Capítulo 17

Jeremy echó un vistazo al reloj mientras esperaba pacientemente en el porche del Herbs a que Alvin acabara de hablar con Rachel. Alvin estaba intentando impresionarla, y Rachel parecía no tener prisa en despedirse de él, lo que normalmente podía considerarse un buen indicio. Sin embargo, a Jeremy le pareció que Rachel no mostraba demasiado interés por Alvin, que se estaba limitando a ser cortés con él, y que Alvin no se daba cuenta de esas señales. En realidad, Alvin jamás había demostrado ser muy audaz a la hora de interpretar esa clase de señales.

Cuando finalmente se despidieron, Alvin se reunió con Jeremy con la cara radiante, como si se hubiera olvidado completamente de la desagradable contienda de la noche anterior; lo cual probablemente era cierto.

– ¿Has visto eso? -le susurró Alvin cuando estuvo más cerca-. Creo que le gusto.

– ¿Ah, sí?

– Sí. ¡Vaya pedazo de mujer! Me encanta su forma de hablar. Es tan sexi.

– Para ti todo es sexi -subrayó Jeremy.

– Eso no es verdad -se quejó Alvin-. Bueno, sólo casi todo.

Jeremy sonrió.

– Quién sabe. Igual coincidís esta noche en el baile. Quizá tengamos tiempo de pasarnos por ahí antes de ir al cementerio a filmar de nuevo.

– ¡No me digas que hay un baile esta noche!

– Sí, en el viejo granero de tabaco del pueblo. He oído que va todo el pueblo, así que seguramente Rachel también irá.

– Perfecto -dijo Alvin al tiempo que empezaba a bajar las escaleras del porche. Acto seguido, y casi como si hablara consigo mismo, agregó-: Me pregunto por qué no me lo ha mencionado.


Rachel ordenó los pedidos de la mañana con aire ausente mientras observaba cómo Alvin abandonaba el restaurante con Jeremy.

Reconocía que la noche previa, en el Lookilu, primero se había comportado de un modo reservado con él, pero cuando Alvin mencionó lo que estaba haciendo en el pueblo y que conocía a Jeremy, se enfrascaron en una conversación, y él se pasó prácticamente toda una hora contándole cosas referentes a Nueva York. Al final consiguió que a Rachel esa ciudad le pareciera un paraíso, y cuando ella mencionó que algún día quería ir allí, él garabateó rápidamente su número de teléfono en una servilleta de papel y le dijo que lo llamara. Incluso le prometió que conseguiría entradas para el famoso espectáculo Regis and Kelly, si ella quería.

A pesar de que el gesto de Alvin le pareció halagador, Rachel sabía que no lo llamaría. Jamás se había sentido atraída por los tatuajes, y aunque no había tenido demasiado éxito con los hombres en su vida, había tomado la decisión de que jamás saldría con alguien que tuviera más pírsines en su oreja de los que ella tenía. Pero ése no era el único motivo de su falta de interés; Rodney tenía algo que ver.

Rodney solía pasarse casi todas las noches por el Lookilu para confirmar que nadie pensaba conducir en un estado de embriaguez, y prácticamente todos los que se consideraban clientes del local sabían que existían muchas probabilidades de que él apareciera repentinamente por allí. Se paseaba por el bar, saludaba a los presentes y, si presentía que alguien había bebido más de la cuenta, le decía directamente lo que pensaba y le advertía que estaría alerta, que vigilaría su coche. Si bien podía parecer un gesto intimidatorio -y probablemente lo era si alguien se había dedicado a beber más de la cuenta-, Rodney también agregaba que no tendría ningún reparo en llevar al aludido a casa. Era su forma de mantener a los borrachos apartados de la carretera, y en los últimos cuatro años no había tenido que recurrir a ningún arresto. Incluso al propietario del Lookilu no le importaba que se dejara caer por el local de forma periódica. Al principio se había quejado de que el ayudante del sheriff patrullara por la barra, pero cuando se dio cuenta de que a nadie parecía importarle, gradualmente aceptó la intromisión, y al final incluso empezó a llamar a Rodney cuando pensaba que alguno de sus clientes necesitaba que lo llevaran a casa.

La noche previa, Rodney había aparecido por el Lookilu como de costumbre, y sólo necesitó un par de segundos para identificar a Rachel, sentada en la barra. En el pasado, normalmente le sonreía y se le acercaba para intercambiar unas palabras con ella, pero esta vez, cuando la vio con Alvin, a Rachel le pareció por un momento vislumbrar un claro gesto de contrariedad en su cara. Fue una reacción inesperada, que desapareció casi tan rápido como surgió, y de repente Rodney adoptó un porte airado, enojado. Era como si estuviera celoso, y más tarde Rachel pensó que ésa fue la razón por la que decidió marcharse del bar justo después de que él lo hiciera. Mientras regresaba a casa, revivió mentalmente la escena varias veces seguidas, intentando averiguar si realmente había visto lo que le había parecido ver, o si simplemente se lo había imaginado. Unas horas después, tumbada en la cama, llegó a la conclusión de que no le importaría nada que Rodney estuviera celoso; más bien al contrario.

Quizá, pensó, todavía había una brizna de esperanza entre ellos.


Después de recoger el coche de Alvin, que había permanecido aparcado en una calle colindante con el Lookilu, Jeremy y Alvin se dirigieron al Greenleaf. Alvin se dio una ducha rápida, y Jeremy aprovechó la ocasión para cambiarse de ropa. A continuación, ambos pasaron las siguientes dos horas revisando el material que Jeremy había compilado. Para Jeremy, el ejercicio resultó ser una válvula de escape: concentrarse en el trabajo era la única forma que conocía para no pensar en -ni preocuparse por- Lexie.

Las cintas de Alvin eran tan extraordinarias como su amigo le había prometido, especialmente si se comparaban con las que Jeremy había grabado. Su nitidez y su resolución, combinadas con una emisión a cámara lenta, le permitieron a Jeremy detectar detalles que se le habían pasado por alto hasta el momento. Incluso seleccionó varias imágenes que pensaba separar y congelar con el fin de que a los espectadores les ayudaran a comprender lo que estaban viendo.

Jeremy le refirió a Alvin la historia a partir de las referencias que había encontrado para interpretar las imágenes que tenían delante. Pero mientras Jeremy continuaba exponiendo las pruebas con un intrincado detallismo -las tres versiones de la leyenda, los mapas, las notas sobre las excavaciones, las tablas de los niveles de agua, las planificaciones para los terrenos, los diversos proyectos de construcción, y los aspectos sobre la refracción de la luz-, Alvin empezó a bostezar. Jamás había demostrado ningún interés por la minuciosidad de los detalles en el trabajo de Jeremy, y finalmente convenció a éste para que lo llevara hasta el otro lado del puente, hasta la fábrica de papel, para que pudiera verlo con sus propios ojos. Se pasaron varios minutos inspeccionando el patio del molino, observando cómo cargaban los troncos de madera en las plataformas, y de regreso al pueblo, se dirigieron al cementerio para que Alvin pudiera conseguir más imágenes en plena luz del día.

Alvin colocó la cámara en diversas ubicaciones mientras Jeremy se dedicaba a merodear por la zona. El silencio imperante en el cementerio hizo que de nuevo centrara sus pensamientos en Lexie. Recordó la noche que habían pasado juntos e intentó nuevamente comprender qué fue lo que la llevó a levantarse de la cama a medianoche. A pesar de sus negativas, sabía que ella se arrepentía de lo que había pasado, quizás incluso sentía remordimientos, pero no lograba comprender el porqué.

Sí, él se marcharía del pueblo, pero le había repetido un sinfín de veces que pensaba hallar la forma de que se continuaran viendo. Y sí, era cierto que apenas se conocían, pero teniendo en cuenta el poco tiempo que habían estado juntos, Jeremy tenía la certeza de saber lo suficiente de ella como para estar seguro de que la amaría toda la vida. Lo único que necesitaban era una oportunidad.

Sin embargo, Alvin tenía razón. A pesar de lo preocupada que Lexie pudiera estar por Doris, su comportamiento por la mañana daba a entender que estaba buscando una excusa para alejarse de él. Una de dos, o bien ella lo amaba y pensaba que sería más fácil distanciarse de él ahora, o bien no lo amaba y no quería pasar más tiempo con él.

La noche pasada, Jeremy había creído que Lexie sentía por él lo mismo que él sentía por ella. Pero ahora…

Se lamentó de no haber podido pasar la tarde con ella. Deseaba escuchar lo que parecía angustiarla, para intentar aliviarla; quería abrazarla y besarla y convencerla de que hallarían la forma de que su relación funcionara, sin importar los sacrificios o esfuerzos que él tuviera que hacer. Anhelaba decirle que no podía imaginar su vida sin ella, que lo que él sentía por ella era simple y llanamente amor. Pero ante todo, quería comprobar que Lexie sentía lo mismo por él.

En la distancia, Alvin manipulaba la cámara y el trípode, enfocando hacia otro punto, perdido en su propio mundo e ignorando las vicisitudes que nublaban la mente de Jeremy. Este suspiró antes de darse cuenta de que poco a poco se había desplazado hasta el lugar donde Lexie desapareció la primera vez que la vio en el cementerio.

Dudó unos instantes, pero una idea fue tomando forma en su mente; entonces empezó a buscar por el suelo, deteniéndose a cada paso. Sólo necesitó un par de minutos para descubrir lo que buscaba. Ascendió por una pequeña colina y se detuvo delante de un arbusto de azalea silvestre. Aunque el área estaba rodeada por ramitas y troncos, Jeremy se dio cuenta de que alguien se había esmerado en mantenerla pulcra. Al arrodillarse, vio las flores que ella debía de haber llevado en su bolso, y de repente comprendió por qué ni Doris ni Lexie querían que la gente deambulara por el cementerio.

Bajo la tenue luz gris, Jeremy contempló las tumbas de Claire y James Darnell, preguntándose cómo no se le había ocurrido antes.


En el camino de vuelta del cementerio, Jeremy dejó a Alvin en el Greenleaf para que éste echara una siesta, y luego regresó a la biblioteca, ensayando lo que iba a decirle a Lexie.

Se fijó en que la biblioteca estaba más concurrida que de costumbre, al menos por la parte exterior. Había varios grupitos de gente que señalaban hacia el edificio y comentaban aspectos de la arquitectura, como si hubieran decidido iniciar la «Visita guiada por las casas históricas» con antelación. La mayoría exhibía el mismo folleto que Doris le había enviado a Jeremy, y algunas personas leían en voz alta las frases en las que se describían las propiedades únicas del edificio.

En el interior, el personal ya había empezado a prepararse. Un número de voluntarios se dedicaba a barrer y a quitar el polvo; otros dos repartían lámparas Tiffany adicionales, y Jeremy supuso que cuando empezara la gira oficial, apagarían las lámparas que pendían del techo para conferir a la biblioteca una atmósfera «más histórica».

Jeremy pasó por delante de la sala infantil, se fijó en que parecía menos abigarrada que el otro día y enfiló hacia las escaleras. La puerta de la oficina de Lexie estaba abierta, y se detuvo un momento para tomar aire antes de entrar. Lexie estaba agachada cerca de la mesa, ahora totalmente despejada de papeles. Al igual que el resto del personal de la biblioteca, estaba intentando poner orden en el enorme desorden de su despacho, colocando varias pilas de libros y de papeles debajo de la mesa.

– ¡Hola! -la saludó.

Lexie levantó la cara.

– Ah, hola -contestó al tiempo que se incorporaba y se alisaba la blusa-. Estoy intentando hacer que este lugar parezca un poco más presentable.

– Claro, con el fin de semana que tienes por delante…

– Sí, supongo que debería haberlo hecho antes -dijo, señalando hacia la sala-, pero supongo que he sufrido un caso serio de dilación.

Lexie sonrió, y a Jeremy le pareció incluso más bella ligeramente despeinada.

– Eso le puede pasar a cualquiera, no te preocupes -apuntó él, intentando animarla.

– Ya, quizá sí, pero a mí no.

En lugar de aproximarse a él, Lexie asió otra pila de libros y volvió a esconder la cabeza debajo de la mesa.

– ¿Qué tal está Doris? -preguntó Jeremy.

– Bien -respondió ella desde debajo de la mesa-. Como dijo Rachel, sólo está un poco cansada, pero mañana se habrá recuperado. -Lexie reapareció, y cogió otra pila de papeles-. Si tienes tiempo, podrías pasar a verla antes de marcharte. Estoy segura de que ella apreciará tu gesto.

Por un momento, él se limitó a observarla, pero cuando se dio cuenta de la implicación de lo que Lexie le estaba diciendo, dio un paso adelante hacia ella.

Haciendo gala de una gran agilidad, Lexie se colocó al otro lado de la mesa rápidamente, como si no se hubiera dado cuenta del movimiento de Jeremy, pero procurando mantener la mesa entre ellos dos.

– ¿Qué pasa? -le preguntó él.

Ella agarró otra pila de papeles.

– Estoy ocupada.

– Me refiero a qué es lo que pasa entre nosotros.

– Nada -contestó Lexie. Su voz era neutral, como si estuviera hablando del tiempo.

– Ni siquiera me miras a los ojos -objetó Jeremy.

Con esa declaración, finalmente Lexie levantó la vista y lo miró a los ojos por primera vez. Jeremy podía notar la hostilidad latente, aunque no estaba seguro de si ella estaba enfadada con él o consigo misma.

– No sé qué es lo que esperas que diga. Ya te lo he dicho: estoy ocupada. Aunque no lo creas, tengo que darme prisa para que todo esté a punto.

Jeremy la miró fijamente sin moverse; de repente se dio cuenta de que ella estaba buscando una excusa para iniciar una pelea.

– ¿Puedo ayudarte en algo? -se ofreció.

– No, gracias. -Lexie escondió otra pila de libros bajo la mesa-. ¿Qué tal está Alvin? -preguntó en un tono relajado.

Jeremy se rascó la coronilla.

– Ya se le ha pasado el berrinche, si a eso te refieres.

– Qué bien. ¿Habéis acabado el trabajo?

– Casi.

Lexie asomó la cabeza de nuevo, intentando transmitir la sensación de que estaba muy atareada.

– He vuelto a seleccionar los diarios para ti. Te los he dejado en la mesa de la sala de los originales.

Jeremy esbozó una sonrisa apagada.

– Gracias.

– Y si se te ocurre cualquier otra cosa que puedas necesitar antes de irte -añadió ella-, estaré aquí por lo menos una hora más. La visita empieza a las siete, así que deberías marcharte como máximo a las seis y media, porque después apagaremos las luces del techo.

– Pensé que la sala de los originales cerraba a las cinco.

– Bueno, ya que te marchas mañana, supongo que puedo hacer una excepción; por una vez no pasa nada.

– Y también porque somos amigos, ¿no?

– Claro. -Lexie sonrió automáticamente-. Porque somos amigos.


Jeremy salió del despacho de Lexie y se dirigió a la sala de los originales, pensando una y otra vez en la conversación que acababa de mantener con ella e intentando encontrarle el sentido. Su encuentro no había salido como él había planeado. Después del comentario final de Lexie, Jeremy había esperado que ella abandonase su actitud distante y se relajara, aunque en el fondo sabía que eso no iba a suceder. El encuentro no había ayudado a arreglar la situación entre ellos, más bien al contrario. Si Lexie parecía distante antes, ahora parecía mirarlo como si fuera un bicho radioactivo.

Aunque le preocupaba el comportamiento de Lexie, en cierta manera lo comprendía. Quizás ella no debería haberse mostrado tan fría, pero todo se debía a que él vivía en Nueva York y ella, en Boone Creek. El día anterior en la playa, había sido fácil fantasear sobre la posibilidad de que la relación entre ellos dos funcionara de forma mágica. Y Jeremy lo había creído. Ésa era la cuestión. Cuando dos personas se querían, siempre encontraban la forma de que su historia saliera bien.

Se dio cuenta de que le estaba dando demasiadas vueltas al tema, pero eso era lo que hacía cuando se topaba con un problema. Buscaba soluciones, efectuaba suposiciones, intentaba analizar los escenarios a largo plazo, con la finalidad de llegar a una conclusión sobre los resultados potenciales. Y eso era lo que esperaba que también hiciera ella.

Lo que no esperaba era que lo tratara como si fuera un paria, o que Lexie actuara como si no hubiera sucedido nada entre ellos dos, o que se comportara como si creyera que la noche anterior había sido un craso error.

Jeremy contempló la pila de diarios sobre la mesa mientras se disponía a sentarse. Empezó a separar los que ya había ojeado de los que todavía no había tocado; le quedaban cuatro por revisar. Hasta ese momento, ninguno de esos materiales le había resultado particularmente práctico; en dos de ellos se mencionaban funerales familiares que habían sido oficiados en Cedar Creek. Finalmente abrió uno de los que todavía no había examinado. En lugar de leerlo desde la primera línea, se apoyó en la silla y ojeó pasajes de forma aleatoria, intentando determinar si la joven propietaria del diario, una adolescente llamada Anne Dempsey, escribía sobre ella o sobre el pueblo. Narraba acontecimientos desde 1912 hasta 1915, y la mayoría de las notas eran una relación personal de su vida diaria durante ese período: quién le gustaba, qué comía, lo que pensaba acerca de sus padres y sus amigos, y la confirmación de que nadie parecía comprenderla. Si había algo remarcable en Anne era que sus angustias y preocupaciones eran las mismas que las de cualquier adolescente de hoy en día. Aunque le pareció interesante, Jeremy lo apartó a un lado, junto con los otros diarios que ya había leído.

Los siguientes dos diarios que examinó -ambos escritos durante la década de 1920- contenían también relatos muy personales. Un pescador escribía sobre las mareas y la pesca con una minuciosidad casi enfermiza; el segundo, escrito por una maestra locuaz llamada Glenara, describía la relación que había mantenido con un médico no residente, así como lo que opinaba sobre sus alumnos y la gente que conocía en el pueblo. Además, el diario contenía un par de entradas sobre los eventos sociales en la localidad, que parecían consistir mayoritariamente en contemplar los veleros que pasaban por el río Pamlico, ir a misa, jugar al bridge, y pasear por Main Street los sábados por la tarde. No vio ninguna mención a Cedar Creek.

Jeremy esperaba que el último diario fuera también una pérdida de tiempo, pero sabía que si no le echaba un vistazo, entonces no tendría ninguna excusa para quedarse allí, y no podía imaginar el hecho de abandonar la biblioteca sin intentar hablar con Lexie de nuevo, aunque sólo fuera para mantener las líneas de comunicación abiertas. El día anterior habría sido capaz de comentarle cualquier cosa que le viniera en mente, pero el reciente enfriamiento en su relación, combinado con el estado alterado de Lexie, hacía imposible imaginar exactamente qué era lo que debía decir o cómo debía actuar.

¿Qué era lo más apropiado? ¿Mantenerse distante? ¿Intentar hablar con ella, incluso siendo plenamente consciente de que Lexie estaba intentando buscar un motivo para enzarzarse en una pelea con él? ¿O simular que ni se había dado cuenta de su actitud y pensar que ella todavía deseaba averiguar el motivo que originaba las luces misteriosas? ¿Debía invitarla a cenar, o simplemente abrazarla?

Ese era el problema en las relaciones amorosas cuando las emociones empezaban a enturbiar las aguas. Parecía como si Lexie esperara que él hiciera o dijera exactamente lo que ella deseaba, fuera lo que fuese. Y eso, pensó Jeremy, no era justo.

Sí, la amaba. Y sí, se sentía preocupado por el futuro de esa relación. Pero por más que él intentara encontrar el sentido a las cosas, ella actuaba como si estuviera dispuesta a echarlo todo por la borda. Jeremy reflexionó nuevamente sobre la conversación que habían mantenido.

«Si tienes tiempo, podrías pasar a verla antes de marcharte…», en lugar de «podríamos pasar a verla…».

¿Y su comentario final?

«Claro. Porque somos amigos.»

Jeremy tuvo que morderse la lengua para no contestar algo fuera de tono. ¿Amigos? Estuvo a punto de soltarle: «Después de ayer por la noche, ¿todo lo que se te ocurre decir es que somos amigos? ¿Eso es todo lo que represento para ti?».

No se trataba del modo en que uno se dirigía a la persona que amaba. Tampoco era la forma en que uno trataba a alguien que deseaba ver nuevamente, y cuanto más pensaba en ello, más ganas sentía de responder a su provocación. ¿Quieres echarte atrás? Yo también puedo hacerlo. ¿Quieres pelea? Vamos, adelante, aquí estoy. Después de todo, tenía la absoluta certeza de que no había hecho nada malo. Él era tan culpable de lo que había sucedido la noche anterior como ella. Había intentado decirle lo que sentía por ella, mas Lexie no parecía querer escucharlo. Él le había prometido que pondría toda la carne en el asador para intentar que esa relación funcionara; en cambio, ella parecía no tomarse la cosa en serio. Y al final, era ella la que lo había conducido hasta su habitación, y no al revés.

Jeremy clavó la vista en la ventana, con los labios prietos. No, pensó, se acabó jugar según las reglas de Lexie. Si ella quería hablar con él, perfecto. Pero si no…, bueno, entonces, sería el final de la historia. Se dijo a sí mismo que no podía hacer nada más. No podía arrastrarse hasta sus pies y rogarle que no lo abandonara, así que lo que sucediera a partir de ese momento dependía de Lexie. Ella sabía dónde encontrarlo. Decidió que se marcharía de la biblioteca tan pronto como acabara de ojear el último diario, y que se iría al Greenleaf. Quizás entonces Lexie tendría la oportunidad de analizar lo que realmente quería, y al mismo tiempo le daría a entender que él no estaba dispuesto a soportar más malos tratos.


Tan pronto como Jeremy se marchó de su despacho, Lexie se maldijo a sí misma por no haber sido capaz de controlar la situación de una forma más apropiada. Había pensado que pasar un rato con Doris la ayudaría a esclarecer las ideas, pero todo lo que había hecho era postergar lo inevitable. Y después, Jeremy había aparecido por la biblioteca tan tranquilo, actuando como si nada hubiera cambiado, como si nada fuera a cambiar al día siguiente, como si él no fuera a marcharse.

Sí, sabía que él se marcharía, que la dejaría igual que hizo el señor sabelotodo, pero el cuento de hadas que él había iniciado la noche anterior continuaba vivo, alimentando fantasías en las que la gente vivía feliz para siempre. Si Jeremy había sido capaz de encontrarla en la playa, si había demostrado el suficiente coraje para decir las cosas que le había confesado, ¿no podía encontrar un motivo para quedarse?

En el fondo Lexie era consciente de que Jeremy albergaba la esperanza de que ella se marchara a Nueva York con él, pero no lograba entender el porqué. ¿Acaso Jeremy no comprendía que a ella no le importaba ni el dinero ni la fama, ni le atraía salir de compras ni ir al teatro ni poder comprar comida Thai a horas intempestivas? La vida no eran esas cosas. La vida consistía en poder pasar tiempo juntos, en disponer de tiempo para pasear juntos cogidos de la mano, en poder charlar distendidamente mientras contemplaban el atardecer. No era glamuroso, pero era, en muchos aspectos, lo mejor que la vida podía ofrecer. Un viejo dicho lo confirmaba: Nadie jamás, en su lecho de muerte, se había lamentado de no haber trabajado más, ni de no haber pasado menos tiempo saboreando un plácido atardecer o en compañía de la familia.

No era tan inocente como para negar que la cultura moderna ofrecía sus propias tentaciones. Ser famoso y rico y guapo y asistir a fiestas exclusivas: «Sólo eso te hará feliz». En su opinión, no era más que una sarta de mentiras, la canción de los desesperados. Si no, ¿por qué había tanta gente rica, famosa y guapa enganchada a las drogas? ¿Por qué eran incapaces de mantener una vida feliz en matrimonio? ¿Por qué siempre tenían líos con la justicia? ¿Por qué parecían tan infelices cuando no estaban bajo la luz de los focos?

Sospechaba que Jeremy se sentía seducido por ese mundo particular, aunque se negara a admitirlo. Lo supo desde el primer momento en que lo vio, y se dijo a sí misma que no se dejaría arrastrar por sus sentimientos hacia él. Sin embargo, ahora se lamentaba de la forma en que se había comportado hacía un rato.

No estaba lista para recibirlo cuando él había aparecido por su despacho, pero pensó que lo mejor habría sido ser franca y decírselo a la cara, en lugar de mantener la distancia entre Jeremy y ella y negar que algo iba mal. Sí, debería de haber controlado la situación de una forma más civilizada. A pesar de sus diferencias, era lo mínimo que Jeremy se merecía.


«Amigos -pensó él de nuevo-. Porque somos amigos.»

Todavía le escocía la forma en que lo había dicho, y mientras daba golpecitos con el bolígrafo contra la libreta distraídamente, Jeremy sacudió la cabeza. Tenía que acabar con esa historia. Realizó unos movimientos circulares con los hombros para relajar la tensión, tomó el último diario e intentó erguir la espalda en la silla. Después de abrirlo, sólo necesitó un par de segundos para confirmar que ése era distinto a los demás.

En lugar de pasajes cortos y personales, el diario consistía en una colección de ensayos escritos entre 1955 y 1962, todos con título y fecha. El primero se refería a la construcción del edificio de la iglesia episcopal de Saint Richard en 1859 y a cómo, mientras realizaban las excavaciones oportunas, encontraron los restos de lo que parecía un antiguo poblado indio Lumbee. El ensayo abarcaba tres páginas e iba seguido de otro ensayo acerca de la suerte que había corrido la curtiduría de McTauten, erigida a la orilla de Boone Creek en 1794. El tercer ensayo, que hizo que Jeremy abriera los ojos desmesuradamente, presentaba la opinión del escritor sobre lo que realmente les había sucedido a los pioneros en Roanoke Island en 1857.

Jeremy recordó vagamente que uno de los diarios pertenecía a un historiador no profesional y comenzó a pasar las páginas más rápidamente…, leyendo los títulos de los ensayos/buscando en los artículos algo obvio…, pasando las páginas con gran celeridad…, leyendo en vertical…, intentando identificar palabras clave…, y de repente se detuvo, al constatar que había visto algo interesante. Volvió a retroceder algunas páginas. Entonces se quedó helado.

Se acomodó en la silla y parpadeó varias veces mientras movía los dedos por encima de la página.


Solución al misterio de las luces en el cementerio de Cedar Creek

A lo largo de los años, algunos residentes de nuestra localidad han afirmado que existen fantasmas en el cementerio de Cedar Creek, y hace tres años se publicó un artículo sobre el fenómeno en el periódico Journal of the South. Si bien el artículo no ofrecía ninguna solución, después de llevar a cabo mis propias investigaciones, creo que he hallado la clave del misterio sobre las luces que aparecen únicamente en determinados momentos.

De entrada quiero confirmar que no hay fantasmas. En lugar de eso, se trata de las luces de la fábrica de papel Henrickson, influidas por el tren cuando pasa por encima del puente de caballetes, la ubicación de Riker's Hill, y las fases de la luna.


Mientras Jeremy continuaba leyendo, se quedó atónito. A pesar de que no había buscado una explicación de por qué se hundía el cementerio -sin la cual las luces probablemente no serían visibles-, la conclusión del escritor era prácticamente la misma que la de Jeremy.

El escritor, fuera quien fuese, había dado en el clavo casi cuarenta años atrás.

Cuarenta años…

Jeremy marcó la página con un pedazo de papel que arrancó de su libreta y pasó las páginas hasta llegar a la cubierta del diario, buscando el nombre del autor, recordando la primera conversación que mantuvo con el alcalde. Entonces todas sus sospechas se desvanecieron, y la última pieza en el rompecabezas encajó.

Owen Gherkin.

El diario lo había escrito el padre del alcalde, quien, según el propio alcalde, «lo sabía todo sobre esta localidad»; quien supo comprender el motivo que originaba las luces; quien indudablemente se lo contó a su hijo; quien, por consiguiente, sabía que no había nada de sobrenatural en el tema de las luces, pero prefería actuar como si lo hubiera. Lo cual significaba que el alcalde había estado mintiendo durante todo el tiempo, con la esperanza de usar a Jeremy como cebo para atraer a un montón de visitantes curiosos.

Y Lexie…

La bibliotecaria, la mujer que le había dado pistas de que quizá podría encontrar las respuestas que buscaba en los diarios. Lo cual significaba que ella había leído el ensayo de Owen Gherkin. Lo cual significaba que ella también había estado mintiendo, prefiriendo jugar a la misma farsa del alcalde.

Se preguntó cuántos más en la localidad sabían la respuesta. ¿Doris? Quizá, pensó. No, mejor dicho, ella tenía que saberlo. En su primera conversación, le había dicho clara y llanamente que las luces no eran fantasmas. Pero al igual que el alcalde y Lexie, no había especificado lo que eran realmente, aun cuando seguramente lo sabía.

Y eso significaba… que toda la historia -la carta, la investigación, la fiesta- no había sido más que una broma pesada, una broma pesada dirigida a él.

Y ahora Lexie había tirado la toalla, pero no hasta que le había contado la historia de cuando Doris la llevó al cementerio a presenciar los espíritus de sus padres, y ese cuento agridulce acerca de cómo sus padres habían querido conocerlo.

¿Era una coincidencia, o acaso estaba todo planeado? Y ahora, el modo en que ella se estaba comportando… Como si quisiera que él se marchara, como si no sintiera nada por él, como si hubiera sabido lo que iba a suceder… ¿Todo, absolutamente todo había estado planeado? Y si así era, ¿por qué?

Jeremy agarró el diario y se dirigió al despacho de Lexie con la determinación de obtener algunas respuestas. Ni siquiera se dio cuenta del portazo que dio al abandonar la sala de los originales; ni tampoco de las caras de los voluntarios que se volvieron para mirarlo. La puerta de Lexie estaba entreabierta, y Jeremy la abrió del todo con un fuerte empujón antes de entrar en el despacho.

Todas las pilas de libros y papeles estaban ocultas, y Lexie sostenía en las manos un limpiador de polvo en aerosol y una gamuza, con la que estaba sacando brillo al tablero de la mesa. Levantó la vista cuando Jeremy elevó el diario.

– Ah, hola -lo saludó esforzándose por sonreír-. Casi ya he acabado con esta habitación.

Jeremy la miró fijamente.

– No hace falta que sigas actuando -anunció él.

Incluso desde el otro extremo de la habitación, ella pudo notar su ira, e instintivamente se aderezó un mechón de pelo detrás de la oreja.

– ¿A qué te refieres?

– A esto -espetó él, ondeando el diario como si fuera una bandera-. Tú lo habías leído, ¿no es cierto?

– Sí -contestó ella simplemente, reconociendo el diario de Owen Gherkin-. Lo he leído.

– ¿Sabías que contiene un pasaje en el que habla de las luces de Cedar Creek?

– Sí -volvió a contestar.

– ¿Y por qué no me lo dijiste?

– Lo hice. Te hablé de los diarios la primera vez que viniste a la biblioteca. Y si mal no recuerdo, te dije que igual encontrabas las respuestas que estabas buscando.

– Mira, se acabaron los juegos -soltó Jeremy con la mirada iracunda-. Tú sabías lo que estaba buscando.

– Y lo has encontrado -contraatacó ella alzando la voz-. No veo dónde está el problema.

– El problema es que he estado perdiendo el tiempo. Este diario contenía la respuesta. No existe ningún misterio. Jamás ha existido. Y tú has aceptado formar parte de este montaje desde el primer día.

– ¿Qué montaje?

– No intentes negarlo -dijo él, apretando el diario que tenía en la mano-. Aquí está la prueba. Me has mentido. Me has mentido a la cara.

Lexie lo observó fijamente, sintiendo el calor de su rabia, y sintiendo cómo emergía su propia rabia a modo de respuesta.

– ¿Esta es la razón por la que has venido a mi despacho, para iniciar una retahíla de acusaciones contra mí?

– ¡Tú lo sabías! -gritó Jeremy.

Lexie apoyó las manos en las caderas.

– No, no es verdad.

– ¡Pero lo habías leído!

– ¿Y qué? -se rebeló-. También leí el artículo que apareció en el periódico, y los artículos de toda esa otra gente. ¿Cómo diantre iba yo a saber que Owen Gherkin tenía razón? Todo lo que sabía era que ese hombre había llegado a sus propias conclusiones, como el resto. ¡Pero si jamás he mostrado un interés especial por ese tema! ¿Por qué supones que habría dedicado más de un minuto a pensar en todo eso antes de que tú vinieras? ¡No me importa! ¡Jamás me ha importado! Tú eres el que está llevando a cabo una investigación. Y si hubieras leído ese diario hace un par de días, tampoco habrías estado seguro. Los dos sabemos que, de todos modos, igualmente habrías hecho tus propias indagaciones.

– Esa no es la cuestión -objetó Jeremy, rechazando la posibilidad de que ella tuvieran razón-. La cuestión es que toda esta historia no es más que una patraña. La gira, los fantasmas, la leyenda son una miserable farsa, simple y llanamente una miserable farsa.

– ¿De qué estás hablando? La gira va de los edificios históricos, y sí, han incluido el cementerio. Vamos, hombre; sólo se trata de pasar un agradable fin de semana en medio de la estación más aburrida del año. No se está tomando el pelo a nadie, ni provocando ningún daño. ¿De verdad crees que la mayoría de la gente opina que son fantasmas? La mayoría de la gente sólo dice eso porque es divertido.

– ¿Lo sabía Doris? -inquirió él.

– ¿Si sabía lo del diario de Owen Gherkin? -Lexie sacudió la cabeza enérgicamente, furiosa ante la negativa de Jeremy a escucharla-. ¿Cómo quieres que lo supiera?

– Mira, ésa es precisamente la parte que no comprendo -profirió él, alzando un dedo como un profesor que intenta enfatizar un punto a un alumno-. Si las dos no queríais que incluyeran el cementerio en la gira, ¿por qué no fuisteis directamente a la redacción del periódico y les contasteis la verdad? ¿Por qué quisisteis que me involucrara en vuestro ridículo juego?

– Yo no he querido involucrarte en nada. Además, esto no es un juego. Es únicamente un fin de semana inofensivo, pero tú te estás empeñando en conferirle una importancia desproporcionada.

– No quiero darle una importancia desproporcionada. Tú y el alcalde lo habéis hecho.

– ¿Así que yo soy una de las malas de la película?

Jeremy no dijo nada, y ella achicó los ojos.

– Entonces, ¿por qué te di el diario en primer lugar? ¿Por qué no lo oculté para que no lo leyeras?

– No lo sé. Quizá porque tiene algo que ver con la dichosa libreta de Doris. Las dos habéis intentado que la leyera desde que llegué. A lo mejor pensasteis que no vendría a Boone Creek por esa razón, así que planificasteis todo este montaje para que viniera.

– ¿No te has parado a pensar en lo ridículo que suena todo esto? -Lexie se apoyó en la mesa, con expresión azorada.

– Simplemente estoy intentando comprender por qué me habéis traído hasta aquí.

Lexie levantó los brazos, como si intentara detenerlo.

– No quiero escuchar más tonterías.

– No, claro que no.

– Mira, será mejor que te marches -le ordenó ella al tiempo que guardaba el aerosol en uno de los cajones de la mesa-. No encajas en este lugar, y me niego a continuar hablando contigo. Vete. Regresa a tu ciudad.

Jeremy se cruzó de brazos.

– Por lo menos has admitido lo que has estado pensando durante todo el día.

– ¡Anda! Ahora resulta que puedes leer la mente de las personas.

– No, pero no tengo que leer las mentes para comprender por qué has estado actuando de ese modo.

– Pues bien, ahora deja que yo te lea los pensamientos, ¿de acuerdo? -musitó ella, cansada de la actitud de superioridad de Jeremy, cansada de él-. Deja que te diga lo que veo, ¿vale?

Lexie sabía que estaba alzando la voz lo suficiente como para que todo el mundo en la biblioteca la oyera, pero le daba igual.

– Veo a alguien realmente hábil a la hora de decir las cosas por su nombre, pero que en el momento de la verdad no piensa

– ¿Y qué se supone que significa eso?

Lexie empezó a caminar hacia él desde la otra punta de la habitación, notando cómo la rabia iba tensando cada uno de los músculos de su cuerpo.

– ¿Qué? ¿Piensas que no sé lo que opinas de nuestro pueblo, que no es nada más que un punto sin importancia en el mapa de Estados Unidos? ¿O que, en el fondo, no llegas a comprender cómo es posible que alguien quiera vivir aquí? ¿Y que, no importa lo que me dijeras ayer por la noche, el mero pensamiento de que tú pudieras vivir aquí es ridículo?

– Yo no dije eso.

– ¡No hacía falta! -gritó ella, odiando la forma tan impasible con la que él le había contestado-. Ésa es la cuestión. Cuando te hablaba de sacrificio, sabía perfectamente que tú pensabas que era yo la que tendría que hacerlo; que yo debería abandonar a mi familia, a mis amigos, mi casa, porque Nueva York era mil veces mejor que este pueblucho; que yo debería comportarme como la mujercita sumisa que sigue a su hombre hasta allá donde él considere que hay que ir. Nunca pensaste que tú serías el que lo abandonaría todo.

– Estás exagerando.

– ¿Ah, sí? ¿Sobre qué? ¿Sobre el hecho de que esperabas que fuera yo quien decidiera abandonar su mundo? ¿No me digas que estabas planeando comprar una casita en el pueblo mañana, antes de marcharte? Mira, deja que te ayude a hacerlo -lo apremió al tiempo que asía el teléfono-. La señora Reynolds tiene su inmobiliaria justo al otro lado de la calle, y estoy segura de que se sentirá más que contenta de mostrarte un par de casas esta noche. O ¿por qué no compras esa bonita casa georgiana que me señalaste desde lo alto de Riker's Hill? Aunque sea la casa de mis sueños, estaré encantada de cedértela.

Jeremy la observó sin decir nada, incapaz de negar sus acusaciones.

– ¿No tienes nada que decir? -prosiguió ella, colgando el teléfono con un golpe seco-. ¿Se te ha comido la lengua el gato? Entonces por lo menos respóndeme a otra curiosidad que tengo: ¿A qué te referías exactamente cuando me dijiste que hallaríamos la forma de que lo nuestro funcionara? ¿Pensabas que yo estaría dispuesta a esperar pacientemente tu visita una vez al mes, para darnos un rápido revolcón, sin la posibilidad de soñar un futuro juntos? ¿O estabas pensando en usar una de esas visitas para convencerme de lo equivocada que estaba, puesto que consideras que estoy malgastando mi vida aquí, y que sería mucho más feliz siguiendo tus pasos, accediendo a vivir contigo, eso sí, a tu modo?

La furia y el dolor en su voz eran irrefutables, así como el significado de cada una de sus palabras. Durante un largo rato, ninguno de los dos dijo nada.

– ¿Por qué no me dijiste nada de eso ayer por la noche? -inquirió él, bajando un poco el tono de voz.

– Lo intenté, pero no quisiste escucharme.

– Entonces, ¿por qué…?

Jeremy dejó la pregunta abierta; las implicaciones eran obvias.

– No lo sé. -Lexie desvió la vista-. Eres un tipo agradable; habíamos pasado un par de días fabulosos. Quizá sólo es que tenía ganas.

Él la miró sin parpadear.

– ¿Es eso todo lo que significó para ti?

– No -admitió ella, al ver un brote de dolor en su expresión-. Pero lo de ayer por la noche no cambia el que lo nuestro se ha acabado.

– Así que definitivamente tiras la toalla.

– No -repuso Lexie. Totalmente contrariada, no pudo hacer nada por contener las lágrimas que empezaron a manar de sus ojos-. No pongas esa carga sobre mis hombros. Tú eres el que se marcha. Eres tú el que has venido a mi mundo, y no al revés. Yo estaba satisfecha con mi vida hasta que tú llegaste. Quizá no era completamente feliz, quizá me sentía un poco sola, pero satisfecha. Me gusta mi vida aquí. Me gusta poder visitar a Doris cuando no tiene un buen día. Me gustan las sesiones de lectura con los niños. E incluso me gusta la «Visita guiada por las casas históricas», aunque pretendas convertirlo en un acto malintencionado y ridiculizarlo en televisión.

Los dos se quedaron mirándose fijamente, inmóviles; ya no tenían nada más que decirse el uno al otro. Después de haberse desahogado, la sensación que ahora ambos sentían era de un vacío absoluto.

– No te comportes así, por favor -le rogó él, finalmente.

– ¿Cómo? ¿Como alguien que dice la verdad?

En lugar de esperar a que él respondiera, Lexie agarró su chaqueta y su bolso, y después se encaminó hacia la puerta. Jeremy se apartó a un lado para dejarla pasar, y ella avanzó sin decir ni una sola palabra. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta, Jeremy se decidió a romper el terrible silencio.

– ¿Adonde vas?

Lexie dio un paso adelante antes de contestar. Suspiró y se dio media vuelta.

– A mi casa -aclaró mientras se limpiaba una lágrima de la mejilla con el dorso de la mano-. Lo mismo que harás tú mañana.

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