10

La mañana del viernes se presentó clara y fría. Cogí un coche de alquiler de Olin en Broadway y salí de la ciudad por East Side Drive. El coche era un Chevrolet Malibu, una delicada birria a la que había que mimar en las curvas. Creo que era bastante barato.

Cogí la autopista de Nueva Inglaterra y atravesé Pelham y Larchmont en dirección a Mamaroneck. En una gasolinera de Exxon, el chaval que me llenó el depósito no sabía dónde se encontraba el bulevar Schuyler. Se metió dentro y le preguntó al jefe, que salió y me indicó. El jefe también conocía el Carioca, y a las once y veinticinco ya tenía el coche aparcado en el restaurante. Me dirigí hacia el salón de fiestas y me senté en un taburete de vinilo en el extremo de una barra de formica negra. Pedí una taza de café solo con un poco de bourbon. El café estaba amargo, parecía de la noche anterior.

Cuando iba por la mitad del café eché un vistazo y la vi parada con aire indeciso en el arco que separaba el comedor del salón. Si no hubiera sabido que era de la misma edad de Wendy Hanniford, habría dicho que tenía tres o cuatro años más. Su media melena oscura enmarcaba una cara ovalada. Vestía unos pantalones oscuros de tela escocesa y un suéter gris perla debajo del cual sus grandes pechos resultaban agresivamente prominentes. Llevaba un gran bolso de cuero marrón al hombro y un cigarro en la mano derecha. No pareció alegrarse de verme.

Dejé que se acercara, cosa que hizo tras un momento de duda. Me giré lentamente hacia ella.

– ¿Señor Scudder?

– ¿Señora Thal? ¿Le parece si nos vamos a una mesa?

– Está bien.

El comedor no estaba muy concurrido y el maître nos indicó una mesa algo apartada. Era una sala con una decoración recargada, la visión exagerada que alguien podría tener de un motivo flamenco. En la combinación de colores predominaban, sobre todo, el rojo, el negro y el azul claro. Me había dejado el café amargo en la barra y esta vez me pedí un bourbon con agua. Le pregunté a Marcia Thal si quería tomar algo.

– No, gracias. Espere un momento. Sí, creo que tomaré algo. ¿Por qué no?

– No veo ninguna razón.

Miró por encima de mí al camarero y le pidió un güisqui sour con hielo. Sus ojos se encontraron con los míos, apartó la mirada y volvió a mirarme.

– No puedo decir que me alegre de estar aquí -dijo:

– Yo tampoco.

– Fue idea suya. Y me tiene con el agua al cuello, ¿no es así? Debe de proporcionarle placer hacer que la gente haga lo que usted quiere que haga.

– Suelo cortarle las alas a la gente.

– No me sorprende. -Trató de lanzarme una mirada de odio, no le salió y sonrió de manera burlona-. Mierda -dijo.

– No va a verse implicada en nada, señora Thal.

– Eso espero.

– Se lo aseguro. Estoy interesado en saber algo de la vida de Wendy Hanniford, no en descolocar la suya.

Llegaron nuestras bebidas. Cogió la suya y la examinó como si nunca antes hubiera visto nada parecido. Parecía un güisqui sour bastante normal. Dio un trago y volvió a dejarlo, sacó la guinda y se la comió. Yo tomé un poco de bourbon y esperé.

– Puede pedir algo de comer si quiere. Yo no tengo hambre.

– Yo tampoco.

– No sé por dónde empezar. Realmente no lo sé.

No estaba muy seguro de ello. Dije:

– Wendy no parecía tener ningún trabajo. ¿Trabajaba cuando se fue a vivir con ella?

– No. Pero yo no lo sabía.

– ¿Ella le dijo que tenía un trabajo?

Asintió.

– Pero siempre se mostraba muy poco clara con eso. A mí no me importaba demasiado, si le digo la verdad. Wendy me interesaba principalmente porque tenía un apartamento que estaba dispuesta a compartir conmigo por cien dólares al mes.

– ¿Eso era todo lo que pagaba?

– Sí. En aquel momento me dijo que el apartamento era de doscientos al mes y lo dividimos por la mitad. Nunca vi el contrato de arrendamiento ni nada, y di por hecho que yo estaba pagando un poco más de la mitad. Por mi parte no había problema. El mobiliario y todo lo demás era suyo, y para mí era una ganga. Antes de eso estaba en la Evangeline House. ¿Sabe lo que es?

– ¿En la Decimotercera Oeste?

– Exacto. Alguien me lo recomendó. Es una residencia de chicas en la ciudad. -Hizo un gesto-. Tenían toque de queda y cosas por el estilo. En realidad era bastante ridículo, yo compartía una habitación pequeña con una chica, una especie de baptista sureña que siempre estaba rezando; no podías tener visitas masculinas y todo era bastante lamentable. Me costaba casi tanto como compartir el apartamento con Wendy. Por lo que si ella estaba ganando algo de dinero conmigo, a mí no me importaba. Hasta algún tiempo más tarde no me enteré de que el alquiler del apartamento era mucho más de doscientos al mes.

– Y ella no estaba trabajando.

– No.

– ¿Usted no se preguntaba de dónde sacaba el dinero?

– Durante un tiempo, no. Con el tiempo empecé a darme cuenta de que nunca parecía tener que ir a la oficina, y cuando se lo comenté, admitió que en ese momento estaba en el paro. Dijo que tenía bastante dinero, por lo que no le preocupaba si no encontraba algo en uno o dos meses. Lo que yo no sabía era que ni siquiera lo estaba buscando. Cuando yo volvía del trabajo ella me hablaba sobre agencias de empleo y entrevistas de trabajo. Y no había forma de saber que en realidad no estaba buscando.

– ¿Era prostituta en aquel momento?

– No sé si usted lo llamaría así.

– ¿Qué quiere decir?

– Tomaba dinero de los hombres. Supongo que es lo que había estado haciendo desde que se instalara en el apartamento. Pero no sé si era exactamente una prostituta.

– ¿Cómo se dio cuenta de lo que estaba pasando?

Tomó su copa y bebió otro trago. Volvió a dejarla sobre la mesa y se toqueteó la frente con las puntas de los dedos.

– De manera gradual -dijo.

Esperé.

– Salía con muchos chicos. Hombres mayores, pero eso no me sorprendía. Y normalmente…, bueno, su acompañante y ella terminaban en la cama. -Bajó los ojos-. No es que yo fuera una cotilla, pero era imposible no darse cuenta de ello. En el apartamento ella tenía la habitación y yo el salón, en el cual había un sofá cama…

– He visto el apartamento.

– Entonces conoce la distribución. Hay que atravesar el salón para meterse en la habitación, por lo que si yo estaba en casa, ella atravesaba mi cuarto con su acompañante e iban al dormitorio, permanecían allí entre media hora y una hora, y después, o Wendy lo acompañaba a la puerta o él salía solo.

– ¿Eso le molestaba?

– ¿Que mantuviera relaciones sexuales con ellos? No, no me molestaba. ¿Por qué iba a hacerlo?

– No lo sé.

– Una de las razones por las que me fui de la Evangeline House fue para vivir como una adulta. Yo no era virgen. Y el hecho de que Wendy llevara hombres al apartamento significaba que yo era libre hacerlo si quería.

– ¿Lo hacía?

Se puso colorada.

– En ese momento no estaba con nadie en especial.

– Entonces sabía que Wendy era promiscua, pero no que recibía dinero a cambio.

– En ese momento no.

– ¿Se veía con gran cantidad de hombres diferentes?

– No lo sé. Vi a los mismos hombres en varias ocasiones, sobre todo al principio. Muchas veces no llegaba a ver a los tíos con los que se acostaba. Yo pasaba mucho tiempo fuera del apartamento, o llegaba a casa cuando ella ya estaba en la habitación con alguien, y salía a tomar una copa o algo y volvía cuando ya se había ido.

Me quedé mirándola fijamente y ella desvió los ojos. Dije:

– Sospechó algo desde el principio, ¿verdad?

– No sé a qué se refiere.

– Había algo en los hombres.

– Supongo.

– ¿Qué era? ¿Qué tipo de hombres eran?

– Mayores que ella, naturalmente, pero eso no me sorprendía. Además iban bien vestidos. Parecían…, mmm, no sé, ejecutivos, abogados, profesionales. Y tenía la sensación de que la mayoría de ellos estaban casados. No podría decirle por qué pensaba eso, pero daba esa sensación. Es difícil de explicar.

Pedí otra ronda y ella empezó a soltarse. La imagen empezaba a tomar forma. Había llamadas telefónicas que ella contestaba cuando Wendy estaba fuera del apartamento, mensajes crípticos que ella tenía que transmitir. Me contó el caso de un borracho que apareció una noche que Wendy no estaba en casa y que le dijo a Marcia que se conformaba con ella e intentó ligársela torpemente. Consiguió librarse de él, pero siguió sin caer en la cuenta de que los amigos de Wendy constituían una fuente de renta para ella.

– Pensé que era una golfa -dijo-. No soy una moralista, señor Scudder. Durante esa época me estaba convirtiendo en todo lo contrario. No tanto en la manera de comportarme, sino en la manera de percibir las cosas. Con todas ésas vírgenes nerviosas de la Evangeline House, lo que Wendy me inspiraba era una especie de mezcla de sentimientos.

– ¿Cómo?

– Pensaba que lo que estaba haciendo probablemente era una mala idea. Que sería malo para ella desde el punto de vista emocional. Ya sabe, ego herido, ese tipo de cosas. Porque en el fondo siempre fue demasiado inocente.

– ¿Inocente?

Se mordió la uña.

– No sé cómo explicarlo. Había en ella algo de niña. Yo tenía la sensación de que, fuera cual fuese el tipo de vida sexual que llevara, en el fondo continuaría siendo esa niña. -Se quedó pensativa un momento y luego se encogió de hombros-. De todas formas, consideraba que su comportamiento era básicamente autodestructivo y que acabaría haciéndose daño.

– No se referirá a daño físico.

– No, quiero decir daño emocional. Y al mismo tiempo tengo que decir que yo la envidiaba.

– ¿Debido a su libertad?

– Sí. No parecía tener problemas. Por lo que pude ver estaba completamente libre de remordimientos. Hacía lo que quería. Yo se lo envidiaba porque creía en ese tipo de libertad, o pensaba que lo hacía y, sin embargo, en mi propia vida no lo reflejaba. -Sonrió de repente-. También envidiaba su vida porque era mucho más interesante que la mía. Yo tenía algunas citas, pero ninguna excesivamente interesante, y los chicos con los que salía eran más o menos de mi edad y no tenían mucho dinero. Wendy salía a cenar a lugares como Barbetta's y el Forum, y yo solo iba a un montón de sitios cutres. No podía dejar de envidiarla un poco.

Se excusó y fue al baño. Mientras no estaba, pregunté a la camarera si había café del día. Me dijo que sí, y le pedí que trajera un par de tazas. Me quedé sentado esperando a Marcia Thal mientras me preguntaba por qué Wendy habría querido una compañera de piso, y sobre todo una que ignorara cómo se ganaba la vida. Los cien dólares al mes no parecían motivo suficiente, y la incomodidad de trabajar como prostituta en las condiciones en las que Marcia había descrito pesaba mucho más que la pequeña fuente de ingresos que Marcia representaba.

Ella volvió a la mesa justo en el momento en que la camarera traía los cafés.

– Gracias -dijo-. Estaban empezando a afectarme esas copas. Puede que me venga bien.

– A mí también. Me espera un largo camino de vuelta.

Sacó un cigarrillo. Cogí una cajetilla de cerillas y se lo encendí. Le pregunté cómo descubrió que Wendy recibía dinero a cambio de sus favores.

– Ella me lo dijo.

– ¿Por qué?

– ¡Caray! -dijo. Soltó el humo en una columna larga y fina-. Me lo dijo y punto, ¿vale? Además, vamos a dejarlo.

– Es mucho más fácil si me cuenta todo, Marcia.

– ¿Qué le hace pensar que hay algo más que contar?

– ¿Qué hizo? ¿Le pasó a uno de sus acompañantes?

Sus ojos se abrieron de par en par. Los cerró un instante y dio una calada.

– Fue algo parecido -dijo-. No exactamente, pero se aproxima bastante. Me dijo que un amigo suyo tenía un socio que venía de fuera de la ciudad, y que si quería tener una cita con él, una cita doble con su amigo y ella. Le dije que creía que no, y me habló del espectáculo que veríamos, de la cena y de todo lo demás. Y me dijo: «Sé práctica Marcia. Pasarás un buen rato, y te sacarás unos dólares con ello».

– ¿Cómo reaccionó?

– Bueno, no me escandalicé. Supongo que ya sospechaba desde hace tiempo de dónde sacaba el dinero. Le pregunté qué era lo que quería decir, una pregunta bastante estúpida en ese momento, y ella me dijo que los hombres con los que se citaba tenían mucho dinero y que eran conscientes de lo difícil que era para una joven ganarse la vida de una forma decente, y al final de la noche generalmente le daban algo. Hice algún comentario sobre si eso no era prostitución y ella me dijo que nunca les pedía dinero a los hombres, ni nada por el estilo, pero que ellos siempre le daban algo. Pensé en preguntarle cuánto, pero no lo hice, aunque de todas formas ella me lo dijo después. Dijo que como mínimo siempre le daban veinte dólares y que en alguna ocasión algún hombre le había dado cien. El hombre que iba a verla más a menudo le daba cincuenta dólares, dijo, por lo que si yo iba con ellos quería decir que lo más seguro es que su amigo me diera cincuenta dólares, y me preguntó si no pensaba que era una cantidad razonable por una noche que tan solo implicaba una buena cena, un buen espectáculo y después pasar media hora más o menos en la cama con una caballero agradable y digno. Esa fue su frase: «un caballero agradable y digno».

– ¿Y cómo fue la cita?

– ¿Está seguro de que fui?

– Lo hizo, ¿no?

– Yo ganaba ochenta dólares a la semana. Nadie me llevaba a grandes cenas ni a espectáculos de Broadway. Y ni siquiera había encontrado a alguien con quien quisiera acostarme.

– ¿Lo pasó bien esa noche?

– No. En lo único que pude pensar era en que iba a tener que acostarme con ese hombre. Era un hombre mayor.

– ¿Cómo de mayor?

– No sé. Cincuenta y cinco, sesenta. No soy buena poniendo edad a la gente. Era demasiado mayor para mí, eso es lo único que sabía.

– Pero lo hizo.

– Sí. Había acordado que iría y no quería arruinar la fiesta. La cena fue buena, y mi acompañante era bastante encantador. No presté mucha atención al espectáculo. No podía. Estaba demasiado inquieta por lo que pasaría durante el resto de la noche. -Hizo una pausa, enfocó los ojos en mi hombro-. Sí, me acosté con él. Y sí, me dio cincuenta dólares. Y sí, los acepté.

Bebí un poco de café.

– ¿No me va a preguntar por qué acepté el dinero?

– ¿Debería?

– Quería el dinero, joder. Quería saber lo que se sentía siendo una puta.

– ¿Se sintió como si fuera una puta?

– Bueno, eso es lo que era, ¿no? Dejé que un hombre me follara y acepté dinero por ello.

No dije nada. Después de un rato ella continuó:

– Bueno, al infierno con ello. Tuve unas cuantas citas más. Puede que una a la semana de media. No sé por qué. No era el dinero. No exactamente. No sé lo que era. Llámelo un experimento. Quería saber cómo me hacía sentir eso. Quería… descubrir ciertas cosas sobre mí.

– ¿Qué es lo que quería descubrir?

– Que en realidad era un poquito más decente de lo que pensaba. Que no me preocupaba por las cosas que seguía encontrando escondidas en los rincones de mi mente. Que quería… una vida más pura. Que quería enamorarme de alguien. Casarme, tener hijos y todo lo que eso implica. Y resultó que era lo que yo quería. Cuando me di cuenta de eso, supe que tenía que irme a vivir sola. No podía continuar compartiendo piso con Wendy.

– ¿Cómo reaccionó ella?

– Se disgustó mucho. -Los ojos se le abrieron al recordarlo-. No me lo esperaba. No estábamos muy unidas. Al menos nunca pensé que lo estuviéramos. Nunca le conté mis pensamientos, y ella nunca me mostró qué era lo que pasaba en su interior. Pasábamos mucho tiempo juntas, especialmente una vez que empecé a tener citas, y hablábamos mucho, pero siempre era sobre cosas superficiales. Nunca pensé que mi presencia fuera especialmente importante para ella. Le dije que tenía que mudarme, y me preguntó por qué, como si estuviera realmente afectada. En realidad me suplicó que me quedara.

– Eso es interesante.

– Me dijo que pagaba la mayor parte del alquiler. Ahí fue cuando me enteré de que en realidad había estado pagando dos veces más que yo durante todo ese tiempo. Creo que me habría dejado quedarme allí sin pagar nada de alquiler si hubiese querido. Y por supuesto insistió en que no tenía que preocuparme por las citas, que no quería que lo hiciera si eso no me gustaba. Incluso llegó a sugerir que limitaría sus actividades a los horarios en los que yo estuviera en el trabajo; en realidad, muchas de sus citas eran durante la tarde, porque los hombres de negocios no podían escaparse de sus mujeres durante la noche. Esa era una de las razones por las que me costó darme cuenta de cómo se ganaba la vida. Me dijo que se llevaría las citas nocturnas a un hotel o a algún sitio, que el apartamento sería solo para nosotras mientras yo estuviera por allí. Pero esa no era la cuestión, yo quería escaparme por completo de aquella vida. Porque era una gran tentación para mí. Me sacaba ochenta dólares a la semana trabajando duro, era una enorme tentación dejar de trabajar, cosa que nunca hice, pero me di cuenta de que la tentación estaba ahí. Y me dio miedo.

– Así que se mudó.

– Sí. Wendy lloró cuando empaqueté mis cosas y me marché. No paraba de decir que no sabía qué iba a hacer sin mí. Le dije que no tendría problemas en encontrar una nueva compañera de piso, alguien que se adecuara más a su vida. Dijo que no quería a alguien que se adecuara demasiado bien, porque ella era algo más que un tipo de persona. En ese momento no supe a qué se refería.

– ¿Y ahora lo sabe?

– Creo que sí. Creo que quería a alguien que llevara una vida un poco más ordenada que ella, alguien que no formara parte del escenario sexual en el que estaba envuelta. Ahora pienso que se decepcionó un poco cuando yo acepté esa primera cita doble con ella. Hizo lo posible por convencerme, pero se decepcionó al conseguirlo. ¿Sabe a qué me refiero?

– Creo que sí. Eso cuadra con algunas otras cosas. -Me había quedado con algo que había dicho al principio y hurgué en mi memoria para encontrarlo-. Ha dicho que no le sorprendía que fueran hombres mayores que ella.

– No, eso no me sorprendía.

– ¿Por qué no?

– Bueno, por lo que sucedió en la escuela universitaria.

– ¿Qué pasó?

Frunció el ceño. No dijo nada, y repitió lo mismo de antes:

– No quiero causarle problemas a nadie.

– ¿Andaba con alguien en la escuela? ¿Con un hombre mayor?

– Tiene usted que recordar que yo no la conocía muy bien. De decirnos hola y encontrarnos en algún momento en una o dos clases, pero apenas la conocía.

– ¿Eso coincidió con su abandono de la escuela, unos meses antes de su graduación?

– En realidad no sé mucho sobre eso.

Dije:

– Marcia, míreme. Lo que pasó en la escuela es algo que voy a descubrir de todos modos. Tan solo me ahorrará un montón de tiempo y viajes. Preferiría no tener que viajar a Indiana para hacer ciertas preguntas embarazosas a un montón de gente. Yo…

– ¡No haga eso!

– Preferiría no hacerlo, pero depende de usted.

Lo contó a retazos, en gran parte porque no sabía demasiado sobre ello. Hubo un escándalo poco tiempo antes de la partida de Wendy del campus. Parecía que había tenido un affair con un profesor de historia del arte, un hombre de mediana edad con hijos de la edad de Wendy, o mayores. El hombre quiso dejar a su mujer y casarse con Wendy, la mujer se tomó un montón de somníferos, la llevaron corriendo al hospital, le hicieron un lavado de estómago y sobrevivió. En el transcurso del subsiguiente desastre, Wendy hizo la maleta y desapareció.

Y según los rumores que circulaban por el campus, no era la primera vez que andaba con un hombre mayor. Su nombre había sido relacionado con diversos profesores, todos considerablemente mayores que ella.

– Estoy segura de que la mayoría de ellos eran solo rumores -me dijo Marcia Thal-. No creo que pudiera tener historias con tantos hombres sin que se enterara más gente. Pero cuando estalló el escándalo, todo el mundo hablaba de ello. Supongo que es posible que hubiera algo cierto en todo ello.

– Entonces, cuando se fue a vivir con ella sabía que era poco convencional.

– Ya se lo he dicho. No me preocupaba su moralidad. No veía nada malo en acostarse con muchos hombres. No, si era lo que quería hacer. -Lo pensó un momento-. Supongo que he cambiado desde entonces.

– Este profesor, el de historia del arte. ¿Cómo se llamaba?

– No le voy a dar su nombre. No es importante. Puede que lo encuentre por sí mismo. Estoy segura de que podrá, pero yo no voy a decírselo.

– ¿Era Cottrell?

– No. ¿Por qué?

– ¿Conocía a alguien llamado Cottrell? ¿De Nueva York?

– Creo que no. El nombre no me suena.

– ¿Había alguien a quien ella viera de forma regular? ¿Más que a otros?

– La verdad es que no. Claro que podía haber alguien que viniera con mucha frecuencia durante las tardes sin que yo lo supiera.

– ¿Cuánto dinero supone que ganaba?

– No lo sé. En realidad no era algo de lo que habláramos. Supongo que su tarifa media era de treinta dólares. Por lo general. No más que eso. Muchos hombres daban veinte. Me habló de hombres que llegaron a darle cien, pero creo que eso era bastante poco frecuente.

– ¿A cuántos clientes a la semana cree que se ligaba?

– Sinceramente, no lo sé. Puede que tuviera alrededor de tres noches a la semana o puede que cuatro. Pero también veía a gente en otros momentos del día. No estaba intentando reunir una fortuna, sino vivir de la manera en que quería vivir. Muchas veces anulaba las citas. Nunca veía a más de una persona por noche. Siempre era una cita completa, con cena y todo lo demás. A veces llegaba un hombre y ella se iba directa a la cama con él. Pero rechazaba muchas citas, y si salía con un hombre y no le gustaba, no volvía a verlo. Además, cuando se veía con alguien que no conocía de antes, si no le gustaba no se iba a la cama con él, y entonces, como es natural,?1 no le dejaba ningún dinero. Había hombres que conseguían su número de otros hombres, ya sabe, y ella salía con ellos, pero si no eran su tipo o algo, bueno, decía que tenía dolor de cabeza y se iba a casa. Su intención no era la de acumular un millón de dólares.

– Entonces debía de ganar doscientos dólares a la semana.

– Es probable. Era una fortuna, comparada con lo que ganaba yo, pero a la larga no era una cantidad enorme de dinero. No creo que lo hiciera por el dinero, no sé si me entiende.

– No estoy seguro de entenderlo.

– Creo que era, ya sabe, ¿una puta feliz? -Se sonrojó al decir la frase-. Creo que disfrutaba con lo que hacía. Lo creo de veras. La vida, los hombres y todo eso, creo que disfrutaba con ello.


Había obtenido de Marcia Thal más de lo que esperaba. Puede que fuera todo lo que necesitaba.

Hay que saber cuándo parar. Nunca puedes descubrirlo todo, pero casi siempre puedes descubrir algo más de lo que ya sabes, y hay un momento en el que los datos adicionales que descubras son irrelevantes y el tiempo que inviertas en ello es tiempo perdido.

Podría volar a Indiana. Seguramente me enteraría de algo más. Pero después de hacerlo no creo que necesariamente supiera más de lo que ya sabía. Podría completar nombres y fechas. Podría hablar con gente que recordara a Wendy Hanniford. ¿Pero qué conseguiría para mi cliente?

Hice un gesto para pedir la cuenta. Mientras la camarera estaba calculándola, pensé en Cale Hanniford y le pregunté a Marcia Thal si Wendy había hablado alguna vez de sus padres.

– A veces hablaba de su padre.

– ¿Qué decía de él?

– Ah sí, se preguntaba cómo sería.

– ¿Sentía que no lo conocía?

– Bueno, naturalmente que no. Quiero decir, tengo entendido que murió antes de que ella naciera, o más o menos. ¿Cómo podía haberlo conocido?

– Quiero decir a su padrastro.

– Ah. No, nunca hablaba de él que yo recuerde, salvo para decir de pasada que tenía que escribirlos y hacerles saber que todo andaba bien. Lo dijo varias veces, pero yo tenía la impresión de que no llegaría a hacerlo.

Asentí.

– ¿Qué decía sobre su padre?

– No lo recuerdo, salvo que creo que lo tenía muy idealizado. Una vez, recuerdo que estaba hablando sobre Vietnam, y dijo algo sobre si la guerra estaba mal o no, que los hombres que combatían en ella eran buenos, y habló de que a su padre lo mataron en Corea. Y una vez dijo: «Si hubiera vivido, creo que todo habría sido diferente».

– ¿Diferente en qué sentido?

– Eso no lo dijo.

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