La singladura transcurrió sin incidentes, con los graznidos de los ánades acompañando a los navíos y los bancos de flores festoneando la ribera como dispuestos por un comité de bienvenida. Desembarcaron en Frankfurt, donde se separaron de Drogo para unirse a una caravana que partía pronto hacia Fulda. Allí encontraron a Helga la Negra con la barriga más oronda que Theresa jamás hubiese visto. Al reconocerlos, la mujer dejó caer el fardo de heno que portaba y corrió hacia su amiga bamboleándose como un cántaro. La estrechó con tanta fuerza que Theresa pensó que le reventaría la tripa. Cuando Helga supo que se establecerían en Fulda, dio tantos saltos que a punto estuvo de parir allí mismo.
De camino a las tierras de Theresa, Helga le preguntó a escondidas si se casaría con Izam. La muchacha rio nerviosa. Él no se lo había pedido, pero ella confiaba en que algún día se decidiría. Le habló de sus planes para roturar más tierras y construir una casa segura y amplia, como las que edificaban en Bizancio, con varias estancias y un cuarto aparte con letrina. Izam era un hombre resuelto y disponía de ciertos ahorros, así que imaginó que sin duda lo conseguirían.
Cuando Olaf vio aparecer a Theresa e Izam, corrió hacia ellos como un mozuelo. A Izam le sorprendió el manejo que el esclavo hacía de su pierna de madera y enseguida se interesó por el funcionamiento de la articulación. Mientras ellos se enfrascaban hablando de artilugios, caballos y terrenos, Theresa y Helga se dirigieron a la cabaña que Olaf y los suyos habían transformado en un hogar. Los niños habían ganado peso y Lucilla disponía de comida sobre la mesa.
Aquella noche durmieron mal, apretados unos contra otros pese a que Olaf pernoctó fuera. Al día siguiente exploraron los sembrados, que ya comenzaban a germinar, así como las tierras aún incultas. Por la tarde bajaron a Fulda para comprar madera y herramientas, y en los días siguientes iniciaron la construcción del que sería el hogar de la familia.
Al cuarto día, Izam aprovechó que Olaf y Lucilla habían bajado al pueblo para hablar a solas con Theresa. Dejó la leña que acarreaba y se acercó a ella por la espalda para abrazarla con ternura. Ella dejó que su sudor la humedeciera antes de volverse para besar sus labios gruesos y dulces. Izam le acarició las manos, ahora cubiertas de ampollas.
– Antes eran delicadas -se lamentó.
– Antes no te tenía a ti -repuso ella, y le besó.
Izam miró alrededor mientras se apartaba el resudor de las cejas. La casa avanzaba despacio, y no sería tan grande como habría deseado Theresa. Además, las tierras vírgenes requerían más esfuerzo del calculado; quizá demasiado para los pobres rendimientos que esperaba obtener de ellas. Sin embargo, admiró el pundonor con que Theresa abordaba cualquier faena.
Pasearon junto al arroyo. Izam pateó algún guijarro. Cuando Theresa le preguntó qué estaba pensando, él le espetó que no quería aquello para ella.
– ¿A qué te refieres?
– A este tipo de vida. No es lo que mereces -respondió él.
Theresa no comprendió. Le dijo que se conformaba con sentir que él la quería.
– ¿Y tus libros? Te he visto cada noche releer en tu tablilla.
Ella intentó ocultar las lágrimas que afloraron a sus ojos.
– Podríamos ir a Nantes -propuso Izam-. Allí poseo tierras fértiles heredadas de un pariente. El clima es suave, y en verano las playas se llenan de gaviotas. Conozco a su obispo, un hombre bueno y sencillo. Seguro que te presta libros y podrás escribir algún texto.
El rostro de Theresa se iluminó. Le preguntó qué sucedería con Olaf y su familia, pero para su asombro, Izam ya lo había resuelto. Viajarían con ellos y les servirían en su nuevo hogar.
Durante los días siguientes ultimaron los preparativos. Vendieron las tierras, enviaron una parte de lo obtenido a Rutgarda y cedieron varios arpendes a Helga la Negra. El primer domingo de mayo emprendieron el viaje junto a unos comerciantes que cubrían el trayecto hasta París. De camino hacia Nantes, cogida a su prometido, Theresa observó que el cielo se volvía cada vez más limpio y recordando a su padre, celebró con un beso las asechanzas del destino.