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El lunes por la mañana me desperté temprano. Cogí un Times en la esquina y lo leí por encima del bacon, los huevos y el café. Un taxista había sido asesinado en el East Harlem. Alguien le había clavado un picahielos a través de uno de los agujeros de aire de la plaza de separación. Todo el mundo que leyera el Times sabía una nueva manera de cargarse a un taxista.

Fui al banco en cuanto abrió y deposité la mitad del cheque de mil dólares de Cale Hanniford. Me llevé el resto en efectivo, luego caminé unas cuantas manzanas hacia la oficina de correos e hice un giro postal por unos cuantos cientos de dólares. Me envié un sobre a mi habitación del hotel, le puse un sello, cogí el teléfono y llamé a Anita.

Dije:

– Te voy a enviar unos cuantos pavos.

– No tienes que hacerlo.

– Bueno, saca algo para los niños. ¿Cómo están?

– Bien, Matt. Ahora están en el colegio, naturalmente. Van a sentir haberse perdido tu llamada.

– De todas formas, por teléfono no es muy agradable. Estaba pensando que podía coger entradas para el partido de los Mets del viernes por la noche. Si no puedes llevarlos al Coliseum yo podría enviarles un taxi a casa. Si tú crees que a ellos les gustaría ir.

– Sé que les gustaría. Puedo llevarles en coche sin problemas.

– Bueno, voy a ver si puedo conseguir entradas. Seguro que no son muy difíciles de conseguir.

– ¿Debo decírselo o esperar a que tengas las entradas de verdad? ¿O querrás decírselo tú mismo?

– No, díselo tú. Por si tienen algún otro plan.

– Cancelarían cualquier cosa por ir al partido contigo.

– Bueno, salvo que sea algo importante.

– Podrían volver a la ciudad contigo. Podrías reservarles una habitación en tu hotel y subirlos al tren al día siguiente.

– Ya veremos.

– Vale. ¿Y tú cómo estás, Matt?

– Bien. ¿Y tú?

– Perfecta.

– ¿Las cosas andan igual entre George y tú?

– ¿Por qué?

– Solo preguntaba.

– Seguimos viéndonos si es a lo que te refieres.

– ¿Piensa conseguir el divorcio de Rosalie?

– No hablamos de eso. Matt, tengo que irme, me están tocando el claxon.

– Claro.

– Dime lo de las entradas.

– Claro.

No venía en la primera edición del Post, pero alrededor de las dos de la tarde tenía la radio puesta en un canal de noticias y lo dijeron. El reverendo Martin Vanderpoel, párroco de la primera Iglesia Reformada de Bay Ridge, había sido hallado muerto en su dormitorio por su ama de llaves. La muerte ha sido provisionalmente atribuida, pendiente de la autopsia, a la ingestión voluntaria de una sobredosis de barbitúricos. El reverendo Vanderpoel fue identificado como el padre de Richard Vanderpoel, quien se había suicidado recientemente tras haber sido arrestado por el asesinato de Wendy Hanniford en el apartamento que los dos habían compartido en Greenwich Village. El reverendo Vanderpoel había dejado una nota diciendo que estaba profundamente abatido por la muerte de su hijo, y este abatimiento lo había llevado, como era evidente, a quitarse la vida.

Apagué la radio y me quedé sentado alrededor de media hora, más o menos. Después recorrí la manzana hasta St. Paul's y puse cien dólares en el cepillo, una décima parte de lo que había recibido como bonificación de Cale Hanniford.

Me senté en el fondo durante un rato y pensé en un montón de cosas.

Antes de marcharme encendí cuatro velas. Una por Wendy, otra por Richie y la habitual para Estrellita Rivera.

Y, naturalmente, una por Martin Vanderpoel.

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