Eran las tres y treinta, como una hora y media después de que toda la excitación comenzara, y ahora concluyera, excepto por la conversación que nosotros tres, Dolan, el tío Am y yo, sosteníamos en el estudio.
La casa se encontraba libre de intrusos, y así iba a permanecer, por lo menos el resto de la noche, porque ya había un cerrojo en la puerta de entrada, igual que en la posterior. Mientras registraba el sótano, Dolan había encontrado uno extra en un cuartito de herramientas, y lo subió. El hombre de cara de luna llena, llamado Ernie, se había ofrecido para ponerlo. Steck y él también ofrecieron quedarse todo el tiempo que Dolan los necesitara, pero él les manifestó que no había nada más que hacer esa noche y se despidió, con sus agradecimientos. Y corrió el cerrojo tras ellos.
Ángela decidió que finalmente ya estaba bastante soñolienta como para irse a la cama, y Dolan la acompañó. Yo aproveché los pocos minutos que estuvo ausente para poner al tanto al tío Am de las pocas cosas que había sabido. No fue mucho.
Ahora Dolan estaba de regreso con nosotros, y nos dijo que le agradaría escuchar cualesquiera ideas o sugerencias que le pudiéramos dar. Dirigí la vista al tío Am para que él principiara.
– Primero que todo, señor Dolan…
– Será mejor que me diga Vince – lo interrumpió -. Yo los he llamado Am y Ed.
– Está bien, Vince. Primero, tenemos la cuestión de si podremos o no hacer algo más por usted. Legalmente, quiero decir. Esta noche fue una emergencia, o parecía serlo, así que no titubeamos, ni titubearemos, acerca del hecho de que usted nos llamó en lugar de a la policía. En lo que respecta a continuar en el caso, puede haber alguna diferencia.
– ¿Por qué, Am? No hay ninguna ley que exija que un propietario presente una denuncia si no lo desea. Ni siquiera si hubiesen robado algo, y hasta donde sabemos, nada se llevaron. Un asesinato o un crimen más serio, sí. O si a Ángela la hubiesen maltratado muchísimo más… pero no es así.
– No, no fue más grave. Un balazo sí hubiera tenido que denunciarlo, y también el doctor que la curara, no así un moretón. Sin embargo, no es eso lo que estoy tratando de decir. ¿Qué si su pálpito hubiese sido correcto y esos individuos se encontrasen todavía aquí? ¿Qué hubiese usted hecho con ellos?
– ¡Maldita sea, Am, cómo puedo contestar eso? Hubiese dependido de ellos. Si hubieran estado armados e iniciado un tiroteo, ¿qué alternativa habría tenido? En ese caso, hubiera tenido que llamar a la policía. Y entregarle lo que hubiese quedado de ellos. Hubiera estado justificado, así como los que me hubiesen estado ayudando. Sería defensa propia, además del hecho de que los habíamos pescado in fraganti.
– ¿Y si no hubiesen estado armados? O, armados o no, ¿se hubieran entregado pacíficamente?
– ¿Cómo demontres sé lo que hubiera hecho con ellos, sin saber lo que tuviesen qué decir acerca del motivo por el que se encontraban aquí? Probablemente los habría denunciado, pero, ¿cómo lo podría decir de seguro? Quizá les hubiese dado un buen susto, causándoles cuatro moretones en los ojos, por lo de Ángela. Insisto, no hay ninguna ley que diga que yo los debiera entregar a la policía.
»Pero sí le puedo decir que hay una cosa que no hubiera hecho, y ésa es matarlos o hacer que los mataran a sangre fría, o que los llevaran a dar un paseíto de noche o… ¡Caramba, Am, la época de eso ha pasado ya! Soy un hombre de negocios, no un gángster. Lo único que pasa es que mi negocio es ilegal y, por esa misma razón, cuanto menos tenga que meterme con los polizontes, mucho mejor para mí. Tenemos una administración reformadora en estos momentos, y un fiscal a quien nada le gustaría más que una excusa para hacerme unas cuantas preguntas a las que me sería embarazoso contestar.
El tío Am aprobó con la cabeza.
– Puedo ver todo eso, Vince. Aquí está nuestro problema. El mío y el de Ed, quiero decir. Ayudarlo a pescar algunos criminales in fraganti, esta anoche, hubiera sido una cosa. Acepto su palabra de que no los hubiese mandado matar a sangre fría. Porque de hacerlo, hubiera tenido que matarnos a Ed y a mí también… y eso habría sido una carnicería. Supongamos que seguimos trabajando en el caso y conseguimos la identidad de esos hombres y sus razones para haber estado aquí; lo que pretendían llevar a cabo y que aparentemente no lograron. Sólo Dios sabe cómo obtendríamos esos informes para usted; no obstante, digamos que sí lo hacemos. ¿Llevaría usted esos datos a la policía? ¿O se ocuparía usted del asunto personalmente, lo cual nos convertiría a nosotros en cómplices?
– Déjeme reflexionar en esto, Am. Espere, lo pondré en esta forma. No puedo prometer que entregaré ningunos informes a la policía hasta que sepa qué son. Y si ustedes desean seguir trabajando para mí, les puedo prometer lo siguiente. Nada de ataques o de venganzas personales. Por lo menos nada peor que una paliza, y me tiene que conceder que a eso sí tengo derecho por lo que hicieron a Ángela. Y eso únicamente si averiguo que carecen de importancia que no merecen que se les entregue a la policía. ¿Está bien?
El tío Am se volvió a mí y levantó una ceja.
– ¿Qué crees tú, Ed?
¡Gracias a Dios!, fue mi primer pensamiento. Había estado deteniendo la respiración con el temor de que el tío Am rechazara el caso de golpe. Si lo hubiese hecho, habría estado completamente justificado y yo hubiera estado con él. Y hubiese sobrevivido, porque uno no se muere de curiosidad, del mismo modo que no se muere de amor o de penas. Pero no hubiera sido fácil.
– El señor Dolan tiene razón en una cosa, tío Am – repuse -. Ningún crimen grave se ha cometido.
– Muchacho, ningún crimen grave se ha cometido todavía. Y todavía es una palabra muy importante en esa frase. Si se comete, será preciso que se dé parte a la policía, y van a tomar muy a mal hasta lo que se ha hecho ya. Sea lo que fuere de lo que se trate, imposible dejar de llamar a ésta una situación potencialmente explosiva. ¿Estás dispuesto a tomar el riesgo?
– Sí lo estoy, pero…
Dolan me interrumpió.
– Un momento, amigos. Entiendo que no están hablando de riesgos en el sentido ordinario, sino que se preocupan por la posibilidad de perder su licencia. ¿Correcto?
– Correcto – contestó el tío Am.
– Entonces, dejen de preocuparse. La razón por la que no llamé a la policía esta noche fue que quise que esto se manejara a la manera de la demarcación, con la casa de policías y policías y probablemente reporteros. Los periódicos se darían gusto con lo que aconteció esta noche, si lo supieran. Ya saben el sesgo que le darían: batallas de pandillas que regresan; esa clase de publicidad. Sería lo peor que pudiera ocurrir al sindicato, y no estoy en una posición suficientemente elevada como para que no se me presentaran dificultades por provocar esa clase de propaganda. Ustedes pueden muy bien entender eso. Eso no significa que no vaya a tener una conversación discreta con un buen policía, por lo menos, alguien que me escuche y quizá me dé un buen consejo y guarde silencio sobre el asunto. ¿Conoce usted al capitán Brandt?
El tío Am asintió con un ademán.
– Bueno. Un recordatorio para mañana, para hoy, digo, será una charla con él. ¿Conoce él los nombres de ustedes?
El tío Am repitió su movimiento, diciendo:
– Por lo menos creo que se acuerde de nosotros. Nos hemos encontrado por casualidad en ciertos lugares varias veces.
– Bueno. Le diré que, debido a que no quiero que se maneje como asunto de policía rutinario, los contraté para que investiguen unos cuantos ángulos. ¿Los soltaría eso del gancho?
– Desde luego que sí – contestó el tío Am sonriéndose -. Así que procedamos con nuestra sesión de autopsia del asunto. ¿No le molesta que la inicie con unas cuantas preguntas?
– Dispárelas – y Dolan se recargó en su sillón.
– Sólo para eliminarla, la posibilidad de que fueran más o menos ladrones ordinarios que buscaban dinero. ¿Hay mucho en la casa?
– No lo que yo llamaría mucho. No hay dinero del sindicato. No se guarda aquí. Oh, de vez en cuando me encuentro cargado con unos cuantos miles que debo guardar por la noche hasta que los deposite en el banco o los pase a un corredor que tuvo alguna apuesta fuerte y debe pagarla; no ahora, ni en el curso de una semana.
Señaló hacia un cofrecito al otro extremo del cuarto.
– Allí es en donde estaría si hubiese algún dinero. En este momento habrá unos cuatrocientos dólares. Dinero personal, porque pago muchas cuentas en efectivo, y algunos documentos privados. No hay ningún registro del sindicato.
– Entonces, ¿ésta no es su oficina de negocios?
– No, tengo mis oficinas, un apartamento, en el Loop. Y antes de que me lo pregunte, sí, el dinero que había en la caja fuerte, allí está todavía. La abrí y lo comprobé después de que hice mis llamadas telefónicas mientras ustedes venían para acá.
– ¿Ha comprobado usted si falta algo que sea valioso? Pudiera ser que no supieran cómo habérselas con un cofre.
– Sylvia y Ángela tienen pieles y algunas alhajas. No pueden haberse llevado nada de Ángela porque despertó cuando entraron a su habitación. Eché una mirada al armario de Sylvia y a su alhajero, cuando andaba registrando allá arriba. Todo está bien. Si hubiesen entrado en su cuarto en lugar del de Ángela, se podían haber aprovechado. No despertó ni cuando encendí la luz.
Se rió con un graznidito falto de gracia.
– Si eran, como usted lo dice, ladrones en el sentido ordinario, debieron ser un par de estúpidos. No me convencen.
– ¿Lo convencería la posibilidad de que fueran secuestradores en busca de Mike? Sé que eso no encaja con la conversación que escuchó, pero déjela a un lado por un minuto. Todo el dinero y las alhajas en la casa habrían sido cacahuates comparado con lo que habría usted pagado por recuperarlo.
– Hubiera pagado lo mismo por Ángela. Y seguramente hubiesen sabido esto. Nadie planea un plagio sin estudiar el terreno lo bastante como para saber quién era ella. Me puede contestar que venían preparados para llevarse a un niño, no a una persona adulta, pero eso sería especioso y usted lo sabe. Y pensaron que la dejaron inconsciente. ¿Por qué no continuaron la tarea amarrándola y amordazándola? No, no me parece que hayan venido en busca de ninguno de mis hijos. – Lanzó un suspiro -. Voy a hacer que Mike se vaya de aquí de todos modos. No deseo que tenga otras experiencias semejantes. Su escuela termina en otros diez días y le había prometido enviarlo a un campo de veraneo en Wisconsin. No perderá el año sólo por diez días. Telefonearé al campamento y lo enviaré mañana con un par de mis muchachones en quienes confío.
– Muy buena idea – aprobé -. ¿Y no considera que Ángela siga estando en peligro?
– No, no lo creo. Anoche tuvieron la oportunidad si hubieran deseado hacerle algo. Ya tiene bastante edad para decidir lo que le parezca y hablaré con ella sobre el asunto. Si desea salir por algún tiempo, lo puede hacer. De cualquier manera, le había prometido un viaje a Europa. Si quiere, lo puede emprender en cuanto se sienta dispuesta a ello.
– Así que el robo y el plagio resultan improbables – comentó el tío Am -. ¿Sabe usted lo que eso nos deja?
– Seguro. Quedo yo. Probablemente un par de truhanes contratados, juzgando por lo pésimos que fueron.
– Considérese afortunado con que hayan sido pésimos. ¿Pero no conoce a nadie que desee verlo a usted eliminado?
– ¡Verdad de Dios, Am, no! Meditaré algo más sobre ello; sin embargo hagámoslo a un lado hasta que tenga tiempo. Procuremos olvidar posibles motivos y apeguémonos a los hechos.
– ¿Algún hecho en particular? – inquirió el tío Am.
– El hecho de que esos hombres hayan entrado aquí anoche. No entraron con violencia ni forzaron una cerradura. Estas cerraduras son buenas, no de la clase que se pueden abrir con una tirita de celuloide o con una ganzúa. Por otra parte, no había señales en ninguna de ellas; las examiné. Así, pues, tenían una llave. O alguien, ya dentro, les franqueó la entrada. Cualquiera de las dos equivale a la misma cosa. No estoy diciendo que fue trabajo de adentro, pero podría tener un ángulo interior, como que se cohechó a alguno de los sirvientes para que prestara una llave y sacar un duplicado. Tampoco estoy diciendo que imagino que eso es lo que aconteció, aunque deseo se compruebe la posibilidad. Ésa es su primer tarea, Am, de usted y de Ed. Otra cosa en mis apuntes es sostener una conversación con la señora Anderson y averiguar cómo contrató a la sirvienta, si por medio de una agencia o cómo. Y qué sabe de ella, pues yo ni siquiera conozco su apellido. Eso les proporcionará algo sobre qué trabajar. Y… ¿habrá visto a alguno de los dos?
El tío Am negó con la cabeza. Yo contesté:
– A mí me abrió la puerta cuando vine a la cita con su esposa en la tarde, y la vi anoche.
– Eso lo elimina a usted para la vigilancia, Ed. Pero usted, Am, puede ver qué hace en su siguiente día libre. Ni siquiera sé qué día sea.
»Y Robert Sideco. Ha estado conmigo cuatro años. Yo lo contraté personalmente y sé que no lo pusieron aquí como espía. Ha sido mocito para un amigo mío que ya murió, ese amigo no estaba metido en las trapacerías, y Robert había trabajado con él por lo menos cinco años. No obstante, eso no significa que no pudieran haberlo comprado recientemente. Su día libre es el viernes, pasado mañana, o mañana si ya llamamos a hoy jueves. Los ha visto a los dos, así que ninguno de ustedes puede dedicarse a la tarea de seguirlo: si desean pasarla a Starlock, por mí está bien. Desearía saber a dónde va, con quién se ve y cuánto dinero gasta. Ignoro lo que se pueda hacer para llevar a cabo otras investigaciones.
– Algo en su cuarto – sugerí – pudiera darnos algún indicio: libretas de banco, cartas, lo que encontremos. Lo pudiera usted enviar fuera con un encargo y darnos a cualquiera de nosotros la oportunidad de registrar.
– Buena idea, Ed. Será usted, sin embargo, y no su tío. Am, usted se me va de aquí después de esta noche. Mientras ninguna lo conozca de vista, excepto Ángela y Robert, todo irá bien y así seguiremos, por sí o por no. Especialmente, no quiero que Elsie llegue a conocerlo.
– Y a la señora Anderson, ¿la investigamos?
– Yo… ¡diantre! no lo creo – respondió Dolan tras un ligero titubeo -. No, por ahora. Ha estado con nosotros tanto tiempo y tan cerca de ser un miembro de la familia, que casi sería como sospechar de Mike o de Ángela. O de Sylvia. Se me resiste realmente figurarme a alguien tratando de comprarla, ya no digo lográndolo.
»De todos modos, nos ocuparemos primero de los otros dos. Confío en que antes de que nos pongamos bastante desesperados para pensar en probabilidades lejanísimas como la señora Anderson, se habrán presentado otras posibilidades de investigación. – Y, después de consultar el reloj, interrogó – bueno, ¿damos por concluida la noche y pescamos unas cuantas horas de sueño?
– Perfectamente bien – repuso el tío Am -. ¿Alguna hora especial en que nos necesite mañana?
– Ya que pensamos en ello, el mediodía será suficientemente temprano para ustedes dos. Yo tengo algunas cosas qué hacer antes, pero no son en las que me pudieran ayudar. No estaré listo para hablar con ninguno antes del mediodía.
– Estoy de acuerdo – asintió el tío Am -. Estaremos en la oficina para el mediodía y aguardaremos una llamada de usted.
– ¿Por qué la oficina? Quédense en su cuarto hasta que reciban noticias mías. Será más práctico. Hablaré entre las doce y la una. Durante los días siguientes, por lo menos, digamos el resto de esta semana, desearía que se consideraran trabajando para mí aun cuando sólo estén esperando una llamada. De esa manera no estaremos en peligro de que acepten otro trabajo y no estén disponibles en caso de que los necesite con urgencia y con pronto aviso.
Al levantarnos, Dolan bajó la vista a las tres pistolas que estaban en su escritorio, las dos automáticas treinta y dos que nos había prestado al tío Am y a mí, y la cuarenta y cinco que Steck había traído y no se llevó consigo.
– ¿Quieren que les preste dos de éstas? – preguntó.
El tío Am me vio de soslayo para que no contestara.
– Preferimos tener las nuestras. Mañana, antes del mediodía, iré por ellas al despacho.
– Como les parezca – asintió -. Voy a franquearles la salida.
Caminó con nosotros hasta la puerta y oímos el cerrojo que se corría cuando íbamos bajando los tres peldaños hasta la acera. La fortaleza Dolan estaba cerrada por esa noche.
Enderezamos rumbo al Este por la calle desierta.
– ¿Y bien? – inquirió el tío Am.
– Ningún comentario – respondí -. Me siento demasiado cansado para pensar más esta noche.
A la mitad del camino cambié de opinión.
– Tío Am – le dije -, me parece que mejor voy a la oficina esta noche y me traigo las pistolas sin esperar a mañana. Aunque no crea que las necesitemos pronto, prefiero terminar con esto y dormir media hora más una vez que me acueste.
– Bien, chico – y bostezó. Iré contigo si quieres.
– No tiene objeto que vayamos los dos. Vete a dormir.
Asintió con la cabeza sin contestarme, y cuando llegamos a casa no dijimos buenas noches al entrar él y seguir yo a sacar el Buick del garaje. A esa hora de la noche, sin tránsito y con todas las luces en ámbar, apenas me tomó cinco minutos estacionarme enfrente del edificio en donde está nuestra oficina. Subí por las escaleras puesto que el elevador no funcionaba.
A nosotros dos nos gustan los revólveres y odiamos las automáticas, siendo ésa una de las razones por las que no aceptamos las pistolas de Dolan. Con una automática es preciso recordar si tiene o no cartucho en la recámara, comprobar si está puesto el seguro, y nunca se puede asegurar si se va a embalar después del primer disparo. Existen tres probabilidades en las automáticas, y por eso no las aceptamos. Los nuestros son revólveres de cañón corto, treinta y ocho, el mío un Colt Especial y el de él un S &W. Nuestra única diferencia seria de opinión son las fundas: yo la prefiero de axila y él usa una en su cinturón.
Cuando llegué a casa, pensando que el tío Am pudiera estar dormido ya, entré sin hacer el menor ruido. Los resortes de la cama crujieron, al volverse él, y me soltó.
– Hola, muchacho. Me he estado preguntando algo.
– ¿Qué?
– ¿Quién puso l’anguila lectrica, en el desvencijada cestica de la señora Murphy?
– No lo sé – respondí -, pero, ¿quién puso la vaselina en el bote de gasolina de la señora Murphy.
– Vaya que me gusta más tu frase. Especialmente porque tuve que pronunciar a la diabla eléctrica, para lograrla. ¿Todavía te sientes como para no hacer comentarios sobre el tema de Dolan?
– Caray, me parece sería mejor que durmiéramos ahora, no obstante, si tienes algún pensamiento brillante, me gustaría oírlo.
– Lo contrario de un pensamiento brillante, Ed. Todo lo que tengo es la sensación, muy poco brillante, de que hay algo acerca de eso que no me gusta; mas no puedo precisarlo.
– Sé lo que me quieres decir. Consultémoslo con la almohada.
Estaba ya en calzoncillos y me disponía a meterme a la cama y apagar la lamparilla que el tío Am había dejado encendida, cuando me habló una vez más:
– Todavía un momento, Ed.
– ¿Si?
– Tal vez estoy muy cansado para dormir. ¿Cómo te sientes para la última? Si me acuerdo bien, hay algo de whisky en la botella.
– Hay bastante – repuse -. Y, ¡bueno!, también yo la tomaré. – Encendí la luz de arriba y comencé a preparar dos copas -. ¿Y qué me dices de una partidita de gin rummy mientras las bebemos?
Se sentó en la cama como movido por un resorte.
– Si no estás bromeando, ¡magnífico! ¿Qué hora es?
– No estoy bromeando. Saca las cartas y arréglalas mientras yo termino de preparar las copas. La hora será las cuatro y treinta cuando oigas el ruidito del whisky que voy a servir.
– Bueno. Podemos jugar hasta las cinco, poner el despertador a las once y disfrutar de seis horas de sueño. Además de la hora de que dispongamos antes de la excitación. – Salió de la cama y terminó de arreglar la mesita de juego cuando dejó de hablar.
Llevé las copas y cortamos para saber quién daba. Gané, y mientras barajaba, el tío Am continuó:
– Una cosa más acerca del caso Dolan.
– ¿No puede esperar?
– Puede, pero es una idea feliz y no quiero que aguarde. Se trata de dinero. Mencioné a Dolan nuestra tarifa máxima de cien dólares por cabeza. Hasta el sábado, y nos ha contratado hasta entonces, tendremos cuatro días cada uno y eso nos significan ochocientos dolarillos.
– Además de una parte en el operador de Starlock si utilizamos alguno. Con el descuento profesional, Ben Starlock nos dará un buen sabueso por cincuenta, y no lo podemos cobrar por menos de la tarifa de nosotros.
– Hasta sin eso será una estupenda semana de trabajo.
Terminé de repartir las cartas, pero no las recogí.
– Hay una cosa más de la que debemos ocuparnos.
– ¿Cuál?
– Tenemos que firmar con un servicio de respuestas telefónicas. Fíjate en todas las llamadas que pudiéramos perder en estos tres días, puesto que estaremos operando desde aquí y no desde allá.
– Aceptado – murmuró el tío Am -. Haremos los arreglos necesarios el primer día libre. Leo Kahn, en la oficina contigua a la nuestra, tiene servicio de respuestas. Le pediremos que nos informe sobre el asunto. Y, ahora, ¡reparte!
Repartí. Estaba pensando en que esperaba que Molly Czerwinski, o cualquier otro nombre que tuviese de casada, nos llamaría y siguiera llamándonos hasta que lo dejara por la paz. No que el trabajo que nos ofreciera, buscando a un ex marido que le debía un par de miles de dólares, fuese como para causar ninguna excitación; sin embargo, sería muy agradable volverla a ver de nuevo.
Terminamos dos juegos a las cinco, y los gané los dos por un poco más de cuatrocientos dólares. Decidimos dar la noche por terminada; puse el despertador a las once y me metí en la cama. Me dormí en el mismo momento en que apoyé la cabeza en la almohada.