– Ahora bien, ¿y la servidumbre? – le pregunté.
Me dijo que había tres que vivían allí. Robert Sideco, el mocito filipino, al que ya había visto, estaba con ellos desde hacía cuatro años. La señora Anderson, ama de llaves y cocinera, tenía diez y era casi como un miembro de la familia. Y había otra doncella de servicio, negra; ésta se llamaba Elsie y sólo estaba desde hacía unas cuantas semanas; Ángela no conocía su apellido, y probablemente nunca lo había oído. La señora Anderson estaba encargada de aceptar y despedir a esa servidumbre.
Le pregunté si no había otros sirvientes que no durmieran allí, y me contestó que muy raras veces; en las pocas en que su padre recibía invitados por asuntos de negocios, se recurría a una agencia para conseguir uno o dos. Eso no había acontecido recientemente. No tenían chofer; ella y su padre manejaban sus propios coches, un Continental de él y un Jaguar de ella. La señora Dolan no manejaba; cuando salía sin acompañar a nadie, pedía un auto de alquiler.
¿Qué estaba haciendo mi brazo en torno a ella, y cuánto tiempo había permanecido allí? Lo regresé al asiento y ella se rió.
– Póngalo en donde estaba, Ed, me sentía muy bien. Pero, ¿no cree que sea tiempo de que le haga una pregunta?
– Seguro, Ángela – contesté regresando el brazo a donde estaba.
– He estado pensando en cómo darle forma, mientras contestaba a las suyas, Ed. ¿Por qué cree que Mike obró como lo hizo esta noche? Concedamos que se haya quedado dormido y tenido una pesadilla; yo estaba allí, en casa, y no puedo pensar en ninguna otra respuesta posible. ¿No sería lo normal para él ir con su padre, o conmigo, o con su madre, y contárnoslo? ¿Decirlo a uno de nosotros, a cualquiera, en lugar de salir y tratar de robar una pistola para proteger a su padre?
– Sí, supongo que ésa es una sola pregunta – repuse con calma – no obstante, resulta muy complicada. Permítame meditar un momento.
Pensé un momento. Lo que me estaba preguntando realmente, era si la reacción de Mike a su pesadilla o fantasía, o lo que fuese, había sido un acto de cordura.
Y, ¡maldita sea, no lo había sido! Ni siquiera para uno que casi contaba ocho años de edad. Su reacción no había sido normal, aunque realmente hubiera escuchado la conversación que nos contó.
Los niños tienen fantasías, por supuesto; juegan a los ladrones y a los policías, pero un chico normal, ¿llegaría al extremo de robar una pistola a un extraño? ¡No!
Algo había mal en el cuadro. Algo estaba mal en el cuadro.
Como quiera que se le diera énfasis, era verdad.
Y había sido con la esperanza de hallar algún indicio, que había preguntado a Angie tantas veces acerca de su familia y sus relaciones. El padre de Mike, su madre, su hermana… Seguramente Mike hubiese confiado en alguno de ellos.
– Ed, no tiene usted para qué contestarme. Ya me ha contestado al no hacerlo inmediatamente.
– Mucho me temo que sí, Ángela – repuse -. Pero me figuro que sea lo que fuere, su padre lo descubrirá y hará algo al respecto. La ventaja es que él, su padre, sea tan inteligente. Ahora mismo estará reflexionando en el mismo sentido que nosotros, y se encuentra en la mejor posición para charlar con Mike y averiguar lo que haya. Y hará algo, si se necesita.
– ¿Me quieres decir como… recurrir a la terapéutica?
– Me lo imagino, si decide que sea indispensable. ¿Ha hecho Mike, en alguna ocasión anterior algo que parezca anormal para su edad?
– No, nunca. Por lo menos, que yo sepa. No estoy en casa doto el tiempo. La mayor parte, sí, a últimas fechas. Pero estuve en una escuela, fuera de la ciudad, durante dos años, cuando Mike tenía cuatro o cinco.
– ¿A qué escuela va él? ¿Privada?
– No, pública. Sus calificaciones son buenas, así como su conducta; nada espectacular, pero bastante arriba del promedio. No es retardado en ningún sentido.
– En verdad que no produce esa impresión – asentí -. Parece bastante brillante para su edad. Pienso realmente, Ángela, que su padre manejará las cosas debidamente. Si hubiese reaccionado haciendo el asunto a un lado o figurándose que lo podía arreglar con una sesión en el sótano, entonces sí pudiera usted preocuparse.
– Gracias, Ed – suspiró -. Creo que ésa es una respuesta tan buena como cualquiera que me hubiese dado. Dígame algo de usted.
Eso era cosa fácil, y me encontré confiándole mi vida y la del tío Am, y cómo nos asociamos y nos convertimos en detectives.
No entré en detalles o casos específicos, y no me llevó mucho tiempo decírselo; después de eso nos quedamos sentados muy quietos, contemplando el lago. Había una luna espléndida que proyectaba suficiente luz para platear el agua y hacerla misteriosa. Podíamos ver hasta el pequeño oleaje, manso.
Y manso y suave fue el beso que, sin premeditación, me encontré que le estaba dando. Ni siquiera me acuerdo de haberlo comenzado.
Luego sus labios me movieron bajo los míos, y con su mano tras mi cabeza me empujó, y el beso estalló. Las cosas acontecen de pronto, como ésa, alguna vez en mucho tiempo. De súbito supe que ella me deseaba con tanta ansia como yo a ella, y nos abrazamos hasta que, con un pequeño ahogo de dolor, me retiré.
– Ed, ¿qué…?
Mi voz estaba temblorosa, pero no por el dolor; ése había sido agudo, aunque breve, cuando había puesto la mano encima de la rotura; entonces le conté lo que le pasó a mi costilla.
– Oh, Ed, lamento haberte lastimado. Tendré cuidado.
Y lo tuvo cuando la besé otra vez. Seguía con la mano tras mi cabeza o alrededor de mis hombros, excepto cuando le toqué el seno la primera vez, para oprimir más la mía contra ella.
– Ed, te deseo – murmuró tras unos instantes -. ¿Nos atrevemos…?
Le contesté que no era seguro. Los policías visitaban con demasiada frecuencia aquel lugar de estacionamiento, en busca de gente precisamente como nosotros. Pero a un par de kilómetros más lejos, hacia el Norte, comenzaba una fila de moteles… Así que fuimos al más cercano y allí nos quedamos.
Estuvo maravillosamente gentil y no me dolió la costilla rota. No mucho.
Regresamos por el camino que llegamos, y todo era lo mismo aparentemente, o casi lo mismo. Ella estaba sentada un poco más cerca. Rodábamos un poco más aprisa, y entonces se me ocurrió que acaso no importara a qué hora llegaba a la casa; le pregunté.
– Es la una y minutos – le dije consultando mi reloj -. ¿Será demasiado tarde, o nos detenemos a tomar una copa o dos?
– Una, tal vez. Otra media hora no importa.
Así que me desvié del Drive hacia la casa de Clark, y me fui al Sur, más allá de Bughouse Square. En unas cuantas cuadras entre ella y Hurón hay muchos bares, pero la mayoría de ellos son ruidosos y de mala fama. Luego divisé «El Gato Verde», me acordé que era uno de los menos escandalosos, y comencé a buscar sitio en donde estacionarme. A media cuadra hallé uno y regresamos caminando.
«El Gato Verde» no tenía mucha gente. Buscamos un lugar discreto y la mesera en turno se acercó a tomar nuestro pedido. No hablamos de Mike mientras bebíamos. Decidió no aceptar la segundo, y la lleve a su casa. En el camino le dije:
– Ángela, esto puede no suceder, porque probablemente no volveré a saber nada de tu padre. Sin embargo, si aconteciera, debo saber lo siguiente: ¿le vas a contar nuestra conversación de esta noche?
– Creo… creo que no, Ed. No deseo que sepa que estuve tan preocupada acerca de Mike. Ya tiene bastantes preocupaciones.
– Perfecto – aprobé. Acerqué el Buick a la acera y salí para abrir la portezuela.
– Gracias, Ed, de nuevo. Sería mejor que no vengas a la puerta. Es tan tarde que mejor me meto de golpe.
No era más que un trecho de diez metros, pero decidí quedarme hasta ver que estaba a salvo. Dio dos pasos y se volvió.
– Oh, Ed. Una última pregunta que por poco se me olvida.
– Dispáramela.
– ¿Quién metió con toda inquina la mula muerta en la piscina de la señora Murphy?
Y echó a correr. Aunque hubiera tenido una frase de la señora Murphy en la punta de la lengua, hubiese tenido que vociferársela. Así que me limité a cuidarla con la vista hasta que desapareció, y después regresé al Buick para encaminarme al garaje.
El tío Am estaba todavía despierto, bien despierto.
– ¡Por amor de Dios! muchacho – me soltó aun antes de que cerrara la puerta -, iba siguiendo a una sospechosa a su casa, sin que tú supieras por quién andaba trabajando, ¡y allí estás tú disponiéndote a salir con su hija, de paseo! ¿Qué clase de coincidencia loca es ésa?
– Más loca que coincidencia – repuse -. Quiero decir, lo de la coincidencia se puede explicar. Además, era la hijastra de tu parte interesada.
– Se me ocurrió que pudiera ser, por sus edades. Pero, ¿qué pasó? Me he estado mordiendo las uñas. – Encendió la luz de la cabecera para que pudiera yo ver mejor en dónde colgar las ropas que había empezado a quitarme -. Cuéntamelo ya.
– Todo comenzó hará cosa de cinco horas, con un trombón roto.
– ¿Me quieres decir que se rompió cuanto te caíste?
– Lo doblé, sí. No sé si se podrá arreglar o no. Pero no se lo digas a la señora Brady.
– ¿Qué tiene ella que ver con ello?
– No debí de haber mencionado el trombón – suspiré -; pero supuesto que lo hice, concluyamos con él. Si le decimos a la señora Brady, va a insistir en que debe pagarlo. Legalmente, sí. El alfombrado estaba roto. ¿No insistió en que dijera al doctor Yeager que pusiera lo que me cobrara en su cuenta?
– ¿Se lo dijiste?
– Sí, para evitar discusiones, y no serán sino unos cuantos dólares. Un trombón nuevo es algo diferente. Es muy buena, hemos estado aquí mucho tiempo, no es más rica que nosotros y…
– Muy bien, muy bien, estoy de acuerdo contigo. El tema del trombón terminado. Además de eso, ¿qué empezó hace cinco horas?
– Una historia que tomará otras cinco horas para contarte – le sonreí – si entro en detalles. Y tú me los exigirás, porque encaja quizá con el trabajo que andas haciendo para Dolan. Así que cuéntame la tuya primero. Debe ser más corta.
– Sí lo es. Dolan… ¿supongo que ahora sabrás…?
– Ahora – lo interrumpí – sé más de toda la tribu Dolan que el doctor de la familia. Deja de lado esa parte.
– Muy bien. Dolan deseaba que vigilara a su esposa. La seguí. No fue a ninguna parte ni hizo nada; pero cuando vuelve a su casa, allí estás tú. Ahora, cuenta.
– No, no, no te puedes escapar con tanta facilidad. Tu historia tiene algunos detalles; examinémoslos para que podamos ver cómo se enlazan con los míos.
– Muy bien – suspiró – tendré paciencia. ¿Apago la luz?
Yo ya estaba en calzoncillos listo para meterme en la cama. Le contesté:
– Déjala encendida. Probablemente queramos fumar algunos cigarrillos y no me agrada fumar en la oscuridad.
– Se te oye como si fuera a ser una historia muy larga.
– Cinco horas completas de acción, empezando con una visita domiciliaria a este mismo cuarto, por un rufián en busca de una pistola, terminando con que fui seducido por una princesa irlandesa.
Estaba en ese momento encendiendo un cigarrillo y me pidió:
– Enciéndeme a mí uno, ¿eh? – Se lo encendí y prosiguió -: Dolan llegó a la oficina como a las tres. No sé cómo escogió nuestra…
– Estaba tomando una copa en un bar cercano – le expliqué – cuando decidió finalmente utilizar una agencia. Buscó en las páginas de un directorio y nos escogió porque nuestra oficina se encontraba apenas un par de cuadras de distancia.
El tío Am se me quedó mirando unos cuantos segundos.
– Muchacho – me dijo -, si sabes todo, entonces, ¿quién encerró al perico morado debajo de la tapa del excusado de la señora Murphy?
Me hubiera pescado completamente desprevenido si no me hubiese acordado de la que Ángela me acababa de lanzar, acerca de la mula muerta en la piscina. Me confesó que era mejor que la suya y quería concederme el punto, pero yo acepté que la mía no era original, y se lo anoté a él, lo cual todavía me dejó con uno a mi favor.
– Cuando me dijo que deseaba siguiéramos a su señora, me negué sobre la base de que no nos ocupamos de trabajos relativos a divorcios, pero me arguyó que no era nada de eso. Seguimos con eso de nada de divorcios, ¿verdad, muchacho?
– Sí – confirmé – y confieso que me desazonó un poco cuando Dolan me dijo que tú andabas vigilando a su esposa. Sabía que debía de haber algo inusitado, y más tarde supe que la señora Dolan es una alcohólica. Así van las cosas, ¿eh?
– Sí; entonces me puedo brincar esa parte y…
– No, por favor. Me agradaría oír cómo te presentó Dolan el asunto a ti.
– Muy bien. Me dijo, y se le oía convincente que no era una cuestión de divorcio. Él y su esposa están distanciados y viven juntos únicamente por causa de un hijo… ¿Lo viste?
– Es un rufiancillo a quien mencioné antes. Cuéntame esta parte con tanto detalle como el utilizado por él contigo, tío Am. Es un aspecto en que nadie ha hecho hincapié conmigo.
– Bien, el muchacho los quiere a los dos y viceversa. Por causa de él, a lo menos hasta que se más grande, Dolan no desea ningún divorcio y no se lo concedería si ella lo solicitase. Tienen un convenio de caballeros sobre conservar las apariencias del matrimonio en atención al jovencito. Ella puede seguir bebiendo, mientras sea en su casa, y conserva su dominio enfrente del muchacho. Pero le ha prometido no beber nunca fuera de la casa, especialmente en bares. Y ha cumplido la promesa de conservar su dominio, me dijo.
»Y durante algún tiempo no salía de la casa sino muy raras veces, pero a últimas fechas ha estado saliendo más y más a menudo, y sospecha que ha vuelto a beber en bares; y eso no lo aceptará, porque si empieza, más pronto o más tarde se meterá en alguna dificultad y quizá haga algo que perjudique más a Mike, directa o indirectamente, que un divorcio. Mientras se atenga a la parte del trato, él se atendrá a la suya. Si no, tomará de inmediato una decisión, antes de que suceda alguna cosa, en lugar de después.
– Pero ¿qué decisión fuera del divorcio?
– Hará que la internen y dirá a Mike que se encuentra en un hospital. Lo cual será verdad, en cierto modo. Y eso es una verdadera palanca, porque ésa es la única cosa que realmente teme, tener que dejar de beber, mientras cumpla el periodo de reclusión.
Se oía como un arreglo muy trágico; supongo que el alcoholismo puede ser algo muy trágico para quien no desea ni siquiera luchar contra él. O, ¿no sería la verdadera tragedia, la de Dolan?
– Me dijo que hoy sería un buen día – prosiguió el tío Am – para iniciar la vigilancia, porque me podría indicar cuándo y en dónde la hallaría. Había salido de la casa como a la una; tenía una cita con el dentista a la media; luego iría de compras y llegaría a casa de su peinadora a las cuatro y treinta.
»Me dio el nombre y la dirección del salón de belleza, y una descripción de su esposa. Inicié mi trabajo cuando salió de allí, a las cinco y diez. Ni de casualidad se acercó a ningún bar. Anduvo viendo aparadores hasta un poco antes de las seis; después se dirigió a un restaurante en donde se encontró con la mujer que luego la llevó a su casa; probablemente tenían una cita a las seis, para comer. Cuando terminaron fueron a un cine, de donde salieron como a las diez, y caminaron a un café para un pequeño piscolabis.
»En ese momento te telefonee, mientras tomaban café. Salieron a la diez y anduvieron hasta un sitio de estacionamiento. Apenas si tuve tiempo de pescar un coche para no perderlas. La otra mujer condujo a la señora Dolan hasta su casa, y, al pasar yo por allí, ¿a quién te imaginarías que vi recogiendo a una muchacha en el mismo lugar y dirección a donde fue la señora Dolan? Esto me recuerda: ¿pongo esa parte en mi informe?»
– No – le contesté -. Ya verás por qué, cuando termine yo de hablar, así que no anticiparé las cosas ahora. ¿Es eso todo? Parece que tuviste una noche aburrida.
– Así fue, muchacho, y eso es todo. Bueno, tengo unos cuantos detalles con qué llenar el informe: descripción de la dama, número del Chevrolet convertible, etc. Pero, óyeme, antes de que empieces realmente, ¿tienes la contestación de por qué un tipo con el dineral de Dolan vive en una dirección como ésa, a dos cuadras de aquí?
– Sí la tengo, y ya llegaré a ella. Tío Am, cuando te dio su dirección, ¿no se te ocurrió que era demasiado cerca de donde nosotros vivimos, y que mucha gente por este rumbo conoce la clase de trabajo a que nos dedicamos?
– Seguro que sí, Ed, pero para cuando llegó a mencionar direcciones, yo ya le había escuchado casi toda su amarga narración y aceptado el trabajo. Calculé que yo tomaría la primera ronda personalmente y después de hoy le pediríamos prestado a Ben Starlock uno de sus muchachos. Si es que Dolan desea continuar. Debo telefonearle mañana a las diez, con mi primer informe. ¿Cigarrillo?
Encendí uno para cada uno y el ti Am me instó:
– ¿Bueno, muchacho? – Yo retrocedí mentalmente cinco hora, y le dije:
– El asunto comenzó así…