Capítulo 11

PARA Beth fue más un sufrimiento que un placer asistir a la comida que el hijo de la tía Em, Martin y su esposa Lorraine, habían preparado para ella. Como era natural, querían saber los resultados de la subasta, y les pareció incomprensible que no se lograra un acuerdo con Jim Neilson respecto a la propiedad.

Después de todo, ¿para qué la quería? Y aunque hubiera decidido cortar con su pasado, ¿no había tenido en cuenta lo que significaba la vieja granja para la familia Delaney?

Gracias a Dios, la tía Em guardó silencio y Beth agradeció mucho su prudencia. Luego se esforzó en llevar la conversación hacia temas más agradables.

Cuando acabó la comida, se despidió de ellos con alivio. La tía Em la llevó al aeropuerto. Su avión partía a las tres y media con destino a Melboume.

– No sabes cómo siento que las cosas hayan Salido tan mal, tía Em. Debes estar muy desilusionada.

– No te aflijas, querida -respondió bondadosamente-. Habría sido una alegría estar más cerca de Tom, pero me siento feliz compartiendo la vida con Martin. Y tampoco será un sufrimiento para Tom puesto que no sabía nada sobre la subasta.

Beth deseé poder ver el lado bueno de las cosas, como lo hacía la tía Em. Había caído en un profundo abatimiento después de encerrarse en la habitación del hotel la noche anterior.

– Tienes razón, tía.

– ¿Te encuentras bien, Beth? -preguntó escrutando su rostro con preocupación.

– Sobreviviré -dijo con una sonrisa apesadumbrada.

La mujer mayor asintió, solidaria.

– No es fácil desprenderse de algo. Y yo que esperaba… Bueno, no importa.

Beth sabía lo qué su tía había esperado: que su sobrina encontrara lo que buscaba junto a Jamie. Quizá la separación de Gerald y el impulso de ir a ver a Jim, habían alentado sus esperanzas. Habría sido algo muy hermoso en todos los aspectos.

– Bueno, al menos se aclararon las cosas. Ya vendrán tiempos mejores, ¿no crees? -dijo Beth en tono más ligero.

– Claro que sí -convino su tía-. Pensar en términos positivos es la mejor manera de vivir.

Cuando el pequeño Mazda llegó a la terminal nacional, se produjo una triste sensación de despedida.

– Cuídate mucho, Beth. Y cuida a tu padre.

– Lo haré.

Se abrazaron y besaron. Con el equipaje en la mano, Beth hizo una seña de adiós a su tía y se dirigió a la sala de espera. Los días pasados habían quedado atrás definitivamente. Iba de viaje a otro tiempo y a otro lugar.

Durante el vuelo, Beth intentó pensar en el futuro. Contaba con los medios para trasladarse con su padre a otro sitio, pero, ¿adónde? La expectativa de comprar la vieja granja de la familia le había impedido pensar en otras opciones. Había deseado darle una gran sorpresa a su padre. Probablemente lo más sensato sería discutir el futuro con él, tratando de despertar su interés por algo nuevo.

Tampoco importaba dónde estuvieran. Lo único que necesitaba para escribir eran un ordenador personal y una impresora. La imaginación siempre iba con ella. Afortunadamente no había restricciones en ese aspecto. Con Gerald fuera de su vida, nada la ataba a Melbourne.

Siempre le faltó tiempo para cultivar buenas amistades, porque tuvo que cuidar de sus hermanos, asistir a una escuela nocturna, y estudiar en sus ratos libres. Y más tarde su círculo social se había limitado a los amigos de Gerald. Tenía conciencia de haber vivido mucho tiempo encerrada en sí misma.

Tal vez fue la sensación de aislamiento lo que despertó en ella la necesidad de tener a Jamie a su lado, sin considerar los años que habían pasado.

Al percatarse de que el avión aterrizaba en Tullamarme, apartó de su cabeza esos tristes pensamientos. Al poco rato se dirigía al aparcamiento del aeropuerto en busca de su coche. Tardó muy poco en llegar a la casa donde había vivido con su familia durante quince años. Tan pronto como había abierto la puerta y entraba en el vestíbulo, oyó la voz de su padre.

– ¿Eres tú, Beth?

– Sí, papá. En casa sana y salva -contestó, cerrando la puerta.

Para su sorpresa, apareció al final del corredor dándole la bienvenida. Su cara estaba radiante de placer. Beth pensó que realmente debió haberla echado de menos.

– Deja ahí tu equipaje, yo lo recogeré más tarde. Tenemos una visita -dijo riendo-. Nunca adivinarás quién ha venido.

Sea quien fuere la visita realmente le había levantado el ánimo. ¿Habría venido su hermana Kate de Londres?

Se apresuró por el corredor y todavía sonriendo, entró en la sala recorriéndola con la mirada.

¿Jim Neilson?

El corazón se le paralizó; sintió que las fuerzas la abandonaban. Algo decía su padre, pero sus palabras le llegaban como un zumbido. Lo único que su mente registraba era la presencia de Jim Neilson de pie junto a la mesa, en la sala de estar de su casa.

Jovialmente, su padre le pasó un brazo sobre los hombros evitando que se cayera. Respiró profundamente, concentrándose en lo que decía.

– Tendrás que perdonarla, Jim. La sorpresa la ha dejado sin habla. No es para menos después de todos estos años -dijo muy contento. Estaba claro que Jim no le había contado nada sobre el encuentro en Sidney.

Se adelantó con las manos extendidas, una radiante sonrisa, los ojos oscuros imponiéndole silencio y complicidad en el engaño. Incluso iba vestido de una manera muy convencional: pantalón azul marino, un jersey del mismo color, y camisa blanca con cuello.

– Beth -dijo con honda emoción-. Te has convertido en una mujer tan hermosa que me dejas sin aliento.

Ella le dirigió una mirada que debería haberle pulverizado, pero él continuó aproximándose.

Jim Neilson tuvo el descaro de tomarle las manos, los dedos acariciando sus palmas, lo que hizo que su piel hormigueara. Tenía que ser de repulsión.

– Tu padre me ha hablado mucho de ti -dijo con admiración, los ojos clavados en los de ella, con desafiante intensidad-. Me contó que te habías hecho cargo de tus hermanos apenas con dieciséis años, llevando todo el peso de la casa, y del es

fuerzo que habías hecho para obtener tu licenciatura. Y que ahora tienes mucho éxito como escritora de literatura infantil. Eres una dama asombrosa, Beth.

Ella hizo un esfuerzo para recuperar el habla.

– Puedo afirmar con toda seguridad que tú eres más asombroso.

Lo odiaba por haberle sacado información a su padre a sus espaldas. Retiró las manos apresuradamente.

– No sabes nada, Beth -intervino el padre-. Jim me contó que al enterarse de que iban a subastar la vieja granja familiar decidió viajar al valle para adquirirla. Dice que la han abandonado de una manera vergonzosa, que está casi en ruinas. Me propuso que entre los dos intentáramos repararla y dejarla como nueva. ¡Qué me dices, eh!

Le pareció injusto destruir su alegría sin investigar primero lo que habían hablado en su ausencia. Ella no era la única persona que había que considerar. No formaba parte de su carácter matar los sueños de nadie, especialmente los de un ser tan querido como su padre.

Más le valía a Jim Neilson que todos esos planes fueran auténticos. Con los ojos brillando con fiera intención, le envió ese mudo mensaje. Si se trataba de otra manipulación, lo herviría en aceite y arrojaría sus restos a las alimañas.

– Bueno, de veras que me has dejado sin aliento – dijo respirando profundamente.

– Jim tiene todo resuelto -continuó su padre.

«Apostaría a que sí», pensó venenosamente.

– Ven y siéntate, querida. Te traeré una taza de café. Seguramente te apetecerá después del viaje -dijo el padre con sorprendente consideración-. Y luego te contaré cuáles son los planes.

– Nosotros tenemos mucho de qué ponernos al día -dijo Jim ansiosamente, ofreciéndole una silla con fina cortesía para impresionar al padre.

¡Pero a ella no la impresionaba ni un ápice!

Sin embargo se sentó obedientemente.

– ¿Te apetece otro café, Jim? -preguntó el padre, retirando de la mesa dos tazas vacías.

– Sí, muchas gracias -dijo Jim, y se sentó no lejos de ella.

Beth lo ignoró deliberadamente, intentando informarse a través de los objetos de lo sucedido antes de su llegada. Las tazas no eran las únicas cosas que había en la mesa. Frente al sitio que solía ocupar su padre, estaban los documentos de venta de la propiedad. Un plato con bizcochos indicaba que durante horas Jim Neilson había disfrutado de la hospitalidad de la casa. Más perturbador era el álbum de fotografías, toda una historia en imágenes de los últimos quince años. Los recortes de prensa que la tía Em había enviado también se encontraban allí, evidenciando claramente el interés que todos sentían por él. Tom Delaney también le había enseñado orgullosamente algunos de los libros que había escrito.

Él tomó uno.

– Espero que no te moleste. Tu padre dijo que podía llevármelos para leerlos. Me gustaría ver lo que has hecho, Beth.

Para cualquiera hubiera sido un cumplido, pero no para ella.

– No, no me molesta. Llévatelos si quieres. Tengo muchas copias -dijo señalando las cosas de la mesa-. Al parecer llevas aquí un buen rato.

– Sí, unas pocas horas.

– ¿Tuviste problemas en encontramos… después de todos estos años?

– Ningún problema.

Beth hervía de ira. Probablemente había conseguido su directo en el hotel.

– Me sorprende que te hayas acordado de nosotros.

– La verdad es que nunca te olvidé, Beth. Adivino que pensarás que nuestras vidas tomaron diferentes rumbos.

– Sí. Muy diferentes.

– Me gustaría pensar que la granja volverá a reunimos.

«Ni en un millón de años», pensó Beth.

– Realmente has dejado a mi padre muy entusiasmado. ¿Qué te llevó a invertir en esas tierras?

– No fue tanto por el deseo de invertir sino por un interés personal.

Lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

– ¿Quieres decir que no tienes intención de sacarle algún beneficio?

Un músculo se contrajo en la mejilla de Jim al mirarla directamente.

– Algunas cosas son más importantes que el dinero.

– ¿Y por qué ahora la granja es importante para ti? -inquirió decidida a desbaratar su hipocresía-. Le volviste la espalda al valle hace quince años. Ni siquiera dejaste una dirección para escribirte.

– No tenía dirección, Beth -dijo con calma-. Nunca permanecía demasiado tiempo en un lugar. Cuando al final logré establecerme ya había pasado tanto tiempo, que pensé que no tenía sentido…

– ¿Y qué sentido tiene ahora? -interrumpió implacable.

Los ojos del hombre brillaron con intensa determinación.

– El sentido de buscar una oportunidad para recuperar lo que se perdió.

– Le conté a Jim que le habías escrito muchas veces, Beth -dijo su padre, volviendo con el café-. Me dijo que nunca recibió tus cartas. El viejo Jorgen debe haberlas retenido, el bastardo. Le expliqué que ya no volviste a escribir tras recibir una nota de la señora Hutchens informando que Jamie se había marchado del valle y que nadie conocía su paradero.

Pero él sabía dónde estaba la familia Delaney, y le había importado un bledo. Ella le había dado la dirección de Melbourne antes de marcharse del valle. Sin duda la habría perdido con tantos cambios.

– Bueno, esa ya es una historia vieja. Cuéntame acerca de los planes para la granja, papá.

Tom se sentó. Parecía tener diez años menos. No podía dejar de sonreír y los ojos le brillaban de alegría.

– Es muy sencillo. Haremos una sociedad con Jim. El se va a encargar del aspecto financiero y yo me encargaré de dirigir y colaborar en las obras de reparación. Todavía funciono como un reloj, así que no habrá problemas por mi parte.

Los largos años de duro trabajo en los astilleros de Melbourne lo habían mantenido en muy buena forma. Era su salud mental lo que preocupaba a Beth. Tras haber cumplido los cincuenta y cinco y jubilarse, pareció que sólo esperaba la muerte. Se había hundido en una gran depresión, agravada por la pérdida de Kevin, sin encontrar alegría en nada.

Al verlo tan contento, se le hizo un nudo en la garganta. Era como un milagro. La amarga ironía consistía en que Jim Neilson se llevaría los laureles por algo que ella había soñado poder ofrecer a su padre.

¡La idea había sido suya y de nadie más!

– ¿Papá tiene que aportar dinero a la sociedad?

– No. La obra en sí supone un gran trabajo. Me temo que la casa es una ruina. Prácticamente habrá que repararlo todo. Para empezar, hay que reemplazar las cercas. Tu padre se llevará un disgusto cuando la vuelva a ver.

– No te preocupes por eso, Jim. Será la visión más bonita que haya tenido en muchos años -intervino el padre entusiasmado.

A Beth se le hizo un nudo en el estómago. Si Jim estaba jugando, el asunto se ponía muy serio. Además se sentía muy contrariada de tener que hacer de abogado del diablo, pero tenía que proteger a su padre.

– ¿Esto será una sociedad formalizada legalmente?

– Absolutamente legal -aseveró Jim Neilson.

– No me gustaría desarraigar a papá de su vida en Melbourne corriendo el riesgo de que cambies de opinión en un mes o dos. Los impulsos pueden desaparecer con la misma rapidez con que nacieron. A veces la gente se desilusiona al no obtener los resultados deseados -le advirtió significativamente.

– Mensaje recibido, Beth -dijo observando la mirada desafiante de ella con ecuanimidad-. No cambiaré de idea. Sé lo que la granja significa para tu padre y sé lo que significa para mí. Mañana le daré instrucciones a mi abogado para que formalice legalmente la sociedad. Además dejaré constancia en mi testamento de que si muero antes, él heredará mi parte de la propiedad.

La absoluta convicción con que expresaba su decisión, dejó muy sorprendida a Beth. La resolución estaba escrita en su rostro y empezó a preguntarse si no lo guiaría un sentido de culpa más que un deseo impetuoso.

– Eso es muy generoso de tu parte -dijo sin gran confianza.

– Es sólo un acto de justicia… dadas las circunstancias.

Jim Neilson había cometido varias injusticias contra ella. ¿Era esa su manera de reparar los daños?

– Comprendo…

– Es preciso completar todas las formalidades legales antes de que tu padre se traslade al valle -prosiguió, aclarando las dudas de Beth sobre aquel pacto tan extraordinario-. Tu abogado puede revisar todos los procedimientos legales. Además te ruego que te sientas en plena libertad de cuestionar cualquier aspecto de los acuerdos adoptados. No seguiré adelante con el proyecto hasta que no quede a tu entera satisfacción.

– Lo hemos hablado a fondo, Beth -intervino el padre-. Para empezar, Jim va a instalar una caravana en la propiedad. Así tendremos un lugar donde vivir hasta que la casa quede totalmente habitable. Y yo procuraré que eso ocurra cuanto antes.

Beth alzó una ceja con incredulidad, mirando a Jim.

– ¿Tú también vivirás allí?

– No, no -rió su padre-. Es para ti y para mí, Beth. Jim está demasiado atado con sus negocios y no podré contar con él todo el tiempo. Por eso me necesita como jefe de obras.

– Ya veo -murmuró Beth bajando los ojos para ocultar su desconfianza.

Sintió que se le tensaban todos los músculos del cuerpo. Ambos daban por sentado que acompañaría a su padre al valle. Y naturalmente que el socio de su padre tendría todo el derecho de ir a la granja cuando quisiera.

De pronto se le ocurrió que esa sociedad nada tenía que ver con culpas, ni con generosidad, ni con el romanticismo de volver a construir lo que se había destruido. Nada que ver con Tom Delaney o con la granja, en absoluto. Tenía que ver con el hecho de estar disponible para Jim Neilson cuando a él le apeteciera. Simplemente era una manera diferente de acercarse, una manipulación muy inteligente a través de su padre para dejar sellada la situación entre ellos, contando con el amor filial como cómplice. Según las propias palabras de Jim Neilson, psicológicamente brillante. Con la salvedad de que ella no estaba obligada a jugar ese juego.

– ¿Hay algún problema, Beth?

El ansia en la voz de Tom sonaba como el ruego de no estropearle su sueño más querido. Pero ella también tenía una vida, y había renunciado a muchas cosas por su familia. El pasado había desaparecido para ella.

Acariciando la mano de su padre, sus ojos le rogaron que la comprendiera.

– Estoy muy contenta por ti, papá. Pienso que sientes que eso es lo que hay que hacer, y me alegro mucho de que lo veas tan claramente. Pero no estoy muy segura de que sea lo mejor para mí.

El frunció el ceño, incapaz de imaginar qué reservas podría tener su hija.

– ¿Por qué no, hija?

Ella no tenía la menor intención de discutir sus sentimientos personales ante Jim Neilson.

– Déjame pensarlo, ¿quieres? Todo ha sido tan repentino -dijo sonriéndole.

– Yo sólo pensaba que…

Su mirada pasó de su hija a Jim. Ella se dio cuenta de que pensaba en Jamie, no en Jim. En Jaime y Beth juntos, como siempre había sido.

– Creo que es mejor que me marche para que vosotros podáis conversar todo esto con tranquilidad -intervino Jim calmadamente.

– No, no -protestó su padre-. Debes quedarte a cenar. Estoy seguro de que Beth…

– Realmente deseaba preguntarle a Beth si le gustaría cenar conmigo esta noche.

– Oh, sí, sí. ¡Pero qué buena idea! Te encantaría, ¿verdad, Beth? -exclamó Tom, presionándola con ansiedad.

De ninguna manera se iba a poner a merced del lobo nuevamente. De todos modos sintió un perverso placer en hostigarlo un poco.

– ¿Qué habías programado para la cena, Jim? -preguntó jovialmente, con un brillo sarcástico en los ojos.

– Hay un restaurante muy bueno en la calle Lonsdale. Se llama Marchettis Latin. Me gustaría llevarte allí -contestó con toda seriedad.

El restaurante gozaba de la reputación de ser uno de los más refinados de Melbourne, renombrado por su ambiente, servicio y comida. Sin duda que le estaba tendiendo la alfombra roja para tentarla. Por lo demás le debía la invitación hecha aquella noche en la galería de arte. Sin embargo, podría ser una buena oportunidad para hablar con Jim Neilson a solas, sin la presencia de su padre. Sería muy oportuno dejarle muy clara su posición frente al proyecto de asociarse con Tom Delaney. Ella no formaría parte del pacto.

– Me encanta la idea -dijo sonriendo dulcemente-. Con mucho agrado te veré alli a las ocho, si te parece bien.

– Alquilé un coche. Puedo venir a buscarte y luego traerte de vuelta a casa, Beth.

– No vale la pena que hagas tantos viajes. Te lo agradezco, pero iré en mi propio coche -dijo, enviándole un mudo mensaje.

– Como quieras -accedió Jim.

– Estas mujeres modernas son tan independientes -murmuró el padre en tono desaprobador.

Jim Neilson le sonrió.

– A Beth nunca le gustó que la ayudaran. Era una muchachita muy independiente.

Ella lo habría pateado por debajo de la mesa si él no se hubiera levantado en ese momento, dispuesto a marcharse. Si recordaba ese detalle de su personalidad, ¿por qué había asumido que ella había ido a verlo para pedirle dinero? «Un tanto incongruente, señor Nielson», pensó mordazmente.

El padre se levantó de la mesa para despedir a su invitado. Beth hizo lo mismo, aunque se quedó apoyada en la silla. Jim Neilson hizo una pausa al darse cuenta de que ella no le acompañaría a la puerta.

– Hasta la noche -dijo ella brevemente, con una mirada neutra, sin promesa alguna.

El asintió lentamente, con una mirada de fuego en los ojos.

– Hasta la noche -repitió.

Irracionalmente, a pesar de todas sus duras defensas en contra de Jim, esas dos palabras golpearon el corazón de Beth, y supo que de nada valían las precauciones que adoptara. Jim Neilson siempre sería un hombre peligroso.

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