EPÍLOGO

Londres, dos meses después…


– Por cierto, Stokes ha mandado recado esta mañana; Cameron ha abandonado estas costas. -Barnaby levantó la vista de la hoja de noticias que estaba leyendo mientras saboreaba el café matutino.

Sentada en la otra punta de la mesa del comedor de desayunos de su recién adquirida casa en Albemarle Street, Penelope levantó la vista, con la mirada perdida… Luego asintió y volvió a concentrarse en la lista que estaba confeccionando.

Barnaby sonrió, cogió su taza y bebió un sorbo. Era una de las cosas que adoraba en ella; nunca esperaba que él la obsequiara con agudezas ni ninguna otra cosa mientras desayunaban. A cambio, ella nunca lo agobiaba con parloteos insustanciales.

Con satisfecha apreciación, dejó que su mirada se posara en su pelo moreno antes de seguir leyendo las noticias.

La víspera habían invitado a una cena íntima a Stokes y Griselda. Si alguien le hubiese dicho que su esposa jugaría un papel decisivo a la hora de acercar su vida a la de Stokes, propiciando su amistad como ambas esposas hacían, habría pensado que dicha persona estaba loca. Pero Penelope y Griselda eran buenas amigas y hacía tiempo que prescindían de las barreras sociales. Él y Penelope cenaban en la casita de Greensbury Street, a la vuelta de la esquina de la tienda de Griselda, que Stokes había comprado a su novia, con la misma frecuencia que la otra pareja lo hacía con ellos.

Penelope ya dominaba el arte de comer mejillones.

Mostyn se personó con más tostadas. Cuando las dejó al lado de Penelope, ésta levantó la vista, ajustándose las gafas en lo alto de la nariz.

– Hoy voy a ir al orfanato, Mostyn. Por favor, dígale a Cuthbert que necesitaré el carruaje dentro de media hora.

– Muy bien, señora. Avisaré a Sally para que le traiga el abrigo y la bufanda.

– Gracias.

Penelope siguió con su lista.

Tras saludar debidamente a Barnaby, Mostyn se retiró. Aunque no sonrió, parecía caminar con más brío.

Esbozando una sonrisa, Barnaby miró otra vez a su esposa. Cuando se incorporó para repasar la lista y dejó el lápiz en la mesa, le preguntó:

– ¿Cómo siguen Jemmie y Dick?

Ella lo miró sonriente.

– Me alegra decir que muy bien. Por fin se han integrado con los demás chavales. Englehart dice que se aplican en clase. Según parece, desde que se propuso la idea de formarse para ser policías, todos se han convertido en alumnos ejemplares.

Jemmie había preguntado a Barnaby en voz baja, en una de sus ahora frecuentes visitas al orfanato, si era posible que niños como él llegaran a ser agentes de policía. Tras asegurarle que sí, Barnaby lo había comentado con Penelope y ésta, con su acostumbrado celo, se había apropiado de la idea y reclutado a su padre para la causa de establecer un sistema de aprendizaje para futuros agentes.

Recuerdos del desconcierto del padre de Barnaby cuando le dijo por primera vez lo que quería pedirle flotaron agradablemente en su mente.

Cogió el lápiz y siguió con la lista de asuntos que debía atender ese día. Era plenamente consciente de la mirada de Barnaby, de cómo la estaba mirando. Tal vez aún no se tratara de la duradera adoración que había visto en los ojos de lord Paignton, pero le parecía un comienzo excelente; se deleitó en él y lo guardó en secreto junto a su corazón.

En general, casarse con Barnaby Adair había sido una decisión excelente. Una sabia elección. La única concesión que había tenido que hacer era llevarle con ella cuando iba a lugares peligrosos, lo cual no era ninguna privación, y si él no podía acompañarla, lo hacían el cochero y dos, no uno sino dos, lacayos.

Penelope no había tenido inconveniente en aceptar este acuerdo. Como en todo lo demás, Barnaby no buscaba restringir sus movimientos sino protegerla.

Porque era muy importante para él.

Eso, había resuelto Penelope, podía aceptarlo con absoluta ecuanimidad.

– Quería recordarte -dijo a su marido, mirándolo a los ojos- que tu madre nos espera a cenar esta noche. No estoy segura de quién más habrá, pero enviaré a Mostyn a averiguarlo. De todos modos, deberíamos ir. -Bajando la vista, apuntó la orden que debía darle a Mostyn en la lista. -Tú y tu padre podéis hablar de vuestros asuntos, y luego yo podré darle la lata sobre el plan de aprendizaje. Con un poco de suerte, Huntingdon o algún otro comisionado también asistirá, de modo que podemos matar dos o más pájaros de un tiro, por decirlo así.

Barnaby sonrió, gesto que se amplificó al imaginar la indignación de su madre cuando averiguara que su selecta reunión servía a tales fines; hacía muy poco que se había descubierto impotente ante la implacable testarudez de Penelope.

– Sí, por supuesto. Volveré a casa temprano.

Durante años, había eludido las invitaciones de su madre y los compromisos sociales en general, pero teniendo a Penelope a su lado, le parecía estupendo asistir a donde ella decidiera.

Era la esposa perfecta para él; ni siquiera su madre lo dudaba. Lo cual le ponía en la envidiable posición de poder delegar el trato con todas las señoras de buena cuna, su madre incluida, en Penelope. Lo único que él tenía que hacer era ponerse cómodo, observarlas en acción y divertirse con sus maquinaciones y ocurrencias.

Al casarse con ella había aprendido lo que era la auténtica satisfacción.

Por fin, ahora que había puesto su vida y su amor en sus manos, todo iba perfectamente en su mundo.

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