IV

María, la madre de Dios, madre del dolor, madre de la salvación, ven con nosotros ahora en la hora de nuestra muerte.

Hacia el oeste navegamos, pero la noche nos atrapa. Cuídanos en la oscuridad y llévanos hasta el día. Concédenos que nuestra nave lleve la más preciosa de las cargas, tu bendición.

Pura como tú, tu estrella brilla sobre la puesta de sol. Guíanos con tu luz. Deposita tu bondad sobre el mar, empújanos en nuestro viaje y de vuelta a casa con los que amamos, y llévanos finalmente por tus plegarias al Cielo.

¡Ave Stella Maris!

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