CAPÍTULO XI. En la isla Kirrin

Julián y Jorge fueron a buscar a Dick y a Ana. Éstos habían estado esperándolos nerviosamente en el jardín. Se alegraron mucho de ver juntos a los dos y corrieron a su encuentro.

Ana cogió la mano de Jorge.

– ¡Cuánto siento lo que te ha ocurrido! -dijo.

– ¡Yo también! -dijo Dick-. ¡Mala suerte, chica! Quiero decir: ¡"chico"!

Jorge forzó una sonrisa.

– Me he portado como una chica -dijo, medio avergonzada-. Pero es que me he llevado un gran disgusto.

Julián contó a los otros lo que habían planeado entre él y Jorge.

– Iremos a la isla mañana por la mañana -dijo-. Hay que hacer una lista de las cosas que necesitamos. Hagámosla ahora mismo.

Sacó del bolsillo un bloc de notas y un lápiz. Los otros lo miraron.

– Cosas de comer -dijo Dick, rápidamente-. Tendremos que llevarnos muchas provisiones si no queremos pasar hambre.

– También algo de beber -dijo Jorge-. En la isla no hay agua. Aunque estoy segura de que mucho tiempo atrás había un pozo muy profundo en el castillo, que llegaba más abajo del nivel del mar. Pero, por más que lo he intentado, nunca lo he podido encontrar.

– Comida -escribió Julián en el bloc-. Y bebidas.

Miró a los demás, añadió: palas. Apuntó la palabra.

Ana lo miró sorprendida.

– ¿Para qué necesitamos las palas? -preguntó.

– Porque seguramente tendremos que excavar la tierra una vez hayamos encontrado la entrada de los sótanos del castillo -dijo Julián.

– Cuerdas -dijo Dick-. Las necesitaremos.

– Y linternas -dijo Jorge-. Los sótanos deben de estar muy oscuros.

– ¡Oooh! -dijo Ana, sintiendo un escalofrío de emoción. No tenía la menor idea de qué podría haber dentro de los sótanos, pero todo aquello sonaba a gran aventura.

– Mantas -volvió a decir Dick-. Si hemos de dormir en aquella habitación del castillo, pasaremos frío.

Julián anotó lo de las mantas.

– Vasos también -dijo-. Y herramientas. Quizá las necesitemos. Nunca se puede saber.

Al cabo de media hora estaba preparada una larga lista de utensilios. Todos se sentían excitados. Jorge iba recuperándose a ojos vistas de su rabia y desilusión. Si se hubiera encontrado sola en esas circunstancias se hubiera sentido terriblemente deprimida al pensar en su desgracia, pero sus primos eran agradables e inteligentes y junto a ellos desaparecía pronto el abatimiento.

"A veces me parece que hubiera sido mucho más feliz si no me hubiera dedicado a llevar una vida solitaria -pensó Jorge, mientras contemplaba la cabeza de Julián, inclinada sobre el bloc de notas-. Es confortante poder compartir con otros todas las cosas, sean buenas o malas. Así las desgracias no parecen tan grandes. Se hacen más llevaderas. Quiero mucho a mis tres primos. Me son muy agradables y me gusta mucho hablar con ellos: son muy animados y siempre están contentos. Me gustaría ser como ellos. Yo tengo mal carácter y me enfado por cualquier cosa: no es extraño que mi padre me regañe tantas veces. Yo quiero mucho a mamá y ahora me doy cuenta de por qué dice que tiene una hija muy difícil. Yo no soy como mis primos. Ellos tienen un carácter abierto y simpático, que agrada a todo el mundo. Estoy muy contenta de que hayan venido a pasar las vacaciones a casa. Su carácter me contagia y me están convirtiendo poco a poco en lo que yo debería ser."

Todos estos pensamientos de Jorge la tuvieron abstraída durante un buen rato, durante el cual mantenía una expresión desusadamente seria. Julián la miró y pudo notar que sus azules ojos estaban fijos en él. Se echó a reír.

– ¡Un penique por tus pensamientos! -dijo.

– Mis pensamientos no valen ni un penique -dijo Jorge, poniéndose encarnada-. Sólo estaba pensando en lo buenos y agradables que sois y en lo que me gustaría ser como vosotros.

– Pues tú eres también una persona muy buena y agradable -dijo Julián, sorprendido-. No es culpa tuya ser hija única. Las chicas como tú, a la fuerza tienen que ser un poco raras si no se esmeran mucho en evitarlo. De todos modos, yo opino que tú eres una persona muy atractiva.

Jorge se puso más encarnada todavía, pero le había gustado lo que le había dicho Julián.

– Vamos a llevar al perro de paseo un rato -dijo-. Debe de estar preocupado pensando qué nos habrá ocurrido hoy.

Todos fueron a ver a Timoteo, que los recibió alborozadamente, ladrando con todas sus fuerzas. Ellos le contaron lo que tenían planeado para el día siguiente, al oír lo cual el can empezó a mover rápidamente la cola y a mirarlos inteligentemente con sus pardos ojos, dando a entender que se había enterado, palabra por palabra, de todo cuanto le habían dicho.

– Se ha puesto muy contento al enterarse de que va a pasar dos días con nosotros en la isla -dijo Ana.


A la mañana siguiente embarcaron en el bote con gran excitación, llevando todas sus cosas cuidadosamente empaquetadas. Julián repasó la lista en voz alta. Al parecer, no habían olvidado nada.

– ¿Y el plano? ¿Lo hemos traído? -dijo Dick de repente.

Julián movió la cabeza.

– Esta mañana me he puesto los shorts limpios. Pero, como te puedes figurar, no se me ha olvidado meter el plano en el bolsillo. ¡Aquí está!

Lo sacó del bolsillo, pero en aquel momento una ráfaga de viento se lo arrebató de las manos. Fue a parar al mar, lejos del bote y a merced de la brisa. Los cuatro gritaron espantados. ¡Iban a perder su precioso plano!

– ¡Hay que alcanzarlo rápido! -gritó Jorge, haciendo virar el bote vertiginosamente. Ninguno de los chicos podía remar tan bien como ella. Timoteo había observado con atención como el plano desaparecía volando de las manos de Julián y había comprendido muy bien por qué los chicos gritaban. Con una impresionante zambullida se metió en el agua y empezó a nadar valientemente tras el plano.

Como perro, nadaba magníficamente: era un can muy vigoroso. Al cabo de poco ya tenía el plano en la boca y nadaba en dirección al bote. Los chicos pensaron que era un perro de lo más maravilloso.

Jorge lo ayudó a reembarcar y cogió el plano. ¡Apenas había señal de que le había clavado los dientes! El can había sabido llevarlo con todo cuidado. Estaba húmedo, y los chicos lo examinaron, preocupados por si se habían borrado los dibujos. Pero Julián, al sacar la copia, había hecho los trazos firmes y gruesos, por lo que se conservaba perfectamente. Lo puso en un asiento del bote y encargó a Dick que cuidara de que no dejara de darle el sol.

– Hemos pasado un buen susto -dijo-. Menos mal que ha durado poco.

Jorge volvió a empuñar los remos y puso de nuevo proa a la isla. Timoteo, con sus frenéticas sacudidas, los había mojado a todos. Como premio a su proeza le dieron una gran galleta que el can ingirió alborozadamente.

Jorge condujo el bote entre los rocosos arrecifes, remando con gran seguridad. Los otros estaban admirados de ver con qué facilidad sorteaba las peligrosas rocas sin que ocurriera el menor contratiempo. Pensaban que era una muchachita maravillosa. Por fin llegaron a la pequeña caleta y los chicos saltaron a la arena. Arrastraron el bote muy adentro para que no se lo llevase el agua al subir la marea y en seguida empezaron a descargar las cosas.

– Llevaremos todo a aquella habitación de piedra -dijo Julián-. Allí estarán las cosas seguras y no se mojarán si llueve. Espero que nadie venga a la isla mientras estemos en ella, Jorge.

– No lo creo -dijo Jorge-. Papá dice que todavía ha de pasar una semana antes de que se firme el contrato de venta. Hasta entonces no será la isla de aquel hombre. Por lo menos será mía todavía una semana.

– Bien. No creo que necesitemos ponernos a vigilar por si viene algún extraño a la isla -dijo Julián, que había sopesado la idea de dejar a uno de guardia en la caleta para que avisase a los demás en el caso de que alguien desembarcara-. ¡Vamos ya! ¡Tú, Dick, coge las palas! Jorge y yo llevaremos la comida y las bebidas. Las otras cosas que las lleve Ana.

La comida y las bebidas estaban dentro de una gran caja. Los chicos no tenían la menor intención de pasar hambre durante su estancia en la isla. Habían traído en abundancia pan, mantequilla, galletas, jamón, fruta en conserva, ciruelas maduras, botellas de cerveza, un recipiente para hacer té, y varias cosas más. Julián llevaba la pesada caja, dando traspiés por entre las rocas. Él y Jorge hubieron de dejarla en el suelo más de una vez para descansar.

Al fin pudieron meter todas las provisiones en la pequeña habitación de piedra. Luego regresaron al bote para sacar las mantas. Extendieron éstas en el suelo de la habitación-refugio, muy contentos de pensar que iban a pasar la noche allí.

– Las chicas pueden dormir sobre estas mantas -dijo Julián-. Y nosotros sobre estas otras.

A Jorge no pareció gustarle, al pronto, que la consideraran como una chica y la pusieran a dormir con Ana. Pero a Ana le horrorizaba dormir sola. Miró a Jorge con aire suplicante, cosa que le hizo reír. No puso objeción, al final, para dormir con ella. Ana encontró que Jorge era cada vez más simpática.

– Bueno. Ahora lo que tenemos que hacer es trabajar -dijo Julián, desplegando el plano-. Estudiemos esto detenidamente, a ver si podemos averiguar dónde está la entrada que conduce a los sótanos. Acercaos todos y aplicad en ello toda vuestra inteligencia. No hay más remedio que romperse la crisma. Hay que desenmascarar al anticuario ese que quiere comprar la isla.

Todos se agruparon alrededor del plano -que estaba ya totalmente seco- observándolo con atención y seriedad. El castillo había sido algo perfecto y grandioso.

– Fijaos -dijo Julián poniendo el dedo sobre el dibujo de los sótanos-. Los sótanos son enormes: ocupan toda la planta baja. Aquí, y también aquí, hay señales que parece que representan escaleras.

– Sí -dijo Jorge-. Ya lo había notado. Si se trata de escaleras, ello demuestra que hay dos entradas. Estos escalones de aquí parece que tienen que estar en esta habitación, o muy cerca de ella, y los otros deben de arrancar de al lado de la torre de los grajos. ¿Qué crees que será esto, Julián?

Puso su dedo sobre una mancha redonda del plano que, al parecer, indicaba la presencia de un gran agujero. Este dibujo estaba en dos sitios del plano: en el de los sótanos y en el del patio del castillo.

– No puedo imaginar qué será esto -dijo Julián, aturdido-. Pero ¡calla! ¡Creo que sí! ¿Te acuerdas que una vez dijiste que estabas segura de que en el castillo había un pozo? Pues creo que se trata de eso. Debe de ser muy profundo, puesto que atraviesa los sótanos. ¿Verdad que es interesante?

Los demás estaban concordes. Se sentían contentos e intrigados. Iban por fin a descubrir algo: algo que encontrarían seguramente dentro de un día o dos.

– Bien -dijo Dick-. ¿Por dónde vamos a empezar? ¿No será mejor empezar por buscar la entrada que arranca de esta habitación? Debe de estar tras una gran piedra; si es así, la apartaremos.

Era ésta una idea muy excitante y los chicos se animaron al momento. Julián dobló el precioso plano y se lo metió en el bolsillo. Miró a su alrededor. El suelo de la pequeña habitación estaba lleno de plantas silvestres y maleza. Lo primero que había que hacer era averiguar si alguna de las piedras del suelo se movía.

– Lo mejor que podemos hacer es trabajar -dijo Julián cogiendo una pala-. Despejemos todo esto de maleza con las palas. Así, como yo lo hago ahora. Hay que quitar todas las plantas. Luego comprobaremos una por una todas las piedras del suelo para ver si alguna se mueve.

Todos cogieron sendas palas y pronto la habitación quedó envuelta en el ruido que producían las herramientas cercenando la silvestre vegetación. Las piedras del suelo se despejaban rápidamente y los chicos, animados, trabajaban con afán.

Todo ello excitaba extraordinariamente a Timoteo. El animalito no tenía la menor idea de qué era lo que estaban haciendo, pero, sin embargo, empezó a ayudarlos valientemente. Se puso a escarbar el suelo con sus cuatro patas inundando el aire de tierra y plantas.

– ¡Eh, Tim! -gritó Julián, quitando al can un montón de tierra de encima-. No hay que hacerlo con tanta fuerza. Vas a acabar con el suelo en un momento. Jorge: ¿no es una maravilla este perro, tomándose siempre las cosas con tanto interés?

Todos continuaron trabajando a fondo. ¡Qué ganas tenían de encontrar la entrada de los sótanos! Estaban fascinados con esa idea.

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