Capítulo 18

Un poco más tarde, esa noche, Alvin y Jeremy se hallaban montando las cámaras cerca del paseo entarimado del río Pamlico. A lo lejos resonaba el sonido de la música del granero de tabaco. El resto de los establecimientos estaban cerrados hasta la mañana siguiente; incluso el Lookilu estaba vacío. Arropados en sus chaquetas, parecía que Alvin y Jeremy estaban totalmente solos.

– ¿Y entonces qué? -preguntó Alvin.

– Se marchó -contestó Jeremy.

– ¿Y no la seguiste?

– No quería que la siguiera.

– ¿Cómo lo sabes?

Jeremy se frotó los ojos, rememorando la disputa por enésima vez. Las últimas horas habían sido como un mal sueño borroso. Recordaba vagamente cómo había vuelto a la sala de los originales antes de colocar la pila de diarios en la estantería y cerrar la puerta con llave tras él. Mientras conducía hacia el Greenleaf, le había dado mil vueltas a lo que Lexie le había dicho, y sus sentimientos de ofuscación y de haber sido traicionado se empezaron a mezclar con una terrible sensación de tristeza y de remordimiento. Se pasó las siguientes cuatro horas tumbado en la cama del bungaló, intentando imaginar cómo tendría que haber actuado para que la situación no hubiera desembocado en ese final tan desastroso. No debería haber irrumpido en el despacho de Lexie del modo en que lo hizo. ¿De veras estaba tan enfadado por lo del diario, por la sensación de que le habían tomado el pelo, o simplemente estaba furioso con Lexie e, igual que ella, únicamente buscaba una excusa para iniciar una disputa?

No estaba del todo seguro, y Alvin tampoco le ofreció ninguna respuesta después de relatarle lo que había pasado. Lo único que Jeremy sabía era que se sentía exhausto, y a pesar de que sabía que tenía que filmar, estaba intentando reprimir la necesidad que le invadía de salir corriendo y presentarse en casa de Lexie para ver si todavía podían arreglar las cosas. Eso si ella estaba allí, claro. Igual se había ido al baile con alguien.

Jeremy suspiró, y sus pensamientos recularon hasta los últimos momentos en la biblioteca.

– Tendrías que haber visto con qué cara de odio me miraba -musitó.

– ¿Así que se acabó?

– Sí -afirmó Jeremy con la voz vencida.

En la oscuridad, Alvin sacudió la cabeza y se dio media vuelta. No lograba comprender cómo era posible que su amigo se hubiera enamorado tan perdidamente de esa mujer en tan sólo un par de días. Él no la encontraba tan encantadora, ni tampoco cuadraba con la imagen deferente que tenía de las mujeres sureñas.

Alvin pensó que al fin y al cabo sólo se trataba de un flechazo; seguramente su amigo se recuperaría del mal sabor de boca tan pronto como pusiera un pie en el avión que lo llevaría de regreso a casa a la mañana siguiente.

Jeremy siempre se recuperaba de los desengaños.


En el baile, el alcalde estaba sentado solo en una mesa apartada en una esquina, con la mirada taciturna y la barbilla apoyada en la mano.

Había supuesto que Jeremy se dejaría caer por allí, probablemente con Lexie, pero al llegar, oyó los cuchicheos de los voluntarios de la biblioteca sobre la bronca en la biblioteca. Según ellos, había sido una pelea sonada, y tenía que ver con uno de los diarios y con algo relacionado con un fraude.

Gherkin reflexionó sobre ello y decidió que no debería haber donado el diario de su padre a la biblioteca, pero en ese momento no le había dado importancia. Además, el relato contenía unas descripciones muy precisas sobre la historia del pueblo que podrían considerarse de interés local. La biblioteca era el lugar obvio para donarlo. Pero ¿quién iba a suponer lo que sucedería en los siguientes quince años? ¿Quién iba a pensar que el molino textil cerraría sus puertas, o que la mina quedaría abandonada? ¿Quién iba a saber que cientos de personas se quedarían sin trabajo? ¿Quién habría dicho que unas cuantas familias jóvenes se marcharían del pueblo para nunca más volver? ¿Quién se habría imaginado que el pueblo acabaría debatiéndose entre la vida y la muerte, luchando por sobrevivir?

Quizá no debería haber incluido la visita al cementerio en la gira. Quizá no debería haber hecho publicidad sobre los fantasmas cuando sabía que simplemente se trataba de las luces del turno de noche de la fábrica de papel. Pero la verdad era que el pueblo necesitaba un milagro, algo que atrajera a los turistas, que animara a los curiosos a pasar un par de días en Boone Creek con el fin de que se quedaran prendados de la magia del lugar. Con suficientes turistas, quizá lograrían salir del bache, quizá conseguirían mejorar la calidad de vida en la localidad. Gherkin se repitió que ésa era la única esperanza para el pueblo. Los ancianos retirados querían lugares acogedores donde poder comer y gastar su dinero, querían tiendas y centros comerciales. No sucedería de la noche a la mañana, pero ése era el único objetivo que tenía, y de algún sitio debía partir, ¿no? Gracias al cementerio y a las luces misteriosas, habían conseguido vender unos cientos de billetes extras para la gira, y la presencia de Jeremy les había ofrecido la oportunidad de soñar con dar a conocer el pueblo más allá de sus confines, por todo el país.

Desde el primer momento había pensado que Jeremy era lo suficientemente listo como para averiguar lo de las luces. Pero eso no le preocupaba. ¿Y qué si Jeremy exponía la verdad en un programa televisivo o en su columna? Por lo menos, a la gente le sonaría el nombre de Boone Creek, y seguramente eso atraería a más de uno. Cualquier publicidad era mejor que ninguna. A menos, claro, que Jeremy usara la palabra «fraude».

Qué palabra tan malsonante; además, no tenía nada que ver con lo que sucedía en el pueblo. De acuerdo, conocía el origen de las luces, pero prácticamente nadie más lo sabía, y de todos modos, ¿qué daño había en ello? La cuestión era que existía una leyenda, existían unas luces, y alguna gente creía que eran fantasmas. Otros simplemente se limitaban a seguir la corriente, pensando que esa historia confería al pueblo un aire diferente y especial. La gente necesitaba esa clase de historias más que nunca.

Si Jeremy Marsh se iba del pueblo con un dulce recuerdo de la localidad, lo comprendería. Pero si Jeremy Marsh se iba molesto y desalentado, no lo comprendería. Y en esos momentos el alcalde no estaba seguro de con qué impresión se marcharía Jeremy al día siguiente.


– ¿No te parece que Tom tiene pinta de estar preocupado? -comentó Rodney.

Rachel levantó la vista, sintiéndose orgullosa de haber pasado prácticamente toda la noche con Rodney. Ni siquiera le molestaba que de vez en cuando él lanzara miradas furtivas hacia la puerta para ver si Lexie venía, por la sencilla razón de que él parecía estar a gusto a su lado.

– Sí, pero es que Tom siempre parece estar preocupado.

– No -replicó Rodney-. Esta vez no es lo mismo. Presiento que está muy preocupado por algo.

– ¿Quieres hablar con él?

Rodney consideró la posibilidad. Al igual que el alcalde -al igual que todos los allí presentes, por lo que parecía-, se había enterado de lo de la bronca en la biblioteca, pero a diferencia de los demás, creyó comprender por dónde iban los tiros, especialmente después de ver la expresión en la cara del alcalde. De repente se dio cuenta de que a Gherkin le preocupaba la forma en que Jeremy pensaba exponer su pequeño misterio al mundo entero.

En cuanto a la pelea, ya había intentado prevenir a Lexie de lo que se le venía encima. Era inevitable. Pero Lexie era la mujer más testaruda que había conocido; jamás aceptaba ninguna clase de consejos, era necesario que experimentara las consecuencias en su propia piel para cambiar de rumbo. Podía ser volátil, y Jeremy finalmente lo había comprobado en primera persona. A pesar de que Rodney deseó que ella no se hubiera expuesto nuevamente a andar por la cuerda floja, se sentía aliviado al saber que la aventura amorosa entre ella y Jeremy estaba a punto de tocar a su fin.

– No -dijo Rodney-. No hay nada que pueda hacer para ayudarlo. Ahora todo depende de él.

Rachel frunció el ceño y lo miró con una curiosidad latente.

– ¿Qué es lo que depende de él?

– Nada, no es importante. -Rodney despachó el tema con una sonrisa.

Rachel lo estudió durante un momento antes de encogerse de hombros. La canción terminó, y la banda empezó a tocar una nueva melodía. Como la mayoría de los que ocupaban las sillas alrededor de la pista, Rachel comenzó a seguir el ritmo con los pies.

Rodney no parecía fijarse en las parejas que bailaban, preocupado como estaba. Quería hablar con Lexie. De camino hacia el granero, había pasado por delante de su casa y había visto la luz encendida y el coche aparcado en la acera. Un poco antes también había recibido un informe de uno de sus compañeros, según el cual el urbanita y su acólito -que parecía sacado directamente de un cómic- estaban organizando un tinglado con las cámaras en el paseo entarimado; lo cual significaba que Jeremy y Lexie no habían hecho las paces.

Si cuando acabara el baile y pasara por delante de la casa de Lexie veía las luces aún encendidas, llamaría a la puerta, tal y como había hecho la noche en que se marchó el señor sabelotodo. Tenía la corazonada de que ella no se sorprendería al verlo. Pensó que probablemente se lo quedaría mirando un momento antes de abrir la puerta. Le prepararía una taza de café descafeinado, y al igual que la vez anterior, él se sentaría en el sofá y escucharía durante horas cómo Lexie se desahogaba, maldiciéndose por ser tan estúpida.

Rodney asintió para sí mismo. La conocía mucho mejor de lo que se conocía a sí mismo.

Pero esta vez no se sentía listo para actuar del mismo modo. Sabía que ella necesitaría un poco más de tiempo para ordenar sus pensamientos. Y tenía que admitir que empezaba a sentirse cansado de que Lexie lo tomara por su hermanito mayor. Además, tampoco estaba de humor para escucharla. En esos instantes se sentía sumamente cómodo, y no tenía ganas de que la noche culminara de un modo deprimente.

Además, la banda no era tan mala. Era mucho mejor que la que habían contratado el año pasado. Con el rabillo del ojo contempló cómo Rachel movía las piernas al compás de la música, complacido de que ella lo hubiera escogido por compañía, igual que había hecho la otra noche en la fiesta. Se sentía a gusto con ella, pero lo más extraño era que últimamente, cada vez que la veía, le parecía más guapa de lo que recordaba. Seguramente sólo era su imaginación, pero no podía dejar de pensar que esa noche estaba especialmente atractiva.

Rachel se dio cuenta de que él la observaba y esbozó una mueca nerviosa al tiempo que decía:

– Lo siento, pero es que esta canción me gusta mucho.

Rodney carraspeó antes de decidirse a hablar.

– ¿Quieres bailar? -le preguntó.

– ¿Lo dices en serio? -exclamó ella abriendo bien los ojos.

– No se me da muy bien bailar, pero…

– ¡Me encantaría! -lo interrumpió ella, y acto seguido lo cogió de la mano.

Mientras Rodney la seguía hasta la pista, se disiparon sus dudas sobre lo que haría con Lexie más tarde.


Doris se balanceaba lentamente en la mecedora del comedor, con la mirada perdida en dirección a la ventana, preguntándose si Lexie iría a visitarla. Ojalá esta vez le fallara la intuición. Sabía que Lexie lo estaba pasando mal -eso no era exactamente una premonición, sino simplemente una evidencia-, y todo porque Jeremy iba a marcharse del pueblo al día siguiente.

En cierto modo deseó no haber empujado a Lexie hacia él. Ahora se daba cuenta de que debería haber sospechado que la historia acabaría de esa forma, así que ¿por qué lo había organizado todo para iniciar el idilio entre ellos? ¿Porque Lexie estaba sola? ¿Porque Lexie estaba atrapada en un callejón sin salida desde que se había enamorado de ese joven de Chicago? ¿Porque creía que a Lexie la asustaba la idea de volverse a enamorar?

¿Por qué no había sido capaz de disfrutar de la compañía de Jeremy? De verdad, eso era todo lo que quería que Lexie hiciera. Jeremy era inteligente y encantador, y Lexie simplemente necesitaba darse cuenta de que existían más hombres como Avery o como el joven de Chicago. ¿Qué apelativo utilizaba ahora para dirigirse a él? ¿El señor sabelotodo? Intentó recordar su nombre, aunque sabía que ese matiz no era importante. Lo que realmente importaba era Lexie, y Doris estaba realmente preocupada por ella.

No le cabía la menor duda de que no tardaría en recuperarse del mal trago. Sin duda acabaría por aceptar la realidad de lo que había sucedido y hallaría el modo de seguir adelante. Con el tiempo, posiblemente, incluso se convencería de que había sido una experiencia enriquecedora. Si algo había aprendido de Lexie, era que su nieta era una superviviente nata.

Doris suspiró. Sabía que Jeremy estaba sufriendo. Si Lexie se había enamorado de él, él había perdido la cabeza por ella, y Lexie había aprendido el arte de poner freno a cualquier relación que pareciera ir demasiado en serio y a vivir su vida fingiendo que esas relaciones jamás habían existido.

Pobre Jeremy, no era justo que le pasara eso.


En el cementerio de Cedar Creek, Lexie se hallaba inmóvil, rodeada por la niebla que cada vez se espesaba más, contemplando el lugar donde sus padres estaban enterrados. Sabía que Jeremy y Alvin estarían filmando el puente de caballetes y Riker's Hill desde el paseo entarimado, lo cual significaba que esa noche podría estar sola con sus pensamientos.

No tenía intención de quedarse demasiado rato, pero de repente había sentido unas inmensas ganas de ir a visitar la tumba de sus padres. Había actuado del mismo modo después de que su relación con Avery y con el señor sabelotodo se acabara, y mientras mantenía la vista clavada en los nombres inscritos de sus padres, deseó que estuvieran allí para hablar con ella.

Sabía que mantenía una visión romántica de ellos, una que variaba según su estado anímico. A veces le gustaba creer que eran unas personas alegres y parlanchinas; otras veces se los imaginaba fuertes y sabios, capaces de darle buenos consejos en el momento adecuado para que todo pareciera menos confuso. Estaba cansada de cometer fallos. Sintiéndose abatida, pensó que eso era todo lo que había hecho en su vida, y justo ahora sabía que estaba al borde de cometer otro, hiciera lo que hiciese.


Al otro lado del río, sólo las luces de la fábrica de papel eran visibles a través de la niebla, y el pueblo ofrecía un aspecto fantasmagórico en medio de la neblina. Con el tren a punto de aparecer -al menos según los cálculos de Jeremy-, Alvin echó un último vistazo a la cámara enfocada hacia Riker's Hill. Ésa era la filmación más complicada. Las imágenes que había tomado desde el puente de caballetes habían sido fáciles de grabar, pero puesto que Riker's Hill se hallaba demasiado lejos y casi oculto por la niebla, no estaba demasiado seguro de si la cámara funcionaría. No estaba diseñada para captar fotos a gran distancia, que era exactamente lo que la ocasión requería. A pesar de que había traído sus mejores lentes y películas de alta velocidad, deseó que Jeremy le hubiera mencionado este pequeño detalle antes de marcharse de Nueva York.

En los últimos días Jeremy no había estado pensando con claridad, así que decidió que era mejor no tenérselo en cuenta. Normalmente, en situaciones similares, Jeremy habría estado hablando y bromeando sin parar; en cambio, en las últimas dos horas apenas había abierto la boca. En lugar de resultar un trabajo ameno y relajado, como había imaginado que sería, las últimas dos horas habían resultado excesivamente pesadas, y más aún con el frío que hacía. No era precisamente lo que esperaba, pero hincharía un poco más la factura y se la pasaría a Nate.

Mientras tanto, Jeremy estaba de pie en la vía del tren con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte.

– ¿Te he dicho que Nate ha llamado antes? -le preguntó Alvin, intentando de nuevo que su amigo entablara conversación.

– ¿Ah, sí?

– Me ha despertado de la siesta, y ha empezado a gritar como un energúmeno porque no tenías el móvil conectado.

A pesar de las preocupaciones que poblaban su mente, Jeremy sonrió.

– He aprendido que lo mejor es tenerlo apagado el mayor tiempo posible.

– Pues podrías haberme avisado.

– ¿Qué quería?

– Lo de siempre: que le informaras de tus últimos movimientos. Pero no te lo pierdas: preguntó si podías conseguir una muestra.

– ¿Una muestra de qué?

– Supongo que hablaba de los fantasmas. Si había espumarajos por el suelo o algo parecido. Pensó que podrías enseñárselo a los productores en la reunión de la semana que viene.

– ¿Espumarajos?

Alvin elevó las manos.

– Oye, que no he sido yo quien lo ha propuesto, sino Nate.

– Pero si sabe que se trata sólo de las luces de la fábrica de papel.

Alvin asintió.

– Sí, lo sabe. Pero igual pensó que eso aportaría a la historia un toque de misterio. Ya sabes, algo para impresionarlos.

Desconcertado, Jeremy sacudió la cabeza. A Nate se le había ocurrido un sinfín de ideas esperpénticas a lo largo de los años, pero ésta superaba a todas con creces. Pero es que Nate era así. No se lo pensaba dos veces antes de soltar cualquier tontería que se le cruzara por la cabeza, y en más de la mitad de las ocasiones, después no se acordaba de lo que había dicho.

– También dijo que le llamaras -añadió Alvin.

– Lo haría, pero me he dejado el móvil en el bungaló -se disculpó Jeremy. Luego hizo una pausa-. No le habrás mencionado nada sobre el diario, ¿verdad?

– ¡Pero si en ese momento no sabía nada de eso! ¿No te acuerdas? Me lo contaste cuando regresaste al Greenleaf. Y ya te he dicho que Nate me despertó de la siesta.

Jeremy asintió con aire pensativo.

– Si vuelve a llamar, de momento no le cuentes lo del diario.

– ¿No quieres que se entere de que todo es un fraude montado por el alcalde?

– No, todavía no.

Alvin lo observó con curiosidad.

– ¿Todavía no, o quizás estás pensando que no quieres que nunca se entere?

Jeremy no contestó inmediatamente. Era una pregunta difícil.

– Aún no lo he decidido.

Alvin manipuló las lentes una vez más.

– Sí, es una cuestión difícil. Podría ser el detonante para salvar la historia. Es decir, una cosa son las luces, pero no me negarás que la solución no es tan interesante como la leyenda.

– ¿Qué quieres decir?

– Que estoy seguro de que los de la tele no se mostrarán interesados cuando sepan que el motivo de las luces es un tren que pasa cerca.

– No es sólo un tren que pasa cerca -lo corrigió Jeremy-. Es la forma en que las luces de la fábrica de papel se reflejan en Riker's Hill gracias al tren, y cómo la gran densidad de la niebla en el cementerio que se está hundiendo hace que aparezca el fenómeno de las luces.

Alvin bostezó aburrido.

– Lo siento, ¿qué decías?

– No es aburrido -insistió Jeremy-. ¿No te das cuenta del número de casualidades que confluyen para crear este fenómeno? ¿Cómo las canteras alteraron los niveles de agua subterránea y provocaron que se hundiera el cementerio? ¿La ubicación exacta del puente de caballetes? ¿Las fases de la luna, ya que sólo hay suficiente oscuridad como para poder ver las luces en determinados momentos? ¿La leyenda? ¿La posición de la fábrica de papel y la hora en que pasa del tren?

Alvin se encogió de hombros.

– Mira, Jeremy, es más que aburrido. En serio, habría sido mucho más interesante si no hubieras hallado la solución. A los telespectadores les encantan los misterios, especialmente en lugares como Nueva Orleans o Charleston o en algún sitio guay y romántico. Pero ¿unas luces reflejadas en Boone Creek, en Carolina del Norte? ¿De verdad crees que a la gente que vive en Nueva York o en Los Angeles le va a interesar ese cuento?

Jeremy abrió la boca para decir algo, y de repente se acordó de que Lexie le había dicho exactamente lo mismo sobre el fenómeno, y ella vivía ahí. En medio del silencio, Alvin lo miró fijamente.

– Si de verdad quieres vender a los de la tele esta historia, necesitarás echarle un poco más de imaginación al asunto, y el diario del que me has hablado podría ayudarte a conseguirlo. Podrías exponer el documental tal y como lo habíamos planeado, y al final soltar lo del diario de golpe y porrazo. Si lo haces bien, quizá sea suficiente para captar la atención de los productores.

– ¿Crees que debería echar el pueblo a los leones?

Alvin sacudió la cabeza enérgicamente.

– Yo no he dicho eso. Y con franqueza, tampoco estoy seguro de que lo del diario sea suficiente. Sólo te digo que si no puedes presentar un par de espumarajos de los fantasmas como prueba, lo mejor que puedes hacer es ponerte a pensar en cómo puedes sacarle partido al diario si no quieres quedar como un idiota en la reunión.

Jeremy desvió la vista. Sabía que el tren sólo tardaría unos minutos en pasar.

– Si hiciera una cosa así, Lexie jamás volvería a dirigirme la palabra. Bueno, eso si es que todavía quiere hablar conmigo.

Alvin no dijo nada. Jeremy continuó con la mirada fija en un punto de la vía.

– ¿Qué crees que debería hacer?

Alvin suspiró.

– Supongo -dijo- que tienes que hacer lo que creas que es más conveniente para ti. ¿No te parece?

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