Capítulo 6

Alzaron la bocina después del primer repique.

– ¡Dolan! – contestó una voz. Nada más Dolan, no Vincent Dolan, pero eso era lógico. El único Dolan, Mike no estaría contestando el teléfono privado de su padre, en su estudio aunque no se encontrara en la escuela.

– Habla Ambrose Hunter, señor Dolan.

Que fue hasta donde llegó antes de que Dolan lo interrumpiese con toda celeridad.

– Lo siento… estoy muy ocupado en este momento, señor Armstrong. ¿Puedo llamarlo en diez o quince minutos?

– Seguro, comprendo, señor Dolan – le aseguró el tío Am.

Colgó, y lo mismo hice yo, y me regresé al vano de la puerta, entre las oficinas, y proseguí en la tarea de sostenerle un lado.

– Alguien estaba con él – le dije -, alguien ante quien no quería mencionar su nombre verdadero.

El tío Am se me quedó viendo.

– Chico, no gastes tu potencia mental deduciendo lo obvio.

– Expliqué lo obvio para hacerlo a un lado, de manera que pudiera empezar a preguntarme quién sería.

– Cualquiera que pudiera establecer una relación con el nombre de Hunter – me espetó encogiéndose de hombros -. Quien pudiera ser cualquiera de la casa, hasta George Steck o alguno de los sirvientes. Tal vez nos lo diga. Probablemente lo hará para explicar lo del señor Armstrong.

– Probablemente. Por supuesto, si alguien estaba con él, no desearía hablar contigo acerca de espiar a su esposa. Tal vez ni siquiera escuchar el informe respectivo.

Volví a mi escritorio, y el cartero llegó. Le cambié los dos sobres para el correo por otros dos. No eran cheques ni cuentas. Un anuncio y una carta de un amigo nuestro. Vi que el matasellos era de Indianápolis, lo que me hizo pensar de nuevo en Molly Czerwinski, sin otra razón que no fuera la coincidencia geográfica; allá era donde iba a visitar a sus padres.

El tío Am había sido empleado de feria durante algunos años, y estuve con él un par de temporadas antes de que nos convirtiéramos en detectives privados. Cuenta con muchos amigos antiguos que trabajan en esos carnavales, y también yo los tengo. Carey Stofft, el que escribió esa carta, era uno de ellos, y yo sabía que la carta era para los dos, aunque estaba dirigida al tío Am, con lo que se la llevé para que él la abriera.

– Buenas noticias, Ed – comentó cuando iba a la mitad de la página -. Su compañía va a trabajar en Gary toda la próxima semana. Quiere que los dos vayamos a verla una noche o todo el tiempo que queramos. Tiene un remolque ahora y dice que nos puede acomodar.

»Veremos cómo andan los negocios la próxima semana. Puede ser que nos sea posible ir de paseo, juntos, unos cuantos días.

Regresó a la lectura y me pasó la primera página cuando la terminó. Antes de que empezara yo, repicó el teléfono. La dejé y tuve que regresar al mío. Era Dolan.

– Dolan, señor Hunter – decía al tío Am -. Siento haberlo cortado; mi esposa acababa de entrar a decirme algo, y ni siquiera lo pude llamar por su nombre enfrente de ella.

– Me figuré, señor Dolan, que era alguien de la casa.

– Vino a avisarme que acababa de hablar con su sobrino, Ed, y le pidió que viniera a contarle lo que pasó anoche con Mike.

– Sí, Ed está aquí y desea hablar con usted cuando termine.

El tío Am tenía sus apuntes frente a él, y contó su versión a Dolan igual a lo que me había dicho la noche anterior, aunque con más detalles y descripciones. Cuando concluyó inquirió:

– ¿Debo seguir el indicio de la licencia del Chevrolet convertible, señor Dolan, para saber quién es el dueño?

– No, ya lo sé; es decir, reconocí a la mujer por su descripción: Faye Greenough. Amiga de Sylvia desde la época en que las dos trabajaban en el mismo sitio cuando conocí a mi esposa. Faye y yo no nos llevamos muy bien y por esa razón nunca viene aquí, pero yo no tengo la menor objeción a que Sylvia la vea de vez en cuando. Siempre que no sea para algo más serio que comer juntas e ir al cine.

– Bien, señor Dolan ¿terminamos de hablar sobre la vigilancia antes de poner a Ed al aparato? ¿Desea que continuemos?

– Por algún tiempo, creo que sí. Si todas las veces que sale son como está, entonces he estado imaginando algo de nada, y así lo espero. Sin embargo, ahora que ya principié, tal vez sería bueno conservar a usted en la tarea, al o menos por unas cuantas ocasiones.

– Muy bien; arreglaré utilizar a otro operador la siguiente vez. Pero dijo a Ed que hoy estaría en la casa todo el día. ¿Se referiría también al tiempo durante la noche?

– Probablemente. Nos saltaremos el día de hoy. Verá, por lo regular me avisa algo a la hora del desayuno, si ha decidido salir. A la siguiente ocasión que suceda eso, lo llamaré de inmediato. Si puede usted conseguir a un hombre que esté listo para seguirla en el momento en que salga, ¡magnífico! Si falla, bueno, pues falló, y mejor suerte a la siguiente ocasión.

– Estoy de acuerdo. ¿Con qué anticipación lo supo ayer?

– Con ninguna. No decidió salir sino hasta después del almuerzo. Cuando lo hizo, oí que se comunicaba con su peinadora y arreglaba la cita. Así fue como me fue posible informarle de cuándo y en dónde encontrarla, y fue una de las razones por las que resolví, de pronto, que sería buen momento para comenzar. Ordinariamente no me dice a dónde va y yo no se lo pregunto.

– Correcto. Si se nos presenta una nueva oportunidad, quizá yo pueda manejar el asunto de nuevo. Lo que no puedo hacer, ni tampoco Ed, específicamente, es rondar por el barrio esperando a que salga ella. Los dos somos demasiado conocidos en ese rumbo.

– Comprendo. Ahora, ¿me hace favor de comunicarme con su sobrino?

Esperé un número razonable de segundos y entonces hablé:

– Aquí Ed, señor Dolan.

– ¡Hola, Ed! Supongo que oyó bastante de la conversación de su tío para saber que yo sé que mi esposa le telefoneó.

– Así es. Y le manifesté que la llamaría otra vez en el curso de media hora, porque deseaba comprobar el asunto con usted. ¿Hay alguna razón para que no lo haga? De la manera como me lo presentó, sería sumamente difícil par mí decir que no.

– Pues… supongo que no existe ninguna razón. – Sonrióse con un graznido seco -. Imagino que usted no le contará lo de… lo de la vigilancia. ¿Le dijo que viniera a una hora especial de hoy?

– No, me dijo que estaría en la casa todo el día. Lo cual me lleva a esto, señor Dolan, ¿Pudiera tener una corta conversación con usted cuando esté allí, supuesto que voy de todos modos? Se la iba a solicitar aun cuando su esposa no me hubiese llamado.

– Ahora voy a salir; probablemente almorzaré fuera, pero regresaré a las dos. A cualquier hora después.

– Muy bien. Veré si las dos es hora conveniente para ella. Usted habrá vuelto para cuando ella y yo hayamos concluido de hablar. Pero, ¿qué si me quiere acompañar a la puerta?

– No es ningún problema. Dígale que le telefonee después de que ella lo hizo y que tiene una cita conmigo a las dos y media o a cualquier hora después de las dos, cuando ella haya terminado con usted. Ya le contaré algo respecto a por qué deseo verlo.

– Bueno. Otro punto insignificante. Me dijo que me pagaría por mi tiempo. ¿Cómo me manejo si insiste?

– Ed – contestó riendo – el dinero no es nunca un punto insignificante. Si trata de pagarle, dígale nada más que yo le estoy pagando, y sí le estoy. Añada su tiempo de hoy a la cuenta de la agencia por el otro trabajito. Hasta le diría que añadiera otro día por lo que hizo anoche, salvo que eso sería muy poco. Hay algunas cosas que no se pueden pagar con dinero. Bueno, ya seguiremos hablando más tarde. ¿Hay algo que desee preguntarme antes de que hable con Sylvia?

– Sólo… ¿tiene algunas sugerencias que hacerme respecto a cómo debe manejar la entrevista?

– Me alegro que me lo preguntara. Nada más esto, no la asuste más de lo que ya está. Apéguese a los hechos, pero améngüelos en vez de exagerarlos. Si tiene algunas dudas tocante a la cordura de Mike, o a que pudo en realidad haber escuchado una conversación en lugar de imaginársela o de soñarla, guárdeselas para mí.

– Comprendo, señor Dolan. Ya nos veremos.

Cuando colgamos, el tío Am entró y se dejó caer en una de las dos sillas que tenemos en la oficina exterior.

– Dolan se muestra muy parcial tuyo, chico – me aseguró el tío Am -. Debes haberle causado una impresión sólida anoche.

No era una pregunta, así que no contesté.

Tomó su tiempo para encender un cigarrillo.

– Acerca de Ángela, si te insinúas a Sylvia Dolan, te convertirías en un verdadero amigo de la familia ¿o no?

– ¿Por qué el alfilerazo, tío Am? ¿Puedo evitar el caer bien?

– Excepto, quizá, Mike. ¿Crees que él también te quiera?

Continuaba picándome, no obstante, decidí darle una contestación recta, hasta donde pudiese.

– Una vez que cedió, que se convenció de que lo llevaría con su padre de todos modos, se mostró bastante amigable. No tuve que llevarlo a rastras. No me conoce lo suficiente como para quererme, pero no creo que me tenga ningún resentimiento.

– Bueno, Ángela te llamó, Sylvia te llamó…

– Espera un momento – lo interrumpí -. Tengo todavía que llamar a la señora Dolan y fijar la cita para las dos. Conserva el alfiler esterilizado hasta que haga eso.

Tomé el teléfono y giré el número que me había dado. Ella misma contestó y convino en verme a las dos. Regresé al tío Am.

– Anoche decidimos – empezó – consultarlo con la almohada antes de cambiar impresiones entre nosotros. Por el hecho de que buscas hablar de nuevo con Dolan, supongo que tienes algunas ideas. ¿Qué preguntas deseas hacerle?

– No estoy seguro después de la primera – repuse -. La cual se refiere a qué aconteció en la conversación que tuvo con Mike esta mañana. Lo otro que le pregunte dependerá de lo que me responda a ésa.

– Imagino que el punto principal de lo extraño del caso, es el hecho de que el muchacho no fuera con su padre a advertirlo de esa conspiración, en lugar de intentar conseguir una pistola. Eso, añadido a que tú sabes por Ángela que ama y respeta a su padre.

– Más que por Ángela – corregí -. Podía sentir cercanía entre ellos. Yo estaba ahí… Oye…

– Oye, ¿qué?

– No es mi día para reflexionar, o ya hubiera pensado en esto desde antes. ¿Qué hago o digo si la señora Dolan me reconoce por el vistazo que tuvo de mí cuando llegó a la casa, mientras yo iba por Ángela a las diez y cuarenta? No me miró realmente, pero pasó muy cerca de mí. Y le prometí a Ángela…

– ¿Por qué no telefonear a Ángela y presentarle el caso?

– ¿Cómo pudiera estar seguro que solamente Ángela escucha? Ese teléfono de los Dolan puede tener media docena de extensiones.

– Yo puedo arreglar eso, Ed. Tú giras el número general de los Dolan y luego escuchas. Yo hablaré.

Se fue a la oficina interior y le di tiempo para que se acomodara; luego marqué el número. Una voz aguda, masculina, contestó después de algunas llamadas: «Residencia Dolan». Tenía un acento muy fuerte, hasta en esas dos palabras, que no trataré de reproducir. Supuse que fuera la voz de Robert, el filipino.

– ¿Está la señorita Ángela Dolan? – preguntó el tío Am.

– Sí, señor. La voy a llamar.

Hubo un tiempo de espera y después la voz de Ángela. Se oía como la de su madrastra, pero dijo:

– Habla Ángela Dolan.

– ¿Señorita Dolan? Por favor no mencione mi nombre. Pronto sabrá por qué. Yo…

– Pero si no conozco su nombre ni reconozco su voz.

– Usted conoció a mi sobrino anoche; desea hablar con usted acerca de un asunto personal, y tenemos entendido que hay varias extensiones en su casa. Así que haga favor de llamarlo de otro teléfono, ¿quiere? Cualquier aparato cercano, o el privado en el estudio de su padre, si ha salido.

– Muy bien. Papá se acaba de ir y no creo que echara llave al estudio. Voy a llamarlo en un momento, o dos, si tengo que salir.

Colgaron y el tío Am me llamó:

– No me molestaré en escuchar esto. Sigue tú ahora.

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