Capítulo 19

Jeremy apenas durmió en su última noche en el Greenleaf. Él y Alvin habían acabado de filmar -mientras pasaba el tren, Riker's Hill sólo recibió un poco de la luz reflejada- y tras revisar la grabación, ambos decidieron que disponían de suficiente material como para probar la teoría de Jeremy a menos que los de la productora estuvieran dispuestos a comprar unas cámaras de mayor precisión.

Sin embargo, de regreso al Greenleaf, Jeremy no pensó en el misterio ni tampoco centró su atención en la carretera. En lugar de eso, empezó nuevamente a darle vueltas a lo que le había sucedido en los últimos días. Recordó la primera vez que vio a Lexie en el cementerio, y su conversación exaltada en la biblioteca. Se acordó de la comida en Riker's Hill y su corto paseo por los confines del pueblo, rememoró su enorme sorpresa ante la extraordinaria fiesta en su honor, y cómo se sintió cuando contempló las luces en el cementerio. Pero sobre todo, recordó aquellos momentos en que empezó a ser consciente de que se estaba enamorando de Lexie.

¿Realmente era posible que hubieran sucedido tantas cosas en tan sólo un par de días? Cuando llegó al Greenleaf y entró en su habitación, estaba ofuscado tratando de averiguar en qué momento las cosas habían empezado a torcerse. Pero ahora tenía la impresión de que Lexie no sólo había estado intentando huir de él, sino también de sus propios sentimientos. ¿Cuándo se había dado cuenta de lo que sentía por él? ¿En la fiesta, igual que él? ¿En el cementerio? ¿Esa tarde?

No estaba seguro. Todo lo que sabía era que la amaba y que le resultaba imposible imaginar que no volvería a verla jamás.

Las horas pasaban lentamente. Su vuelo salía al mediodía desde Raleigh, lo cual quería decir que pronto se marcharía del Greenleaf. Se había levantado antes de las seis, había hecho las maletas y había cargado todo el equipaje en el coche. Tras asegurarse de que la luz de la habitación de Alvin estaba encendida, se dirigió al bungaló de recepción. El golpe del aire helado matutino acabó de despertarlo.

Jed lo miró con cara de pocos amigos, como ya esperaba. Su pelo estaba más enmarañado que de costumbre, y su ropa, notablemente arrugada, así que Jeremy supuso que el gigante se acababa de levantar hacía sólo unos escasos minutos. Jeremy depositó la llave sobre el mostrador.

– Vaya lugar tan especial. Se lo recomendaré a mis amigos -pronunció Jeremy, con afán de ser afable.

Aunque pareciera imposible, la expresión de Jed se tornó todavía más despreciativa, y Jeremy se limitó a sonreír. De vuelta a su habitación, distinguió los focos de un coche que se abría paso a través de la niebla por el camino de gravilla. Durante un instante pensó que era Lexie, y su corazón dio un vuelco súbitamente; cuando el coche estuvo finalmente a la vista, sus esperanzas desaparecieron también súbitamente.

El alcalde, arropado con una chaqueta gruesa y una bufanda, salió del coche. Sin mostrar la energía de la que había hecho alarde en los últimos encuentros, avanzó a tientas en la oscuridad hasta Jeremy.

– ¿Qué, ya has hecho las maletas? -soltó a modo de saludo.

– Pues sí. Ahora mismo las estaba cargando en el coche.

– Supongo que Jed no te habrá cobrado la estancia.

– No -contestó Jeremy-. Muchas gracias por tu generosidad.

– No hay de qué. Tal y como te dije, es lo mínimo que podemos hacer por ti. Sólo espero que lo hayas pasado bien en nuestra apreciada localidad.

Jeremy asintió, fijándose en la cara de preocupación del alcalde.

– Sí, la verdad es que lo he pasado muy bien.

Por primera vez desde que Jeremy lo había conocido, Gherkin parecía no encontrar las palabras que buscaba. Mientras el silencio se tornaba incómodo, Tom introdujo la bufanda dentro de la chaqueta.

– Bueno, sólo quería pasar por aquí para decirte que a los del pueblo les ha encantado conocerte. Sé que no debería hablar en boca de todos, pero te aseguro que has causado una muy buena impresión.

Jeremy hundió las manos en los bolsillos.

– ¿Por qué el engaño?

Gherkin suspiró.

– ¿Te refieres a incluir el cementerio en la gira?

– No. Me refiero a que tu padre plasmó la respuesta en su diario y que tú me lo has ocultado.

Una expresión taciturna se apoderó de la cara de Gherkin.

– Tienes razón -repuso tras unos segundos, con la voz entrecortada-. Mi padre resolvió el misterio. -Miró a Jeremy directamente a los ojos-. ¿Sabías el motivo de su interés por la historia del pueblo?

Jeremy sacudió la cabeza lentamente.

– En la segunda guerra mundial, mi padre coincidió en el ejército con un hombre llamado Lloyd Shaumberg. Shaumberg era teniente, y mi padre no era más que un soldado raso. Ahora parece como si la gente no apreciara que en la guerra no sólo había soldados en la primera línea de fuego. La mayoría de los que tomaron parte en ese episodio eran personas normales y corrientes: panaderos, carniceros, mecánicos. Shaumberg era historiador. Por lo menos eso es lo que mi padre decía. De hecho, era un simple profesor de historia en un instituto de Delaware, pero mi padre aseguraba que no existía ningún oficial mejor que él en todo el ejército. Solía entretener a sus hombres contándoles historias del pasado, historias que casi nadie conocía, y eso ayudó a que mi padre no se muriera de miedo por las atrocidades que sucedían a su alrededor. Pues bien, después del penoso avance hasta la península de Italia, Shaumberg y mi padre y el resto del pelotón quedaron sitiados por los alemanes. Shaumberg ordenó a sus hombres que se retiraran mientras que él intentaba cubrirlos. «No me queda ninguna otra alternativa», les explicó. Era una misión suicida; todos lo sabían, pero así era Shaumberg. -Gherkin hizo una pausa-. Al final mi padre sobrevivió y Shaumberg murió, y cuando mi padre regresó a casa después de la guerra, prometió que también se convertiría en historiador, como una forma de honrar a su amigo.

Gherkin no continuó, y Jeremy lo miró con curiosidad.

– ¿Por qué me cuentas todo esto?

– Porque -respondió Gherkin- a mi modo de entender, yo tampoco tenía ninguna otra alternativa. Cada pueblo necesita un elemento distintivo, algo que sea capaz de transmitir a sus habitantes la poderosa idea de que viven en un lugar especial. En Nueva York no tenéis que preocuparos por esas tonterías. Están Broadway y Wall Street y el Empire State Building y la Estatua de la Libertad. Pero aquí, después del cierre de casi todas las fábricas, reflexioné y me di cuenta de que lo único que nos quedaba era una leyenda. Y las leyendas…, bueno, las leyendas sólo son reliquias del pasado, y un pueblo necesita algo más que eso para sobrevivir. Es todo lo que intentaba hacer: hallar una forma de mantener vivo este pueblo, de no dejarlo morir del todo, y entonces apareciste tú.

Jeremy desvió la mirada, pensando en los comercios cerrados que había visto la primera vez que pisó Boone Creek, y recordó el comentario de Lexie sobre el cierre del molino textil y de la mina de fósforo.

– Así que has venido para darme tu interpretación -dedujo Jeremy.

– No. He venido para que sepas que todo esto ha sido idea mía, sólo mía; ni de los del Ayuntamiento, ni de la gente que vive aquí. Quizá me haya equivocado. Quizá no estés de acuerdo con mis métodos. Pero quiero que sepas que lo he hecho porque pensaba que era lo mejor para el pueblo y para sus habitantes. Y ahora, todo lo que te pido es que cuando redactes tu artículo, recuerdes que no hay nadie más involucrado. Si quieres sacrificarme, adelante; podré vivir con esa pena. Además, tengo la seguridad de que mi padre me habría comprendido, y eso me llena de orgullo.

Sin esperar una respuesta, Gherkin dio media vuelta, regresó a su coche y desapareció en la niebla.


La luz del amanecer confería al cielo unos tonos grises plomizos. Jeremy estaba ayudando a Alvin a cargar el resto del equipaje cuando apareció Lexie.

Se bajó del coche con el mismo porte enigmático que la primera vez que la vio, con sus ojos violetas inescrutables, incluso cuando lo miró directamente a la cara. En su mano sostenía el diario de Gherkin. Por un momento, se miraron en silencio, como si no supieran qué decirse.

Alvin, de pie cerca del maletero abierto, rompió el silencio.

– Buenos días -la saludó.

Ella se esforzó por sonreír.

– Ah, hola, Alvin.

– Caramba, estás muy madrugadora.

Lexie se encogió de hombros y volvió a fijar los ojos en Jeremy. Alvin miró primero a uno y luego al otro antes de señalar hacia el bungaló con la cabeza.

– Creo que será mejor que eche un último vistazo a la habitación -apuntó, a pesar de que nadie parecía prestarle atención.

Cuando hubo desaparecido, Jeremy suspiró profundamente.

– Pensaba que no vendrías.

– La verdad es que yo tampoco estaba segura de si lo haría.

– Me alegro de que te hayas decidido -dijo él.

La luz gris le recordó su paseo por la playa cerca del faro, y sintió un profundo pinchazo de angustia y desespero al reconocer lo mucho que la quería. Aunque su primer instinto fue romper la distancia que lo separaba de ella, la postura rígida de Lexie hizo que desistiera de la idea.

Lexie señaló hacia el coche.

– Veo que ya lo tienes todo listo para marcharte.

– Si.

– ¿Acabasteis de filmar las luces?

Jeremy dudó un instante, sintiendo una creciente irritación por la banalidad de la conversación.

– ¿Has venido a hablar sobre mi trabajo o a averiguar si ya he hecho las maletas?

– No -dijo ella.

– Entonces, ¿por qué has venido?

– Para disculparme por la forma en que te traté ayer en la biblioteca. No debería haberme comportado de ese modo. No te lo merecías.

Jeremy esbozó una sonrisa.

– No te preocupes. Es agua pasada. Yo también lo siento.

Lexie levantó el diario.

– He traído esto para ti, por si todavía lo quieres.

– Pensé que no querías que lo usara.

– Y así es.

– No lo entiendo. ¿Por qué me lo das?

– Porque soy consciente de que debería haberte comentado lo del pasaje del diario antes, y no quiero que creas que se ha tratado de alguna clase de montaje ni que hay alguien más implicado. Puedo entender que hayas llegado a pensar que todo el pueblo estaba detrás de una supuesta jugarreta, y esto es una forma de demostrarte que no es cierto. De veras, te lo aseguro, no hay ningún montaje…

– Lo sé -la interrumpió Jeremy-. El alcalde ha venido a verme esta misma mañana.

Ella asintió, y clavó los ojos en el suelo para recuperar fuerzas antes de volverlo a mirar a la cara. En ese instante, Jeremy pensó que Lexie iba a decir algo, pero fuera lo que fuese, al final se contuvo.

– Bueno, pues nada más -manifestó Lexie al tiempo que ocultaba las manos en los bolsillos de su abrigo-. Supongo que será mejor que me marche, para que puedas ponerte en camino. Jamás me han gustado las despedidas largas.

– ¿Esto es un adiós? -inquirió él, intentando sostener la mirada.

Lexie parecía tener el semblante triste cuando apartó la vista hacia un lado.

– Es lo que toca, ¿no?

– ¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Sólo has venido a decirme que se acabó? -Jeremy se pasó los dedos crispados por el pelo-. ¿Yo no puedo dar mi opinión sobre el tema?

Lexie respondió con voz calmosa.

– Ya hemos hablado de esto. Mira, no he venido aquí para pelearme contigo, ni tampoco para hacer que te enfades. He venido porque me arrepiento de cómo te traté ayer. Y porque no quiero que te vayas pensando que este fin de semana no ha significado nada para mí. Porque no es cierto.

Aunque le costó horrores, Jeremy consiguió expresar sus temores.

– Pero tu intención es poner punto y final a lo nuestro.

– Mi intención es ser lo más realista posible acerca de lo nuestro.

– ¿Y si te digo que te quiero?

Durante un largo momento, Lexie lo miró sin decir nada, hasta que finalmente giró la cara.

– No lo digas.

Jeremy avanzó un paso hacia ella.

– Pero es la verdad. Te quiero. No puedo evitarlo; es lo que siento.

– Jeremy…, por favor…

Él se movió con más rapidez, notando que finalmente estaba logrando erosionar las defensas de Lexie, sintiendo cómo crecía su coraje a cada paso.

– Quiero que lo nuestro funcione, quiero que…

– No podemos -replicó ella.

– Claro que podemos -afirmó él, rodeando el coche-. Hallaremos una forma, ya lo verás.

– No -dijo ella tajantemente. Después retrocedió un paso.

– ¿Por qué no?

– Porque voy a casarme con Rodney, ¿está claro?

Jeremy se quedó paralizado.

– ¿Se puede saber de qué diantre estás hablando?

– Ayer por la noche, después del baile, Rodney vino a verme y estuvimos hablando durante mucho rato. Es un chico honesto, trabajador, me ama, y vive aquí. Tú no.

Él la miró boquiabierto, consternado por la revelación.

– No te creo.

Ella sostuvo la mirada, con expresión impasible.

– Es verdad.

Jeremy no consiguió encontrar las palabras adecuadas. Lexie le entregó el diario, después levantó una mano e hizo un breve saludo en señal de despedida, y empezó a andar hacia atrás, sin darse la vuelta, con la mirada fija en él.

– Adiós, Jeremy -se despidió, antes de darse la vuelta para entrar en el coche.

Todavía paralizado por el efecto de la noticia, Jeremy oyó el ruido del motor y vio cómo ella miraba por encima del hombro para dar marcha atrás. Intentó reaccionar, puso la mano sobre el capó para detenerla; pero mientras el coche se movía, dejó que sus dedos se deslizaran suavemente por encima de la superficie húmeda y finalmente retrocedió un paso al tiempo que el coche se incorporaba a la carretera.

Por un instante, a Jeremy le pareció ver lágrimas en las mejillas de Lexie. Pero entonces vio cómo ella apartaba la mirada, y de repente supo que no volvería a verla.

Deseó pedirle en voz alta que se detuviera. Deseó confirmarle que se quedaría, que quería quedarse, que si marcharse significaba perderla, entonces no tenía sentido regresar a Nueva York. Pero las palabras quedaron apresadas en su interior, y el coche de Lexie se fue distanciando de él lentamente, ganando velocidad a medida que se alejaba.

Jeremy se quedó de pie, en medio de la niebla, con la mirada fija en la carretera hasta que el coche se convirtió en una sombra y sólo los focos fueron visibles. Y entonces desapareció completamente; el sonido del motor quedó amortiguado por los susurros de la vegetación que lo envolvía.

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