Penelope había esperado dedicar al menos un buen rato de lo que quedaba de noche a reflexionar sobre su situación con Barnaby. En cambio, en el mismo instante en que su cabeza tocó la almohada se quedó dormida. Lamentablemente, despertar con una sonrisa en los labios no sirvió para mejorar su humor.
Pero había acerado su decisión.
Cada vez estaba más segura de que todos aquellos toqueteos que al principio quizá fueran instintivos, ahora eran deliberados. Que él sabía el efecto que causaba en ella y que jugaba intencionadamente con sus sentidos.
Que, a fin de cuentas, le estaba dando caza.
Esa conclusión había aumentado su determinación. Después del beso de la noche anterior -que no tendría que haberse producido bajo ningún concepto, y que no comprendía cómo había podido ser tan estúpida para permitirse disfrutarlo con tanta temeridad -había quedado claro que la única manera de tratar con él era evitándole… Bueno, en la medida de lo posible mientras continuara trabajando con él en la investigación.
Bajó deprisa la escalera, haciendo malabarismos con las carpetas mientras se ponía los guantes. Al menos ese día no tendría que devanarse los sesos para ceñirse a su plan. Ya había tomado medidas para asegurarse de que no la acompañara; no necesitaba escolta para visitar a tres niños.
Sonriendo a Leighton, que aguardaba junto a la puerta principal para abrirla, se detuvo para comprobar si llevaba bien el sombrero ante el espejo del recibidor. Aún no habían dado las ocho y media. Era demasiado temprano para que un caballero de alcurnia estuviera levantado y en marcha, y como ella tenía tres domicilios que visitar, incluso cuando él se diera cuenta de que se le había adelantado, las probabilidades de que adivinara hacia cuál se dirigía eran escasas.
Por ese día estaba a salvo. Apartó la vista del espejo y dio las gracias a Leighton mientras éste le abría la puerta. Cruzó el umbral con una incipiente sonrisa de satisfacción en los labios… y se detuvo en seco ante la visión de una cabeza de rizos relucientes sobre una ancha espalda cubierta por un elegante sobretodo y en ese momento apoyada contra la verja que cercaba la escalinata.
Detrás de ella, Leighton murmuró:
– El señor Adair ha dicho que prefería esperarla fuera, señorita.
Penelope se quedó helada.
– Caramba…
La mañana era fría y húmeda; la bruma envolvía la calle y sus volutas engalanaban el carruaje y el caballo que aguardaban junto a la acera. Desde luego hubiera sido más agradable esperar dentro.
Entornando los ojos, bajó la escalinata.
Barnaby se volvió y sonrió; una sonrisa encantadora, nada forzada ni irónica.
Apartándose de la verja cuando ella llegó a la acera, se acercó al carruaje, abrió la portezuela y tendió la mano.
Los ojos de Penelope no podían estar más entornados. Le entregó las tres carpetas con brusquedad, se recogió las faldas y subió ni coche prescindiendo de su ayuda.
Si él se rio, ella no lo oyó. Se dejó caer en el extremo más alejado del asiento, se arregló las faldas y miró por la ventanilla.
Barnaby subió y cerró la portezuela; Penelope notó cómo se hundía el asiento cuando él se acomodó a su lado.
El carruaje arrancó. No le había oído dar ninguna indicación al lechero. Frunció el ceño y lo miró.
– ¿Adónde vamos?
Él se limitó a apoyar la cabeza contra el respaldo y a ponerse cómodo.
– El cochero es del East End, conoce bien la zona. Hemos comentado cuál sería la mejor ruta. Primero nos llevará a Gun Street, luego a North Tenter y finalmente a Black Lion Yard.
Habría sido pueril desdeñarlo sólo porque lo hubiera organizado todo tan bien.
– Entendido.
Volvió la cabeza y se dedicó a contemplar el paisaje urbano, diciéndose a sí misma que no debía enfurruñarse.
Cuando llegaron a la primera dirección, en Gun Street a la altura del mercado de Spitafields, su irritación se había esfumado en buena medida. Barnaby la había dejado sin motivos para protestar, y estar con él, el simple hecho de estar cerca de él, tendía a minar su resistencia.
Pese a todo, se sermoneó a sí misma muy seriamente para concentrarse en el asunto que llevaba entre manos -identificar a cualquier otro niño que pudiera correr peligro por culpa de aquellos villanos- e ignorar la alocada obsesión de sus sentidos con Barnaby Adair y sus manejos.
Armándose de valor, le permitió ayudarla a apearse en la esquina de Gun Street.
Era una calle corta, y en cuanto vieron al niño que habían ido a visitar, resultó obvio que no cumplía los requisitos para ingresar en una escuela de ladrones. Era corpulento y robusto; bastaba con ver a su padre, pese a la tisis que lo consumía, para darse cuenta de que el chico iba a crecer mucho más.
Penelope excusó su visita alegando que debía comprobar ciertos datos de los archivos. Barnaby se mantuvo a su lado mientras ella tranquilizaba al padre, inquieto por que el orfanato tuviera preguntas que hacerle.
Penelope se había puesto una capa granate ribeteada de piel para la excursión; hacía resaltar la pureza de su cutis y realzaba los reflejos rojizos de su sedoso pelo caoba. La prenda no tenía flecos ni volantes. Si bien Barnaby habría apostado a que cualquier cosa que llevara debajo sería de seda, cada vez le intrigaba más si su ropa interior estaría recargada con los usuales encajes y cintas o si, igual que el resto de su guardarropa, sería austeramente sencilla.
No estaba seguro de cuál opción le resultaría más excitante; si bien la primera supondría una sorpresa, pues daría a entender que detrás de su severa máscara se parecía bastante a las demás damas, respecto a la segunda… si bien sus austeros vestidos en cierto sentido daban realce a su vitalidad y su atractivo, ¿una ropa interior austera realzaría también la… gloria de lo que ocultaba?
Esa cuestión, naturalmente, lo llevaba de cabeza.
Un codazo lo devolvió al presente; parpadeó y vio que Penelope estaba mirándolo ceñuda.
– El señor Nesbit ha contestado a todas nuestras preguntas. Ya podemos irnos.
Barnaby sonrió.
– Sí, por supuesto.
Saludó a Nesbit, salió de la casucha tras ella y la ayudó a subir al carruaje.
Seguía sonriendo cuando se sentó a su lado.
La siguiente parada, en North Tenter Street, fue igual de breve.
De nuevo en el coche, Penelope comentó:
– Ningún ladrón tomaría a semejante simplón como ayudante. Seguramente olvidaría qué debía coger e iría a despertar al ama de llaves para pedirle ayuda.
El niño no era ni mucho menos tan bobo, pero toda la vida lo había atendido a cuerpo de rey su tía, que lo adoraba, y no estaba acostumbrado a pensar por sí mismo.
Barnaby miró por la ventanilla cuando giraron para enfilar Leman Street.
– Sólo nos queda uno más por comprobar.
– En efecto. -Al cabo de un momento, Penelope se hizo eco de los pensamientos de Barnaby. -No sé si esperar que este último niño sea un posible candidato, lo cual lo pondría en peligro pero también nos daría una oportunidad de atrapar a esos villanos, o si prefiero que sea demasiado gordo o corto de entendederas para interesarles, de modo que tanto él como su… -consultó la carpeta que tenía en el regazo- abuela no estén bajo ninguna amenaza.
Sus gafas destellaron cuando giró la cabeza para mirarlo.. Barnaby estuvo tentado de cogerle la mano para tranquilizarla; de eso o de quitarle las gafas y besarla hasta hacerle perder el sentido. Refrenó tan inquietante posibilidad y dijo:
– Lo único que podemos hacer es dejar que la suerte eche los dados y luego actuar en función de lo que salga.
Black Lion Yard era el patio de una vieja casa de vecindad, un lugar pequeño y abarrotado. Estaba adoquinado como la calle pero no conducía a ninguna parte; cajas y cajones de embalaje estaban apilados sin orden ni concierto tanto en los rincones como por el resto del patio, de modo que cualquiera que entrara tenía que zigzaguear para llegar a su destino.
El suyo eran los bajos del edificio central de un lado del patio. Mary Bushel y su nieto Horace, a quien todo el mundo llamaba Horry, vivían allí.
Al cabo de dos minutos de conocer a Horry, ambos supieron cómo habían caído los dados. Horry, menudo y delgado, inteligente y despierto, era un candidato perfecto para una escuela de ladrones.
Cuando Penelope lo miró, Barnaby no necesitó palabras para saber qué estaba pensando, qué pregunta tácita estaba formulando. Pero con la desaparición de Jemmie y la muerte prematura de su madre cerniéndose sobre ellos, y sobre la investigación en general, no cabía cuestionarse lo que había que hacer.
Barnaby asintió con un ademán tan contenido como categórico.
Tal como había hecho en los dos casos anteriores, Penelope justificó su visita alegando que el orfanato necesitaba más datos para sus archivos. Luego se volvió hacia la abuela de Horry, quien, tan perspicaz como su nieto, había reparado en la mirada cruzada por Penelope y Barnaby. Una súbita inquietud alteró los rasgos de Mary.
Al verlo, Penelope le tocó la mano y le dijo:
– Hay algo que debemos contarle, pero antes permítame asegurarle que nos haremos cargo de Horry cuando llegue el momento.
Mary se tranquilizó un poco.
– Es un buen chico, listo y servicial. Tiene buen carácter, nunca les causará problemas.
– Seguro que no.
Penelope dedicó una sonrisa a Horry, quien, al notar el cambio en el ambiente, se había acercado sigilosamente a su abuela hasta acabar apoyado en el brazo de ésta, sentada en su silla y cogido a su huesudo hombro. Mary le dio unas palmadas en la mano. Mirando otra vez a Mary a los ojos, Penelope dijo: -Horry es exactamente el tipo de candidato que busca el orfanato. Por desgracia, hay otros hombres en el barrio que también quieren a niños como él, niños menudos, delgados y listos. Buenos chicos que harán lo que les ordene.
Comprendiendo, Mary entornó los ojos. Al cabo de un momento dijo:
– Llevo toda mi vida en el East End. Estoy al quite de todos los chanchullos, y creo que me está hablando de una escuela de ladrones.
Penelope asintió.
– Así es.
Pasó a explicarle lo de los cuatro niños desaparecidos y luego le refirió el caso de Jemmie y su madre. La ira resonaba en su voz, cosa que Mary Bushel, con su sagacidad, no pasó por alto. Pero cuando mencionó la posibilidad de que la policía la protegiera a ella y su nieto, Mary no acertó a comprender. Atónita, se quedó mirando de hito en hito a Penelope y luego se volvió hacia Barnaby.
– Diantre… No lo dirá en serio, ¿no? ¿La policía preocupada por gente como nosotros?
Barnaby sostuvo la mirada de sus pálidos ojos azules.
– Me consta que no es algo a lo que estén acostumbrados por aquí, pero… -Hizo una pausa, reparando en que debía decir la verdad. -Piénselo así: esta escuela de ladrones está formando niños para robar; pero ¿en qué casas?
Mary pestañeó.
– Si les enseñan sus malas artes, suele ser porque tienen los ojos puestos en las casas de los encopetados.
– Precisamente. Así que mientras a la señorita Ashford y a mí nos preocupa rescatar a los niños desaparecidos y asegurarnos de que ningún otro se vea arrastrado a una vida criminal, la policía quiere pillar a esos villanos y cerrar la escuela para evitar una serie de robos en Mayfair.
Mary asintió lentamente.
– Ya veo… Ahora me cuadra más.
Y por eso la policía pondrá esta casa bajo vigilancia, tanto para protegerles a usted y su nieto, porque no quieren que ingresen más niños en esa escuela, como para detener a esos villanos cuando vengan por Horry, tal como todo indica que harán. -Barnaby hizo una pausa. -Es raro, lo sé, pero en este caso los intereses de la policía Y los suyos coinciden. Todos deseamos lo mismo: que usted y HORRY estén a salvo Y los villanos entre rejas.
Mary asintió otra vez, pero luego arrugó el ceño Y pareció reflexionar. De pronto miró a Barnaby.
– No sé qué decirle… No sé si puedo confiar mi vida y la de Horry a esos polizontes. -Levantó una mano para impedir cualquier réplica de Barnaby. -Aun así, pueden venir y montar guardia, si quieren. Pero para mi tranquilidad, quiero tener a mi lado gente de fiar.
Cogió la mano que su nieto le tenía puesta en el hombro, se la estrechó y la soltó.
– Ve a la casa de al lado, Horry, a ver si está alguno de los Wills. Diles que me gustaría hablar con ellos.
Horry echó una ojeada a Barnaby y Penelope y acto seguido se marchó presuroso.
Mary miró a Barnaby y Penelope.
– Puede que los hermanos Wills sean rudos y de genio pronto, pero son chicos honrados.
Horry regresó en menos de un minuto seguido por dos hombres musculosos y de facciones oscuras. El niño fue a situarse al lado de su abuela mientras ésta saludaba a los recién llegados inclinando la cabeza.
– Joe, Ned. -A Penelope y Barnaby dijo: -Estos son dos de los hermanos Wills. Son mis vecinos. Joe es el mayor. Son cuatro en total.
Joe Wills, que no quitaba ojo a Barnaby y Penelope, no sabía a qué atenerse.
– Horry nos ha contado no sé qué cuento, Mary. Algo sobre que la bofia quiere parar los pies a unos desgraciados que quieren matarte y raptarlo a él para que robe por ahí.
Joe había comprendido el quid de la cuestión bastante bien. Mary asintió.
– No es ningún cuento, aunque lo parezca. Pero será mejor que te lo cuenten ellos.
Miró a Barnaby y Penelope; los hermanos Wills siguieron su mirada. La joven tomó la palabra.
– Soy del orfanato de Bloomsbury. La señora Bushel nos ha pedido que acojamos a Horry cuando fallezca.
Puntuada por las interjecciones de Mary, Penelope les refirió lo sucedido hasta llegar al asesinato de la señora Carter y la desaparición de Jemmie.
Los dos hermanos se movieron inquietos y cruzaron una torva mirada.
Barnaby retomó el hilo del relato.
– Tal como he explicado a la señora, en este caso la policía tiene verdadero interés en detener a estos villanos. -Una vez más, presentó el interés oficial como una medida para proteger a los «encopetados»; era lo que los Wills entenderían. La comprensión que brilló en sus ojos y su manera de asentir mientras seguían sus explicaciones le dieron a entender que había juzgado correctamente sus prejuicios.
Luego les explicó por qué la policía necesitaba poner bajo estricta vigilancia a Mary y Horry.
– Y tienen que hacerlo aquí mismo, en Black Lion Yard, para atrapar a esos villanos cuando vengan en busca de Horry.
Joe le miraba con dureza.
– ¿Está diciendo que esos canallas igual se presentan aquí y asfixian a Mary con una almohada, para luego largarse con Horry?
Barnaby parpadeó.
– Pues… sí, eso es exactamente lo que pensamos que harán.
Penelope se adelantó hasta el borde mismo de la silla.
– Lo harán porque si Mary fallece Horry quedará huérfano y no habrá nadie que se preocupe por su desaparición. Suponen, y cuentan con ello, que Mary y Horry no tienen amigos, o al menos que no los tienen en la vecindad. Nadie que esté pendiente. -Abrió las palmas de las manos. -Bueno, ¿lo entienden ahora? Una anciana muere en el East End y desaparece un huérfano: ¿quién va a mover un dedo?
Barnaby disimuló una sonrisa de aprobación. Penelope había jugado bien aquella mano: los hermanos Wills estaban indignados.
– Nosotros -gruñó Joe.
– Ya -dijo Barnaby, -pero eso no lo saben los villanos. Por ahora han secuestrado a cinco niños del East End y asesinado al menos a una mujer, y, salvo la señorita Ashford del orfanato, nadie ha dado la voz de alarma.
Joe hizo una mueca.
– Ya, bueno… Aquí no todo el mundo está tan unido como nosotros, -Señaló a Mary con la cabeza. -Para nosotros es como una madre. Nunca permitiríamos que unos canallas le hicieran daño. -Miró a su hermano, que asintió, y volvió a dirigirse a Barnaby. -No necesitamos a la bofia, ya vigilaremos nosotros. Día y noche. Es lo menos que podemos hacer.
Barnaby asintió.
– Gracias. Eso será de gran ayuda. Pero la policía también querrá vigilar. -Echó una ojeada a Mary. -Tal como la señora ha dicho, no tiene nada de malo que ellos también vigilen, pero si usted y sus hermanos están a su lado, la policía puede vigilar desde la calle y concentrarse en cercar a los villanos cuando entren en acción.
– ¿Cree que lo harán pronto? -preguntó Ned. -Entrar en acción, quiero decir.
Barnaby calculó cuánto tiempo transcurriría hasta que las últimas familias de la alta sociedad abandonaran la capital, y lo sopesó con el que podía llevar entrenar a un niño ladrón.
– Dan la impresión de tener prisa por captar más niños. Es posible que aguarden un poco, para ir sobre seguro; quizás una semana. -Miró a Joe de hito en hito. -Yo no contaría con que esperen mucho más.
– De acuerdo. Para nosotros no será muy difícil montar guardia durante una semana o así. Uno u otro estará siempre aquí ojo y oído avizor. -Joe ladeó la cabeza hacia su derecha. -Las paredes son finas; a un grito de quien esté aquí, vendremos el resto, y otros también.
Barnaby asintió.
– Bien, explicaré la situación al oficial que lleva el caso, el inspector Stokes de Scotland Yard. Vendrá a hablar con ustedes -su mirada incluyó a Mary, -seguramente hoy mismo.
– ¿Un inspector de Scotland Yard?
La pregunta que en verdad hacía Joe se reflejó en los ojos de los demás: ¿qué iba a saber semejante hombre sobre ellos y el East End?
– Estará al mando; tiene autoridad sobre los agentes del distrito. Sabe lo que se hace, créanme. Cuando le conozcan se darán cuenta de que no representará ningún problema; al menos no para ustedes ni para Mary y Horry. -Barnaby miró a Joe. -Aguarden a conocerle antes de juzgarle.
Joe le sostuvo la mirada y, al cabo, asintió.
– Así se hará.
Barnaby pensó en lo que diría su madre si les viera a él y Penelope codeándose con unos matones del East End. Miró a la joven y enarcó una ceja.
– Bien, me parece que podemos dejar a la señora y su nieto al cuidado de Joe y sus hermanos.
Penelope asintió y se levantó.
– Desde luego. -Tendió la mano a Joe. -Gracias.
Joe se quedó un momento contemplando la delicada mano enguantada. Luego, sonrojándose, la tomó con su manaza y se la estrechó brevemente, soltándola enseguida como si temiera lastimarla.
Detrás de él, Ned sonrió.
Penelope correspondió a la sonrisa de Ned y se volvió hacia Mary, con lo cual no llegó a ver la expresión de asombro del muchacho.
– Cuídese, por favor. -Penelope le dio unas palmaditas en la mano. -Tengo muchas ganas de tener a Horry en el orfanato -sonrió alentadoramente al niño, -pero no antes de tiempo.
Mary le aseguró que cuidaría de sí misma y de su nieto. Barnaby tuvo la impresión de que el niño no iría a ninguna parte solo, al menos no hasta que Mary tuviera la certidumbre de que ya no se cernía ninguna amenaza sobre él.
Dejaron a los hermanos Wills organizando la vigilancia.
Conduciendo a Penelope fuera de Black Lion Yard, Barnaby respiró hondo, y se sintió verdaderamente esperanzado por primera vez desde que tuviera noticia de la muerte de la señora Carter. Penelope contemplaba la desolación circundante.
– Es un alivio saber que Horry al menos estará bien protegido, que hemos hecho cuanto podemos, que todas las defensas posibles están en su sitio.
Miró a Barnaby, que la guiaba entre los montones de cajas, ayudándola a mantener el equilibrio sobre los irregulares adoquines, mientras se dirigían a la entrada del patio, donde les aguardaba el coche de punto.
– Creo que los hermanos Wills son dignos de confianza. No me parece que… bueno, que vayan a irse de parranda y descuiden la vigilancia, ¿verdad?
– Ni por casualidad -sentenció Barnaby negando con la cabeza.
– Aunque me conforta tu convicción, ¿cómo puedes estar tan seguro?
– ¿No les has oído decir que es como una madre para ellos?
– Pues sí. Oh, claro.
– Así que no creo que debamos preocuparnos por Mary y Horry.
– ¿Hablarás con Stokes?
– Iré en su busca en cuanto te haya acompañado a casa.
La mañana siguiente, Penelope estaba trabajando en su despacho del orfanato, poniendo al día asuntos de menor importancia que había descuidado a causa de la búsqueda de los niños desaparecidos, cuando de repente sintió un hormigueo.
Levantó la vista y descubrió a su némesis apoyado contra la arcada, tan increíblemente elegante como peligroso.
O al menos así lo vio ella.
Con la pluma suspendida sobre la lista que estaba haciendo, con una altivez digna de una duquesa, arqueó ambas cejas.
Barnaby sonrió, no de un modo encantador sino cargado de intención y, al parecer, divertido, tal como si pudiera ver los contradictorios impulsos que la turbaban.
La joven no sabía que iba a hacer con él, ni qué pensar de él ni de su evidente fijación con ella. Estaba comenzando a darse cuenta de que la Penelope que él veía no era la misma que veía el resto de sus encopetados pretendientes. Suponía que ése era el quid de su dificultad para tratar con él, pero no se le ocurría cómo guardar las distancias, menos aún habida cuenta de que la investigación los reunía continuamente.
Lo único que comprendía, viéndole torcer los labios, apartarse de la arcada y entrar en el despacho lentamente para dejarse caer con aquel inefable garbo tan suyo en la silla delante del escritorio, era que realmente tenía que hallar una solución.
Procurando mantener una expresión impenetrable, le dijo con serenidad:
– Buenos días. ¿Qué se te ofrece?
La traicionera sonrisa de él se acentuó.
. -Más bien se trata de lo que pensaba ofreceros yo.
– Vaya. -Dejó la pluma a un lado y cruzó las manos sobre el escritorio. -¿Y eso qué sería?
– He venido a proponer que hagamos circular avisos por el East End, con los nombres y descripciones de los cinco niños desaparecidos, ofreciendo una recompensa a cambio de información sobre su paradero.
La reacción de Penelope fue inmediata.
– ¡Genial! -Sonrió de oreja a oreja. Y, presa del entusiasmo, preguntó: -¿Cómo lo hacemos?
– Es fácil. Dame una lista con los nombres y las descripciones más precisas que puedas hacer de los niños, y me encargaré de hacer imprimir los avisos. Conozco un sitio donde me lo harán de hoy para mañana.
Un sitio donde le debían un favor importante y estarían encantados de saldar aunque sólo fuera mínimamente la deuda. Penelope ya estaba cogiendo una hoja.
– ¿De hoy para mañana? Pensaba que estas cosas solían tardar unos días cuando menos.
Miró a Barnaby, que encogió los hombros.
– No será un texto muy largo, de modo que no llevara mucho tiempo componerlo.
Penelope bajó la vista a la hoja, pluma en mano.
– ¿Cómo hay que redactarlo?
– Pones cada nombre con la descripción correspondiente, y al final añades la fórmula habitual: «se recompensará».
Cuando le dictó la instrucción de ponerse en contacto con el inspector Stokes de Scotland Yard, Penelope frunció el entrecejo.
– ¿No deberían dirigirse a mí aquí, en el orfanato?
– No es posible -contestó Barnaby categórico, dando a entender que era de rigor que la policía se encargara de los contactos.
Si bien Stokes sin duda lo preferiría así, rara vez se hacía. No obstante, la idea de un puñado de hombres del East End haciendo cola para ver a Penelope y contarle lo que supieran o no supieran, no era una escena que le apetecería contemplar.
Afortunadamente, ella aceptó su explicación encogiéndose de hombros y escribió lo que le había dictado.
Consultando una de sus listas, anotó los nombres de los cinco niños. Luego avisó a la señorita Marsh y le pidió que fuera a buscar a la señora Keggs. Al marcharse la señorita Marsh, Penelope explicó: -Keggs me acompañó cuando hice las visitas. A lo mejor recuerda otras cosas del aspecto de los niños.
La señora Keggs se personó enseguida. Barnaby le cedió su silla y se retiró a la ventana, dejando que ella y Penelope redactaran las descripciones.
Con las manos en los bolsillos, se plantó de cara a la calle y observó a los niños que jugaban en el patio, sonriendo al ver sus travesuras.
Una vez más apreció la gran labor que hacía el orfanato, no sólo desde el punto de vista social sino también en lo que atañía a la vida de los niños y niñas que tanto se divertían en aquel patio. Y también hasta qué punto Penelope y su indómita voluntad eran responsables directos de haberlo creado, de hacerlo funcionar, de insuflarle vida y mantenerlo en funcionamiento.
Su independencia y su voluntad eran tangibles. No debían tomarse a la ligera, no había que intentar manipularlas, y mucho menos combatirlas sin causa justificada.
Para cualquier caballero que se casara con ella eso podría ser, o mejor dicho sería, una fuente de problemas continua e imposible de erradicar. No insalvable, pero sí una cuestión que precisaría un manejo muy cuidadoso. Los frutos de su independencia, de su indómita voluntad, eran demasiado valiosos para que un hombre los aplastara, los desperdiciara. Los negara.
Esa constatación se coló en su mente, donde se asentó.
Oyó el chirrido de las patas de una silla. Al volverse vio salir a la señora Keggs del despacho. Penelope se hallaba secando la tinta.
– Aquí tienes. -Echó un último repaso a la hoja y se la tendió mientras comentaba: -Cinco nombres, descripciones y el anuncio de una recompensa.
Barnaby lo leyó por encima.
– ¡Excelente! -La miró a los ojos. -Haré que lo tengan impreso mañana. Y preguntaré a Griselda cuál es la mejor manera de distribuir los avisos por el East End.
– Pues claro, seguro que ella lo sabe. -Penelope vaciló pero, al fin y al cabo, era parte de la investigación. -Iré contigo cuando vayas a recoger los avisos, me gustaría ver el taller de un impresor, y se los llevaremos directamente a Griselda.
La sonrisa de Barnaby aleteó en sus labios, pero no de manera abierta.
– Como gustes -dijo. Dobló la hoja y se la metió en el bolsillo. -Te dejo, que tienes trabajo. Y tras dedicarle una elegante media reverencia, se dirigió hacia la salida.
Penelope se olió algo sospechoso. Entrecerró los ojos mirándole la espalda. ¿Le ocultaba algo? ¿Planeaba algo? ¿Algo sin ella? Cuando Barnaby llegó a la altura de la arcada, ella levantó la voz:
– Si esta noche tienes novedades, estaré en el baile de lady Griswald. Podrás localizarme allí.
Sosteniendo la pluma en alto, le vio volver la vista atrás bajo la arcada. Ella le había anunciado sus planes con absoluta naturalidad. Sin embargo, un pecaminoso divertimento bailaba en sus ojos azules.
Y Penelope, de pronto, sencillamente lo entendió todo: él no le había preguntado dónde estaría por la noche porque, de haberlo hecho, ella no se lo habría dicho.
Barnaby sonrió más abiertamente.
– Estupendo. Iré en tu busca.
Penelope lo fulminó con la mirada y acto seguido buscó algo que arrojarle, pero para entonces él ya se había marchado.