Capítulo 7

HABÍAN puesto sillas en la galería que miraba a poniente. Beth y su tía se sentaron en la cuarta fila, con el propósito de observar el desarrollo de la subasta y a la vez participar en la puja. Jim Neilson no estaba presente. Sin embargo, Beth sabía que andaba por allí, porque el Porsche seguía aparcado fuera. Probablemente se había quedado para ver el resultado de la operación.

¿Por qué no podía dejarla en paz? No tenía ninguna razón para quedarse. No necesitaba ni quería que su presencia la distrajera.

Beth se puso muy nerviosa cuando comenzaron las primeras formalidades. En el momento en que el subastador dio comienzo a la puja, se le secó la boca de tal manera, que fue incapaz de emitir un sonido inteligible. Al ver que intervenían dos personas solamente, se convenció de que no había razón para apresurarse. Escuchaba atentamente, intentando adoptar la misma actitud relajada de los otros asistentes, todos hombres. Sus rostros parecían impenetrables. No tenía idea si eran contendientes serios o gente que sólo quería regatear, si se presentaba la oportunidad.

Varios asistentes desistieron cuando los precios empezaron a subir. Dos se mantuvieron firmes y continuaron pujando. Uno de ellos tenía el aspecto inconfundible de un granjero, con la piel muy tostada por el sol. El otro era un hombre bajo, gordo, de cara colorada, con granos en el cuello.

De repente el granjero se rindió. Con un sobresalto Beth se dio cuenta de que había llegado su turno. Empezó con mucha ansiedad y prisa, consciente de que dejaba al descubierto su inexperiencia. Con toda calma su competidor alzó la oferta. Beth, un tanto más tranquila y adoptando un tono profesional, hizo la suya.

Cada vez que intervenía el otro licitador, ella esperaba un momento y luego subía la oferta, deseando que el hombre reconsiderara la idea de comprar la propiedad. No sabía cuál era el límite del otro, pero sí sabía que el suyo se aproximaba rápidamente. El hombre volvió a hacer una postura más alta, sin remordimientos, matando sus esperanzas.

Le quedaba una última oportunidad. Tal vez el oponente pujaría sobre el límite de Beth, y ella no podría continuar. No quería que el otro se quedara con la granja. El espíritu de su padre estaba en esa granja, en esas tierras. Si ese hombre la adquiría haría lo mismo que Jim Neilson había sugerido: traería un bulldozer. Estaba segura de que lo haría, porque la propiedad no tenía ningún valor para él, no significaba nada.

Pujó por última vez sabiendo que había llegado al límite de sus posibilidades. La respuesta de su oponente, mejorando la oferta, fue inmediata y decisiva. El corazón se le derrumbé. Había calculado esa cantidad hasta el último centavo. Ya no podía ofrecer un precio más alto y sin embargo, la fuerza que la impulsaba a continuar era irresistible. Si hacía la última oferta, la propiedad sería suya.

– Inténtalo otra vez. Tengo algunos ahorros -murmuró su tía.

El subastador la miraba, expectante.

La tía Em le apretó la mano, infundiéndole confianza.

Beth aumentó la oferta, esperando ganar esa vez.

Pero no fue así. El hombre de los granos volvió a mejorar la oferta. La tía Em movió tristemente la cabeza. Beth tragó saliva, dejándose caer en la silla, derrotada. Aunque le pareciera absolutamente injusto que otro comprara la propiedad, tenía que aceptarlo como un hecho consumado. Había perdido la oportunidad y nada podía hacer al respecto.

El subastador golpeó dos veces con el mazo. No había más ofertas. Cuando iba a golpear por tercera vez, dando la operación por acabada…

– Cinco mil más.

¡Era la voz de Jim Neilson!

Sobresaltada, Beth se volvió a mirar. Pero no fue la única. Todos los presentes querían saber quién había entrado en la puja en el último segundo.

Estaba apoyado contra un pilar de la galería, lejos de los asistentes, relajado y sereno, indiferente al interés que había despertado. Sólo el brillo burlón de sus ojos al encontrarse con la asombrada mirada de Beth, reveló que se encontraba alli con un propósito.

Beth se volvió a mirar al hombre de los granos, que seguramente debió haber pensado que tenía la propiedad en su bolsillo. La verdad es que no sabía qué es lo que quería que sucediera a continuación, pero sí sentía una temerosa fascinación por saber quién se quedaría con la propiedad al final.

El hombre que la había derrotado miraba a Jim Neilson como a una serpiente reptando entre la hierba. Sin intención de dejarse abatir aumentó la oferta en dos mil.

– Ofrezco otras cinco mil -llegó la contraoferta, de una manera casual, como si la cifra no significara nada para Jim Neilson.

El hombre de los granos se dio por vencido. Al parecer, ganar era en definitiva el juego vital de Jim Neilson. ¿Pero qué ganaba comprando la propiedad?

Se sintió muy frustrada cuando el subastador cerró la venta. No quería volver a hablar con él, pero tenía que saber cuáles eran sus propósitos respecto a la granja.

La gente empezó a marcharse. Jim Neilson se quedó hablando con el subastador, sin duda discutiendo sobre las formalidades necesarias para cerrar el trato. Al verse desplazada, Beth volvió a sentir la amargura de la derrota.

Haciendo un esfuerzo, le sonrió a su tía que la miraba con un aire ligeramente aturdido.

– Gracias por intentar ayudarme, tía Em. Salgamos de aquí.

– ¿No crees que deberíamos esperar? -dijo indicando la mesa del subastador.

– No aquí -respondió Beth con decisión.

– Como quieras, querida.

Salieron enseguida. Ya en la escalinata de la galería, vio al hombre de los granos conversando con un socio.

– Ese hombre es necio. La propiedad no vale mucho, no sacará ningún beneficio de ella -decía con resentimiento.

«Dinero, siempre el dinero», Beth pensó disgustada. Tenía razón: ese hombre consideraba la propiedad como un negocio, y nada más.

La pregunta importante era cómo la consideraba Jim Neilson. Por su anterior declaración, se deducía que al parecer no tenía motivos para pagar por la propiedad más de lo que valía el terreno. Entonces tendría que haber una razón oculta en su decisión de adquirir una casa y unas tierras que no deseaba poseer en modo alguno.

– ¿Qué piensas de todo esto, tía Em?

– Pienso que deberíamos tomarnos un café. Hay un termo en la cesta y nos queda mucha tarta.

– Me refiero al resultado de la subasta.

– Bueno, querida, no sé qué es lo que sucedió anoche entre tú y Jim. Pero, por lo que escuché y observé mientras conversabais esta tarde, pienso que compró la granja por ti -dijo cautelosamente, mirándola de soslayo.

La cara y el cuello de Beth se cubrieron de rubor.

– No podría aceptar ningún regalo de él -disparó las palabras con vehemente énfasis.

La tía de Beth no hizo ningún comentario, permitiéndole que pensara en lo que acababa de decir, mientras se dirigían al coche.

Beth había puesto en palabras el pensamiento que le rondaba la cabeza desde que Jim hizo su oferta por la propiedad. No había querido admitirlo, pero si era cierto, significaba que Jim no daba por concluida la confrontación mental entre ellos. Le daba opción al juego, regalándole el único sueño que él podía regalar.

No deseaba quedar mal. Orgullo, eso era lo que lo movía. Así que había cumplido con ella en un aspecto. Quería compensarla dándole algo: equilibrar la balanza con su maldito talonario de cheques. Pero el dinero no tenía corazón, y tampoco espíritu.

Daba vuelta a estos pensamientos mientras su tía se ocupaba de la cesta del picnic. Bebió una taza de café sin probar la tarta porque sentía un nudo en el estómago.

Los coches comenzaban a marcharse.

Beth echó una mirada a la casa. Un hombre guardaba las sillas y detrás de él, un grupo de personas rodeaba la mesa del subastador.

– Quizá podrías llegar a un acuerdo con Jamie.

– ¿A un acuerdo? -repitió mirando a su tía sin comprender.

– Sí, acordar de qué manera podrías devolverle el dinero.

– No quiero recibir favores de él, tía Em -dijo con dureza.

Tuvo que enfrentarse a una profunda mirada de la mujer, escudriñando su alma.

– ¿Quieres la granja, Beth?

– Bien sabes que sí -respondió desolada.

– Siempre he pensado que se paga por el orgullo mucho más de lo que vale. Las personas pierden cosas que realmente desean a causa del orgullo. Y luego lo lamentan durante el resto de su vida.

Beth frunció el ceño, reconociendo en su interior la sabiduría de la mujer mayor.

– Significaría que quedo en deuda con él -dijo a su pesar.

– Quizá Jamie piense que él está en deuda contigo.

Mordiendo un trozo de pastel, la tía Em se volvió a contemplar el riachuelo, dejando que Beth sopesara sus palabras.

Orgullo de él, de ella.

¿No sería mejor deponer el orgullo para ayudar a su padre?

Bebió su café pensando en lo que debía hacer, intentando aclarar el cúmulo de emociones que bullían en su cabeza. Volvió a echar un vistazo a la casa y descubrió a Jim Neilson de pie en la escalinata mirándola directamente.

Esa mirada revolvió su violencia interna. Sintió que volvía a desnudarla con la fuerza poderosa de su mente, con la absoluta seguridad de ser dueño de la situación, dispuesto a imponer sus condiciones. Mentalmente le desafió a entablar una lucha sin cuartel.

El hombre bajó la escalera tranquilamente, sabiendo que no había prisa. Ella le esperaba:

La opinión de la tía Em estaba influida por los recuerdos de Jamie. Ella no conocía a ese hombre, no había vivido una experiencia con él como Beth lo había hecho. Jim Neilson no daba cuartel.

– ¿Terminaste tu café, querida?

– Sí.

Apartando la mirada de su mortal antagonista, le tendió la taza vacía y se quedó mirándola guardar las cosas en la cesta. Podrían marcharse inmediatamente, y dejar a Jim Neilson disfrutar de su victoria en soledad Sin tener que esperar su próximo movimiento.

Sin embargo, marcharse también equivaldría a una derrota. Tenía que enfrentarse a Neilson. Tomar alguna iniciativa por sí misma.

– Voy a hablar con él -dijo con decisión, poniéndose en movimiento.

El se dirigía hacia el Porsche. Llevaba una carpeta con documentos en la mano, sin duda el contrato de la propiedad. Jim se detuvo, mirándola acercarse con una irónica sonrisa jugueteando en los labios, infinitamente peligrosa.

Beth apretó los dientes, decidida a no dejar traslucir la impresión que le causaba. Se detuvo a un metro de distancia, consciente de su necesidad de dejar un espacio entre ellos.

– ¿Contento con tu nueva adquisición?

– Espero que sirva a su propósito -respondió sin involucrarse personalmente.

– Un precio muy alto, ¿no te parece?

Se encogió de hombros.

– No tiene importancia para mí.

– Debe ser un alivio no tener que contar el dinero para tener aquello que se desea.

– Yo lo cuento, Beth. Siempre cuento todo. A eso se debe que haya llegado donde me encuentro ahora.

– La tía Em piensa que interviniste en la puja para favorecerme -declaró con franqueza.

– Puede que tenga razón -notoriamente disfrutaba embromándola-. ¿Y tú qué piensas? -la chispa divertida de sus ojos de pronto cobró un brillo implacable-. Tal vez no quiero concluir este juego. ¿Es muy duro para ti hablar conmigo, Beth? En el pasado fuimos amigos, ¿no te acuerdas? Y habríamos renovado la amistad si te hubieras acercado a mí abiertamente. Con honestidad.

– Ya no queda amistad. Tú lo decidiste hace muchos años atrás, Jim Neilson. No puedes jugar ese juego conmigo.

Al percibir la dureza de su mirada, cambió de tema.

– Tú quieres esta granja.

– Sabes que sí.

– Para tu padre.

– Así es.

– Entonces vente a Sidney conmigo y hablaremos del asunto.

La sugerencia parecía perfectamente inofensiva, sin embargo una sensación de peligro recorrió la piel de Beth. ¿Pero, qué podría pasarle? Por otra parte si ella pudiera cerrar un trato aceptable, ¿no valdría la pena sufrir un disgusto y devolverle a su padre la vida que anhelaba?

Con cierta ironía, Jim Neilson la observaba considerar su ofrecimiento.

– ¿Qué crees que vas a comprar a mi costa si acepto? -preguntó ella con cautela.

– Tiempo.

Beth sabía que no conseguiría nada más de él así como estaban las cosas. Hasta donde podía ver, no tenía nada importante que perder si le acompañaba, pero sí mucho que ganar.

– De acuerdo. Discúlpame un momento mientras hablo con la tía Em.

Beth sintió su ardiente mirada en la espalda cuando se alejaba. ¿La estaba desnudando otra vez y recordando su cuerpo apoyado en la ventana? ¿Qué es lo que realmente quería de ella? Una sola cosa tenía clara en la cabeza.

Jim Neilson quería algo de ella, e intentaba utilizar el tiempo que había ganado con su consentimiento.

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