Noto que todos los músculos de la espalda de Nora se tensan al oír el sonido de su voz. Primero creo que es rabia. Pero no. Es miedo.
Como una niña a la que pillan robando monedas del bolso de su madre, se aparta de mí y se pasa la mano por la cara. A velocidad del rayo. Como si nada hubiera pasado.
Me vuelvo hacia Lamb, preguntándome de qué tendrá tanto miedo Nora.
– Intenté detenerlo -exclama Nora-, pero…
– Cállate -le espeta Lamb.
– No lo entiendes, tío Larry, es que yo…
– Tú eres una mentirosa -dice con tono grave. Avanza hacia ella, tiene los hombros tensos, apenas contenidos por su traje de Zegna de corte impecable. Se desliza como una pantera. Lento, calculador, los ojos azules de hielo taladrando a Nora. Cuanto más se le acerca, más se echa ella para atrás.
– ¡No la toque! -le advierto.
No se detiene. Derecho hacia Nora. No ve otra cosa.
Ella corre hacia los archivos y señala con el dedo la caja abierta. Tiembla sin ningún control.
– Mira… está aquí… ya te… te he…
Lamb le apunta con un solo dedo extendido, bien cuidado. Su voz es como un rugido susurrado.
– Nora…
Ella se calla. Silencio absoluto.
Alarga la mano hacia su garganta y la coge por el cuello, sujetándola con el brazo estirado, y observa la pila de carpetas que están a sus pies. Los brazos de Nora parecen de trapo; las piernas le tiemblan. Casi no puede tenerse en pie. Yo sólo puedo mirar, estoy paralizado.
– ¡Suéltela!
Pero tampoco ahora me mira siquiera. Sólo tiene ojos para Nora, que intenta desasirse, pero él la sujeta más fuerte.
– ¿Qué te he dicho de las peleas?
Ella vuelve a quedar inerte, con la cabeza baja, negándose a mirar. Lamb observa el suelo y pone esa sonrisa suya fina y ominosa. La veo en la expresión dura de su cara. Ha visto los expedientes. Sabe lo que he descubierto. Se mete la mano en el bolsillo y saca un encendedor Zippo de plata que lleva el cuño presidencial.
– Coge esto -le dice a Nora, pero ella permanece de piedra-. ¡Cógelo! -le grita, poniéndoselo a la fuerza en la mano-. ¡Y escúchame cuando te hablo! ¿Quieres ser una desgraciada? ¿Eso es lo que quieres?
Se acabó. Basta de melodrama. Me precipito hacia él a toda velocidad.
– He dicho que la suelte…
Lamb se vuelve rápidamente y saca una pistola. Pequeña. Me apunta directamente.
– ¿Qué has dicho? -pregunta.
Me paro en seco y levanto las manos.
– Exactamente -gruñe Lamb.
A su lado, Nora está temblorosa. Por primera vez desde que llegó Lamb, me mira a mí. Lamb la coge por la barbilla y le gira la cabeza hacia él.
– ¿Quién está hablando contigo? ¿Él o yo? ¿Él o yo? -La coge por el cuello, la acerca a él y le susurra al oído-: ¿Te acuerdas de lo que me dijiste? Bien, pues es el momento de mantener la promesa.
Corre la mano hacia el hombro y la empuja hacia abajo, para obligarla a ponerse de rodillas. Las piernas se le doblan, pero por lo menos se resiste.
– ¡No te dejes, Nora! -le grito sólo a un par de metros.
– Último aviso -me dice Lamb, apuntándome con la pistola. Se vuelve otra vez hacia Nora y se asegura de que yo lo vea todo bien. La agarra del cuello con fuerza y le acerca la pistola a la boca-. ¿Quieres que me enfade mucho contigo? ¿Eso es lo que quieres?
Le aprieta el cañón contra los labios y ella mueve la cabeza diciendo que no. Empuja más fuerte. La punta de la pistola rasca contra los dientes apretados. Las rodillas empiezan a ceder.
– Nora, por favor… soy yo. Soy yo sólo. Podemos… podemos arreglarlo… como antes.
Nora mira arriba y sólo puede verlo a él. Lentamente, deja que la pistola resbale entre sus labios. Una lágrima le corre por la mejilla. Lamb sonríe. Y Nora cede. Un último empujón la hace derrumbarse sobre las rodillas. Queda junto a los expedientes dispersos en el suelo. Lamb da un paso atrás y la deja allí sola.
– Ya sabes lo que debes hacer -le dice.
Nora mira el mechero y después otra vez los documentos.
– Es tu oportunidad -añade-. Hazlo bien.
– ¡No lo escuches! -grito.
Sin más advertencia, Lamb se vuelve hacia mí y hace fuego. El arma se dispara con un siseo silencioso. De inmediato, siento un mordisco en el hombro. Me doy una palmada como si quisiera matar un mosquito gigante. Pero cuando levanto la mano la veo cubierta de sangre. Caliente. Tan caliente. Y pringosa. Tengo salpicaduras rojo oscuro por todo el brazo. Sin pensarlo, voy a tocarlo. El dedo entra directamente en el orificio de la bala. Hasta el nudillo. Y entonces noto el dolor. Punzante. Como una aguja gruesa encajada en el hombro. Me recorre todo el brazo como una corriente eléctrica. Me ha disparado.
– ¿Ves lo que me ha hecho hacer? -dice Lamb a Nora-. Tal y como te dije: en cuanto sale la cosa, todo se rompe.
Quiero gritar, pero no me salen las palabras.
– No dejes que te líe -añade Lamb-. Pregúntate a ti misma qué es lo justo. ¿Alguna vez te he puesto en peligro? ¿Alguna vez haría algo en contra de nuestra familia?
Por la expresión vacía de su cara, sé que Nora está perdida. Al ir asentándose el impacto, las punzadas en el hombro se hacen insoportables.
Lamb sigue machacando y señala el mechero en la mano de Nora.
– No puedo hacer nada sin ti, Nora. Sólo tú puedes arreglarlo. Por nosotros. Todo es por nosotros.
Nora contempla el mechero con los ojos llenos de lágrimas.
– Está en tus manos, cariño -la voz de Lamb continúa fría y firme-. Sólo en las tuyas. Si no lo terminas ahora, se lo llevarán todo. Todo todo, Nora. ¿Eso es lo que quieres? ¿Para eso hemos trabajado?
La respuesta de Nora es un susurro arrastrado.
– No.
No quiere levantar la mirada, pero abre el mechero y enciende la llama. Lo sujeta en su mano temblorosa, contemplando el fuego unos segundos.
– Cumple… tu… promesa -dice Lamb con los dientes apretados.
– ¡No! -exclamo yo.
Demasiado tarde. Nora coge la carpeta y la acerca lentamente a la llama.
– Eso es -dice Lamb-. Cumple tu promesa.
– No tienes por qué, Nora. -Pero antes de que pueda terminar, ella mete la esquina de la carpeta en la llama anaranjada. La carpeta es delgada y se inflama con facilidad. En pocos segundos todo el borde arde como una antorcha… Un momento. La carpeta de «Requerimientos» tenía dos dedos de gordo. Esta otra es…
Nora me lanza una mirada y con un tirón de muñeca arroja el papel ardiendo contra Lamb. Como un cohete de fuego le golpea en mitad del pecho mientras los folios en llamas vuelan por todas partes. Su corbata, su chaqueta, empiezan a arder. Grita al ver las llamas que prenden, se da palmadas en el pecho y forcejea hasta quitarse la chaqueta. Las llamas crecen con rapidez. La carpeta archivadora, lanzada por el aire, aterriza junto a la barandilla que rodea el cristal emplomado. Justo a mis pies. Todavía estoy tumbado en el suelo, pero si me estiro hacia adelante… puede que casi… ya está. Sin hacer caso al dolor del hombro, piso la llama para apagarla y recojo los restos chamuscados de la carpeta y leo el rótulo. «Radio (comunicados).»
Miro a Nora, que con las lágrimas corriéndole por la cara está abroncando a Lamb.
– ¡Eres un gilipollas de mierda! -le grita, y le araña con fuerza haciéndole un corte profundo en la mejilla-. ¡Te voy a matar! ¿Me entiendes, vampiro? ¡Te mataré!
Lanza golpes y arañazos en todas direcciones, es como una fiera desatada. Pero cuanto más fuerte grita, más lágrimas vierte y lanza al aire con los movimientos de látigo de su cabeza. Cada pocos segundos, se las va sorbiendo, pero al instante una erupción de chillidos y saliva las vuelve a sacar a la superficie. Lo coge por el pelo y le da un puñetazo en la oreja. Después le levanta la cabeza y le pega con fuerza en la garganta. Golpe tras golpe, directamente a los puntos débiles.
Pero como siempre, Nora va demasiado lejos. Baja la mirada y se da cuenta de que Lamb sigue teniendo la pistola bien asida. Yo me aferró a la barandilla que rodea la vidriera emplomada, tratando de ponerme en pie.
– ¡No, Nora! -le grito.
Pero no titubea. Suelta el pelo de Lamb e intenta alcanzar el arma. Es justo el tiempo que Lamb necesita. Suelta un rápido revés y el cañón de la pistola la golpea en la sien.
– ¡Cómo te atreves a tocarme! -aúlla, loco de rabia-. ¡Yo te crié! ¡No tu padre! ¡Yo! -La coge por el delantero de la camisa, tira de ella y le pega en la cara con la culata de la pistola.
– ¡Nora! -grito. Ella cae al suelo y yo me arrastro hacia allí.
– ¡No te muevas! -amenaza Lamb antes de que pueda dar un paso. Apunta otra vez el arma, haciéndola oscilar de uno a otro. La mira a ella, luego vuelve a girar la cabeza hacia mí. Después, a ella. Después, otra vez a mí. Nunca juntos.
– La mataré -me advierte-. Si vuelves a tocarla, la mataré.
Tiene la camisa tiznada en el pecho y un corte en la mejilla que sangra. Lo miro a sus ojos azules y gélidos y sé que lo dice en serio.
– Larry, no tiene usted que…
– ¡Cállate! -me grita-. Es cosa de ella.
Nora sigue en el suelo, recuperándose del golpe. Se le empieza a hinchar el ojo derecho.
– ¿Estás bien? -le pregunta Lamb.
– Muérete, hijo de puta -le espeta ella, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
– Aún no es demasiado tarde -dice Lamb en un tono casi de excitación-. Todavía podemos hacer que funcione, tal y como te dije. Si lo detenemos, seremos unos héroes. Podemos hacerlo, Nora. Podemos. No tienes más que decir lo que hay que decir. Es todo lo que te pido, cariño. Dime que no estoy solo.
Le indico con un gesto a Nora que le siga el juego. Pero ella ni siquiera me mira. Da un último sorbido y ya no hay lágrimas. Sus ojos se clavan en Lamb. Se lame los labios. Con el sabor de la libertad en la lengua, Nora Hartson quiere huir. Hago un último intento de llamar su atención, pero no se vuelve. Esto no va conmigo. Es cosa de ellos.
– Podemos hacerlo, Nora -dice Lamb mientras ella se incorpora-. Igual que siempre. Nuestro secreto.
Nora mira fijamente al amigo más íntimo de su familia pero permanece callada. Ella intenta ocultarlo, pero los argumentos de Lamb la están desgastando. Lo veo en el modo en que sube y baja su pecho. Inclinada hacia adelante, todavía respira con dificultad. Sería tan fácil rendirse. Capitular ahora y echarme todas las culpas a mí. Está buscando una respuesta y se toca el ojo tumefacto. Y entonces, lentamente, justo delante de la cara levanta, enhiesto, el dedo corazón, desafiante.
– Púdrete. ¡En… el… infierno! -brama.
Me vuelvo hacia Lamb: sus ojos, sus mejillas, sus labios… todas sus facciones se vienen abajo. Esperaba su contraataque, completamente enloquecido. Pero en cambio, calla. Está incluso más callado de lo habitual. Mandíbulas apretadas. Mirada asesina. Juraría que en el desván hace más frío que antes.
– Lamento mucho que opines eso -acaba por decir sin un atisbo de emoción en la voz-. Pero te lo agradezco, Nora. La decisión será mucho más fácil. -Y sin una palabra más, apunta la pistola hacia mí.
– ¡Michael! -grita Nora, echando a correr.
Cuando el arma de Lamb oscila en un plano horizontal, apenas percibo lo que sucede. Estoy frente al cañón de la pistola y el mundo entero ha pulsado el botón de «pausa». Por el rabillo del ojo veo que Nora se lanza hacia mí. Completamente inmóvil, lucho por girarme. Hay una luz fluorescente que titila justo encima de ella y un tenedor de plástico transparente abandonado en el suelo. Suena un disparo en sordina en el mismo instante en que ella aterriza junto a mí, rostro con rostro. Levanto los brazos, intentando cogerla. Surge un segundo disparo. Y luego otro. Y otro.
Su cabeza salta hacia atrás al ser alcanzada en la espalda. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Su cuerpo da un salto al recibir cada disparo. El impacto nos lanza a ambos para atrás, aplastándonos contra la barandilla.
– ¡Nornie! -exclama Lamb, bajando el arma.
Caemos al suelo y yo casi no lo oigo.
– Nora, ¿estás…?
– Creo… que… estoy bien -me susurra, luchando por levantar la cabeza. Alza la vista y veo que de su nariz y de la comisura de la boca mana lentamente la sangre-. ¿Me ves mal? -me pregunta al ver la expresión de mi rostro.
Niego con la cabeza, intentando combatir las lágrimas que me acuden a los ojos.
– N-no… no. No será nada -tartamudeo.
Se hunde en mis brazos y esboza una mínima sonrisa.
– Qué bien -intenta decir algo más, pero no la oigo. Le acuno la cabeza y un golpe de tos me llena la camisa de sangre.
Lamb sigue plantado al otro lado del desván. Temblando.
– ¿Está… está…?
Vuelvo a mirar hacia abajo, incapaz de pensar.
– Nora… Nora… ¡Nora! -Es como un saco entre mis brazos, pero logra alzar la mirada hacia mí-. Te quiero, Nora.
Su mirada se va poniendo borrosa. No creo que me oiga.
– Michael…
– ¿Sí? -le pregunto, inclinándome sobre ella.
Su voz ya no es ni siquiera un susurro. La respiración se ha quedado en un mínimo murmullo.
– Yo te…
El cuerpo se estremece y se corta la frase. Cierro los ojos y finjo que oigo hasta la última sílaba. Luego, intento facilitarle la respiración y la voy bajando con cuidado hasta el suelo.
– ¿Co… cómo está? -exclama una voz.
Levanto poco a poco la vista y aprieto los puños. Allí enfrente está Lawrence Lamb. Paralizado, simplemente allí parado. La pistola cuelga de la punta de sus dedos. Boqueando. Como clavado en el suelo, está deshecho, igual que ese mundo suyo que acaba de evaporarse. Pero en el instante en que nuestras miradas se encuentran, la frente se le retuerce, fruncida de ira.
– ¡Tú la mataste! -ruge.
Dentro de mi pecho entra en erupción un volcán de rabia en estado puro. Cargo ciegamente contra él con tanta violencia como puedo. Levanta el arma, pero yo ya estoy allí. Mi hombro bueno colisiona contra su pecho y lo lanza de espaldas contra la pared. La pistola sale volando.
Me niego a ceder, vuelvo a lanzarlo contra la pared y le doy un puñetazo en el estómago. Suelta un brazo y me suelta un tremendo golpe que me da en la mandíbula, pero yo ya estoy más allá del dolor.
– ¿Cree que esto me va a hacer daño? -bramo, descargando el puño contra su cara. Machaco una y otra vez el corte que Nora le abrió en la mejilla. Otra vez. Y otra. Y otra.
Lamb es más viejo y mucho más lento, sabe que no podrá ganar en una pelea con alguien que tiene la mitad de sus años. Comprende que está atrapado y se va alejando de la pared, volviendo hacia el centro de la habitación. Busca desesperadamente la pistola con los ojos. No logra verla. Esa confianza, esa barbilla alzada de ser el mejor amigo del Presidente, se ha esfumado. Se le ve como a punto de caer. La brecha de su cara es una ruina ensangrentada.
– Nunca te ha querido -dice, sujetándose la mejilla.
Intenta distraerme. Pero yo lo ignoro y le doy un golpe en el mentón.
– Ni siquiera te eligió ella -añade-. Se hubiera liado con Pam si yo se lo hubiera mandado.
Le clavo de nuevo el puño en el estómago para que se calle. Y en las costillas. Y en la cara. Lo que sea para que se calle. Doblado por el dolor, se va para atrás, dando tumbos hacia la zona hundida de la vidriera. Sé que es el momento de detenerse, pero… junto a la barandilla está el cuerpo de Nora casi sin vida, tumbada de espaldas, con un charco de su propia sangre que sigue creciendo debajo de ella. No necesito más. Apenas si puedo ver entre mis lágrimas, pero meto toda la fuerza que me queda en un último golpe. Impacta con estruendo y lo lanza bastante más de un metro para atrás.
Choca contra la barandilla, totalmente desequilibrado y, como un balancín humano, voltea sobre el pasamanos y se va directo contra los enormes paneles de vidrio emplomado encastrados en el techo del salón de abajo. Cierro los ojos y espero el ruido de los cristales rotos. Pero solamente oigo un impacto sordo y blando.
Me precipito confuso hacia la barandilla y miro hacia abajo. Lamb, aturdido, yace sobre la gran flor de cristal del gran panel central de la vidriera. No se ha roto. Directamente debajo de él, al otro lado de la vidriera, la gran lámpara de cristal se balancea a causa del impacto.
Lamb exhala un suspiro estremecedor y yo noto un escalofrío que me recorre toda la espalda. Saldrá de ésta.
Allí, suspendido sobre el Salón del Tratado Indio, se gira con gran precaución, consigue darse la vuelta y con sumo cuidado, lentamente, gatea por el cristal hacia la barandilla. Busco la pistola, desesperado. Ahí está, justo al lado del hombro de Nora. Empapada en sangre. Corro a cogerla y me giro veloz y la apunto contra Lamb, que se para de inmediato. Nuestras miradas se desafían; ninguno de los dos se mueve. De repente, frunce los labios. Tiro del percutor.
– Ahórrame el toque dramático, Michael. Si aprietas ese gatillo, nadie te creerá nunca.
– No me van a creer de todas formas. Por lo menos, de este modo, usted estará muerto.
– ¿Y eso en qué va a mejorar las cosas? ¿Vengar al instante a tu novia imaginaria?
Miro a Nora y vuelvo a mirar a Lamb. Ella no se mueve.
– Vamos, Michael, no tienes lo que hace falta…, si lo tuvieras, no te hubiéramos escogido a ti.
– ¿Los dos? Usted la destruyó… la controlaba… ella nunca participó en los planes.
– Si eso hace que te sientas mejor… pero hazte esta pregunta: ¿a nombre de quién crees que está registrada esa pistola? ¿Al mío, al hombre de confianza que intenta proteger a su ahijada? ¿O al tuyo, al del asesino que he tenido que detener?
Al deslizar el dedo en torno al gatillo, las manos me tiemblan.
– Y no nos olvidemos de lo que le pasará a tu padre cuando te metan en la cárcel. ¿Crees que podrá arreglárselas solo?
Sólo un disparo… no hace falta más.
– Se acabó, Michael. Ya estoy viendo los periódicos de mañana: «Garrick mata a la hija del Presidente.»
Se me oscurece la vista. La pistola le apunta directamente a la frente. Exactamente como hizo con Vaughn… para culparme a mí.
Al ver que me retuerzo, Lamb pone una sonrisa fría que me penetra justo por el hombro. Reafirmo la presa del gatillo. Se me tensa hasta el último músculo del cuerpo. Entorno los ojos. La lámpara se bambolea.
– Di buenas noches, Larry -digo.
Sujeto el arma con ambas manos con los brazos estirados para equilibrarla bien. Apunto entre las miras. Ahí está. Por primera vez, se queda sin sonrisa. Se le abre la boca. Doblo el dedo sobre el gatillo. Pero cuanto más aprieto, más me tiembla la mano… y más comprendo… que no puedo. Lentamente, bajo la pistola.
Lamb suelta una risita grave que me lacera.
– Por eso te escogimos a ti -me provoca-. Siempre serás un boy scout.
Es lo que necesitaba oír. Inundado de adrenalina, levanto el arma. Las manos siguen temblándome, pero esta vez aprieto el gatillo.
La pistola se mueve y sólo hace un ruidito hueco. Clic. Aprieto otra vez, fuerte. Clic. Descargada. ¡No puedo creerlo, está descargada!
Lamb se ríe, primero bajito y luego más fuerte. Gatea hacia la barandilla y añade:
– Ni cuando lo intentas, eres capaz de hacer daño.
Rabioso, le tiro la pistola sin balas. Baja el hombro en el último instante y el arma falla por poco y patina sobre el cristal emplomado como una piedra plana por un estanque. Choca dentro del hueco hundido de cristal y acaba aterrizando al otro lado del enorme mosaico. La risita pérfida de Lamb sigue resonando en mi cabeza. No oigo nada más. Y entonces… sí hay algo más. Empieza cuando la pistola choca por primera vez con el suelo de vidrio. Un ligero gorgoteo, como de un cubito de hielo que cae en soda tibia. Y luego se hace más fuerte, más sostenido. Una fisura en la cristalera que empieza a crecer, poco a poco.
Lamb mira para atrás. Los dos lo vemos a la vez, la fractura corre como un rayo a lo largo de los amplios paneles de vidrio.
Toda la escena se desarrolla a cámara lenta. La grieta, como un movimiento casi sensible, zigzaguea desde la pistola en dirección a Lamb, que continúa en el centro del rosetón. Intenta gatear hacia la barandilla. Tras él, el primer trozo de vidrio se quiebra y cae. Después, el segundo. Después otro. El peso de la gran lámpara hace el resto. Como un enorme sumidero de cristal, el centro del mosaico se derrumba. La lámpara cae en picado sobre el Salón del Tratado Indio. Trozo a trozo, la van siguiendo miles de teselas. La ola del golpe se va ampliando desde el punto cero y Lamb lucha por evitar la caída. Alarga la mano y me suplica ayuda.
– Por favor, Michael…
Es demasiado tarde. Yo no puedo hacer nada y los dos lo sabemos. Debajo de nosotros, la lámpara cae al suelo con gran estruendo de cristales rotos.
Nuestras miradas vuelven a encontrarse. Lamb ya no se ríe. Esta vez tiene los ojos llenos de lágrimas. La lluvia de cristales continúa. El suelo desaparece bajo sus pies. Y la gravedad le agarra por las piernas. El agujero no deja de crecer y lo arrastra, aunque sigue luchando por gatear hacia arriba. Pero es imposible salirse del epicentro.
– Miiüaaaeee… -va aullando durante toda la caída.
Hasta que tropieza con la gran lámpara. Sólo ese tremendo crujido me provocará pesadillas durante años.
Cuando caen los últimos vidrios, se dispara la alarma aguda del Salón del Tratado Indio. Me asomo por encima de la barandilla. La vidriera ha desaparecido casi por completo, dejando un agujero abierto. Llevará una eternidad rellenarlo. Abajo, en el suelo, en medio de los vidrios destrozados, están los restos rotos del responsable. Por Caroline. Por Vaughn. Y más que por nadie, por Nora.
Oigo un débil gemido a mis espaldas. Me vuelvo rápidamente, me precipito a su lado y me pongo de rodillas.
– ¡Nora! ¿Estás…?
– ¿Se ha ido? -susurra, apenas capaz de emitir las palabras. Tendría que estar inconsciente. La voz suena a borbotones por la sangre.
– Sí -le digo, conteniendo una vez más las lágrimas-. Se ha ido. Estás a salvo.
Lucha por sonreír pero eso es demasiado esfuerzo. El pecho se le convulsiona. Se está apagando rápidamente.
– M-m-michael…
– Aquí estoy -le digo, levantándola suavemente entre mis brazos-. Estoy aquí, Nora.
Las lágrimas me corren por las mejillas. Ella sabe que se ha acabado. La cabeza se le cae y cede poco a poco.
– P-p-por favor -tose-. Michael, por favor… no se lo digas a papá.
Tomo aire para recomponerme. Asiento vigorosamente con la cabeza, la llevo bien cerca de mi pecho, pero sus brazos cuelgan, inertes. Los ojos empiezan a ponérsele en blanco. Le aparto con furia el cabello de la cara. El torso se retuerce una última vez y ya está… se acabó.
– ¡No! -grito-. ¡No! -Le sujeto la cabeza y le beso una y otra y otra vez en la frente-. ¡Por favor, Nora! ¡Por favor, no te mueras! ¡Por favor! ¡Por favor! -Pero de nada sirve. No se mueve.
Su cabeza sigue inerte sobre mi brazo y un aliento rasposo, espectral, expulsa el último aire de sus pulmones. Le cierro los ojos con la caricia más suave que puedo controlar. Se ha acabado. Autodestrucción completada.