremos de nuevo. – Se volvió hacia mí -. Muchacho, antes de que llegues a ese lugar será mejor que te limpies los labios.
Murmuré gracias, saqué el pañuelo y me froté con fuerza. Pero no apareció ningún color rojo y Ángela se rió. Si no fuera un lugar ton común, diría que su risa se oyó como el tintinear de unas campanillas de plata. ¡Un cuerno!, lo diré de todos modos porque así fue como sonó, sea o no lugar común.
– Ed, tu tío Am te ha hecho tonto y obligó a descubrirnos. No tienes lápiz de labios; esta clase no se desprende.
Puede ser que no hubiera ninguna mancha en mi pañuelo, pero por la temperatura de mi cara, sabía que estaba muy roja. Rezongué al tío Am, que sonreía como un gato de porcelana, y me fui tras Ángela que se encontraba casi en la puerta.
Se volvió antes de salir.
– ¡Am! ¿Puedo hacerle una pregunta?
– Seguro – asintió con la cabeza.
– ¿Quién echó el costal de arenita, dentro de la pianola chiquita de la señora Murphy?
– ¿Quién puso el pájaro volador dentro del reloj despertador de la señora Murphy?
– Usted gana este punto – concedió con un ligero mohín -. Ya buscaré uno mejor la siguiente vez. Estoy pescando la idea.
Entró en la despensa y la seguí. Tras de nosotros podía oír al tío Am graznando una sonrisita, y supe que le había gustado.
No se detuvo hasta regresar al estudio. Dolan estaba sentado de nuevo ante el escritorio. Steck en le vano, pero entró para dejar pasar a Ángela y yo tomé el puesto de vigilancia. El cara de luna llamado Ernie se encontraba sentado cómodamente en un sillón, pero se levantó rápidamente para dejarlo a Ángela.
Dolan gruñó algo acerca de haberse tardado mucho; luego se calmó y le palmeó el hombro al ponerse en pie.
– Estuvo bien, encanto. Me dio tiempo para explicar a George y a Ernie los detalles de lo que ocurrió. – Volvióse hacia mí -. Ed, usted se queda en donde está y dejaremos a Am en su sitio. Comenzaremos con la parte superior y después iremos bajando.
– ¿Por qué no primero el sótano? – indagó Steck -. Si están ocultos, ése es el lugar en que más probablemente estén. No tomarían el riesgo de regresar por las escaleras después de que Ángela los oyó.
– Mucha verdad, pero si están allí, nos esperarán. Prefiero empezar por arriba, porque probablemente ninguno de los sirvientes se ha vuelto a dormir todavía, y puedo revisar sus cuartos sin tenerlos que despertar otra vez. ¿Alguna otra sugestión?
– Una – murmuró Steck -. Si ese detective de la cocina está cuidando la puerta posterior, puede abrir la que da la cubo de la escalera hacia los peldaños de atrás. Si se estaciona allí puede ver la puerta que cuida, y también que nadie suba o baje por esos peldaños. No queremos revisar arriba y que luego alguien suba allá desde el sótano mientras registramos este piso.
– Magnífica idea, George. Iremos allá a explicarle eso primero, luego subimos por la escalera posterior y empezamos arriba.
Me hice a un lado para dejarlos pasar; Dolan venía al último y se detuvo en el vano para una palabra final a Ángela.
– Encanto, ahora que estás aquí, prefiero te quedes hasta que terminemos los pisos superiores. Después, cuando subas para acostarte, sabremos que está segura, para ti, la parte de allá. ¿No tienes sueño todavía, verdad?
– Me siento muy bien, papá – contestó -. No te preocupes por mí.
– Muy bien, hija mía; no nos tomará mucho. – Volvióse, se reunió con los otros dos, y oí que les decía -; Déjenme ir primero. Am no conoce a ninguno de ustedes dos, y no queremos tiroteos por equivocación. – Luego se perdieron las voces.
Me apoyé contra la chambrana y pregunté a Ángela si le dolía mucho la cara.
– No mucho, Ed. El ojo me palpita un poco, pero no tan fuerte como antes. El doctor me puso una especie de compresa. – Tocóse un lado del rostro con las yemas de los dedos -. La mandíbula está un poco lastimada al tacto; no más. Supongo que tendré que comer comida blanda un día o dos.
– Ángela – le pregunté – ¿cuál es tu opinión de cómo estos individuos pudieron entrar?
– Con una llave, por supuesto. No hay otro modo, Ed. Esta casa tiene acondicionamiento de aire, y las pocas ventanas del frente y de atrás se encuentran selladas.
»Probablemente entraron por la puerta de la calle. Yo eché cerrojo a la posterior cuando entré a medianoche, así que, salvo que se metieran antes y se ocultaran por lo menos dos horas, tuvo que ser por enfrente.
– No veo por qué hubieran tenido que esperar dos horas. O, en todo caso, por qué estarían ocultos ahora.
– Probablemente no lo están; no obstante, puedo comprender el punto de papá que desea estar seguro ciento por ciento. Yo misma me sentiré mejor cuando sepamos que ya se marcharon.
– ¿Cómo pudieron haber conseguido una llave? No me imagino que tu papá las reparta con descuido.
– Desde luego que no. Mas con siete juegos de llaves rodando por ahí, no sería difícil para alguien apoderarse de una, tiempo para obtener un duplicado, o tomar por lo menos una impresión de la que se pudiera hacer.
– Podría ser – comenté -, e imagino que tu padre hará que cambien las cerraduras mañana mismo.
– Si a él no se le ocurre, se lo voy a sugerir. También que no dé las nuevas llaves a todos nosotros. Será molesto tener que abrir la puerta a todo el que llame, pero lo podremos soportar algún tiempo. Voy a hacerle otra sugestión; un cerrojo para la puerta principal. Entonces el último lo corre y nosotros haremos lo mismo el de atrás. Si hubiese habido uno ahora, papá pudo haberlo echado cuando se fue a la cama anoche, supuesto que sabía que yo iba a entrar por el garaje, y probablemente no hubiéramos tenido visitas.
Le contesté que también eso me parecía lógico; entonces oímos un ruido y nos volvimos. Dolan comenzaba a bajar las escaleras con George Steck y Ernie tras él. Cuando llegó al pie dio media vuelta y escuché que les decía:
– Bien, ocúpense ustedes de este piso; deseo hablar con Ángela unos momentos.
– Muy bien – contestó Steck -. ¿Después seguimos para abajo o esperamos por usted en los escalones del sótano?
– Espérenme. Llegaré allí en unos cuantos minutos. Dolan se me acercó y yo entré para dejarlo pasar.
– Bueno, ya está todo registrado arriba.
– ¿Está Sylvia sin novedad? – le preguntó Ángela.
Asintió con un movimiento de cabeza.
– Debe haberse tomado un trago o dos más de lo acostumbrado porque ha dormido profundamente durante todo esto. Ni siquiera despertó cuando revisé su habitación.
– Pobre Sylvia. Eso me recuerda, papito, ¿puedo tomar otra copa ahora? – Tendió su vaso -. Ed me la puede preparar mientras tú estás aquí.
– Seguro, con mucho gusto – le aseguré, acercándome y recibiendo su vaso -. Mientras yo la preparo, éste sería un buen instante para presentar a tu padre las sugestiones acerca de las cerraduras y las llaves.
Me hizo señas de que sí, y ya estaba haciéndoselas explicándole su punto de vista cuando salí. Dolan se fue en cuanto yo regresé con la bebida.
Ocupé ese rato en pedir a Ángela que me diera su versión, de primera mano, de lo que había acontecido en su cuarto; no varió en ninguna forma de la que ya había oído a Dolan.
Como diez minutos más tarde regresaron de su registro del sótano. Ya el tío Am los acompañaba; por fin lo habían liberado de su destierro en Siberia.