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70 D.C.

El sol acababa de ponerse, las nubes eran rojas y doradas al oeste, al este el cielo se oscurecía a medida que la noche se alzaba como una ola sobre la naturaleza. La luz se rezagó en lo alto de una colina desnuda de la Germania central, pero la hierba ya estaba llena de sombras y el calor escapaba del aire.

Después de encargarse de los caballos, Janne Floris se agachó en la zona frente a los dos refugios y empezó a recoger madera para el fuego. Algo quedaba, roto y apilado, de la última vez que los agentes de la Patrulla habían usado aquella zona, una día antes si se contaban por los giros del planeta. Una ráfaga y un golpe la hicieron levantar. Everard bajó del vehículo.

—¿Por qué has…? Te esperaba antes —dijo ella, con cierta timidez.

Él encogió los anchos hombros.

—Pensé que tú podrías ocuparte de las tareas del campamento mientras yo me ocupaba de las mías —contestó—. Y el anochecer es un punto lógico de retorno. No quiero más que un bocado para comer, pero luego necesito doce buenas horas de sueño. Estoy agotado. ¿Tú no?

Ella apartó la vista.

—Todavía no. Demasiado tensa. —Tragando saliva, se obligó a enfrentarse a él—. ¿Adónde has ido? Me dijiste que esperase, inmediatamente después de regresar aquí, y te fuiste.

—Supongo que sí. Lo siento. No lo había pensado. Me ha parecido evidente.

—Pensaba que me estabas castigando.

Él negó con la cabeza, con más vigor que si lo hubiese hecho de palabra.

—Buen Dios, no. De hecho, tenía la vaga intención de evitarte la discusión. Lo que hice fue regresar a Öland, después de que anocheciese… ese día. Los chicos se habían ido y no había nadie, como esperaba. Levanté los cuerpos uno por uno, los llevé mar adentro y los arrojé. No fue divertido. No había razón para que estuvieses allí.

Ella lo miró fijamente.

—¿Por qué?

—¿Tampoco es evidente? —contestó—. Piensa. Por la misma razón que disparé al cerdo que tú dejaste. Para minimizar el impacto en los habitantes locales, porque ya hemos alterado demasiadas variables. Me atrevería a decir que creerán a Edh y Heidhin, mas o menos, pero ya viven en un mundo de dioses, trolls y magia. Las pruebas materiales O los testigos independientes les causarían un impacto mucho mayor que una historia sin duda incoherente.

—Entiendo. —Se retorció las manos—. Me estoy comportando de un modo bastante estúpido y poco profesional, ¿no? No me entrenaron para este tipo de misiones, pero eso no es excusa. Lo siento mucho.

—Bien, me cogiste por sorpresa —gruñó—. Cuando saltaste a la acción me quedé pasmado durante un momento. Y luego, ¿qué podía hacer? Nada de jugar con la causalidad, eso seguro, ni arriesgarme a que Heidhin viese mi cara, para que me reconociese en Colonia ese año. ¿Ir al futuro, ponerme un disfraz diferente al que usé en la playa y volver al mismo minuto? No, no estaría bien que los mortales viesen a los dioses peleándose; confundiría aún más las cosas. Sólo podía seguirte la corriente.

—Lo siento —dijo desesperada—. No pude evitarlo. Allí estaba Edh, la Veleda que vimos entre los longobardos. Ninguna mujer me había impresionado tanto, la conocía, pero era una niña y esos animales…

—Sí. Furia seguida de simpatía insuperable.

Floris se enderezó. Con los puños apretados, miro directamente a Everard y dijo:

—Estoy explicándome, no excusándome. Aceptaré cualquier pena que me imponga la Patrulla, sin quejas.

Él permaneció unos segundos sin hablar antes de sonreír y contestar.

—No la habrá si te comportas con honradez y competencia. Y así estoy seguro que será. Como agente No asignado en este caso, puedo realizar juicios sumarísimos. Estás perdonada.

Ella parpadeo con fuerza, se frotó los ojos con las muñecas y dijo, trabándose:

—Señor, sois demasiado amable. Él hecho de que hayamos trabajado juntos…

—Eh, confía un poco en mí —protestó—. Sí, has sido una acompañante genial, pero no dejaría que eso me influyese… demasiado. Lo que cuenta es que has demostrado ser una agente dura, de las que siempre hacen falta. Y más importante aún, no ha sido realmente culpa tuya.

Perplejidad.

—¿Qué? He permitido que las emociones me controlasen…

—Considerando las circunstancias, eso no te desacredita. No estoy del todo seguro de qué habría hecho yo mismo, aunque quizá hubiese sido más sutil; y no soy una mujer. No me importó matar a esas sabandijas. No disfruté, claro, especialmente considerando que no tenían ninguna oportunidad contra mí. Pero había que hacerlo, así que dormiré tranquilo. —Hizo una pausa—. ¿Sabes?, en mis días de juventud, antes de unirme a la Patrulla, estaba a favor de la pena de muerte por violación, hasta que una dama me señaló que entonces el bastardo tendría un incentivo para asesinar a su víctima y ningún motivo para no hacerlo. Mis sentimientos siguieron siendo los mismos. Si no recuerdo mal, los holandeses del siglo xx, a vuestra manera civilizada y clínica, tratáis el problema con la castración.

—Sin embargo, yo…

—Deja de culparte. ¿Qué eres, una liberal o algo así? Dejemos los sentimientos a un lado y analicemos el asunto desde el punto de vista de la Patrulla. Escucha. Parece claro, ¿estás de acuerdo?, que eran mercaderes marítimos que habían terminado sus negocios en Öland y se dirigían a otra parte, a su hogar probablemente. Resulta que vieron a Edh y Heidhin en esa playa solitaria y aprovecharon la oportunidad. Cosas así son comunes por todo el mundo antiguo. Quizá no tenían intención de volver o quizá pensaban unirse a una tribu diferente, desde el aire tuve la impresión de que la isla estaba dividida, o quizá pensaron que nadie lo sabría. En cualquier caso, atraparon a los chicos. Si no hubiésemos intervenido, se hubiesen llevado a Heidhin para venderlo como esclavo. A Edh también, a menos que la hubiesen destrozado tanto que sólo valiese para cortarle la garganta como diversión final. Eso es lo que hubiese sucedido. Un incidente como otros miles, sin importancia para nadie más que para los que lo sufren, y ellos pronto estarán muertos, olvidados, perdidos para siempre.

Floris cruzó los puños sobre el pecho. La luz menguante relucía en sus ojos.

—En lugar de eso…

Everard asintió.

—Sí. En lugar de eso, apareciste tú. Tendremos que buscar su ciudad natal, unos años antes de que se vaya, establecernos por un tiempo como visitantes, hacer preguntas discretas, conocer a la gente. Entonces quizá tengamos alguna idea de cómo la pobrecita Edh se convirtió en la terrible Veleda.

Floris hizo una mueca.

—Me parece que lo sé. De manera general. Puedo ponerme en su lugar. Creo que era más inteligente y sensible que la mayoría, si, devota, si podemos decir eso de una pagana. Le ocurrió este suceso terrible: miedo, vergüenza, desesperación, no sólo su cuerpo sino también su espíritu aplastado bajo esos pesos insistentes y, de pronto, la venerable diosa llega para matarlos y abrazarla. Desde el fondo del infierno hasta la gloria… Pero después, ¡después! El envilecimiento, la sensación de haberse convertido en algo sin valor, nunca abandona del todo a una mujer, Manse. Peor para ella, porque en la Germania de la Edad del Hierro la sangre, el útero, es sagrado para el clan y el adulterio de una mujer se castiga con la muerte más brutal, No la culparían por lo que no pudo evitar, supongo, pero estaría mancillada y… y creo que el elemento sobrenatural produciría más temor que reverencia. Los dioses paganos son engañosos, a menudo crueles. Me pregunto si Edh y Heidhin se habrán atrevido a decir mucho. Quizá no dijeron nada, y eso por sí solo les causaría una conflicto desgarrador.

Everard deseó tener la pipa, pero ti o creyó conveniente ir al saltador a buscarla. Floris se había vuelto muy vulnerable. Nunca antes me había llamado por mi nombre de pila, por el cuidado que hemos tenido en evitar un enredo. Dudo que ni siquiera se haya dado cuenta.

—Probablemente tengas razón —admitió—. Al mismo tiempo se ha producido la aparición sobrenatural. Los ha dejado con vida y libres. Si su cuerpo fue degradado, su alma no. De alguna forma, era merecedora de la diosa. Debe de ser porque tenía un destino, fue elegida para algo enorme. Aunque, ¿para qué? Bien, con Heidhin hablando con ella, una y otra vez, lleno de venganza masculina… En términos de su cultura, tendría sentido. Fue señalada para causar la destrucción de Roma.

—No podía conseguir nada en su isla perdida —terminó Floris—. Ni tampoco podía ya encajar en su vida. Iría al oeste, confiando en la protección de la diosa. Heidhin fue con ella. Entre los dos pudieron reunir bienes suficientes para comprar pasaje al otro lado del ruar, Lo que vieron y oyeron de los actos de Roma durante el viaje no hizo más que alimentar su odio, su sentido de cumplir una misión. Pero creo, a pesar de todo, y por raro que sea en su sociedad, creo que él la ama.

—Yo también lo sospecho. Asombroso, cuando está muy claro que jamás lo ha dejado meterse en su cama.

—Comprensible —suspiró Floris—. Para ella, por esa experiencia… y él, si no por otra cosa, jamás forzaría la entrada en un receptáculo de la diosa. Oí que tiene mujer e hijos entre los bructeros.

—Ajá. Bien, lo que hemos descubierto es la ironía de que una investigación de una alteración es lo que la produjo. Para ser sincero, ese tipo de nexos tiene precedentes. Otra razón para no condenarte, Janne. En ocasiones un bucle causal posee una fuerza sutil y potente. Lo que debemos hacer es evitar que se convierta en un vértice causal. Debemos evitar los acontecimientos que llevarían a la segunda versión de Tácito sin perturbar en demasía los descritos en la primera.

—¿Cómo? —preguntó desesperada—. ¿Nos atreveremos a intervenir mas? ¿No deberíamos pedir ayuda a los… danelianos?

Everard sonrió ligeramente.

—Bueno, la situación no me parece tan mala. Se espera de nosotros que resolvamos todo lo que podamos, ¿sabes?, para economizar vida de otros agentes. Primero, como dijiste, parece adecuado pasar un tiempo en Öland, investigando el pasado. Luego regresaremos a este año, los bátavos, los romanos y… bien, tengo algunas ideas preliminares, pero quiero discutirlas en profundidad contigo, y serás vital para lo que haga.

—Lo intentaré.

Permanecieron en silencio. El aire se hizo más frío. La noche trepó por las colinas. Los colores de la puesta de sol se consumieron en gris. Sobre ellos relucía el lucero de la noche.

Everard oyó un suspiro irregular. En la oscuridad vio a Floris estremecerse y abrazarse a sí misma.

—Janne, ¿qué sucede? —preguntó, suponiéndolo.

Ella miró desde la oscuridad.

—Toda esta muerte y este dolor, toda esta pérdida y este pesar.

—La norma de la historia.

—Lo sé, lo sé, pero… Y pensaba que vivir entre los frisios me había endurecido. Pero hoy, en este hoy mío, he matado a hombres y, y yo no dormiré tranquila…

Él se acercó, le puso las manos sobre los hombros, murmuró algo. Ella se dio la vuelta para abrazarlo ¿Qué podía hacer sino lo mismo? Cuando ella levantó el rostro hacia él, ¿qué podía hacer sino besarla?

Ella respondió con pasión. Sus labios sabían a sal.

—Oh, Manse, sí, sí, por favor, ¿no necesitas olvidar por esta noche?

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