10 — Un kilo de carne

—Está en el hospital —dijo Aoudad—. Han empezado a estudiarle. —Sus dedos tiraron de las ropas de la mujer—. Quítatelas, Elise.

Elise Prolisse apartó su mano.

—¿Va a ponerle realmente Chalk dentro de un cuerpo humano?

—No dudo de ello.

—Entonces, si Marco hubiera regresado con vida, también podrían haberlo hecho con él.

Aoudad no pensaba entrar en aquel tipo de discusiones.

—Estás tratando con una cantidad de «si…» demasiado elevada. Marco está muerto. Quítate la ropa, querida.

—Espera. ¿Puedo visitar a Burris en el hospital?

—Supongo que sí. ¿Qué deseas de él?

—Hablar, nada más. Fue el último hombre que vio a mi esposo con vida, ¿lo recuerdas? Puede contarme cómo murió Marco.

—No te gustará nada saberlo —le dijo Aoudad en voz baja y suave—. Marco murió mientras intentaban convertirle en la clase de criatura que Burris es ahora. Si viste a Burris, ya deberías comprender que Marco está mejor muerto.

—De todas formas…

—Es mejor que no lo sepas.

—Pedí verle tan pronto como regresó —dijo Elise, absorta, como si hablara en sueños—. Quería hablar con él sobre Marco. Y el otro, Malcondotto…, también dejó una viuda. Pero no permitieron que nos acercáramos a él. Y, después, Burris desapareció. ¡Podrías llevarme a él!

—Por tu propio bien, es mejor que te mantengas lejos de él —dijo Aoudad. Sus manos treparon por el cuerpo de Elise, sin prisas, buscando los cierres magnéticos y despolarizándolos. El vestido se abrió. Sus opulentos senos se hicieron visibles, muy blancos, coronados por pequeños círculos de un rojo oscuro. Aoudad sintió en su interior la cuchillada del deseo. Cuando alargó las manos hacia ella, Elise las agarró, deteniéndole.

—¿Me ayudarás a verle? —preguntó.

—Yo…

—Me ayudarás a verle. —Esta vez no era una pregunta.

—Sí. Sí.

Las manos que le bloqueaban el camino se apartaron. Aoudad le quitó la ropa, temblando. Era hermosa: ya había dejado atrás su primera juventud y estaba algo entrada en carnes, pero, aun así, era hermosa. ¡Las italianas! Piel blanca, cabello oscuro. ¡Sensualíssima! Que viera a Burris si lo deseaba. ¿Pondría objeciones Chalk a ello? Chalk ya había indicado el tipo de emparejamiento que esperaba conseguir. Burris y la joven Kelvin. Pero, ¿no podía ser Burris y la viuda de Prolisse antes? La mente de Aoudad era un torbellino.

Elise alzó los ojos hacia él, con una mirada de adoración, mientras su cuerpo, delgado y resistente, se cernía sobre ella.

Su última prenda se rindió por fin. Aoudad contempló aquellos acres de blancura, islas de negro y rojo.

—Mañana te encargarás de hacer los arreglos —dijo Elise.

—Sí. Mañana.

Cayó sobre su desnudez. Alrededor de la parte más carnosa de su muslo izquierdo llevaba una banda de terciopelo negro. Una banda de luto por Marco Prolisse llevado incomprensiblemente a la muerte por unos seres incomprensibles en un mundo incomprensible. ¡Pover’uo! La carne de Elise ardía. Su cuerpo estaba incandescente. Un valle tropical le llamó, haciéndole señas. Aoudad grito de éxtasis.

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