Capítulo 7

Cuando Ángela llamó, le conté de la llamada de su madrastra y del problema que me presentaba.

– Comprendo, Ed; no existe ningún problema. Si ella te reconoce, te recuerda y te dice: «¿No es usted el joven a quien vi venir por Ángela anoche?», dile que sí, y también la verdad, hasta cierto punto, si entiendes lo que te quiero decir. Que yo te hablé anoche por la misma razón que ella te llamó hoy. Que tomamos unas cuantas copas y hablamos un rato, la misma conversación que sostendrías con ella.

– Muy bien. ¿Sabe alguien a qué hora llegaste?

– No. Así que el elemento tiempo no tiene para qué mencionarse. Y si después se lo menciona a mi papá, no importa. Confesaré que te hablé y te vi.

– Bueno. Pero para el caso de que luego me trate él a mí el asunto, pongámonos de acuerdo en nuestras versiones. ¿A dónde fuimos a tomar las copas y cuándo te llevé a la casa?

– El mismo sitio a donde fuimos realmente. No te acuerdas con precisión a qué hora regresamos a la casa, excepto que era tarde. Así no habrá contracciones, si ninguno de los dos es específico acerca de la hora; no nos fijamos. ¿Esta alguien allí que pueda oír lo que dices?

– No. – le contesté.

– Entonces, te quiero expresar, Ed, que yo… ¡Oh, no sé cómo decirlo!

– ¿Es acerca de lo de anoche?

– Sí.

– Permíteme tratar de ayudarte. Tienes miedo de que, porque fuiste franca y directa, vaya a suponer que tus talones son redondos y se resbalan. Cuando, en circunstancias normales, no son más redondos que los de cualquier muchacha hermosa…

– ¡Ed! – casi hubo un temblorcillo en su voz -. ¿Cómo pudiste haber adivinado tan exactamente lo que deseaba decirte… y cómo pudiste haberlo dicho mucho mejor y más directamente que lo que a mí se me hubiese ocurrido?

– No necesitaba decirse – le contesté. Entonces pensé que ahora que había abordado el tema de mis relaciones, era el momento de hacerle la pregunta que no le hice anoche. Así que proseguí -: ¿Puedo volverte a ver muy pronto?

– Ed, yo… yo no sé cómo contestarte eso. ¿Me quieres conceder un poco de tiempo para pensarlo?

– Seguro – rezongué -: «No me llames, yo te llamaré»; ¿es eso lo que me quieres decir?

– Ed, por supuesto que no. Es falta de comprensión tuya ponerlo en esa forma. Lo que pasa… en estos momentos me siento un poco confusa respecto a muchas cosas. Dame un poco de tiempo para asentarme. Entonces, si todavía lo deseas, llámame, y te contestaré sí o no, con claridad, no «acaso»…

– Magnifico, pero cuando te llame, conserva en la cabeza que no estoy necesariamente sugiriendo una repetición de lo de anoche. Nada más solicitando una cita.

– Gracias, Ed. Te prometo una contestación definitiva si me llamas no antes de una semana.

– Cuando te hable, ¿debo utilizar el mismo sistema que en esta ocasión, hacer que alguien llame y te dé el recado de que tú telefonees de un aparato sin extensiones?

– No – respondió con énfasis – si nos vemos de nuevo, será abiertamente, Ed. Si alguien escucha, no importa.

– Perfecto. ¿Estarás allí cuando llegue, esta tarde?

– Temo que no. Estoy tomando un para de clases por las tardes, en la Universidad de Chicago, dos veces a la semana, de las dos a las cuatro, y hoy es uno de los días.

– Hasta dentro de una semana entonces, Ángela.

– Adiós, Ed – y ambos colgamos.

Oí el chirrido del sillón giratorio del tío Am, y luego unos cuantos pasos que se detuvieron en el vano de la puerta.

– No estaba escuchando – me dijo -, pero no pude dejar de distinguir partes de tu conversación. ¡Muchacho! ¿Estas seguro de que sabes lo que estás haciendo?

Yo sabía lo que me quería decir. No estaba criticando mi moralidad o tratando de mezclarse en mi vida. Conoce mi debilidad por las mujeres y me la consiente como yo le consiento su debilidad por el juego. Hasta sabe que algún día, si es que hallo la mujer que me vaya bien, me casaré; y está reconciliado con la idea.

No estaba preocupado por mis relaciones pasadas o futuras con Ángela, como Ángela. Se encontraba inquieto respecto a mis relaciones, futuras, con la hija única de Vincent Dolan, muy amada, y yo comprendí su punto.

Era algo que yo había estado tratando de no ver. Vincent Dolan era un hombre rico que estaría deseando el mejor partido posible para su hija, y un pobre detective privado no era un candidato probable. Y todavía menos que desearme para yerno, aceptaría que yo tratara de seducir a su hija sin miras al matrimonio. Acaso todavía la creyera virgen.

Bueno, sí, todo eso me había cruzado por la mente, y ésta me había dado una contestación. A Vincent Dolan le simpatizaba yo personalmente. Si se percataba de que veía a menudo a su hija, podía hacerme alguna advertencia, pero no haría que me trabajaran. Y yo consideraría que estaba en su derecho de advertirme, a menos de que, para entonces, yo hubiese decidido que mis intenciones para con Ángela eran honorables.

Además, tal vez no le importara un comino. Pensaría que ya estaba grandecita y que era asunto de ella con quién salía. Una señal estimulante de ese sentido había sido…

– Hay una cosa – le dije – que no pudiste adivinar. Le pregunté si debía de utilizar el mismo sistema en mi siguiente telefonazo como en éste, y su respuesta definitiva fue que no. Si no volvemos a ver, será abiertamente. Resulta obvio que conoce la actitud de su padre hacia ella mejor que nosotros, y no cree que se oponga.

– Eso sí hace diferencia – asintió con el ademán -. Bueno, ahora que ya has hablado con todos los miembros de la familia Dolan, excepto Mike, ¿qué me dices de una partidita de gin rummy?

– Está bien – acepté. Dio media vuelta para ir a su oficina, y yo empezaba a enderezarme; en ese preciso instante repicó el teléfono. Así que me quedé en mi sitio esperando a que el tío Am contestara «Hunter & Hunter», pues era su turno.

– ¿Am? Harry Cogswell, de la Phoenix Indemnity. ¿Esta cualquiera de ustedes dos libre para un día de trabajo, inmediatamente?

– Yo lo estoy. Ed tiene una cita esta tarde.

– Muy bien. Escucha.

Se trataba de algo rutinario. Phoenix tenía una fuerte fianza a favor de un cajero de banco llamado Pritchard, en la dirección y tal descripción, etc. Era uno de los empleados que trabajaban los sábados, con el banco cerrado, en ciertas tareas que no se podían hacer en otros días, con la institución operando; tenía otro día libre entre semana, para compensarlo, y ése era hoy, miércoles.

Alguien les informó que lo habían visto en el hipódromo la semana anterior, en su día de salida. A las compañías de fianzas no les agrada la idea de que sus afianzados jueguen; el juego es la causa de la mayor parte de los desfalcos. Si se descubre que un afianzado está jugando fuertemente, le cancelan la fianza aunque sus cuentas estén en perfecto orden; más pronto o más tarde es posible que se le ocurra pedir dinero prestado para recuperar lo que haya perdido. Por supuesto, con la más sana intención de devolverlo cuando gane: si bien nunca gana.

Cogswell quería que Am fuera rumbo a la dirección que le dio, inmediatamente, en un coche, y siguiera a Pritchard cuando saliera de la casa, y se asegurara de si iba a las carreras otra vez. En ese caso, Am debería de indagar si visitaba las ventanillas de dos dólares o las de cien dólares. Si lo último, le cancelarían la fianza de inmediato.

– Será mejor que te pongas a ello desde luego Am – prosiguió Cogswell -. Será cerca del mediodía cuando llegues allá. Y pudiera salir a esa hora para almorzar en cualquier sitio y luego irse al hipódromo. Lo podría hacer con facilidad porque es soltero y vive con su hermano y su esposa. ¿Alguna pregunta?

– ¿Hay alguna probabilidad de que la descripción de su hermano se le parezca y yo lo siga en lugar del otro si sale primero?

– No es probable, Am – rió Cogswell -. No tenemos la descripción del hermano, pero nuestros registros nos informan de su ocupación, que es ayudante de instructor de los Chicago Bears. Eso quiere decir que es un ex jugador de fútbol, y de dimensiones normales. Nuestro Joseph Pritchard es un gusanillo. Un metro y sesenta y cinco centímetros de altura, con peso de cincuenta y siete kilos. No los contratan de ese tamaño para que hagan practicar a los Bears.

– Correcto. Solamente, ¿cómo sucedió que esperaste tanto para llamarme, Harry? Será un día completo de todos modos, aunque empiece a esta hora y no a las nueve; ¿qué te hizo aguardar?

– Swenson iba a ocuparse del asunto, pero cuando se estaba preparando para salir, hace media hora, algo se presentó que me hizo cambiar mis planes, empecé a llamarlos. Tu teléfono ha estado ocupado todo el tiempo. Llamé cada cinco minutos durante media hora.

– Sí, estuvo ocupado mucho tiempo. Bueno, gracias por haber aguardado hasta que te comunicaste con nosotros. Ya voy en camino.

Así conseguimos nuestros negocios; empresas como la Phoenix Indemnity son lo bastante importantes para tener uno o dos investigadores, pero cuando se les amontonan los asuntos, pasan algunos de ellos a las agencias privadas. Nosotros tratamos de servirlos bien, y no siguen llamando. La Phoenix y unas cuantas otras compañías nos dan un promedio de un día de trabajo a la semana para cada uno, y eso es lo que da fuerza a nuestro negocio.

– Muchacho – me aconsejó el tío Am saliendo de su oficina y poniéndose su sombrero – ¿por qué no dejas todo así hasta la hora de ir a casa de los Dolan? Si se presenta otro trabajo, no lo puedes tomar.

– No si fuera algo urgente que se tuviera que hacer hoy. Pero ninguno de nosotros tiene nada para mañana, pasado mañana, ni pasado, ni pasado. Pudiera presentarse alguna tarea que no fuese para inmediatamente.

– Bueno, trabajo como el castor diligente. Hasta la noche.

Se fue y yo tomé una novelilla de algunas que guardo en un cajón del escritorio, decidido a ponerme a leer hasta que repicara el teléfono. No sonó par nada, y a las doce y media decidí que sería mejor ir a almorzar. Todo se calculó muy bien. Eran las dos, casi en punto, cuando subí los tres peldaños y toqué el timbre de la casa de los Dolan. Después de un minuto una sirvienta negra me abrió la puerta; sería la Elsie que Ángela me había mencionado. Le di mi nombre y le manifesté que la señora Dolan me esperaba. Me condujo a una entrada de doble hoja, después de la cual me encontré en un cuarto de descanso bellamente amueblado.

– Miz Dolan, aquí está el señor Hunter.

La señora Dolan dejó una revista y me miró desde donde estaba sentada, en un sofá, como a medio cuarto. Llevaba puesto un traje de casa, morado oscuro, y se veía fresca y todavía más joven de lo que yo sabía que era. Había una copa completa sobre una mesilla enfrente de ella, pero podría haber sido la primera del día.

– Gracias, Elsie – dijo a la sirvienta para despedirla -. Antes de que se siente, señor Hunter, hay una cantinita en la esquina, detrás de usted. Espero que se sirva y me acompañe con una copa.

Iba a decirle, gracias, no; luego cambié de frase a únicamente, gracias, y me dirigí a la cantinita. No sentía deseos de una copa, pero no me podría hacer daño después de un gran almuerzo, y de repente me había acordado de algo. Un alcohólico, o cualquiera que beba aunque sea moderadamente, se muestra más amigable y con deseos de hablar más libremente con quien lo acompaña a tomar, que con quien se niega, especialmente si se siente culpable porque bebe; entonces se amosca con el que no lo acompaña o con el que no toma.

Le di las gracias y me encaminé a la cantinita del rincón a prepararme un jaibol. Coloqué el vaso de modo que no se viera el poco whisky que me servía, y lo mezclé con ginger-ale en lugar de agua de soda, para hacerlo aparecer fuerte, truco que me había enseñado el tío Am. Regresé con la copa y me hizo seña de que sentara frente a ella, mesita de por medio.

– Gracias por haber venido, señor Hunter, así como por lo que hizo anoche por los Dolan.

– No vale la pena hablar de ello, señora Dolan. Y si no tiene objeción, llámeme, por favor, Ed. Me hace sentir ridículo el que me llamen señor Hunter.

– Muy bien, Ed. ¿No lo he visto en alguna parte? Oh, por supuesto, vive a una cuadra de aquí. Debo haberlo encontrado por lo menos una docena de veces. Bien… – Hizo una pausa y en ella perdí mi oportunidad de decirle que me había visto con Ángela la noche anterior -. ¿Me quiere contar lo que sucedió anoche, con sus propias palabras, exactamente?

Así que le expliqué lo que aconteció; cité todos los hechos y no me salté ninguno, aunque traté de disminuirlos quitándoles lo alarmante en cuanto pude.

Me escuchó con atención, pero con una especie de… bueno… expresión enmascarada. No podía decir lo que estaba pensando, si bien no me interrumpió ni una vez ni probó el vaso mientras yo intentaba hacer que aquello se oyera como la travesura ordinaria de un jovencito; nada que unos consejos o algunas nalgadas no remediaran, y de dar la impresión de que no había nada por qué preocuparse. Pareció que surtió efecto porque cuando terminé no hubo ninguna pregunta.

– Gracias, Ed. Mi marido y Ángela, mi hija…

– La conocí anoche – la interrumpí con rapidez. Lo que por supuesto así fue, cuando Dolan envió por ella para que se llevara a Mike a su cama. Ella asintió con el ademán y prosiguió:

– Pensé que quizá me estuviera ocultando algo. Me parecía una cosa tan extraña para que Mike la hubiese hecho. Nunca ha hecho nada malo antes…

– Y probablemente no lo volverá a hacer – le aseguré.

– Espero que no. Sin embargo, hay una razón por la que deseaba hablar con usted personalmente… Vincent nos pidió a Ángela y a mí que no removiéramos el asunto con Mike. Nos dijo que deseaba hablar con Mike y que sería mejor que únicamente una persona lo hiciera, que si los tres comenzábamos a picotearlo se sentiría agredido y adoptaría una actitud defensiva.

– Me parece muy lógico – repuse.

– Las dos prometimos no mencionarle nada. Por ese deseaba conversar con usted acerca de ello. Probablemente no lo hubiese molestado si hubiera podido hablar directamente con Mike.

– No ha sido ninguna molestia – contesté -. Fue un placer.

Dirigí una mirada a mi reloj y ella se percató.

– Tiene todavía quince minutos, Ed. Vincent me avisó, antes de salir esta mañana, que había arreglado hablar con usted a las dos y media. Me pidió que le hiciera compañía hasta que él regresara a la casa, entreteniéndolo. ¿Cómo puedo entretenerlo, Ed?

Pudo haber sido una pequeña broma, mas no lo era.

– Mike me pareció un chicuelo interesante, señora Dolan. ¿Por qué no me habla de él?

Dolan llegó diez minutos retrasado, lo cual no importó. Ya había oprimido el botón correcto. Con una sola interrupción, cuando me pidió que le preparara otra copa y refrescara la mía, no necesitó que la estimulara para hablar. Como yo estaba interesado, la escuché cuidadosamente, y el único dato que adquirí, fue que Mike Dolan era, a su edad, el candidato menos probable de todo Chicago para iniciar de repente una ola criminal juvenil.

Eso era algo que yo había estado sospechando todo el tiempo.

Загрузка...