La noche caía sobre la plantación de Lawson. Jeremy y el alcalde charlaban, apartados en un rincón del porche, mientras Lexie y Doris los observaban desde el otro extremo.
– Estoy plenamente convencido de que le habrás sacado partido a esta noche -dedujo Gherkin-, y de que has sido capaz de ver por ti mismo la maravillosa oportunidad que tienes entre los manos con esta fabulosa historia.
– Así es. Muchísimas gracias por todos los esfuerzos, aunque no teníais que molestaros tanto -afirmó Jeremy.
– Bobadas -replicó Gherkin-. Es lo mínimo que podemos hacer. Y además, quería que vieras lo que la gente de esta localidad es capaz de montar cuando se lo propone. Así que ya puedes imaginarte lo que haríamos por los de la tele. Por supuesto, aún podrás saborear un poco más la hospitalidad sureña durante este fin de semana. La atmósfera del pueblo, la sensación de viajar hacia atrás en el tiempo mientras te paseas por las casas antiguas: nada que te puedas imaginar es comparable a eso.
– No me cabe la menor duda -apuntó Jeremy.
Gherkin sonrió.
– Bueno, mira, tengo que ocuparme de un par de cosas ahí dentro. Ya sabes; las obligaciones de un alcalde nunca tienen fin.
– Lo comprendo. Ah, y gracias por esto -agregó Jeremy al tiempo que levantaba la llave de la ciudad.
– De nada. Te la mereces. -Le tendió la mano-. Pero no te hagas ilusiones. No es que con ella puedas abrir la caja acorazada del banco ni nada por el estilo. Se trata simple y llanamente de un gesto simbólico.
Jeremy sonrió mientras Gherkin apretaba su mano efusivamente. Cuando el alcalde desapareció dentro de la casa, Doris y Lexie se acercaron a Jeremy, mostrando unas amplias sonrisas burlonas. Pero a pesar de esas muecas divertidas, a Jeremy no se le escapó que Doris tenía aspecto de estar exhausta.
– Caramba, caramba -dijo Doris.
– ¿A qué viene eso? -preguntó Jeremy, desconcertado.
– Vaya con el urbanita encantador.
– ¿Cómo dices?
– Tendrías que haber oído los comentarios de algunos de los muchachos -se río Doris-. Simplemente me siento orgullosa de poder afirmar que yo ya lo sabía antes de que te hicieras famoso.
Jeremy sonrió, con cara de corderito.
– Menuda locura colectiva, ¿eh?
– Ni que lo digas -contestó Doris-. Mis alumnas del grupo de estudios de la Biblia se han pasado toda la noche hablando sobre lo guapo que eres. Un par de ellas querían invitarte a sus casas, pero afortunadamente, he sido capaz de disuadirlas. Además, no creo que a sus esposos les hubiera hecho ni pizca de gracia.
– Te lo agradezco mucho.
– ¿Has comido suficiente? Creo que todavía puedo rescatar algo de las mesas, si estás hambriento.
– No, estoy bien, gracias.
– ¿Seguro? Tu noche no ha hecho más que empezar.
– Aguantaré -le aseguró. Jeremy aprovechó el silencio que se formó a continuación para mirar a su alrededor, y se dio cuenta de que la niebla se había vuelto más densa-. Pero en cuanto a eso de que mi noche no ha hecho más que empezar, supongo que tienes razón. Será mejor que me vaya; no me gustaría perder la oportunidad de ver esa magnífica experiencia sobrenatural con mis propios ojos.
– No te preocupes. Verás las luces -lo tranquilizó Doris-. No aparecen hasta más tarde, así que todavía te quedan un par de horas.
Pillando a Jeremy desprevenido, Doris se abalanzó sobre él y le propinó un abrazo fatigado.
– Sólo quería darte las gracias por dedicar parte de tu tiempo a conocer a los del pueblo. No todos los desconocidos son tan pacientes como tú.
– No ha sido nada. Además, lo he pasado francamente bien.
Cuando Doris lo soltó, Jeremy puso toda su atención en Lexie, con la impresión de que criarse con Doris debía de haber sido muy similar a la experiencia de criarse con la madre de él.
– ¿Estás lista para que nos marchemos?
Lexie asintió con la cabeza, sin dirigirle ni una sola palabra. En lugar de eso, besó a Doris en la mejilla, le dijo que la vería al día siguiente, y un momento más tarde, Jeremy y Lexie se hallaban camino del coche, con el ruido de la gravilla bajo sus pies como único sonido reinante. Lexie parecía mirar fijamente hacia un punto en la distancia, aunque daba la impresión de que no veía nada. Después de unos cuantos pasos en silencio, Jeremy le dio un codazo afectuoso.
– ¿Estás bien? Te veo muy callada.
Ella sacudió la cabeza, y lo miró con tristeza.
– Estaba pensando en Doris. La preparación de la fiesta la ha dejado absolutamente agotada, y aunque no debería, estoy preocupada por ella.
– Pues a mí me ha parecido que estaba la mar de bien.
– Sí, siempre acostumbra a poner buena cara. Pero debería aprender a tomarse la vida más sosegadamente. Hace un par de años sufrió un ataque de corazón, aunque ella prefiera fingir que eso jamás sucedió. Y después de esta noche, le espera un largo fin de semana.
Jeremy no estaba muy seguro sobre qué decir; no le cabía en la cabeza que Doris no fuera una mujer con una salud de hierro. Lexie notó su malestar y sonrió.
– Pero se lo ha pasado estupendamente, de eso estoy segura. Las dos hemos tenido la oportunidad de hablar con mucha gente que hacía tiempo que no veíamos.
– Creía que aquí todos os veíais a diario.
– Así es. Pero todos andamos muy ocupados, y pocas veces se nos presenta la ocasión de charlar distendidamente. Sin embargo, esta noche ha sido muy especial. -Lo miró a los ojos-. Y Doris tenía razón. La gente te adora.
Jeremy ocultó las manos en los bolsillos y se quedó un momento pensativo. Por el modo en que ella lo había dicho, parecía como si le costara admitirlo.
– Bueno, no deberías estar tan sorprendida. Realmente soy un tipo adorable, de veras.
Lexie hizo una mueca de fastidio, aunque su semblante revelaba que lo hacía más en broma que con enojo. Detrás de ellos, la casa se fue haciendo cada vez más pequeña en la distancia.
– Oye, ya sé que no es asunto mío, pero ¿qué tal te ha ido con Rodney?
Ella dudó unos instantes antes de acabar encogiéndose de hombros.
– Tienes razón. No es asunto tuyo.
Él buscó una sonrisa, pero no vio ninguna.
– La única razón por la que te lo he preguntado es para confirmar si crees que es una buena idea que huya sigilosamente del pueblo arropado por la oscuridad de la noche, para que él no tenga la oportunidad de retorcerme el pescuezo con sus enormes manos.
El comentario logró que Lexie sonriera.
– No te preocupes; no te pasará nada. Además, le darías un enorme disgusto al alcalde si te marcharas sin despedirte. No todos los forasteros son obsequiados con una fiesta como la de esta noche o con la llave de la ciudad.
– Es la primera vez que me dan una. Normalmente suelo recibir cartas declarándome que me odian a muerte.
Lexie se echó a reír. Bajo la luz de la luna, sus rasgos eran impenetrables, y Jeremy recordó lo animada que la había visto hablando con todo el mundo durante la fiesta.
Llegaron al coche, y él se adelantó para abrirle la puerta. Al entrar, ella lo rozó suavemente, y Jeremy se preguntó si lo había hecho en respuesta al codazo cariñoso que él le había dado previamente, o si ni siquiera se había dado cuenta. Después dio un rodeo hasta la otra puerta y se sentó detrás del volante; insertó la llave en el contacto, pero dudó unos instantes antes de poner el coche en marcha.
– ¿Qué pasa? -preguntó Lexie.
– Estaba pensando… -empezó a decir él, sin saber cómo continuar.
Las palabras se quedaron colgadas en el aire. Ella lo miró insistentemente, mostrando curiosidad.
– ¿En qué estabas pensando?
– Sé que se está haciendo tarde, pero ¿te importaría venir al cementerio conmigo?
– ¿Por si te entra miedo?
– Más o menos.
Lexie echó un vistazo a su reloj de pulsera y suspiró.
Sabía que no debería ir. Ya había claudicado demasiado al aceptar ir a la fiesta con él, y pasar juntos las próximas horas significaría ceder todavía más. Sabía que no podía esperar nada bueno de eso, y no había ni una sola buena razón para aceptar la invitación. Pero antes de que tuviera tiempo de arrepentirse, las palabras emergieron de su boca.
– Primero tendría que pasar por casa para ponerme algo más cómodo.
– Me parece perfecto que te pongas más cómoda -dijo él.
– Ya, claro -espetó ella en un tono beligerante.
– Mire, señorita, no vaya tan rápido -soltó él, fingiendo estar ofendido-. No le conozco lo suficientemente bien como para pensar en esa clase de confianzas.
– Perdona, pero esa frase es mía.
– Ah, ya me parecía que la había oído en algún sitio…
– Pues la próxima vez recurre a tu ingenio. Y para que lo sepas, no quiero que te hagas ninguna ilusión sobre esta noche.
– No me hago ilusiones. Simplemente me encanta bromear.
– Ya sabes a lo que me refiero.
– No -declaró él, intentando adoptar un aire inocente-. ¿A qué te refieres?
– Mira, dedícate a conducir y punto, ¿vale? No vaya a ser que cambie de idea y decida no acompañarte.
– Vale, vale -dijo él, girando la llave de contacto-. Uf, cuando te lo propones, puedes ser verdaderamente quisquillosa.
– Gracias. Más de uno me ha dicho que es una de mis mejores cualidades.
– ¿Ah, sí? ¿Quién?
– ¿Te gustaría saberlo?
El Taurus se deslizó lentamente por las calles envueltas en niebla. La luz amarillenta de las farolas únicamente lograba incrementar el lóbrego aspecto de la noche. Tan pronto como aparcaron, Lexie abrió la puerta.
– Espérame aquí -le ordenó, aderezándose un mechón de pelo detrás de la oreja-. Sólo tardaré unos minutos.
Jeremy sonrió. Le encantaba verla nerviosa.
– ¿No necesitas mi llave de la ciudad para abrir la puerta? Estaré más que contento de prestártela.
– Mire, ahora no empiece a pensar que es usted especial, señor Marsh. A mi madre también le concedieron la llave de la ciudad.
– Vaya, ¿ya estamos otra vez con lo de «señor Marsh»? Y yo que pensaba que empezábamos a llevarnos bien.
– Y yo empiezo a creer que el recibimiento de esta noche se te ha subido a la cabeza.
Salió del coche y cerró la puerta tras de sí en un intento de tener la última palabra.
Jeremy se echó a reír, pensando que se parecía mucho a él. Incapaz de resistirse, pulsó el botón para bajar la ventana y se inclinó hacia la puerta.
– Oye, Lexie.
Ella se dio la vuelta.
– ¿Sí?
– Ya que seguramente hará frío esta noche, ¿qué tal si traes una botella de vino?
Ella arqueó las manos sobre las caderas con gracilidad.
– ¿Para qué? ¿Para que puedas emborracharme?
Él esbozó una mueca burlona.
– Bueno, sólo si te dejas.
Lexie achicó los ojos, pero igual que antes, su semblante reveló que lo hacía más en broma que con enojo.
– Mire, señor Marsh, nunca tengo vino en casa, pero aunque lo tuviera, mi respuesta sería «no».
– ¿Nunca bebes?
– No demasiado -contestó-. Y ahora espera aquí -le ordenó señalando hacia la calle-. Me pondré unos vaqueros y saldré rápidamente.
– Te prometo que no intentaré espiarte por la ventana.
– Estupendo. Porque si hicieras una tontería como ésa, no me quedaría más remedio que contárselo a Rodney.
– Huy eso no suena nada bien.
– Tienes razón -reconoció Lexie, intentando adoptar un porte más severo-. Así que ni lo intentes.
Jeremy la observó mientras ella caminaba por la calle, plenamente seguro de que jamás había conocido a ninguna mujer como ella.
Quince minutos más tarde el coche volvió a detenerse, esta vez delante del cementerio de Cedar Creek. Jeremy aparcó en batería para que los faros alumbraran el cementerio, y su primera impresión fue que incluso la niebla parecía distinta en ese lugar. En algunos recovecos era densa e impenetrable, mientras que en otros formaba una finísima capa, y la leve brisa que soplaba confería a las plantas un movimiento discreto y sinuoso, casi como si estuvieran vivas. Las ramas inferiores y colgantes del magnolio no eran nada más que sombras difuminadas, y las tumbas medio destruidas contribuían a darle un efecto más tenebroso a la escena. La oscuridad era total; no había vestigio alguno de la luna en el cielo.
Sin apagar el motor, Jeremy salió del coche y se dirigió al maletero. Lexie siguió atentamente con la mirada todos sus movimientos, y de repente sus ojos se agrandaron desmedidamente.
– ¿Te estás preparando para fabricar una bomba o qué?
– Qué va. Sólo es un poco de cacharrería. A los chicos nos encantan esta clase de juguetes.
– Pensé que llevarías una cámara de vídeo o algo parecido, y ya está.
– Y no te equivocas. Llevo cuatro cámaras.
– ¿Para qué las necesitas?
– Para filmar cada ángulo. Por un momento cierra los ojos y piensa: ¿qué pasaría si los fantasmas aparecieran por el lado indebido? Igual me quedaría sin verles las caras.
Lexie no hizo caso del chiste.
– ¿Y qué es esto? -preguntó, señalando una caja electrónica.
– Un detector de radiación de microondas. Y esto -prosiguió mientras apuntaba hacia otro aparato- es otro artefacto parecido. Detecta actividad electromagnética.
– Estás bromeando, ¿no?
– No -repuso Jeremy-. Lo pone en el manual Ghost Busters for Real! Normalmente hay un incremento de actividad espiritual en áreas con elevadas concentraciones de energía, y este aparato ayuda a detectar un campo con energía anormal.
– ¿Has encontrado en alguna ocasión un campo con energía anormal?
– Aunque te cueste creerlo, sí. Y nada menos que en una supuesta casa encantada. Lamentablemente, no tenía nada que ver con fantasmas. El microondas del propietario no funcionaba demasiado bien.
– Ah -dijo ella.
Jeremy se la quedó mirando, con cara complacida.
– Ahora eres tú la que usa mi expresión favorita.
– Lo siento. Es todo lo que se me ocurre decir.
– No pasa nada. Podemos usarla los dos.
– Pero ¿por qué vas cargado con tantos trastos?
– Porque si detecto la posibilidad de que haya un fantasma, tengo que usar todo lo que utilizan los investigadores de fenómenos paranormales. No quiero que me acusen de que se me ha escapado algún detalle, y esta clase de investigadores tiene sus reglas. Además, parece más impresionante cuando alguien lee que has usado un detector electromagnético. La gente piensa que sabes lo que estás haciendo.
– ¿Y lo sabes?
– Claro. Ya te lo he dicho. Tengo el manual oficial.
Ella soltó una carcajada.
– Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Quieres que te ayude a descargar todos estos cachivaches?
– Los utilizaremos todos, pero si consideras que esto es un trabajo de hombres, no te preocupes. Puedo apañármelas solo mientras tú te haces la manicura.
Lexie tomó una de las cámaras de vídeo y se la colgó al hombro. Después agarró otra.
– Entendido, machista. ¿Hacia dónde?
– Eso depende. ¿Dónde crees que deberíamos instalar la base? Tú has visto las luces, así que seguramente sabrás qué sitio es más idóneo para empezar.
Lexie señaló hacia el magnolio, hacia donde ella se dirigía la primera vez que la vio en el cementerio.
– Allí -indicó-. Desde allí podrás ver las luces.
Era justo enfrente de Riker's Hill, a pesar de que la colina quedaba oculta por la niebla.
– ¿Siempre aparecen en el mismo punto?
– No lo sé, pero ahí es donde yo las vi.
En el transcurso de la siguiente hora, mientras Lexie se dedicaba a filmarlo con una de las cámaras de vídeo, Jeremy lo organizó todo. Colocó las otras tres cámaras de vídeo formando un amplio triángulo, las montó sobre trípodes, incorporó lentes con filtros especiales en dos de ellas, y ajustó el zum hasta que estuvo seguro de que cubría el área entera. Probó el láser con control remoto, y después empezó a montar el equipo de audio. Colocó cuatro micrófonos en los árboles cercanos, y el quinto lo emplazó cerca del centro, donde dispuso los detectores, el electromagnético y el de radiación, así como la grabadora central.
Mientras se aseguraba de que todo funcionaba correctamente, oyó a Lexie gritar:
– ¡Eh! ¿Qué tal estoy?
Jeremy se dio la vuelta y la vio con las gafas de visión nocturna. Tenía un divertido aspecto de mosca.
– Muy sexi -respondió-. Me parece que finalmente has encontrado el estilo que mejor te queda.
– Estas gafas son divertidísimas. Puedo verlo todo con una nitidez increíble.
– ¿Y ves algo que pueda interesarme?
– Aparte de un par de pumas y unos osos con pinta de estar hambrientos, puedes estar tranquilo; no hay nadie más.
– Perfecto. Ya casi he terminado. Ahora lo único que me queda por hacer es esparcir un poco de harina por el suelo y desovillar el hilo.
– ¿Harina?
– Es para asegurarme de que nadie se acerque al equipo y lo manipule sin que me dé cuenta. Sus huellas quedarían impresas en la harina, y con el hilo sabré si alguien se acerca.
– Qué gran idea. Aunque supongo que te habrás dado cuenta de que estamos solos, ¿verdad?
– Nunca se sabe -contestó él.
– Oh, pues yo sí que lo sé. En fin, sigue con tus preparativos; yo continuaré apuntando con la cámara hacia la dirección adecuada. Por cierto, lo estás haciendo muy bien.
Jeremy se echó a reír mientras abría la bolsa de harina y empezaba a esparcirla por el suelo, formando una delgada capa blanca alrededor de las cámaras. Acto seguido hizo lo mismo alrededor de los micrófonos y del resto del material, después ató el hilo a una rama y formó un extenso cuadrado que rodeaba toda el área, como si estuviera acordonando la escena de un crimen. Realizó una segunda pasada con el hilo medio metro por debajo del primer cuadrado y luego colgó unas campanitas en el hilo. Cuando hubo terminado, se dirigió hacia donde estaba Lexie.
– No sabía que había que hacer tantas cosas -comentó ella.
– Supongo que a partir de ahora me tratarás con un poco más de respeto, ¿no?
– No creas. Sólo intentaba entablar conversación.
Jeremy sonrió antes de hacer una señal hacia el coche.
– Voy a apagar las luces del coche. Y con un poco de suerte, nada de esto habrá sido en vano.
Cuando apagó el motor, el cementerio se tornó negro, y Jeremy esperó unos instantes para que sus ojos se adaptaran a la falta de luz. Por desgracia, no se adaptaron; el cementerio estaba más oscuro que una cueva. Intentó ir a tientas hasta la verja, totalmente a ciegas, pero tropezó con la raíz de un árbol justo en la entrada del cementerio, y poco le faltó para darse de bruces contra el suelo.
– ¿Puedes pasarme las gafas de visión nocturna, por favor? -gritó.
– Ni hablar -la oyó responder-. Ya te lo he dicho, este chisme es fantástico; puedo ver perfectamente. No te preocupes, sigue andando hacia delante, que vas bien.
– Pero no puedo ver nada.
– Sigue andando. Sólo preocúpate por los cuatro escalones que tienes enfrente.
Jeremy inició la marcha lentamente, con los brazos extendidos hacia delante.
– ¿Y ahora qué?
– Estás justo enfrente de una cripta, así que muévete hacia la izquierda.
Por la inflexión de su voz, parecía que Lexie se lo estaba pasando en grande.
– Te has olvidado decir: «Simón dice».
– ¿Quieres que te ayude o no?
– Lo que quiero es que me des mis gafas -exclamó en tono suplicante.
– Ven a buscarlas.
– ¿Y por qué no vienes tú a traérmelas?
– Podría, pero no lo haré. Es mucho más divertido ver cómo deambulas por ahí como un zombi. Ahora muévete a la izquierda. Ya te diré cuándo tienes que detenerte.
El juego prosiguió en esa línea hasta que finalmente Jeremy logró regresar al lado de Lexie. Se sentó un momento en el suelo, y ella se quitó las gafas entre risitas.
– Toma.
– Gracias.
– No hay de qué. Ha sido un placer ayudarte.
Durante la siguiente media hora, Lexie y Jeremy rememoraron detalles de la fiesta. Estaba demasiado oscuro para que Jeremy pudiera ver la cara de Lexie, pero le gustó mucho la sensación de tenerla tan cerca en medio de la oscuridad circundante.
Cambiando el tema de conversación, él dijo:
– Cuéntame qué pasó la vez que viste las luces. Esta noche he oído las versiones de todo el mundo, excepto la tuya.
A pesar de que sus rasgos no eran nada más que sombras, Jeremy tuvo la impresión de que ella se dejaba llevar por los recuerdos de algo que no estaba segura de querer recordar.
– Tenía ocho años -evocó, con la voz suave-. No sé por qué razón, empecé a tener pesadillas sobre mis padres. Doris tenía colgada en la pared una foto del día que se casaron, y ésa era la apariencia que tenían en mis sueños: mamá vestida con su traje de novia, y papá con su esmoquin. Pero en mis sueños los veía atrapados en el coche después de caer al río. Era como si los estuviera contemplando desde fuera del coche, y podía ver el pánico reflejado en sus caras mientras el agua engullía el coche lentamente. Mi madre tenía una expresión realmente triste, como si se diera cuenta de que eso era el final; de repente, el coche empezaba a hundirse más rápidamente, y yo lo veía todo desde arriba.
Su voz tenía un extraño tono emotivo. Suspiró hondamente y reemprendió el relato:
– Me despertaba gritando. No sé cuántas veces sucedió (con los años todos los recuerdos acaban volviéndose borrosos), pero probablemente tuve esa pesadilla bastantes veces antes de que Doris se diera cuenta de que no se trataba sólo de una fase. Supongo que otros padres me habrían llevado a un terapeuta, pero Doris…, bueno, ella se limitó a despertarme una noche, me pidió que me vistiera y que me abrigara con una chaqueta gruesa, y a continuación me trajo aquí. Me dijo que iba a mostrarme algo maravilloso.
Volvió a suspirar.
– Recuerdo que era una noche cerrada como ésta, así que Doris me agarró de la mano para evitar que tropezara y me cayera. Deambulamos entre las tumbas y luego nos sentamos un rato, hasta que aparecieron las luces. Parecía como si estuvieran vivas. De repente todo se iluminó, hasta que las luces desaparecieron. Después regresamos a casa.
Jeremy casi podía notar cómo se encogía a causa de los recuerdos.
– Aunque era muy pequeña, comprendí lo que había pasado, y cuando volvimos a casa, no pude dormir, porque estaba segura de que acababa de ver los fantasmas de mis padres. Era como si hubieran venido a visitarme. Después de esa vivencia, nunca más volví a tener aquella pesadilla.
Jeremy la escuchaba en silencio. Ella se inclinó hacia él, para acercarse un poco más.
– ¿Me crees?
– Sí -respondió-. De veras, te creo. Estoy seguro de que, aunque no te conociera, tu historia sería la que más recordaría de esta noche.
– Pues mira, si no te importa, preferiría que mi experiencia no apareciera en tu artículo.
– ¿Estás segura? Podrías hacerte famosa.
– No me interesa, gracias. Ya he sido testigo de cómo un poco de fama puede arruinar a un tipo estupendo.
Él soltó una carcajada.
– Puesto que esta historia quedará entre tú y yo, ¿puedo preguntarte si tus recuerdos eran uno de los motivos por los que has aceptado venir conmigo aquí esta noche? ¿O era simplemente porque querías disfrutar de mi extraordinaria compañía?
– Bueno, definitivamente no ha sido por la segunda razón -aseveró Lexie, aunque a pesar de sus palabras, sabía que sí que lo era. Le pareció que él también se daba cuenta, pero en la breve pausa que siguió a su comentario, notó que sus palabras habían sido demasiado punzantes-. Lo siento -se disculpó.
– No pasa nada -dijo él, agitando la mano-. Recuerda, tengo cinco hermanos mayores. Los insultos han formado parte de mis relaciones familiares desde que era pequeño, así que estoy más que acostumbrado.
Ella irguió la espalda.
– Muy bien, contestando a tu pregunta… Quizá sí que quería ver las luces de nuevo. Para mí siempre han sido una fuente de apoyo.
Jeremy rompió una ramita del suelo, jugueteó con ella unos instantes y luego la tiró a un lado.
– Tu abuela demostró ser una mujer muy inteligente. Me refiero a lo que hizo.
– Es una mujer muy inteligente.
– Es cierto -ratificó Jeremy, y justo entonces Lexie se acercó más a él, como si se esforzara por ver algo a lo lejos.
– Supongo que querrás encender las cámaras -dijo ella.
– ¿Por qué?
– Porque se acercan. ¿No lo notas?
Jeremy estaba a punto de bromear sobre el hecho de lo ávido que era como cazafantasmas cuando se dio cuenta de que no sólo podía ver a Lexie, sino también las cámaras que quedaban más apartadas. Y también divisó la senda hasta el coche. En esos momentos empezaba a haber más luz.
– ¡Eh! -exclamó ella-. ¿Vas a dejar escapar tu gran oportunidad?
El parpadeó varias veces seguidas para asegurarse de que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada, luego activó el control remoto de las tres cámaras. Los pilotos rojos se encendieron a lo lejos. Era todo lo que podía hacer para procesar el hecho de que sucedía algo anómalo.
Miró a su alrededor, como buscando algún coche que pasara cerca de la carretera o alguna casa iluminada, y cuando volvió a mirar hacia las cámaras, decidió que definitivamente pasaba algo raro. No sólo podía ver las cámaras, sino también el detector electromagnético en el centro del triángulo. Cogió las gafas de visión nocturna.
– No las necesitarás -anunció ella.
De todas formas, Jeremy se las puso, y súbitamente el mundo adoptó un resplandor verde fosforescente. Mientras se incrementaba la intensidad de la luz, la niebla empezaba a adoptar formas más sinuosas.
Consultó la hora: pasaban diez segundos de las 23.44, y anotó el dato para no olvidarlo. Se preguntó si la luna había salido repentinamente; lo dudaba, pero de todos modos pensaba consultar la fase lunar cuando regresara a su habitación en el Greenleaf.
Pero esos pensamientos no eran más que secundarios. La niebla, tal y como Lexie había predicho, continuó haciéndose más luminosa, y Jeremy se quitó las gafas por un momento, notando la diferencia entre las imágenes. La luminosidad iba en aumento, pero el cambio todavía parecía más significativo con las gafas. Se moría de ganas de comparar las imágenes grabadas con las cámaras una a una. Pero en esos precisos instantes, todo lo que podía hacer era mirar fijamente hacia delante, esta vez sin las gafas.
Conteniendo la respiración, contempló cómo la niebla delante de ellos se tornaba más plateada, antes de cambiar a un amarillo pálido, luego a un blanco opaco, y finalmente adquirir una luminosidad prácticamente cegadora. Por un momento, sólo un momento, casi todo el cementerio se hizo visible -como un campo de fútbol iluminado antes de que empiece el partido-, y pequeñas porciones de la luz de la niebla empezaron a agitarse en un círculo de reducidas dimensiones antes de esparcirse súbitamente hacia el exterior del núcleo, como si se tratara de una estrella que acabara de explotar. Por un instante, Jeremy imaginó que veía las formas de personas o de cosas, pero justo entonces la luz empezó a retirarse, como si alguien la estuviera arrastrando con un hilo, hacia atrás, hacia el centro, y antes de que pudiera darse cuenta, las luces habían desaparecido y el cementerio volvía a estar completamente a oscuras.
Jeremy parpadeó para asegurarse de que no estaba soñando y acto seguido consultó nuevamente la hora. La visión había durado veintidós segundos exactamente. A pesar de que sabía que debía incorporarse e ir a inspeccionar el equipo, se quedó unos instantes con la mirada clavada en el punto donde los fantasmas de Cedar Creek habían hecho su aparición.
Los fraudes, los errores sin mala fe y las coincidencias eran las explicaciones más frecuentes para eventos tachados de sobrenaturales, y hasta ese momento, cada investigación llevada a cabo por Jeremy encajaba en una de esas tres categorías. La primera tendía a ser la razón más predominante en situaciones en que alguien intentaba sacar alguna clase de provecho. En esta categoría se encontraba William Newell, por ejemplo, que alegaba haber encontrado, en su granja de Nueva York en 1869, los restos petrificados de un gigante, una estatua conocida como el Gigante de Cardiff. Timothy Clausen, el espiritista, era otro ejemplo.
Mas los fraudes también incluían a aquellos que simplemente querían ver a cuánta gente podían engañar, no por dinero, sino únicamente para constatar si eso era posible. Doug Bower y Dave Chorley los granjeros ingleses que crearon el fenómeno conocido como los círculos en los sembrados, eran un claro ejemplo; el médico que fotografió al monstruo del lago Ness en 1933 era otro. En ambos casos, el engaño fue originalmente perpetrado como una broma práctica, pero el interés que sus engaños despertaron en el público fue tan grande que los culpables no se atrevieron a realizar las confesiones pertinentes.
Los errores sin mala fe, por otro lado, eran simplemente eso: alguien que confundía un globo aerostático con un ovni, un oso con Bigfoot, o de repente se descubría que alguien había movido unos restos arqueológicos hasta la ubicación que ocupaban en la actualidad cientos o miles de años después de su emplazamiento original. En esos casos, el testigo veía algo, pero la mente convertía la visión en algo completamente distinto.
En el saco de las coincidencias tenía cabida prácticamente el resto de los casos, y era simplemente una cuestión de probabilidad matemática. Por increíble que pudiera parecer que un evento sucediera, mientras existiera la más leve posibilidad de que pasara, probablemente acabaría sucediéndole a alguien, en algún lugar, en algún momento. Por ejemplo, la novela Futilidad de Robert Morgan, publicada en 1898 -catorce años antes del hundimiento del Titanic-, narraba la historia del barco de pasajeros más grande del mundo que partía del puerto de Southampton en su viaje inaugural, durante la travesía chocaba contra un iceberg, y un nutrido número de sus pasajeros ricos y famosos perecían trágicamente en las gélidas aguas del Atlántico Norte por falta de suficientes botes salvavidas. El nombre del barco, irónicamente, era Titán.
Sin embargo, lo que había sucedido en el cementerio de Cedar Creek no acababa de encajar en ninguna de estas tres categorías. A Jeremy no le pareció que las luces fueran fruto ni de un fraude ni de una coincidencia, y tampoco creyó que se tratara de un error sin mala fe. Debía de haber alguna explicación lógica, pero allí sentado en el cementerio, todavía aturdido por la visión que acababa de presenciar, no tenía ni idea de lo que podía ser.
Durante el transcurso de los acontecimientos, Lexie había permanecido sentada y no había pronunciado ni una sola palabra.
– ¿Y bien? -preguntó finalmente-. ¿Qué opinas?
– Todavía no lo sé -admitió Jeremy-. He visto algo, de eso estoy seguro.
– ¿Habías visto algo parecido en tu vida?
– No -confesó él-. Por primera vez tengo la impresión de estar ante algo misterioso.
– Es increíble, ¿no crees? -declaró ella, con una voz inmensamente suave-. Casi había olvidado lo bonitas que eran. He oído hablar de las auroras boreales, y a veces me pregunto si deben de asemejarse.
Jeremy no respondió. Allí sentado en silencio, recreó las luces mentalmente, pensando que la intensidad progresiva que habían ido adquiriendo le recordaba a los faros de un coche en dirección contraria después de una curva. Simplemente tenían que ser el resultado de alguna clase de vehículo en movimiento, pensó. Miró otra vez hacia la carretera, esperando a que pasara un coche, pero no le sorprendió no ver ninguno.
Durante unos minutos, Lexie no lo interrumpió. Después se inclinó hacia delante y le dio un golpecito en el brazo para llamar su atención.
– Bueno, ¿qué hacemos ahora?
Jeremy sacudió enérgicamente la cabeza, intentando enfocar toda su atención en ella.
– ¿Hay alguna autopista cerca, o alguna carretera principal?
– Sólo la que hemos tomado para venir hasta aquí, la que atraviesa el pueblo.
– Hum -musitó él frunciendo el ceño.
– Vaya, esta vez no has recurrido a tu expresión favorita. ¿Es que aún no has hallado la solución al misterio?
– No, aún no -contestó Jeremy-. Pero no te preocupes; lo encontraré.
A pesar de la oscuridad total, le pareció que podía verla sonriendo socarronamente.
– ¿Por qué tengo la impresión de que tú ya sabes el motivo que origina esas luces?
– No lo sé -respondió ella en un tono inocente-. ¿Por qué?
– Sólo es un presentimiento. Yo también soy muy bueno leyendo los pensamientos de la gente. Un individuo llamado Clausen me enseñó todos sus secretos.
Lexie se echó a reír.
– Perfecto. Entonces ya sabes lo que estoy pensando.
Ella le dio un momento para que intentara averiguarlo antes de inclinarse hacia delante. Sus ojos transmitían una oscura aura de seducción, y a pesar de que Jeremy debía de estar pensando en otras cosas, nuevamente recordó lo guapa que estaba en la fiesta.
– ¿No te acuerdas de mi historia? -susurró ella-. Eran mis padres. Probablemente querían conocerte.
Quizá fuera el tono huérfano que usó cuando pronunció esas palabras -triste y tierno a la vez- lo que provocó que Jeremy notara cómo se le formaba un nudo en la garganta; tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no abrazarla con fuerza allí mismo, con la intención de no separarse nunca más de ella.
Media hora más tarde, después de cargar todo el material en el coche, estaban de nuevo delante de la casa de Lexie.
Ninguno de los dos había hablado demasiado durante el trayecto de vuelta, y cuando estuvieron frente a la puerta, Jeremy se percató de que, mientras conducía, había pasado más tiempo pensando en ella que en las luces. No deseaba que la noche tocara a su fin, todavía no.
Estaba pensando en cómo insinuarle que lo invitara a entrar cuando Lexie se tapó la boca con una mano y bostezó antes de soltar una carcajada incómoda.
– Lo siento, pero es que a estas horas no suelo estar despierta.
– No pasa nada -respondió él, mirándola fijamente a los ojos-. Lo he pasado estupendamente esta noche.
– Yo también -asintió ella.
Jeremy dio un pequeño paso hacia delante. Lexie se dio cuenta de que él pretendía besarla y se puso a manosear la solapa de la chaqueta nerviosamente.
– Bueno, será mejor que entre -dijo, esperando que él captara la indirecta.
– ¿Estás segura? Podríamos ver las grabaciones juntos, si quieres. Quizá podrías ayudarme a averiguar qué son realmente esas luces.
Lexie desvió la vista hacia un lado, con una expresión melancólica.
– Por favor, no lo eches a perder, ¿vale? -murmuró.
– ¿Echar a perder el qué?
– Esto… Todo… -Cerró los ojos, intentando ordenar sus pensamientos-. Los dos sabemos que quieres entrar, pero aunque yo también lo desee, no te invitaré a pasar, así que por favor, no me lo pidas.
– ¿Acaso he hecho algo malo?
– No, qué va. Hoy me lo he pasado muy bien, te lo aseguro; ha sido un día estupendo. Francamente, hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto.
– Entonces, ¿qué pasa?
– Desde que llegaste al pueblo, no has parado de cortejarme, y ambos sabemos lo que pasará si dejo que atravieses el umbral de esta puerta. Pero después tú te marcharás. Y cuando lo hagas, la única que saldrá malparada seré yo. Así pues, ¿por qué empezar algo que no tienes intención de acabar?
Con otra persona, con cualquier otra persona, Jeremy habría hecho gala de su astucia con alguna broma o habría cambiado de tema con el fin de ganar tiempo y pensar en otra forma de conseguir que lo invitaran a entrar. Pero mientras la contemplaba en el porche, no conseguía hallar las palabras adecuadas. Aunque pareciera extraño, él tampoco quería echar a perder la historia tan especial que había nacido entre ellos dos.
– Tienes razón -admitió al tiempo que se esforzaba por dibujar una sonrisa en sus labios-. Será mejor que me marche. Debería estar investigando de dónde provienen esas luces.
Por un momento, Lexie pensó que no había oído bien, pero cuando Jeremy dio un paso hacia atrás, ella lo miró directamente a los ojos.
– Gracias.
– Buenas noches, Lexie.
Ella asintió con la cabeza y, después de una pausa incómoda, dio media vuelta en dirección a la puerta. Jeremy interpretó el movimiento como una señal de despedida, y bajó los peldaños del porche mientras Lexie sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta. Ya había insertado la llave en la cerradura de la puerta cuando oyó la voz de Jeremy a sus espaldas.
– ¡Eh! ¡Lexie!
En la niebla apenas podía distinguir su silueta.
– ¿Sí?
– Supongo que no me creerás, pero lo último que desearía sería hacerte daño o alguna cosa por la que te arrepintieras de haberme conocido.
A pesar de que ella sonrió brevemente a raíz del comentario, se dio la vuelta y desapareció sin decir ni una sola palabra. La falta de respuesta surtió más efecto que mil palabras, y por primera vez en su vida, Jeremy no sólo se sintió decepcionado consigo mismo, sino que de repente sintió un enorme deseo de ser alguien completamente distinto.